Lámina 8. La letra X y la difusión de la Mística Oriental
La letra X y la difusión de la Mística Oriental
Hacía milenios que en las tierras de la Aryavartha, vivían los iniciados en la ciencia esotérica Oriental o Gupta Vidya, trasmitiéndose sus inefables enseñanzas por medio de una tradición simbólica, y particularmente por medio de modificaciones profundas en los neófitos, que les permitín conocer POR SÍ MISMOS, aquella doctrina que ni aún oralmente exponen los Gurús. Estos seres realizaban estados de progreso espiritual cuya descripción parecería un sueño, pero una de las primeras cosas que hacían para asegurarse la quietud interior, necesaria a sus meditaciones, era encerrarse en el apartamiento de un estricto esotericismo, favorecido por el régimen de castas que instituye el MANAVA DHARMA SHASTRA.
La doctrina septenaria, inagotable vivero de trascendentales deducciones, era la clave y el resumen de su sabiduría, y de esta suerte, su iniciación tenía por símbolo principal, un trozo de bambú, cortado de modo que contuviera siete nudos. Eran los siete planos o estados del mundo y del hombre, en una porción arbitraria de línea viviente que por un extremo se vincula a la Tierra y se pierde en lo infinito de sus transformaciones hacia las insondables fuentes de la vida primordial, y por el otro extremo se une igualmente al infinito de una multiplicidad de gérmenes, cuyas sucesivas generaciones pueden ir penetrando lo futuro hasta perderse también en lo desconocido.
Esta sabiduría que no aspiraba más que a integrarse a sí misma, no podía satisfacer al Maestro que se reveló al mundo como una personificación de la piedad, y por eso los Maestros de Compasión, han intentado repetidas veces y de diversos modos, hacer extensiva a mayor número de la enseñanza esotérica, empleándola, no sólo en enriquecer la mente de los discípulos, sino además en aminorar el infortunio de la humanidad.
¡Cuán inmensa poesía se encierra en esa emoción jamás sentida, que el joven príncipe Sidharta conoció en presencia del primer mendigo que veía: el verdadero andrajo humano, corroído por la vejez, la enfermedad, la miseria y el desaseo! Al enterarse de que semejante ser no era en el mundo una única excepción; al comparar tanta desdicha con las fastuosidades de su palacio oriental; al recordar la enseñanza recibida de sus maestros, que se ocupaban tanto del mundo ideal de la ciencia, y tan poco del mundo real de la humanidad, hízose el joven príncipe la promesa de encontrar las causas del infortunio humano, y los medios para destruirlas.
si el Buddha no hubiese existido nunca, si en vez de una realidad histórica, se tratara de un ser místico creado por un genio o expresado por la poesía de una raza, su valor simbólico sería: la Compasión.
Para la nueva doctrina, la flor de loto fue el bello emblema que sustituyó o más bien, complementó la insignia brahmánica del septenario bambú, porque el loto viene de oscuras profundidades, pero también se ostenta al exterior, y periódicamente, en las horas del silencio y del reposo, se sumerge en las aguas, lo que recuerda las palabras de un gurú al iniciar su lección bajo el sereno resplandor de la luna: “Esta es la hora que los hombres vulgares dedican al sueño y la que prefieren los discípulos para sus meditaciones. Esta es la hora en que la flor de loto vuelve al elemento de donde procede y del que toma su vida.
“Nosotros como ella tratamos de fundirnos, por la meditación, en Aquello de donde venimos, en Aquello que siempre somos interiormente bajo el manto de las apariencias.”
Por esto, en la historia religiosa de la India, paralela en gran parte a la de la civilización humana, hay dos hechos que pueden considerarse como los más esenciales: la compilación del Código de Manú (muchas de cuyas partes continúan siendo esotéricas todavía hoy y las conocidas lo son muy imperfectamente) y la fundación del Buddhismo. Estos dos grandes acontecimientos, representan las tendencias complementarias de cuya unión resulta una portentosa síntesis de sabiduría. Manú pensó especialmente en los medios de conservar la pureza de la casta brahmánica, porque ella era la depositaria de la iniciación que había de permanecer inmaculada al través de los siglos; Buddha unía a su extraordinaria cabeza de filósofo un inmenso corazón maternal -por decirlo así- donde habían hecho su nido los más dulces y bellos sentimientos de la naturaleza humana, y donde además resplandecía como un Sol, eso que hay de divino en lo más hondo de nosotros mismos.
El corazón de Buddha se abió como una corola de loto, para mostrarse a los siglos, a los dioses y a los hombres, en todo el esplendor de su piedad. Y merced a una sucesión ininterrumpida de Araths, Lamas iniciados, y otros instructores de menor importancia, la piadosa enseñanza del Señor sobre la posibilidad de la liberación y el modo de alcanzarla, no ha extinguido; antes bien ha infiltrándose lentamente en nuestra civilización occidental, como la única tabla salvadora por donde la verdadera fe puede cruzar sana y salva, el abismo del absurdo, evidenciado por la ciencia y en el
cual la falsa fe, cae y perece sin remedio.
Nuestro grabado representa la cuna oriental de nuestra estirpe Aria; el Sol que aparece en el horizonte nos lo revela así. En ángulo de sesenta grados (el de la cristalización del agua, que como sabemos representa la Madre Universal) la flor de loto, emblema de la compasión búddhica, se cruza con la caña de siete nudos (que a su vez simboliza la iniciación secreta), formando la letra X, símbolo de la revelación o sea de la enseñanza que se hace exotérica. Hay dos clases de exoterismo: el de aquello que es vulgar de suyo por su naturaleza inferior, y el de aquello que siendo de elevada naturaleza y esotérico en su esencia, viene a hacerse exotérico y comprensible para muchos, mediante el piadoso esfuerzo del que ha discurrido una forma clara para expresarlo.
Todo Maestro, no es más que una especie de transformador en el que lo esotérico se hace exóterico; claro está que relativamente.
La Compasión hará divulgar la enseñanza septenaria, antes exclusivamente reservada al Yogui Oriental.
Esta es la significación de la lámina VIII.