– En coche es un salto. A las diez estoy de vuelta. El trabajo…
– Es un sitio agradable -dijo Stefania. Sin quererlo, no dejaba caer la conversación, aunque no hablaran de nada.
– El valle es abierto, limpio, todo de matorrales bajos, de brezales, y por la mañana no hay nada de niebla, se ve bien… Si el perro levanta alguna presa…
– Ojalá pudiera yo ir a trabajar a las diez, dormiría hasta las diez menos cuarto -dijo el camarero.
– Bueno, a mí también me gusta dormir -dijo el cazador- y sin embargo estar allá mientras todos los demás duermen todavía, no sé, me atrae, es una pasión…
Stefania sentía que con ese aire de justificarse, el joven ocultaba un orgullo mordaz, un encono contra la ciudad dormida a su alrededor, la obstinación de sentirse diferente.
– No se ofenda, pero para mí ustedes los cazadores están locos -dijo el camarero-. Aunque sólo sea por esa manía de levantarse a semejantes horas.
– En cambio yo lo comprendo -dijo Stefania.
– Bueno, ¿quién sabe? -decía el cazador-. Una pasión como cualquier otra. -Ahora miraba a Stefania y la poca convicción que había puesto antes cuando hablaba de la caza parecía haberse perdido, y era como si la presencia de Stefania le hiciese sospechar que toda su forma de pensar estaba equivocada, que tal vez la felicidad era algo distinto de lo que él andaba buscando.
– De veras, lo comprendo, una mañana como ésta… -dijo Stefania.
Por un instante el cazador se quedó como quien tiene ganas de hablar pero no sabe qué decir.
– Cuando el tiempo está así, seco y fresco, el perro puede trabajar bien -dijo.
Había bebido el café, había pagado, el perro tironeaba para salir y él seguía allí, vacilante. Dijo torpemente:
– Dígame, ¿y por qué no viene usted también, señora?
Stefania sonrió.
– Digamos que otra vez que nos encontremos quedamos en algo, ¿eh?
El cazador hizo:
– Eh… -Echó otra vez una mirada alrededor para ver si encontraba otro pretexto para seguir conversando. Después dijo-: Bueno, me voy. Buenos días. -Se saludaron y él se dejó arrastrar por el perro.
Había entrado un obrero. Pidió un aguardiente.
– A la salud de todos los que madrugan -dijo alzando el vaso-, sobre todo de las mujeres bonitas. -Era un hombre no demasiado joven, de aire alegre.
– A su salud -dijo Stefania, amable.
– Por la mañana temprano te sientes dueño del mundo -dijo el obrero.
– ¿Y por la noche no? -preguntó Stefania.
– Por la noche tienes demasiado sueño -contestó- y no piensas en nada. Si no, cuidado…
– Yo por la mañana suelto tantas maldiciones una tras otra -dijo el camarero.
– Porque antes de trabajar hay que salir a dar una vuelta. Si hiciera como yo, que voy a la fábrica en velomotor, y el aire frío que da en la cara…
– El aire barre las preocupaciones -dijo Stefania.
– La señora me comprende -dijo el obrero-. Y ya que me comprende debería beberse una grapita conmigo.
– No, gracias, no bebo, de veras.
– Por la mañana es lo que se necesita. Dos grapitas, jefe.
– No bebo, en serio, beba usted a mi salud, por favor.
– ¿No bebe nunca?
– A veces, por la noche.
– ¿Ve? Ahí se equivoca.
– Una se equivoca tanto…
– A su salud -y el obrero se bebió un vasito y después el otro-. Uno y dos. Mire, le voy a explicar…
Stefania estaba sola, allí, entre esos hombres, esos hombres diferentes, y conversaba con ellos. Estaba tranquila, segura de sí misma, no había nada que la turbara. Este era el hecho nuevo de esa mañana.
Salió del bar para ver si habían abierto el portal. El obrero también salió, montó en el velomotor, se calzó los mitones.
– ¿No tiene frío? -preguntó Stefania. El obrero se golpeó el pecho; se oyó ruido de periódicos.
– Llevo la coraza puesta. -Y añadió en dialecto-: Adiós, señora. -También Stefania saludó en dialecto, y él partió.
Stefania comprendió que había sucedido algo y que ya no podía volver atrás.
Esta manera nueva de estar entre los hombres, el noctámbulo, el cazador, el obrero, la cambiaba. Había sido éste su adulterio, estar sola entre ellos, así, de igual a igual. De Fornero ni siquiera se acordaba ya.
El portal estaba abierto. Stefania R. entró en su casa muy de prisa. La portera no la vio.