Литмир - Электронная Библиотека

El italiano espía la foto, Blanquita, su dedo tieso le indica a Victorino un rincón del piso de arriba, el mismo cuarto donde se metían él y tú, calientes, después de manosearse la noche entera en una mesita de El Edén, Victorino sube la escalera cojeando, la caminata acabó de desgraciarle el tobillo, pero la sube en cuatro saltos, toca la puerta a puño cerrado, una, dos, tres veces, no le contesta tu voz, Blanquita, le contesta el berrido de un hombre:

¿Quién carajo molesta tan temprano? ¡No joda!

Aquella tarde Victorino conoció a Crisanto Guánchez, sin sospechar la trascendencia que el recién llegado, para esa época un indio conversador y desarrapado, llegaría adquirir en su destino. Victorino se había jubilado de la escuela como casi todos los días, ya Mamá se había resignado a su haraganería, ni que hablar de su padre Facundo Gutiérrez, hace más de un año que desapareció de la casa de vecindad, esta vez para siempre, con el odio de Victorino a cuestas.

Victorino bajó hasta el zanjón de la quebrada, en busca de Mono de Agua, su catcher. Mono de Agua no necesitaba jubilarse de la escuela porque jamás lo han inscrito en ninguna, ¿cómo se las arreglaría Narcisa sin Mono de Agua?, Mono de Agua recoge las chamizas, Mono de Agua lleva a los clientes la ropa lavada, Mono de Agua sube a comprar el arroz y los plátanos, Mono de Agua la ayuda a lidiar con sus tres hermanitos, tres criaturas que corretean desnudas por entre los peñascos, con el culo cagado y comiendo terrones. Los cuatro hijos de Narcisa son tan distintos, nadie preguntaría si son hermanos, ninguno de los cuatro se parece a Narcisa, todos al padre, y resulta que el padre de cada uno no es el mismo.

A Victorino le gusta más el rancho de Narcisa, sucucho agazapado en los intestinos de un puente, que la casa de vecindad donde él vive, Mamá lo mira con indulgente desprecio cuando expresa tan irracional opinión en su presencia, qué muchacho tan disparatero. El rancho de Narcisa y Mono de Agua ha sido construido a retazos indigentes, búscate cartones y latas claveteadas para hacer las paredes, ¿y el piso?, el piso será mera tierra y lajas de la quebrada, ¿y el techo?, clavamos dos horcones, y una plancha de zinc mohoso para ponérsela arriba se consigue en cualquier parte, el corte raso del barranco sirve de muro al fondo. La quebrada no arrastra agua sino cuando llueve, pero ruge como un tigre de almagre si la lluvia es torrencial, encabrita sus caballos sucios, amenaza con llevarse los enseres de los pobres, a veces se los lleva. Sobre el puente rechinan los bandazos de los camiones y se desgañitan las cornetas de los automóviles. Sin embargo, Victorino prefiere esta gruta despeñada en un barranco, nunca la pieza de su casa de vecindad, idéntica a las otras veintitrés piezas, alineadas todas a lo largo de un pasadizo que parece el espinazo de una cárcel, Mamá no lo comprende.

¡Vamos, mi catcher, que hay partida!

Mono de Agua se levanta del petate donde acostumbra pensar y descansar mientras Narcisa enjuaga sábanas en una batea, rodeada de hijos desnudos y vecinas preguntonas. Mono de Agua se endereza de un brinco y sube en seguimiento de Victorino, toman la huella estrecha y empinada que nace al borde de la quebrada y muere allá arriba, al nivel del grito de los pregoneros. Victorino trepaba resueltamente. Mono de Agua lo seguía a tres pasos, cuando vieron descender por la misma vereda a Crisanto Guánchez, alias Cachirulo, de esa manera se presentó y de esa manera lo conocieron. Crisanto Guánchez les obstruía el paso, colgada la mano izquierda de un bejuco para evitar el desbarranque.

¿Ustedes viven aquí? dijo.

Se comprende al vuelo que este tipo es mayor que nosotros, piensa Victorino. No porque sea más alto y más mole, no lo es, sino por el crujido de la voz, por los huesos leñosos de la mano, por la manera de mirar sobre todo. Crisanto Guánchez era entonces un mulato aindiado, de nariz perfilada como los blancos, de ojos avispados y punzantes como los negros, una colilla apagada le desvergonzaba un rincón de la boca, vestía un pantalón de kaki desgarrado y una franela terrosa con un agujero sobre la tetilla derecha.

Yo vivo aquí mismo, bajo este puente dijo Mono de Agua por encima del hombro de Victorino.

Victorino y Mono de Agua, pitcher y catcher de la quebrada, subían a jugar una partida, los hijos del portugués del abasto habían prometido llevar una pelota nueva, aquel accidental encuentro con Crisanto Guánchez desbarató sus planes. Quiero hablar con ustedes, dijo. Desanduvieron la vereda a medio subir, se acuclillaron bajo la arcada del puente, Estoy jodido, dijo Crisanto Guánchez. Después contó su historia, Victorino y Mono de Agua la escucharon sumidos en un asombro respetuoso sólo interrumpido por uno que otro gruñido entusiasta de Victorino o por exclamaciones maquinales que interponía Mono de Agua y que no venían al caso, Ahí mi caballo, por ejemplo.

Primero me escapé de un reformatorio que queda llegando a Los Teques así comienza Crisanto Guánchez, una nube de razones justifican su fuga. Al reformatorio lo llevó su propia madre, ¿de dónde sacaba recursos para alimentarlo y para pagarle escuela?, ¿de dónde sacaba fuerzas para enfrentarse a un quinteto de hijos sin obediencia y sin padres? Aquí por lo menos aprenderás a leer, te enseñarán un oficio, le dijo bajo los tamarindos que conducían al portón del instituto. Aprendió a leer, sí, porque las letras lo enamoraron, pero el oficio que le enseñaron sus condiscípulos en nada se semejaba a las artesanías que su madre había soñado. Aprendió a defenderse a navajazos de la maldad y de la justicia humanas, aprendió a fracturar un candado y a escalar una pared, una noche tumbaron entre cinco a la cocinera del reformatorio y la disfrutaron uno por uno, la punta de un cuchillo hincada en el pescuezo le aconsejaba no cerrar las piernas, aprendió a fumar lo que hubiera a mano y, una vez aprendidas tantas cosas, huyó de madrugada por entre pajonales y alambradas, se reintegró a Caracas ateniéndose a la vía semiabandonada de un ferrocarril. No volvió a dormir en su casa sino bajo galpones y aleros tolerantes, arrebujado en periódicos viejos, a merced de la curiosidad viscosa de las cucarachas.

Ahora acabo de echar una vaina mucho más arrecha sigue contando Crisanto Guánchez engallado, consciente de su hazaña. Esta vez se ha fugado de la Isla de Tacarigu'a, un inexpugnable digamos correccional para no decir cárcel, campamento confinado al ombligo de una laguna, donde lo trasladaron después de atraparlo a caballo sobre una bicicleta ajena. Allí encontró la aleccionadora compañía de los delincuentes juveniles más pájaros, y calabozos de castigo donde se dormía en cueros y se expiaban las culpas a pan y agua, y guardianes que repartían sin dolor de su alma latigazos y mentadas de madre, y una capilla con misa obligatoria y una bandera nacional para izarla todas las mañanas. Había que jugársela. Siete reclusos se conjuraron para poner agua y tierra de por medio, se zambulleron una noche oscura en el circuito dormido de la laguna, emergieron bajo los manglares de la isla vecina, más vivero de culebras que isla, siguieron nadando en silencio hasta las costas de una hacienda, no pudieron ir más lejos porque el uniforme de kaki los delataba. Fueron recapturados todos por los guardianes y pesquisas, menos Crisanto Guánchez que resucitó un domingo al borde de la carretera, Crisanto Guánchez encaramado un trecho a las lonas de un camión de carga, Crisanto Guánchez pidiendo limosna en las iglesias de los pueblos de Aragua, Crisanto Guánchez dormido tras el bahareque deshilachado de una choza sin dueño, Crisanto Guánchez presente para servir a ustedes.

¡Qué parrilla! dice Mono de Agua.

¿Y qué piensas hacer? pregunta Victorino triturando una hoja volandera que cayó al alcance de sus dedos.

Entró a la ciudad hoy en la madrugada, por Antímano. No había asomado la nariz fuera de esta quebrada en espera de alguien dispuesto a tenderle la mano, uno que no tuviera pinta de soplón ni de gallina, los ojos de Crisanto Guánchez apuntan a la frente de Victorino.

Necesito un amigo, un pana, un ecobio dice.

Lo vas a tener dice Victorino.

17
{"b":"88211","o":1}