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– Muy bien, señor Carvalho. Estoy a su disposición. ¿Qué ha venido a buscar al Malasya?

– Me parece que soy yo el que está a su disposición. Es usted el que empieza a hacer preguntas.

– Disculpe. Es deformación profesional. Dela por no hecha. Pero me parece que usted está alojado en el Dusit Thani y no creo que vaya a cambiar aquel hotel por éste.

– Me parece que éste es más divertido.

– Depende de cómo se divierta usted.

Carvalho permaneció de pie, a la espera de que el otro tomara la iniciativa.

– Su amiga no está en este hotel.

– ¿Dónde está?

– No lo sé.

– De hecho no la buscaba a ella, sino a "Jungle Kid".

Charoen alzó las cejas valorando la respuesta de Carvalho.

– Nada más llegar a Bangkok y ya conoce usted a "Jungle Kid". Aprende usted rápido.

– Tal vez "Jungle Kid" sepa lo que ni usted ni yo sabemos. Dónde está Teresa.

– No. Por suerte para ella y para usted no lo sabe.

Charoen se inclinó con cierta cortesía ofreciéndole la puerta de salida. Carvalho creyó advertir que intercambiaba una mirada de aviso con un hombre poderoso sentado en uno de los sillones de plástico marrón. Era un hombre veterano pero musculado, con los párpados colgantes casi tapándole los ojos oblicuos y un bigotillo afilado sobre los labios carnosos, todo ello bajo un cenital cráneo totalmente rasurado. Desde la perspectiva de la puerta de salida del Malasya, a la izquierda se ofrecía un sastre rápido, delante estaban los cobertizos al aire libre para los coches del hotel y a la derecha la salida a la calle y el anuncio de un bar, el café Lisboa. Charoen se encaminó hacia el Lisboa abriendo paso a Carvalho y ofreciéndole continuar su marcha con gestos corteses de paje. Ya en el Lisboa, Charoen invitó a Carvalho a sentarse y pidió dos vasos de Mekong.

– Se trata del whisky de arroz; si no lo ha probado le resultará muy agradable. ¿Lo ha probado, o en su estancia anterior o en la actual?

– ¿Conocía usted mi estancia anterior?

– Disponemos de un archivo, no muy bueno pero suficiente para nuestras necesidades. Bangkok no es el centro del mundo, pero sí es uno de los centros más importantes de Asia.

Les trajeron dos vasos llenos de hielo picado y de un líquido que recordaba el color del whisky. Carvalho recuperó el sabor del Mekong, un whisky que sabía a arroz integral, ligero, incluso agradable.

– ¿Le gusta?

– Me gustaba y me gustará.

– Los extranjeros se aficionan en seguida al Mekong. Es barato y tan sano como el whisky escocés.

Charoen se pasó una mano por el pelo, luego la dejó planear suavemente en el aire y la posó sobre su vaso como tapándolo.

– Me gustaría saber qué piensa usted hacer en Bangkok.

– Ante todo saber cómo puedo encontrar a Teresa Marsé y llevármela a España.

– Encontrarla es posible. Lo de llevársela a España quíteselo de la cabeza. Hay un crimen por medio.

– Dudo que Teresa haya matado a ese chico.

– ¿También estaba enterado del crimen? ¿Entonces sabrá de quién se trata?

– No entiendo la importancia que le dan a un gángster hijo de otro gángster.

Charoen entornó los ojos y sonrió como disculpando las palabras que ya empezaba a pronunciar.

– Los gángsters no son iguales en todas partes. En algunos lugares de los Estados Unidos, por ejemplo, han llegado a alcaldes o a presidentes de sindicatos. "Jungle Kid" no es un gángster más y a la policía de Thailandia se le complicarían las cosas si "Jungle Kid" se enfadara con ella.

– ¿Dónde está "Jungle Kid"?

– Aquí.

– ¿Aquí? ¿En este bar?

– No. Pero ha estado muy cerca. Sentado en la recepción del hotel cuando he tenido el placer de saludarle.

La imagen del hombre del cráneo rasurado se sobrepuso sobre la cara de niño viejo de Charoen.

– Usted le ha saludado al salir.

– Me he limitado a reconocerle. "Jungle Kid" y yo nunca hemos hablado.

– Mantiene las distancias.

– Él las mantiene. Habla con mis jefes, no conmigo.

– Se trata de un guía de exploradores.

– Un guía que tiene siempre plazas reservadas en vuelos a Rangún, Bangkok, Taipeh, Hong Kong, París y antes del cierre de la frontera con Laos se pasaba media semana en Vientiane. No es un guía cualquiera, ni un gángster cualquiera.

– ¿Y sigue vinculado a la covacha del Malasya?

– Tiene una gran residencia en Kuomingtan, el pueblo formado por la 93 división de Chang Kai-shek, pero en Bangkok su ambiente es el Malasya. Igual nos pasa a todos. Yo nací en los canales marginales, en la orilla izquierda del Chao Phraya, cerca del klong Bangkok Yai. Hoy vivo en un piso del centro y tengo agua corriente y luz, agua del grifo, ¿comprende? Pero en realidad yo me siento del Bangkok Yai.

Carvalho jugueteó con el dedo con un reguero de whisky y agua helada y desde el río que iba distribuyendo sobre la mesa preguntó.

– ¿Hay que buscar a Teresa a pesar de "Jungle Kid"?

– Sí. Porque en esta ocasión "Jungle Kid" no le ayudará ni a usted ni a la policía. Quiere vengarse.

Mientras Charoen se dedicaba a repetir la historia que le habían contado en la embajada, Carvalho imaginaba la escena en que Teresa proponía a Archit quedarse con parte de los diamantes. Algo que no habría hecho jamás en Barcelona, Roma o París, porque allí era consciente del papel de la represión, del color y el idioma de la represión. Pero en Bangkok debió parecerle un cuento chino protagonizado entre chinos y con el final controlado por la Paramount o por la Metro Goldwyn Mayer, y la distancia Bangkok-Barcelona o Bangkok-Masnou demasiado larga para que la alcanzara la moral o la lógica. ¿Y Archit? ¿Qué clase de individuo era aquel muchacho aparentemente envilecido y, sin embargo, con la capacidad de amar a una extranjera hasta la violación de su código moral, el crimen y posiblemente la condena a muerte?

– ¿Qué tal es el chico?

– ¿De qué chico me habla?

– De Archit.

Charoen se encogió de hombros.

– Una historia desgraciada, como la de millones de niños de Asia. Desde pequeño tuvo que ganarse la vida por las calles. Su padre es un drogadicto que no ha sabido aprovechar las oportunidades que ha tenido. Incluso las oportunidades que Archit trató de darle cuando tuvo amistades poderosas. El padre es una basura. Se está muriendo. Le han dejado sin suministro de droga, es una orden de "Jungle Kid".

– ¿No pueden internarle en algún hospital?

– En Thailandia hay que hacer cola para entrar en un hospital y un viejo podrido ya no tiene oportunidad. Además, no puedo asegurarle qué haría "Jungle Kid" si el viejo entra en un hospital.

– "Jungle Kid".

– Va a oír hablar mucho de "Jungle Kid" durante su estancia entre nosotros, que ojalá sea breve. Thailandia es un hermoso país para los turistas, pero un feo país si has de recorrerlo por las cloacas.

– He de encontrar a Teresa. Alguien debe saber dónde están.

– Probablemente.

– Seguro que Archit ha recurrido a amigos o parientes.

– Hemos llegado a todos ellos.

La seriedad de Charoen puso en primer plano su musculatura moral de policía tenso y a la espera de que el propio Carvalho revelara su plan de actuación.

– ¿Qué me aconseja usted, Charoen?

– Que se vuelva a su país y nos deje hacer a nosotros.

– Eso no puedo hacerlo.

– Que siga nuestros pasos a ver si tiene más suerte. Le he traído una lista de lugares frecuentados por Archit y de amigos.

– Amigos que pueden ayudarlos a salir del país.

– De ésos no les quedan.

Era una seguridad brutal y expresada en un tono de toque de degüello.

– Será difícil que alguien pueda ayudarlos y voy a decirle algo que usted interpretará como quiera. Si los encuentra, cosa que no creo, pero si los encuentra no olvide lo que voy a decirle: no se empeñe en sacarlos del país por su cuenta y, sobre todo, no se empeñe en sacarlos a los dos. Uno de los dos debe pagar.

– ¿Archit?

– Archit.

– Pero aparte del crimen están los diamantes.

Charoen tardó en contestar, consciente del efecto que provocarían sus palabras si llegaban por un pasillo de expectación.

– Los diamantes ya no son problema. Archit y la mujer los hicieron llegar a sus destinatarios después del crimen. Trataban de aplacarlos. Se lo digo a usted confidencialmente, me parece que no lo saben ni los de la embajada.

– Y no los han aplacado.

– A "Jungle Kid" no.

Charoen sacó un montón de papeles del bolsillo, seleccionó uno de ellos y se lo tendió a Carvalho.

– Aquí están los nombres de lugares y personas. Yo de usted probaría con las personas. Los lugares no hablan, se lo aseguro. Algunas personas, es posible. Con mucho gusto le acompañaré durante esos contactos.

– Preferiría hacerlos por mi cuenta.

– Se equivoca. Le daremos protección.

– No creo necesitarla.

– La necesita.

Charoen se levantó, repitió el gesto maquinal de la mano sobre el cabello y se inclinó ligeramente. Carvalho se quedó durante unos segundos concentrado en la observación del papel, luego pensó que no había establecido un nuevo encuentro con el policía y salió en su busca. Charoen estaba con una pierna dentro de un coche blanco y se volvió ante la llamada de Carvalho.

– No hemos concertado una cita.

– A los extranjeros se los encuentra siempre en Bangkok.

Se inclinó nuevamente y acabó de meter el cuerpo en el coche que arrancó en cuanto hubo cerrado la portezuela. Carvalho estaba en mitad de la calle, contemplado por la oscura curiosidad de los destartalados "boys" del Malasya. Uno de ellos avanzó hacia él para ofrecerle chicas, chicas que al parecer estaban en el hotel. Ante la negativa de Carvalho le ofreció chicos. Carvalho echó a andar por toda respuesta y uno de los aparentes "boys" del hotel siguió sus pasos. Carvalho estaba empapado de su propio sudor y añoró la pequeña piscina del Dusit Thani, el canto de sirena del aire acondicionado y empezó a deprimirse por el seguimiento. Todas las ventajas eran de su perseguidor, seguro que el otro no sudaba y que su presencia le acompañaría durante toda su estancia en Bangkok, un asiático detrás de otro, toda Asia siguiendo a Carvalho, a través de un itinerario inútil. Volver al Dusit Thani significaba malgastar parte del dinero de la vieja Marsé y tiempo para encontrar a Teresa. Salió a una calle ancha y en el inmediato horizonte descubrió la Sathorn Road, una vía rápida que orientaba el tráfico hacia el río o hacia las encrucijadas del parque Lumpini. Las calles estaban llenas de thailandeses delante o detrás de cocinillas rodantes donde humeaban el arroz blanco y los caldos para cocer los pedacitos de verduras, pollo, magro de cerdo, un humo que servía para avisar a las moscas azules y como punto de referencia al infierno que se escapaba de los tubos de escape de los pus-pus individuales y de los tuc-tucs colectivos. A la aparente uniformidad de los rostros se sumaba el lenguaje cerrado de los rótulos en thai, salpicados aquí y allá por rótulos en inglés al servicio del enunciado de marcas conocidas. De pronto Carvalho tuvo la impresión de que jamás encontraría a Teresa, de que adquiría en Bangkok pleno sentido la advertencia de que era imposible encontrar una aguja en un pajar.

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