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¡Entendedme, pobres conciudadanos! Yo antes quiero morir que volver a ver a mi pobre Patria oprimida, y tengo la satisfacción de creer que lo general de toda la República está en lo mismo. Si así no lo fuera, culpa nuestra será. Mas entonces ninguno de nosotros se salvará del desastre de la Patria. ¿Por qué? Porque todos y cada uno de nosotros seremos ese desastre. Sobre tales despojos vendrán a sentar sus reales las fieras del desierto.

Se suele decir que el que se fía del pueblo edifica en la arena. Tal vez, cuando el pueblo no es absolutamente más que arena. Pero aquí no reina esta cabala. Yo lidio no con un pueblo de arena ni de fantasmas, sino con un pueblo de hombres de mil y tantas miserias. ¡Paraguayos, un esfuerzo más si queréis ser definitivamente libres!

Apenas yo reciba los resultados del nuevo censo y empadronamiento general de los ciudadanos que les ordeno en la presente, serán informados sobre el proyecto que he forjado para la formación de un gran ejército y una flota de guerra a objeto de liberar de una vez por todas a nuestro país del inicuo bloqueo de la navegación y reforzar nuestras defensas, fundamento de nuestra autodeterminación y soberanía. Los pormenores del plan serán revelados oportunamente a los comandantes militares en instrucciones muy reservadas.

(Cuaderno privado)

Por el momento lo que voy a obrar es lo siguiente: Una vez talado el bosque de sátrapas, una vez extinguida la plaga de perros hidrófobos babeantes de abyección, mandaré extender sobre sus restos una gruesa capa de cal y de olvido. No más jefes indignos y bufones. No más efectivos de líneas que haraganean a la espera de huir al menor peligro. No más tropas de un ejército que existe y no sirve para nada, pues hasta el último de los soldados acaba contagiándose de los vicios de sus jefes. No más uniformes, ni grados, ni jerarquías escalafonarias, que los da no el mérito sino la antigüedad de su inutilidad. El ejército de la Patria será todo el pueblo en ropa y dignidad de ser el pueblo en armas. Ejército invisible, pero más efectivo que todos los ejércitos. Sus efectivos, los campesinos libres, encuadrados por los jefes naturales que surjan de ese natural ejército de trabajo y defensa de la República. Trabajarán de día. De noche harán sus ejercicios. Se adiestrarán en las tinieblas de modo que las mismas tinieblas sean sus mejores aliadas. Las armas serán escondidas durante el día, junto a los surcos. Las murallas boscosas serán nuestros mejores bastiones; los desiertos y esteros, nuestros fosos impenetrables; los ríos, lagos y arroyos, las arterías por donde circulará la fuerza fulmínea de nuestros destacamentos articulados en pequeñas unidades. Que vengan los elefantes. Ya el compadre Confucio decía que los mosquitos acaban comiéndose a los elefantes. Cuando irrumpa el enemigo, creerá que entra en una tierra inerme y pacífica. Mas cuando los invasores se den cuenta de su error acorralados entre el trueno y el relámpago por este aparente espejismo de hombres y mujeres que defienden su heredad en ropa de trabajo, sabrán que sólo puede ser vencido el pueblo que quiere serlo.

Las tropas de padres de familia arraigados en la zona del Paraná, que envié contra la invasión de los correntinos, fue un buen ejemplo al comienzo. Desde hoy, nada de inservibles tropas de líneas. Disolveré esos efectivos de haraganes e incapaces que disparan al primer tiro del enemigo. Se acabó el ejército de parásitos que chupan la sangre del pueblo inútilmente, además de vejarlo sin cesar con toda clase de atropellos y abusos.

Desde hoy, el pueblo mismo será el ejército. Todos los hombres y mujeres, adultos, jóvenes y niños en condiciones de servir en el Gran Ejército de la Patria. Único, invisible, invencible. Estudiar todos los aspectos de su organización. Proyectar en sus menores detalles un plan de estrategia y táctica; un reglamento de combate de guerrillas y un sistema general de autoabastecimiento, orientados a cubrir los objetivos centrales de trabajo y defensa.

La base más importante para esta conversión de las milicias tradicionales en milicias del pueblo es… (quemado el resto del folio ).

Yergue el cráneo sacudiéndose la tierra. Levanta la mitad de la osamenta apoyándose en los cuartos traseros. Está a punto de arrojarme a la cara el secreto del negro Pilar. Un pequeño arco iris de baba se le forma alrededor del hocico. Sarcástica sonrisa a la sombra pelada del hueso. Me retiro un paso, fuera de su alcance. Lo observo de reojo. La hidrofobia de un perro muerto puede ser dos veces mortal. ¡Lo mandaste matar por…! Se contiene con un fingido ataque de tos. Despacio, mi buen Sultán. Tienes la eternidad por delante. Hala, hala, ¿qué ibas a decir del negro? Continúa. Te escucho. No eras antes tan buen oyente, mi estimado Supremo. Tampoco tú eras muy conversador en tu vida de perro. Lo mandaste fusilar el mismo año en que celebrabas tus bodas de plata con la Dictadura Perpetua. Corrió ese año sebo caliente como nunca. ¿Te acuerdas, Supremo, del velón? Velo ahí. Tus perráulicos lo mandaron fabricar de cincuenta varas de altor por tres de grosor en la base. Diez mil quintales de sebo ardiendo fueron derramados sobre el esqueleto del envarillado. Encendieron el pábilo que estaba calculado para durar por lo menos otro cuarto de siglo con la llama prendida dentro de su nicho de mica. Lo levantaron por la noche en la plaza de la República. Víspera de aquella Navidad. Tú no sabías nada. Sorpresa absoluta. Únicamente te sorprendió esa luz que brillaba después del toque de queda en un sitio donde no la habías visto nunca ni ordenado que estuviera. Enfocaste el telescopio desde la ventana. ¡ La Estrella del Norte!, te oí murmurar. Toda la noche pasaste contemplándola. Gañido bajito de perro viudo. Mil suspiros. Un solo suspiro cortado por mil contrasuspiros. De modo que eran mil y también uno solo. Me obligaste a suspirar y gañir a tu lado, aplastándome la pata con el taco ferrado del zapato. Mientras tú suspirabas y gañías a lo perro yo me reía a lo hombre de tu ridicula pena-persona. Cuando el alba asomó te llevé a la cama casi a rastras. Te encerré en tu camaranchón. Monté guardia a la puerta.

Atraído por el alboroto de la plaza descubriste el velón algunas horas después. Desprendido de la armazón de takuara, bajo los ardores del sol está ya completamente doblado hacia tierra, chorreando sebo y humo por la punta. ¡Gritos y risas, vivas y hurras a El Supremo! La multitud se enardece. Retoza en torno al inmenso candil, que ha querido humillar mansamente la cabeza hasta la multitud en la nunca vista celebración. Las mujeres se revuelcan frenéticas en el polvo rojo de la plaza. Las más audaces bacantes-vacantes se abalanzan contra la reblandecida punta. Erizados los cabellos. Túnicas en jirones. Ojos desorbitados. Arañan pedazos de sebo caliente. Cogen en el cuenco de las manos las gotas ardiendo. Se refriegan plastos de sebo contra el vientre, los pechos, las bocas. Salen aullando enloquecidas:

Oe… oé… yekó raka'é

ñande Karaí-Guasú o nac é vaekué… 1

Te diste a todos los diablos. Lo que para ellos era la Fiesta de las Fiestas, para ti fue la más siniestra burla de las burlas. Mandaste despejar la plaza a bayoneta calada. Tres veces tuvieron que cargar tus granaderos en formación de combate. Los perráulicos temblaban.

Ese día mandaste fusilar al negro Pilar. Fui a lamer las heridas que le habían abierto las balas en el pecho. Hacia la hora nona, con voz de muerto el negro me dijo riéndose un poco: ¡Tanta vela al santo-pedo! ¿No, Sultán? A la india Olegaria la dejé preñada. Cuando haya parido el hijo decile que yo le hago decir que le ponga mi mismo nombre. Y al viejo de mierda ése, que no tiene nombre, decile que yo le hago decir que no sepa por dónde anda ni tenga qué decir, que se le haga noche por dentro y se duerma de una vez sin que sepa jamás que se ha muerto. Eso fue lo que dijo el negro Pilar. Su postumo deseo. ¿Por qué no escribes estas cosasciertas entre tantas mentiras que tu mano toma en préstamo a otras mentiras creyendo que son tus verdades?

Sabes que no lo mandé matar por pura sevicia, Sultán, sino por los hechos que hizo. Lo mandé al infierno por su ladronicidio, por su traición. ¿A qué infierno? ¿Al de tu negra conciencia? ¿A tu Infierno Supremo? ¡No me faltes el respeto! ¡Mándame fusilar a mí también, maldito viejo muerto de supremidad! ¡Estoy harto de ti! Fíname antes de que tu mano no pueda mover más esa pluma. Ahora que somos finados podemos entendernos. No, Sultán, todo esto exige una comprensión que, vivo o muerto, no cabe en tu entendimiento. ¡Bah, Supremo! ¡No sabes aún qué alegría, qué alivio sentirás bajo tierra! La alucinación en que yaces te hace tragar los últimos sorbos de ese amargo elixir que llamas vida, mientras vas cavando tu propia fosa en el cementerio de la letra escrita. El propio Salomón dice: El hombre que se aparta del camino de la comprensión permanecerá, aunque esté vivo, en la congregación de los muertos. Estás iniciado a medias; como en ella yo soy más antiguo, tú el novicio me debes respeto, Supremo. Sabiduría añade dolor, ya lo sabemos. Pero hay un dolor que vuelve a ser locura, y esto no se halla escrito en ninguna parte. No te quedes absorto contemplando demasiado ese fuego que tu incipiente ceguera verbal cree ver arder en los Libros. Si existe no está en ellos. No haría sino incinerarlos. Te achicharraría. En esta ocasión he vuelto a tu maloliente perrera sólo por acompañarte un instante; al cabo siento por ti la piedad de los muertos por los vivos. No trates de entenderme. Podrías volverte dichoso de pronto. ¿Sabes lo terrible que es ser dichoso en este mundo?

En la obcecación de tu Poder Absoluto por el que crees dominarlo todo, no has adquirido ni siquiera un real de la sabiduría del rey Salomón, el no-cristiano. Dormía con sus concubinas guardando bajo su almohada el cuchillo del Eclesiastés. A veces sacaba sin un roce el acero forjado-en-dolor mientras ellas dormían. Les cortaba sus cabelleras fabricándose hermosas barbas rojas, doradas, negrísimas, onduladas, crespas, motosas, que le llegaban hasta el ombligo. Con una sonrisa les cortaba los senos de un tajo; tan suave, que las durmientes debían de sentirse aún acariciadas en sueños. Les vaciaba los ojos en un pestañeo. ¡Nada hay más hermoso que contemplar en la palma de la mano un par de ojos colmados de sueño! El cordón umbilical del nervio óptico colgando entre los dedos. Fosforecen un rato las pupilas en la obscuridad. Brillo sulfúreo de amor-odio. Luego se esconden del lado obscuro de la tierra. Son cosas que no están en los Cantares.

1 Oé… oé… hace mucho tiempo nuestro Gran Señor dicen que nació.


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