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»¿Los restos donados por el Dr. Estanislao S. Zeballos al Museo Histórico Nacional de Buenos Aires pueden ser atribuidos al Dictador Perpetuo del Paraguay? Esos restos estuvieron durante largos años en exhibición en el citado museo; en la actualidad se encuentran en los sótanos de la institución, entre los objetos sin valor.

»Sólo conocemos dos opiniones, las dos valiosas y las dos negativas [se refiere a los estudios ya mencionados]. Outes, un eminente hombre de ciencia, llevado por su curiosidad de investigador, hizo el examen de los supuestos restos. Tras de examinarlos, afirmó: "En primer término, la calota craneana, por su carácter morfológico y particularidades anatómicas, pertenece a un individuo de sexo femenino, a lo sumo de 40 años, y que con mucha probabilidad, no era un europeo, sensu lato. Entre la calota y la careta facial, no existe vinculación alguna. Prescindiendo de los caracteres que ofrece esta última, resultaría vano todo esfuerzo de reconstrucción valiéndose de ambas piezas, pues en las dos existe exceso de frontal. Ello demuestra, prima facie, que corresponde a dos individuos.

La mandíbula, por último, es la de un niño que, al morir, conservaba la totalidad de su dentadura de leche".

»Sus conclusiones son por tanto las siguientes: Primera: La calota perteneció a una mujer, a lo sumo de 40 años, y que no era europea; era negra o india. Segunda: La careta facial era de un adulto, no de un senil. Tercera: La mandíbula perteneció a un niño menor de seis años.»

2. Migración de los restos de EL SUPREMO

De R. Antonio Ramos (6 de abril de 1961)

«Francisco Wisner de Morgenstern, que escribió un libro sobre El Supremo Dictador por encargo del Mariscal Francisco Solano López, anota lo siguiente: "A los pocos meses de la muerte del Dictador el sacristán de la iglesia se sorprendió al encontrar una mañana abierto el sepulcro donde fuera sepultado. No se ha podido saber quiénes fueron los autores de tal hecho; sin embargo, éstos habían dejado un rastro que se perdía en la orilla del río Paraguay, adonde se supone con bastante fundamento que fueron arrojados al agua, pues en dicha orilla se encontraron vestigios que así lo comprobaron. Corrían al respecto en la Asunción en aquella época varias versiones: una de ellas, de que fueron mandados sacar los restos del Dictador con hombres pagados por la familia M…, para ser hundidos en el río, en venganza de los fusilamientos de miembros de la misma familia, ordenados por el Dictador después de ser descubierta la última conspiración Yegros; otra versión era que una familia hizo extraer los restos del sepulcro para quemarlos y arrojar sus cenizas al viento; y finalmente, que otra familia, de común acuerdo con un sacerdote, los sacaron para ocultarlos en otro lugar".» [Comentario del compilador : Según la versión de Wisner, que basándose en susurros hace desaparecer los restos de El Supremo en el agua, en el fuego, en el aire o en la tierra, nos encontraríamos pues con que la migración de sus despojos profanados por el odio o la venganza, no se produjo.]

Sigamos, no obstante, con la deposición del Dr. Ramos: «Wisner de Morgenstern da sin embargo otra versión vinculada con el testimonio que veremos a continuación. Carlos Loizaga, que formó parte del triunvirato creado en Asunción en 1869 y que negoció con el Barón de Cotegipe el tratado de paz con el Brasil [se refiere al gobierno títere puesto por las fuerzas de ocupación de la Guerra del 70, un año antes de que ésta finalizara], expresa en una carta dirigida al Dr. Estanislao Zeballos que él [el ex triunviro Loizaga], acompañado del padre Vecchi, cura de la Encarnación, exhumó "los restos del tirano". Esas reliquias -agrega- estaban antes en un sarcófago al lado del Altar Mayor de aquella iglesia y el cura D. Juan Gregorio Urbieta, después Obispo, los sacó una noche, en tiempos de D. Carlos Antonio López, y los sepultó en la contrasacristía, en 1841.

»En la carta aludida de Carlos Loizaga, éste afirma que en la exhumación de los "restos del Tirano" le acompañó el padre Vecchi. Pero Ricardo de Lamente Machaín afirma también que en la tarea estuvo además presente Juan Silvano Godoy. "No obstante la reserva observada respecto al proyecto -expresa- el doctor Juan Silvano Godoy, secretario del Superior Tribunal de Justicia, lo supo, y a pesar de no ser invitado, decidió asistir. La noche designada aguardó la llegada del señor de Loizaga, oculto tras un pilar del templo. De allí se desprendió envuelto en su capa y un inmenso chambergo, tal un inmenso murciélago en forma humana. Debido a la sorpresa que le produjo tal aparición, dados el sitio, las circunstancias y las intenciones, o acaso pareciéndole éstas irreprochables, pasado el susto, el señor de Loizaga accedió sin dificultad a que el funcionario Godoy se agregara a él y a los peones y comenzaran a realizar el trabajo. Levantada la lápida y removida la tierra de los azadones, comenzaron a aparecer restos humanos. Se supuso que los del Supremo Dictador debían ser los de más arriba. El señor de Loizaga los mandó recoger y colocar dentro de un cajoncito de fideos llevado expresamente al efecto. Pero entre la tierra y los cascotes apareció otro cráneo que el señor Godoy se bajó a recoger y lo llevó bajo su capa. Dicen que el ex triunviro, señor de Loizaga, lo miró alejarse vacilando un instante en la duda de cuál de los dos cráneos sería el auténtico. Se afirmó sin embargo en la certeza de que los restos recogidos por él en el cajón de fideos eran los de El Supremo, y lo mandó colocar en un altillo de su casa, a la espera del destino que re-solviera dar a su contenido".» [El señor Godoy guardó el cráneo que recogiera aquella noche en su museo particular, digno de un varón del Renacimiento; de suerte que la historia misma de tales restos ha quedado ahorquetada dubitativamente en la encrucijada del cráneo bicéfalo del tirano, comentan otros escoliadores.]

Retoma la palabra el Dr. Ramos: «Veamos ahora dónde fue a parar el cráneo recogido por Loizaga. Estando en Asunción en 1876, el Dr. Honorio Leguizamón, como médico de la cañonera argentina Paraná, supo que "los restos del Dictador Perpetuo estaban en poder de Carlos Loizaga". La noticia le llegó por intermedio de la familia de éste. Leguizamón procuró "ver y examinar los preciosos despojos". Loizaga se resistió en un principio, pero después accedió a los deseos del médico argentino [que lo había atendido de una grave enfermedad, curándolo]. El propio Dr. Leguizamón hace el siguiente relato: "Dentro de un cajón de fideos me fueron presentados los restos. Grande fue mi desencanto al encontrarme sólo con una masa informe de huesos fragmentados a martillazos. Conocido el temperamento de mi paciente así como su viejo odio contra el Dictador no me fue difícil aventurar la hipótesis acerca del motivo de esos martillazos. Del cráneo, sólo la parte superior estaba bien conservada. De los vestidos únicamente encontré la suela de un zapato que correspondía a un pie muy pequeño; probablemente de una criatura de corta edad. Conseguí del señor Loizaga, a quien condoné mis honorarios, me permitiera traer el cráneo de quien fuera El Supremo del Paraguay". «Posteriormente -concluye el Dr. Ramos- Leguizamón donó esa parte sana del cráneo al Dr. Estanislao Zeballos, quien a su vez lo donó al Museo Histórico Nacional de Buenos Aires. Según los últimos informes, el cráneo ha dejado de exhibirse al público como se hacía en épocas anteriores. Por las breves consideraciones que anteceden, que no pretenden haber agotado el tema, no puede afirmarse que el cráneo conservado en el Museo Histórico Nacional de Buenos Aires, sea el del Supremo Dictador. No existe certeza para una afirmación semejante.»

De Marco Antonio Laconich (21 de abril de 1961)

«Después de la caída de Asunción en poder de la Triple Alianza, los legionarios [paraguayos] sentaron sus plantas en la capital saqueada y cautivada. Y se pusieron a remover como frenéticos lovisones [sic] la tierra sagrada de los muertos, para poder saciar en los restos de El Supremo sus odios de medio siglo. En 1870 Loizaga formaba parte del Triunvirato constituido en Asunción por los aliados, como gobierno "paraguayo" provisorio. Loizaga era un primate de la Legión. No ponemos en duda, por un instante, que fuese autor de la profanación funeraria, de la que parece ufanarse en su contestación al Dr. Zeballos. Por lo demás, se encontraba en situación privilegiada para acometerla con la mayor impunidad; pero si creyó encontrar el sepulcro del Dictador, y murió con esa creencia, sus ansias resultaron fallidas. Todo hace suponer que Loizaga metió las manos en alguna fosa común y de allí extrajo, en la oscuridad de la noche, los restos humanos que tuvo guardados en su casa, por mucho tiempo, en un cajón de fideos. Decimos fosa común, por los resultados del análisis de algunos de esos huesos, practicado por el Dr. Outes; huesos llevados por el Dr. H. Leguizamón.

»Vaya uno a saber si por una ironía del destino, con que el Señor se complace a veces en reprimir los rencores humanos, algunos de aquellos huesos que Loizaga tenía guardados en un cajón de fideos no fuesen los de algún pariente suyo muy querido… ¡Porque el Dictador, supongo, moriría sin sus dientes de leche!

»"E1 resto del esqueleto -dice Loizaga- fue llevado por mí a un cementerio abierto." Siempre la falta de testigos en las andanzas de este sepulturero solitario. Si el resto del esqueleto era como el cráneo reconstruido, cabe el derecho de suponer que se compondría, por ejemplo, de cinco canillas [fémures], tres columnas vertebrales, cincuenta costillas, etc.; de lo que resultaría que el Dictador era un fenómeno esquelético extraordinario.

»De todas maneras, no deja de ser curioso, en verdad, que Loizaga y Godoy se retirasen del templo, envueltos en las sombras de la noche, con dos cráneos del Dictador, como si éste hubiese sido bicéfalo. Cada uno estaba convencido de llevar un auténtico cráneo de El Supremo.»

[Nota del compilador: Loizaga, según revelación de una vieja esclava de la familia, tenía guardada en la misma alacena una urna con las cenizas de su abuela materna. Esta informante, en pleno uso de sus facultades mentales, a pesar de su edad más que centenaria, me refirió que una noche, por equivocación, preparó con esas cenizas la sopa que sirvió en la comida. La esclava, hoy liberta, me confió también que, en vista de que sus amos no se percataron de la equivocación, volvió a llenar la urna funeraria con arena del patio, de modo que no se descubriese su grave falta. Rogóme con muchos encarecimientos que no la delatara ni pusiera «en papel debalde estas zonceras». Como el descuido de la esclava configuraba una acción delictiva mucho más leve que la profanación y robo de los restos de El Supremo, cometidos por Loizaga, no sólo no incurro en infidencia sino, por el contrario, considero un deber de justicia dar a publicidad la relación de la ex esclava del ex triunviro.]

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