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Al asentimiento de Carvalho siguió la marcha de la mujer rubia y de nuevo la soledad de la recepción, acompañada por un aborigen que pedía información sobre las becas para estudiar en España. volvió la funcionaria, se sentó junto a Carvalho y abrió una carpeta sobre las rodillas.

– Se saben más cosas, pero ninguna demasiado tranquilizadora, y lo peor es que la embajada no puede ir más allá de donde ha ido. El asunto está en manos de la policía y son muy celosos de su soberanía.

– ¿Se sabe dónde está Teresa Marsé?

– No. Pero lo más probable es que esté en algún punto del país tratando de salir de él.

– ¿Por qué no recurre a la embajada?

– La embajada está vigilada día y noche, señor Carvalho. El caso se ha complicado.

Era una mujer capaz de contener sus emociones. Había adoptado una línea comunicacional de gacetilla de agencia Efe y no estaba dispuesta a ir más allá. Prosiguió sin esperar la reacción de Carvalho.

– La pista de Teresa Marsé y Archit desaparece en Chiang Mai, según sabemos a través de la policía, y la misma fuente nos indica que tras la pareja anda un grupo de mercenarios dispuestos a que no salgan del país.

– ¿Por qué?

– La historia es larga y compleja y la hemos ido recomponiendo a través de cosas que aquí y allá, dispersamente, ha ido diciéndonos la policía. El señor embajador ha hablado personalmente de este caso con el primer ministro Prem Tinsulanonda, pero el caso está demasiado hecho, demasiado establecido. En otras ocasiones hemos podido intervenir en el primer momento y con dinero aquí se puede conseguir casi todo. Pero en este asunto las cosas han ido demasiado lejos. Por lo que parece, Archit estaba conectado con uno de los tráficos más lucrativos y menos perseguidos en esta zona: los diamantes. Especialmente los rubíes birmanos. En un momento determinado se lo contó a Teresa Marsé y le enseñó parte del cargamento que obraba en su poder. La mujer le convenció de que sustrajera una parte de la mercancía y de que se fueran a Europa. No sabemos si le costó mucho convencerle, pero lo cierto es que Archit fue entreteniendo el pase de su partida y que la pareja tenía preparado interrumpir su viaje por el país en Chiang Mai y coger desde allí un vuelo conectado Chiang Mai-Bangkok-Amsterdam-Barcelona. En Chiang Mai se frustraron las cosas. O fueron descubiertos o le pidieron a Archit que entregase la mercancía. El joven estaba metido en una sociedad secreta que controla el tráfico de rubíes birmanos y que se llama "Mañ pen rañ", es una frase hecha que aquí se usa mucho y que quiere decir más o menos: "No tiene importancia". Pues bien, los de la sociedad secreta los localizan en Chiang Mai y algo grave sucede porque al día siguiente la policía saca un cadáver de la suite del hotel que ocupaban Teresa y Archit y ellos han desaparecido, han desaparecido hasta la fecha.

– Un ajuste de cuentas como otros mil.

– En efecto. Pero el muerto no era un cualquiera. No era un miembro importante por sí mismo, pero al parecer, insisto en que yo le digo lo que me han contado a mí, era hijo de un personaje muy importante entre el hampa de Bangkok, un personaje casi legendario que es conocido por el apodo de "Jungle Kid". De él sólo sé que en el pasado fue guía de viajeros por el Triángulo del Opio, entre el país Shan, en Birmania, el norte de Thailandia y Laos. En teoría aún es guía, pero es una tapadera para los asuntos del tráfico de drogas. "Jungle Kid" es una institución y la muerte de su hijo ha movilizado por igual a la policía y al hampa.

– ¿La policía al lado de un mafioso?

– La policía le debe muchos favores a "Jungle Kid" y aquí nunca se sabe dónde acaba el orden y empieza el desorden o lo legal y lo ilegal.

La funcionaria sostuvo la mirada de Carvalho y el detective recibió la advertencia diplomática latente en la contención expresiva de la mujer.

– ¿Es posible hablar con la policía o con el mismo "Jungle Kid"?

La mujer se echó a reír.

– Lo extraño es que ni los unos ni el otro se hayan puesto ya en contacto con usted. Abra bien los ojos. A "Jungle Kid" podrá encontrarle en el hotel Malasya, un hotel que está no muy lejos de aquí, cerca de la Oficina de Inmigración. Es un hotel también legendario, donde puede pasar cualquier cosa y a donde van a parar los turistas que tienen mucha curiosidad y poco dinero. "Jungle Kid" utiliza el Malasya como oficina de contratación para sus expediciones. Es un hombre de cuidado. Es chino, formaba parte de la división del Kuomintang que se estableció en el norte de Thailandia después de la victoria de Mao Tse-tung. Hoy día las redes de tráfico de heroína, diamantes o mujeres están en manos de chinos, y en muchos casos de chinos vinculados con la División 93 de Chang Kai-shek.

La mujer parecía haberse aprendido bien los apuntes a los que recurría de vez en cuando para reponer combustible.

– ¿Con qué miembro de la policía he de ponerme en contacto?

– Sabían que usted iba a venir. Apúntese el nombre que voy a decirle. Uthain Charoen. Es el funcionario del Ministerio del Interior que lleva el caso.

En la mirada de la mujer había ironía o quizá era un intento de valoración de hasta qué punto Carvalho estaba en condiciones de enfrentarse a la situación, a "Jungle Kid", a Uthain Charoen.

– ¿Qué clase de tipo es?

– Yo he hablado dos o tres veces con él. Repito, abra bien los ojos. Es un hombre de colmillo retorcido.

Carvalho abrió los ojos para expresar todo el pavor que le había suscitado la recomendación.

– ¿Ustedes cómo pueden ayudarme?

– Moralmente, y si le meten en la cárcel le entraremos tabaco de vez en cuando. Pero le aconsejo que haga lo imposible para que no le metan en la cárcel. La cárcel aquí es horrible. En estos momentos hay siete españoles liados por lo de la droga y le aseguro que alguno de ellos preferiría colgarse antes de seguir ahí dentro.

Hablaba en serio. Diplomáticamente en serio.

El taxista trató de convencer a Carvalho de que antes de ir al Malasya debía pasar por un catálogo inacabable de tiendas de piedras preciosas y sederías. La tozudez del hombre le llevó a merodear la zona del Malasya una y otra vez por si mientras tanto tenía tiempo de convencer a su pasajero. A Carvalho le quedó la alternativa de tirarse del taxi en marcha o de esperar que su enemigo se diera cuenta de lo inútil de sus circunvalaciones y explicaciones. Optó por recostarse en el asiento y contemplar el paisaje urbano, consistente en una concentración de pus-pus, tuc-tucs envueltos en monóxido de carbono que se metía por las abiertas ventanillas de un taxi sin aire acondicionado. El taxista prosiguió quince minutos su disertación sobre los lugares a los que podría llevar a Carvalho y finalmente optó por insultarle en thailandés, porque prosiguió monologando en su idioma, mientras se decidía a tomar la ruta del Malasya. Dejó atrás las amplias avenidas que atraviesan la ciudad y se metió por callejas marginales, en las que la dignidad de la vegetación tropical compensaba el deterioro progresivo de las construcciones. Finalmente metió el taxi en el patio del Malasya y a su encuentro salieron cuatro o cinco receptores sin uniforme que consintieron de reojo la decisión de Carvalho de ir directamente desde el taxi hasta la puerta del hotel. Teca de segunda, bambú de río con poca agua, "boys" de trajes de segundo cuerpo, tapicería de marroncete skai, suelo de plástico verde, una decadente vejez en las cosas que impregnaba a los recepcionistas y a los camareros de un restaurante adosado a un "hall" de pensión para viajantes de provincias. Pantalones tejanos de todas las clases, extranjeros con pinta de profesores norteamericanos de universidades pobres, jóvenes franceses poscontraculturales, damas "faisandees" con sandalias para unas pantorrillas cúbicas y rosadas, ni un blanco de los ojos del personal del hotel era blanco, entre el rojo y el amarillo, pasando por un color pus de insatisfacción, predominaba en las miradas que acogían el aspecto convencional de Carvalho con una cierta indiferencia. Se acercó a la recepción y preguntó por Archit y Teresa.

– Son dos amigos míos que están en Bangkok y quizá se hayan hospedado en este hotel.

El que le atendía intercambió comentarios en thai con una mujer pequeña, mal peinada, que se rió en las narices de Carvalho y probablemente de Carvalho.

– No los conocemos.

– Estoy seguro de que han estado en este hotel.

– Por este hotel pasa mucha gente y no los conocemos a todos necesariamente.

– Miren el libro de registro.

Se encogieron de hombros y no manifestaron ni deseo ni intención de ir a por el libro de registro.

– Repase el mural, allí, a la izquierda, junto a la mesita. Quizá hayan dejado algún aviso.

Un mural sobre el que espontáneamente se habían ido clavando avisos particulares. Se ofrece profesor de francés, habitación setenta y seis. Karen y Leo te esperan en la habitación noventa y ocho. Vendo máquina de escribir Olympia, Mónica. Los ojos de Carvalho se detuvieron sobre un anuncio: "Jungle Kid, el mejor guía para el país shan", pero alguien había escrito debajo del anuncio: "No te fíes de Jungle Kid, te dejará abandonado en plena jungla". Carvalho decidió jugar a la ruleta rusa, volver al recepcionista y preguntarle por "Jungle Kid", pero alguien situado a sus espaldas retuvo su marcha hacia la recepción.

– ¿Es usted el español que acaba de llegar?

Se volvió y ante él tenía a un thailandés con traje de algodón amarillento, corbata mal hecha, el rostro joven traicionado por acusadas patas de gallo y las canas que se asomaban a la sien izquierda, los labios lilas entreabiertos para componer algo que se parecía a una sonrisa.

– ¿Se llama usted José Carvalho Tourón?

Leía dificultosamente el nombre de Carvalho, anotado en un papel que se había sacado del bolsillo.

– Sí.

– El pasaporte, por favor.

Le enseñó un carnet en el que aparecía su propia foto en un océano de escritura thai.

– No entiendo nada.

– Aquí se dice que me llamo Uthain Charoen y que soy oficial de policía.

– ¿Y he de creérmelo?

El hombre rió brevemente y tras la risa conservó una suave sonrisa.

– Le aconsejo que se lo crea.

Carvalho sacó el pasaporte del bolsillo y se lo tendió. Con el rabillo del ojo vio que los recepcionistas se habían acodado en el mostrador y contemplaban la escena.

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