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Pretendimos celebrar la victoria con una vuelta triunfal del Mercedes por los bordes del terraplén dice Ezequiel pero también el Mercedes se había vuelto mierda, a los veinte metros se quedó parado, se quedó parado, imponente pero inservible como la estatua de un general, Ezequiel. Los pasajeros de la camioneta, con Ramuncho a la cabeza, acuden a la ceremonia ritual de repartirse los despojos. Tú, el victorioso, te has reservado la radio resonante del Mercedes, el Pibe Londoño carga con dos neumáticos banda blanca, se los merece, Ramuncho hurga las entrañas del Mustang en cirugía de órganos susceptibles de transplante, los testigos hacen su agosto, a excepción de un catire exterminador, éste se concentra a descuartizar los cueros ostentosos de los asientos con una navaja barbera que se saca del bolsillo del pantalón, libera cerdas y resortes sin propósito utilitario, por joder no más. ¿Qué se hizo Victorino, Ezequiel?

Victorino dice Ezequiel y no disimula su satisfacción se fue por entre el polvo y la oscuridad con las manos vacías, no estaba acostumbrado a las derrotas, no sabía lo que era perder una, lo alcanzamos a la media hora, le ofrecimos un puesto en la camioneta, insistimos, discutimos, No seas terco, No seas pendejo, qué palabras tan perdidas, tuvimos que dejarlo solo con su arrechera y el amanecer.

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