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También vendrán personas mayores, las amigas de Mami nimbadas de perfumes franceses y efluvios de novelas a medio digerir.

Las amigas de Mami se comunican a través de una jerga entrecortada, impromtu de claves, símbolos y alusiones: «¿Desde cuándo no la ven?, dice una; Muérete que me dijeron, dice la segunda; La otra tarde, dice la tercera; La familia, la ascendencia, dice la cuarta; Y la descendencia, dice la quinta; De espanto, sí señor, de espanto, dice la sexta; Honi soit qui mal y pense, dice la séptima, educada en Londres; La otra tarde los vi desde lejos en el supermercado me puse a preguntar por el precio del fuagrá que estaba marcado claramente en la latica ella se acercó a saludarme era un lunes creo que era lunes, sí era lunes, porque Alfredo había salido de mal humor para la oficina lo peor era que llovía a cántaros, dice la octava, una octava en contrapunto politonal al pizzicato; ¿No les apetece un martini seco?, dice Mami.

No es posible aguantar la tarde entera al relente de miradas almibaradas de Lucy, estalactitas de caramelo le cuelgan a Victorino de la frente, se siente convertido en torta Saint Honoré. Como primera manifestación de antagonismo, Victorino se orina en la gran fuente de tisana, una ponchera de plata mexicana en cuyas ondas de oro (la contribución salina de sus riñones ha mejorado evidentemente el gustillo del menjurje, las niñas repiten con frecuencia, lo paladean extasiadas, Está soñado) navegan cubitos de pina, gajos de naranjas, fresas de Galipán. Como segunda jugada de repulsa se dio maña para introducir un par de sapos vivos en los carrieles charolados de Asunción y Caridad, dos de las negras niñeras endomingadas, chillarán a lo africano cuando los verrugosos salten en recuperación de su libertad. Pero se fastidia y deambula insatisfecho, desfigurado por la chaqueta de terciopelo amaranto que le ha puesto Mami, indumentaria indigna de un futuro cosmonauta.

Se encienden las luces, Victorino se refugia entre los mangos y limoneros del patio, el contacto con la naturaleza lo ayuda a elaborar un plan de verdadera trascendencia. La ventana que da al cuarto de los regalos se ofrece a su vista, arrebujada en los pliegues de una cortina. Una mano, la suya, entrará en la casa y regará con gasolina el sofá llovido del cielo que en la vecindad de la cortina acuna sus almohadones. Luego esa misma mano, la suya, trepada al naranjo que arrima sus ramas a los muros, arrojará un fósforo encendido por entre los barrotes de la ventana, el fuego es el principio explicativo de Heráclito, llamaradas danzarinas recorrerán la superficie del sofá, el fuego es el símbolo del Espíritu Santo, chispas voraces saltarán hasta el mantel de los regalos, yesca reseca será el papel florido de los envoltorios.

La fiesta de Gladys se transforma en una página del Antiguo Testamento. La cólera punitiva de Jehovah siembra el pánico por doquiera, marejadas de niñas de vitrina irrumpen en el patio a grito herido, seguidas por nodrizas negras que bufan y galopan como rinocerontes. El eficiente Johnny organiza en volandas un equipo de criadas extinguidoras que corren a llenar de la piscina sus baldes vacíos, regresan chorrendo agua y murmurando diosmíos hasta los rebenques del fuego. Alguien ha telefoneado a los bomberos y no tardarán en bautizar la noche sus campanas cinematográficas. Gladys, Betty y Margaret lloran rutinariamente, a salvo entre las herramientas y los neumáticos del garage.

Mami ha acaparado el centro de la escena, Medea anhelante, desorientada, fatalista, pálida, desborda en un grito que lo sacia de alegría y de orgullo:

¡Victorino! ¿Dónde está Victorino?

Y cuando lo descubre a su lado, impávido y displicente, la paz retorna al espíritu de Mami como una paloma pródiga, una sonrisa le restaura su primaveral resplandor, asume napoleónica el mando de las acciones, al cabo de cinco minutos está conjurado el siniestro.

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