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Nota introductoria

1. El autor

El padre de Italo Calvino era un agrónomo de San Remo que había vivido muchos años en México y en otros países tropicales; se había casado con una ayudante de botánica de la Universidad de Pavía, de familia sarda, que lo había seguido en sus viajes; el hijo primogénito nació el 15 de octubre de 1923 en un suburbio de La Habana, en vísperas del regreso definitivo de los progenitores a la patria.

El futuro escritor pasó los primeros veinte años de su vida casi ininterrumpidamente en San Remo, en la Villa Meridiana, que era en aquel tiempo la sede de la Dirección de la Estación Experimental de Floricultura, y en el campo contiguo a San Giovanni Battista, donde su padre cultivaba el grape-fruit y el aguacate . Los progenitores, librepensadores, no dieron a sus hijos educación religiosa. Italo Calvino hizo estudios regulares en San Remo: jardín de infancia en el St. Georges College, escuela primaria en las Scuole Valdesi, secundaria en el R. Ginnasio-Liceo «G. D. Cassini». Después del bachillerato clásico se inscribió en la Facultad de Agronomía de la Universidad de Turín (donde su padre era profesor de agricultura tropical) pero no fue más allá de los primeros exámenes.

Durante los veinte meses de la ocupación alemana, pasó por las vicisitudes comunes a los jóvenes de su edad que no aceptaban hacer el servicio militar en la República Social Italiana, participó en las actividades de los partigiani y en la conspiración y durante algunos meses combatió en la Resistencia con las brigadas «Garibaldi», en la durísima zona de los Alpes Marítimos, junto a su hermano de dieciséis años. Los alemanes detuvieron durante algunos meses como rehenes al padre y a la madre.

En el periodo inmediatamente posterior a la Liberación Calvino desplegó una actividad política en el Partido Comunista (al que se adhirió durante la Resistencia) en la provincia de Imperia y entre los estudiantes de Turín. En el mismo periodo comienza a escribir cuentos inspirados en la vida de la guerrilla y establece sus primeros contactos con ambientes culturales de Milán (el semanario de Elio Vittorini Il Politecnico ) y de Turín (la editorial Einaudi).

El primer cuento que escribe es leído por Cesare Pavese quien lo pasa a la revista que Carlo Muscetta dirige en Roma (Aretusa, diciembre de 1945). Entretanto Vittorini publica otro en Il Politecnico (donde Calvino colabora también con artículos sobre los problemas sociales de Liguria). Giansiro Ferrata le pide otros cuentos para L’Unità de Milán. En aquel tiempo los diarios tenían una sola hoja, pero empezaban a salir un par de veces por semana con cuatro páginas: Calvino colabora en la tercera página de L’Unità de Génova (con lo que obtiene un premio ex aequo con Marcello Venturi) y de Turín (entre cuyos redactores figura durante un tiempo Alfonso Gatto).

Entretanto el estudiante ha cambiado de facultad: pasa a letras, en la Universidad de Turín, donde se inscribe -con las facilidades otorgadas a los ex combatientes- directamente en tercer año. En Turín vive en un altillo sin calefacción; escribe cuentos y apenas los termina se los lleva a Natalia Ginzburg y a Cesare Pavese que están reorganizando las oficinas de la editorial Einaudi. Para quitárselo de en medio, Pavese lo alienta a escribir una novela; el mismo consejo le da en Milán Giansiro Ferrata, que es miembro del jurado de un concurso de novelas inéditas creado por la casa Mondadori en un primer sondeo sobre los nuevos escritores de la posguerra. La novela, que Calvino termina justo en el plazo del 31 de diciembre de 1946 (El sendero de los nidos de araña ), no gustará ni a Ferrata ni a Vittorini y no entrará en el grupo de ganadores (Milena Milani, Oreste de Buono, Luigi Santucci). El autor la da a leer a Pavese que, si bien con reservas, la propone a Giulio Einaudi. El editor turinés se entusiasma y la lanza con carteles publicitarios. Se venden seis mil ejemplares: un éxito discreto para la época. En el mismo mes de noviembre de 1947 en que aparece su primer libro, se licencia en letras con una tesis de literatura inglesa (sobre Joseph Conrad). Se puede decir, sin embargo, que su formación tiene lugar sobre todo fuera de las aulas universitarias, en aquellos años entre la Liberación y 1950, discutiendo, descubriendo nuevos amigos y maestros, aceptando precarios y ocasionales trabajos por encargo, en el clima de pobreza y de febriles iniciativas del momento. Había empezado a colaborar con la editorial Einaudi en el servicio de prensa, trabajo que seguirá desempeñando en años sucesivos como empleo estable.

El ambiente de la editorial turinesa, caracterizado por el predominio de historiadores y filósofos sobre literatos y escritores, y por la discusión constante entre partidarios de diversas tendencias políticas e ideológicas, fue fundamental para la formación del joven Calvino: poco a poco va asimilando la experiencia de una generación algo mayor que la suya, de hombres que hacía ya diez o quince años se movían en el mundo de la cultura y del debate político, que habían militado en la conspiración antifascista en las filas del Partido de Acción o de la Izquierda Cristiana o del Partido Comunista. Mucho contó para él (inclusive por el contraste con su horizonte arreligioso) la amistad, el ascendiente moral y la capacidad de comunicación vital del filósofo católico Felice Balbo, que en aquel tiempo militaba en el Partido Comunista.

Al cabo de casi un año de experiencia como redactor de la tercera página de L’Unità de Turín (1948-1949) Calvino había comprendido que no tenía las dotes de un buen periodista ni de un político profesional. Siguió colaborando esporádicamente en L’Unità durante algunos años con textos literarios y sobre todo con encuestas sindicales, servicios sobre huelgas industriales y agrícolas y ocupación de fábricas. El vínculo con la práctica de la organización política y sindical (también en forma de amistades personales entre los camaradas de su generación) lo comprometía más que el debate ideológico y cultural, y le permitía superar las crisis de la condena por el Partido y del consiguiente alejamiento de amigos y grupos intelectuales a los que se había sentido próximo (Vittorini e Il Politecnico en 1947; Felice Balbo y Cultura e Realtà en 1950).

Lo que seguía siendo más incierto para él era la vocación literaria: después de la primera novela publicada, intentó durante años escribir otras en la misma línea realista-social-picaresca, que eran despiadadamente demolidas o arrojadas al cesto de los papeles por sus maestros y consejeros. Cansado de esos esforzados fracasos, se entregó a su vena más espontánea de fabulador y escribió de un tirón El vizconde demediado . Pensaba publicarlo en alguna revista y no en libro para no dar demasiada importancia a un simple «divertimento», pero Virtorini insistió en sacarlo como volumen breve en su colección Gettoni. La aprobación de los críticos fue inesperada y unánime; apareció además un excelente artículo de Emilio Cecchi, lo cual significaba entonces la consagración (o cooptación) del escritor en la literatura italiana «oficial». Por el lado comunista estalló una pequeña polémica sobre el «realismo», pero no faltaron autorizados elogios para compensarla.

De esta afirmación arrancó la producción del Calvino «fabulador» (definición que ya era corriente en la crítica desde la época de su primera novela) y al mismo tiempo una producción basada en la representación de experiencias contemporáneas en tono stendhaliano irónico. Para definir esta alternancia, Vittorini acuñó la fórmula feliz de «realismo con carga fabuladora» o «fábula con carga realista». Calvino trataba también desde el punto de vista teórico de mantener unidos sus diversos componentes intelectuales y poéticos: en 1955 pronunció en Florencia una conferencia en la que expuso su programa de manera más orgánica («El meollo del león», Paragone, VI, n.º 66).

Había conquistado así su lugar en la literatura italiana de los años cincuenta, en una atmósfera muy diferente de la de los últimos años cuarenta a los que, sin embargo, seguía sintiéndose idealmente vinculado. En los años cincuenta, Roma era la capital literaria de Italia, y Calvino, aunque siguiera siendo declaradamnente «turinés», pasaba en Roma gran parte de su tiempo.

En aquellos años Giulio Einaudi le encargó el volumen de los cuentos populares italianos, que Calvino seleccionó y tradujo a partir de los repertorios folclóricos del siglo XIX, publicados e inéditos. Trabajo erudito también (en la búsqueda, la introducción y las notas) que volvió a despertar en él la pasión por la novelística comparada, territorio de confín entre las mitologías primitivas, la épica popular medieval, la filología decimonónica.

Otro de sus constantes polos de interés: el siglo XVIII. La cultura iluminista y jacobina era ya el caballo de batalla de los historiadores con quienes convivía Calvino en sus tareas editoriales diarias: desde Franco Venturi hasta los más jóvenes y el maestro de todos ellos, Cantimori; además, dados sus antecedentes personales como descendiente de francmasones, encontraba en el mundo ideológico del siglo XVIII un aire de familia. Es natural pues que la novela (o parodia de novela) más vasta que Calvino haya escrito sea una transfiguración de mitos personales y contemporáneos en alegorías dieciochescas (El barón rampante, 1957), donde el autor parece proponer también (en caricatura pero sin dejar de creer en él) un modelo de comportamiento intelectual en relación con el compromiso político.

Entretanto, maduraban los tiempos de las grandes discusiones políticas que sacudirían el aparente monolitismo del mundo comunista. En 1954-1955, en un clima casi de tregua en las luchas entre tendencias de los intelectuales comunistas italianos, Calvino había colaborado asiduamente en el semanario romano Il contemporaneo de Salinari y Trombadori. En el mismo periodo contaron mucho para él las discusiones con los hegeliano-marxistas milaneses, Cesare Cases y sobre todo Renato Solmi, y, detrás de ellos, Franco Fortini, que había sido y sería el implacable interlocutor antitético de Calvino. Empeñado en 1956 en las batallas internas del Partido Comunista, Calvino (que colaboraba, entre otras, en la pequeña revista romana Città Aperta) presentó su renuncia al Partido en 1957. Durante un tiempo (1958?59) participó en el debate a favor de una nueva izquierda socialista y colaboró en la revista de Antonio Giolitti Passato e Presente y en el semanario Italia Domani.

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