Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Apéndice

1. Los restos de EL SUPREMO

El 31 de enero de 1961, una circular oficial convocó a los historiadores nacionales a un cónclave con el fin de «iniciar las gestiones tendientes a recuperar los restos mortales del Supremo Dictador y restituir al patrimonio nacional esas sagradas reliquias». La convocatoria se hizo extensiva a la ciudadanía exhortándola a colaborar en la patriótica Cruzada de reconquistar tanto el sepulcro del Fundador de la República como sus restos, desaparecidos, aventados por anónimos profanadores, los enemigos del Perpetuo Dictador.

Los ecos de la convocatoria llegan a los más apartados confines del país. Al igual que en otros momentos cruciales de la vida nacional la ciudadanía toda se pone de pie como un solo hombre y responde a una sola voz.

La única disonancia en esta afirmación plebiscitaria es ¡oh sorpresa! la de los especialistas, cronistas y folletinistas de la historia paraguaya. Una repentina e inesperada incertidumbre parece ensombrecer la conciencia historiográfica nacional acerca de cuál puede ser el único y auténtico cráneo de El Supremo . Las opiniones se dividen; los historiadores se contradicen, discuten, disputan ardorosa, vocingleramente. Es que -como cumpliéndose otra de las predicciones de El Supremo - esta iniciativa de unión nacional se convierte en terreno donde apunta el brote de una diminuta guerra civil, afortunadamente incruenta, puesto que se trata sólo de un enfrentamiento «papelario».

He aquí, en apretadas síntesis, algunas de las deposiciones de los historiadores nacionales más notorios sobre el tema (consignadas por orden de presentación):

De Benigno Riquelme García (23 de febrero de 1961)

«Cábeme manifestar a V. E. que, personalmente, y por las informaciones que son de mi conocimiento, soy de parecer de que existen razones valederas para admitir la presunción de que, tanto los restos (existentes en el Museo Histórico Nacional de Buenos Aires), como los existentes en nuestro Museo Godoi, han sido extraídos de una tumba que, indubitablemente, fue la del procer evocado.

»Lo que podría cuestionarse sería la ya anteriormente citada impugnación de autenticidad de los mismos, calificación que podría subsanarse o ratificarse, luego del peritaje neutral que me permito, muy respetuosamente, sugerir a V. E., y que podrían efectuar las siguientes enumeradas instituciones:

SMITHSONIAN INSTITUTION

United States National Museum

Washington, D. C.

DEPARTMENT OF ANTHROPOLOGY

Yale University

U.S.A.

PEABODY MUSEUM OF AMERICAN

ARCHAEOLOGY AND ETHNOLOGY

Harvard University

Cambridge, Massachusetts. U.SA.

cuya competencia e imparcialidad en la materia, quedaría fuera de toda sospecha. En punto a la necesaria cautela que el Gobierno de la Repúbli ca deba guardar en la iniciación de las pertinentes gestiones, por comprensibles razones que no es de oportunidad explicar, creo que la misma no debe rayar en una excesiva prevención, hasta el extremo de no hacer uso de un gesto cuya ejemplaridad no podrá ser retaceada, cualquiera sea el veredicto de los centros científicos que me he permitido proponer.» [Hay un informe adjunto que historia el destino de los restos existentes en el Museo Histórico Nacional de Buenos Aires y critica el estudio pericial del doctor Félix F. Outes sobre tales restos, recusando e invalidando irónicamente sus conclusiones.]

De Jesús Blanco Sánchez (14 de marzo de 1961)

«En primer término, he de decir a V. E. que me place sobremanera y me parece muy plausible la determinación del Superior Gobierno de honrar la memoria de nuestros proceres de la Independencia Nacional. Siendo así, y desde el momento que nuestro gobierno toma a su cargo esas gestiones, es fundamentalmente importante que ellas se realicen con absoluta seriedad y, sobre todo, se tomen cuantas medidas sean necesarias para evitar desagradables sorpresas, a las cuales no puede exponerse el Gobierno de la Nación.

»Bien sabe V. E. que si esos restos se encontraran en nuestro país no habría mayores problemas para el logro del feliz propósito perseguido, pues en última instancia siempre resalta el sentido simbólico que, por sobre todo, tienen estas cosas. Pero como esos restos deben traerse desde Buenos Aires, donde este procer de nuestra Independencia ha sido tan combatido, especialmente por una poderosa y empecinada corriente de opinión adversa tanto a su persona como, sobre todo, a su labor de Gobernante, este asunto, y por estas razones, se vuelve delicado y digno de ser estudiado minuciosa y objetivamente. En tal inteligencia, creo que la referida corriente de opinión tiene renovado auge en la Argentina en estos momentos, y por tal motivo debemos prevenir la posibilidad de que los restos existentes en el Museo Histórico de Buenos Aires no fuesen auténticos; en este supuesto, nos expondríamos, seguramente, a una campaña de propaganda aleve que trataría inclusive de dejarnos en ridículo.

»Nadie puede dudar de la autenticidad del documento [se refiere al que parecería probar la autenticidad de los restos]. Para mí no lo prueba fehacientemente, pues quien por mucho tiempo tuvo esas reliquias "en un cajón de fideos" y luego se las regaló a un extranjero, nos está diciendo elocuentemente que ellas no le merecieron jamás ningún interés, ni le despertaron sentido patriótico alguno.»

De Manuel Peña Villamil(24 de marzo de 1961)

«Para informar a V. E., ceñido a un estricto criterio de investigación científica, se hace necesario responder a dos interrogantes que, aunque conexos, responden a planteamientos distintos. Primero, ¿pueden verosímilmente haber pertenecido al Dictador Perpetuo los restos existentes en el Museo Histórico Nacional de Buenos Aires? Segundo, ¿autoriza el estado actual de las investigaciones históricas sobre la materia al Superior Gobierno a iniciar gestiones oficiales para la devolución de esos restos mortales?

«Contestando al primer planteo manifiesto que no estoy en condiciones de afirmar o negar con autoridad que esos despojos sean auténticos. Previo a toda respuesta se hace necesario un examen de los procedimientos seguidos por el señor Loizaga para la exhumación de los restos del antiguo templo de la Encarnación. Existe sobre el particular la versión del propio señor Loizaga en carta enviada al historiador argentino, doctor Estanislao Zeballos. El historiador paraguayo Ricardo Lafuente Machaín, en un folleto titulado Muerte y Exhumación de los restos del Dictador Perpetuo del Paraguay, la recoge sin mayores variantes y sin aportar nueva investigación. Se cita como testigos presenciales del hecho al padre Becchi y al señor Juan Silvano Godoi. Este último retiró en aquella oportunidad otro cráneo de la misma sepultura, que se conserva en el museo de Asunción que lleva su nombre.

»Las observaciones que nos sugiere el modo como procedió el señor Loizaga para dicha exhumación son las siguientes: a) No obró guiado por un serio e imparcial espíritu de investigación histórica sino impulsado por la pasión política; b) No se apoyó en ningún examen pericial idóneo que descartara la posibilidad de un error acerca de los restos que exhumaba.» [Siguen otras consideraciones en que cuestiona la autenticidad apoyada en un informe del médico paraguayo doctor Pedro Peña, publicada en el diario La Prensa, Asunción, l.°-II-1898, y en el famoso estudio frenológico del médico argentino doctor Félix E Outes, 1925, pieza clave de esta disputa musearia, publicado en el Boletín del Instituto de Investigaciones Históricas, Fac. Filosofía y Letras de Buenos Aires (tomo IV, pp. 1 y siguientes).]

De Julio César Chaves (28 de marzo de 1961)

«A mediados de 1841 se agitó el ambiente político paraguayo abriéndose una encendida polémica sobre la vida y la obra de El Supremo. Circularon panfletos y pasquines, corrieron prosas y versos. Movilizáronse entusiastamente sus enemigos y sus partidarios. Afirmaban los primeros que el Supremo no era digno de descansar en una iglesia y anunciaban públicamente que iban a apoderarse de sus restos para arrojarlos a un muladar. Es conveniente recordar que poco tiempo después apareció una mañana en la puerta del templo un cartel que se decía enviado por él, desde el infierno, suplicando se lo removiese de aquel lugar santo para alivio de sus pecados. Varias de las familias sañudamente perseguidas por el Supremo, entre ellas la de Machaín, no ocultaban por otra parte su proyecto de tomar venganza en sus restos. Los partidarios, a su vez, no permanecían inactivos. Realizaban constantes demostraciones populares llegando en manifestación hasta el sepulcro de su adalid. La tensión fue creciendo a lo largo del año 1841 y parece que llegó a su punto culminante el 20 de setiembre, día en que se cumplió el primer aniversario de la muerte del Supremo Dictador. Las pasiones desatadas amenazaban desatar la guerra civil; fue caldeándose el ambiente hasta poner en riesgo la paz de la nación, tan necesaria para afrontar y resolver graves problemas internacionales, económicos y sociales. Fue entonces cuando los Cónsules se decidieron a actuar con energía; mandaron hacer desaparecer el mausoleo que guardaba los restos y enterrar éstos "no se sabe dónde". Según la versión de Alfred Demersay (Le Docteur Francia, Dictateur du Paraguay, 1856): "Él fue inhumado en la iglesia de la Encarnación y una columna de granito señalaba su última morada a la veneración y al culto de sus numerosos partidarios. Se dijo que poco tiempo después del aniversario de ese día de duelo, el mausoleo desapareció y se difundió el rumor de que los restos del muy famoso Doctor habían sido transportados al cementerio de la iglesia. Una parte de esta novela era verdadera, pero el gobierno consular, autor misterioso de esta medida inspirada por la política, rechazaba toda idea de una profanación inútil. El Supremo reposa ahora en el lugar que la piedad de esos hombres le ha elegido, pero su tumba no ha cesado de dar sombra a sus sucesores".

»Thomas Jefferson Page, comandante del buque norteamericano Water Witch, que arribó al Paraguay en misión de exploración y estudios, dice al respecto: "Los templos están tenidos en buena condición, pero uno fue, evidentemente, menos frecuentado que los otros. El buen pueblo raramente alude a esto, porque un medroso misterio ultrapasa sus sagrados límites. Una serena mañana el templo fue abierto para la plegaria según costumbre: el monumento había sido desparramado y los huesos del tirano habían desaparecido para siempre. Nadie supo cómo, nadie preguntó dónde. Solamente se susurró que el diablo había reclamado lo suyo: cuerpo y alma". (La Plata, The Argentina Confederation and Paraguay, London, 1859.)

87
{"b":"88040","o":1}