En 1959 Vittorini inició la publicación de una serie de cuadernos de textos y de crítica (ll Menabò) para renovar el clima literario italiano, y quiso que el nombre de Calvino apareciese junto al suyo como codirector. En Il Menabò publicó algunos ensayos donde trató de hacer un balance de la situación internacional de la literatura: «Il mare dell'oggettivitá», (Il Menabò 2, 1959), «La sfida al laberinto» (Il Menabò 5, 1962) y también de trazar un mapa ideológico general: «L'antitesi operaia» (Il Menabò 7, 1964). Pero se diría que la preocupación por tener en cuenta todos los componentes históricos e ideológicos de cada fenómeno llevó a Calvino a un callejón sin salida: y tal vez por eso van disminuyendo cada vez más sus incursiones en el ensayo, sus tomas de posición críticas y en general sus colaboraciones en diarios y revistas.
En los últimos años pasa largas ternporadas en el extranjero (ya en 1959-60 había vivido seis meses en Nueva York y en Estados Unidos). En 1964 se casa; su mujer es argentina, de origen ruso, traductora del inglés, y vive en París. En 1965 tiene una hija.
Sus libros más recientes atestiguan un retorno a una de sus pasiones juveniles: las teorías astronómicas y cosmológicas que utiliza para elaborar un repertorio de modernos «mitos de origen», como los de las tribus primitivas. Es significativo en este sentido el homenaje que rinde a un escritor paradójicamente enciclopédico como Raymond Queneau, traduciendo su novela Les fleurs bleues . Animado por el mismo espíritu y apoyándose en los recientes estudios rusos y franceses sobre «semiología del cuento», proyecta, mediante una baraja de tarots, un sistema combinatorio de las historias y de los destinos humanos. En el centro de todos estos intereses (y como prolongación ideal del siglo XVIII de El barón rampante ) está la obra del utopista Fourier, de quien Calvino prepara una amplia selección de textos.
Obras principales: El sendero de los nidos de araña (1947); El último es el cuervo (1949); El vizconde demediado (1951); L’entrata in guerra (1954); El barón rampante (1957); La especulación inmobiliaria (1957); I racconti (1958); El caballero inexistente (1959); La jornada de un interventor electoral (1963); Marcovaldo (1963); Las Cosmicómicas (1965); Tiempo cero (1967). [1]
Los amores difíciles es el título bajo el cual el autor ha reunido (por primera vez en 1958 en el volumen titulado I raconti ) esta serie de cuentos. Definición sin duda irónica, porque, cuando de amor -o de amores- se trata, las dificultades son muy relativas. O por lo menos en la base de muchas de estas historias lo que hay es una dificultad de comunicación, una sola de silencio en el fondo de las relaciones humanas; en la muda maniobra que un soldado emprende en un tren con una impasible matrona, las sucesivas e inesperadas etapas de una seducción parecen por momentos victorias gigantescas e irreversibles, por momentos ilusiones no confirmadas; a la mañana siguiente de una imprevista aventura amorosa, un hombre regresa con su secreto a la grisalla de su vida de empleado y mientras trata de poner su felicidad en las palabras y los gestos cotidianos siente que toda experiencia indecible se pierde en seguida.
En 1964 estos cuentos aparecieron traducidos al francés en un volumen titulado Aventures. También esta definición de «aventura» recurrente en los títulos de cada texto es irónica: si bien se ajusta a los primeros de la serie (incluida la desventura de la señora que pierde el traje de baño mientras nada frente a una playa populosa, en uno de los cuentos de factura más elaborada, que fue definido como un «estudio de desnudo pequeño burgués»), en la mayor parte de los casos alude solamente a un movimiento interno, a la historia de un estado de ánimo, a un itinerario hacia el silencio.
Es preciso decir que para Calvino este núcleo de silencio no es solamente un pasivo imposible de eliminar en toda relación humana: encierra también un valor precioso, absoluto. «Y en el corazón de ese sol había silencio», se dice en «La aventura de un poeta», un relato en el que la escritura es enrarecida, lacónica, pausada cuando evoca imágenes de belleza y felicidad, pero apenas tiene que expresar la dureza de la vida se vuelve minuciosa, copiosa, apretada.
Si en su mayoría estos relatos cuentan cómo no se encuentra una pareja, parece que en ese desencuentro el autor ve no sólo un motivo de desesperación, sino también un elemento fundamental -cuando no directamente la esencia misma- de la relación amorosa: al término de un viaje para reunirse con su amante, un hombre comprende que la verdadera noche de amor es la que ha pasado corriendo hacia ella en un incómodo compartimiento de segunda clase. Y no por azar uno de los pocos relatos matrimoniales habla de una pareja de obreros en la que él trabaja en el turno de noche, y ella en el de día. Quizás el título que mejor podría definir lo que estos cuentos tienen en común sería Amor y ausencia.
Todos estos cuentos -o casi todos- son de los «años cincuenta», no sólo por la fecha en que fueron escritos, sino también porque corresponden al clima dominante en la literatura italiana entre 1950 y 1960, años en los que muchos novelistas y poetas intentan recuperar formas de expresión decimonónicas1. Calvino pertenece todavía a las generaciones que han tenido tiempo de incluir en sus lecturas juveniles todo Maupassant y todo Chejov: en este ideal de perfección de la composición narrativa «menor», unido a un ideal de humour como ironía hacia sí mismo (en lo cual Svevo tal vez tiene también algo que ver) reside la poética de Los amores difíciles.
Pero aun cuando parece hacer incursión en la novela decimonónica, lo que cuenta para Calvino es el diseño geométrico, el juego combinatorio, una estructura de simetrías y oposiciones, un tablero de ajedrez en el que las casillas blancas y negras intercambian sus lugares según un mecanismo sencillísimo: como ponerse o quitarse las gafas en «La aventura de un miope».2
¿Hemos de concluir que, si el cuento era para el escritor decimonónico una «tajada de vida», para el escritor de hoy es ante todo un página escrita, un mundo en el que actúan fuerzas de un orden autónomo? (¿Un mundo que el héroe de «La aventura de un lector» puede considerar más verdadero que aquel que se le ofrece en la experiencia empírica de un encuentro amoroso a orillas del mar?) Digamos más bien que al construir un cuento (es decir, al establecer un modelo de relaciones entre funciones narrativas), el escritor pone de manifiesto el procedimiento lógico que sirve a los hombres para establecer también relaciones entre hechos de la experiencia.3
Cierran el volumen dos textos más largos, que en / racconti figuraban en la última parte, titulada «La vida difícil». Son dos relatos muy distintos y pertenecen a momentos distintos de la producción del autor: el primero, «La hormiga argentina» (publicado por primera vez en 1952 en una refinada revista de literatura internacional, Botteghe Oscure, n.° X), se desarrolla en la Riviera di Ponente, un paisaje que sirve de fondo a muchas de las primeras (y no sólo de las primeras) narraciones del autor y se puede vincular con esa «icasticidad figurativa de puro gusto gótico» en la representación del «espanto zoológico o botánico» de que habla Emilio Cecchi a propósito del joven Calvino; el segundo, «La nube de smog» (que apareció por primera vez en 1958 en la revista de Moravia Nuovi Argomenti), se desarrolla en una ciudad industrial indeterminada pero que por algunos detalles parece Turín, y se sitúa en esa especie de reconocimiento sociológico que muchos escritores italianos realizaban en aquellos años de transición a una nueva fase de desarrollo económico del país.
La afinidad que vincula dos cuentos tan diferentes reside en que ambos son meditaciones sobre el «mal de vivir» y sobre la actitud que se ha de adoptar para hacerle frente, trátese de una calamidad natural como en el primero: las minúsculas hormigas que infestan la Riviera, o una consecuencia de la civilización como en el segundo: el smog, la niebla brumosa y cargada de detritos químicos de las ciudades industriales.
En los dos cuentos, un protagonista que habla en primera persona pero no tiene voz ni rostro se mueve entre una multitud de personajes menores, cada uno de los cuales tiene su manera de oponerse a las hormigas y al smog. La condición de los dos protagonistas es diferente: uno es un proletario inmigrante, padre de familia; el otro es un intelectual desarraigado y soltero, pero los dos parecen poner su honor en rechazar cualquier evasión ilusoria o cualquier transposición ideal. En los modelos de comportamiento que los demás proponen, advierten continuamente la nota falsa, la negativa a mirar al enemigo a la cara.
El héroe de «La nube de smog», al parecer desde el fondo de una crisis depresiva cuyos orígenes desconocemos, se obstina en mirar, sin desviar nunca la vista, y si todavía espera algo, sólo espera de lo que ve: una imagen que pueda oponerse a otra, pero no está dicho que la encuentre. La lección de modesto estoicismo del héroe de «La hormiga argentina» no es diferente, aunque sí más dura y sin complacencias intelectuales; y similar es la catarsis provisional a través de las imágenes con que termina el cuento.
Entre las críticas aparecidas cuando se publicó el libro de Calvino titulado / racconti (1958), escogemos cuatro (dos positivas y dos negativas) que se refieren de manera más directa a los textos incluidos en esta edición,4 cada una de las cuales propone una sola definición global del escritor. Los cuatro críticos son Pietro Citati, Elémire Zoila, Renato Barilli y François Wahl.5 A partir de planteamientos diferentes llegan a conclusiones también diferentes y su confrontación tendrá el valor de debate sobre el libro.6
Pietro Citati (que desde sus comienzos como crítico ha seguido la labor de Calvino, trazando del escritor el retrato más incisivo, móvil y rico de matices) alaba sobre todo los primeros cuentos («Un pomeriggio, Adamo»; «Un bastimento carico di granchi» «Ultimo viene il corvo») por «la exactitud, la crueldad, la rapidez inventiva del signo» y explica cómo Calvino es al mismo tiempo, necesariamente, «racionalista» y «fabulista».