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Debido a barrumbadas como la tuya, esos salvajes enemigos andan con sus frivolas habladurías. Reputan a los paraguayos por gente simple, poco patriota, y así fácil de ser embaucada, alucinada con cualquier cosa, hasta con el brillo de espejuelos, tal como hacían los españoles para embaucar y alucinar a los indios.

No hablarían esos mierdas si el Supremo Dictador del Paraguay tuviera un militar digno de su mando y del honor de la Re pública. Un militar, no un asno, instruido en el arte de hacer la guerra. Capaz de ir en calidad de general aunque no fuese más que sargento, a lo sumo capitán, para arrasar Corrientes y la Bajada, en pago y castigo de sus ladronicidios, depredaciones y burlas.

La buena tropa, pero sobre todo los buenos jefes, tienen otro espíritu, otra energía, otra resolución. El fuego de la patria les arde en la sangre, les impide mostrar la espalda al enemigo, azolvar sus armas. En cada jefe, en cada soldado viaja la patria entera. Viendo que los enemigos insultan, les caen sobre ellos al unísono y los hacen polvo. Pero los soldados al mando de militares timoratos tienen la sangre helada. Todo lo miran con indiferencia. Si a los jefes nada les importa, qué puede importarle a la tropa.

Por tu culpa, mi estimado comandante es-capado, me he visto obligado a cerrar el campamento del Salto, no fuera que también por ahí anduviésemos a salto de mata con gente tan cumplida para la fuga. He puesto candado a las tranqueras de San Miguel y Loreto en previsión de otros desastres.

Por ahora no te mando fusilar a condición de que en adelante no retrocedas ni un palmo en las escaramuzas con el enemigo. Quedas obligado a marchar siempre al frente de tus tropas en los combates y asaltos. Ya no habrá retiradas bajo ningún pretexto. Y en prevención de que cometas nuevas barrumbadas, te ordeno leer a las tropas durante tres días, al toque de diana y retreta, el Bando Supremo adjunto en que autorizo y ordeno a los sargentos de compañía, a los cabos y hasta al último soldado, a que te disparen una perdigonada por la espalda al menor intento de volver a mostrarla al enemigo. Te brindo generosamente esta conmutación y dejo en tus manos, mejor dicho en tus pies, la iniciativa de ser fusilado en combate por tu propia decisión. Tú en persona debes leer el Bando.

Una buena milicia es la única capaz de remediar estos males. No vamos a perpetuar castas militares. No quiero parásitos acuadrillados que sólo sirven a los fines de atacar/conquistar al vecino; encadenar/esclavizar a los propios ciudadanos en su conjunto.

Quiero que sean ciudadanos-soldados íntegros aunque carezcan de instrucción militar completa, si bien la reciben con las primeras letras desde la escuela primaria. Atacados por el enemigo, todos nuestros ciudadanos se convertirán automáticamente en soldados. No hay uno solo que no prefiera la muerte a ver su Patria invadida, su Gobierno en peligro.

Los ciudadanos pueden ser excelentes soldados en un mes. Los soldados llamados regulares no pierden sus vicios en cien años.

Los funcionarios, categoría en la que se debe incluir a las dos clases superiores del Estado, una en su condición de magistrados, la otra como ayudantes o ejecutores armados de las decisiones de aquéllos, han de recibir una formación rigurosa que les permita a los unos defender la Nación contra sus enemigos; a los otros, administrar justicia en favor del pueblo; terminar con las injusticias que continúan existiendo aún después de nuestra Revolución.

Los militares, los magistrados deben evitar con el mayor de los cuidados que su diestra mano aparte riquezas mientras la siniestra sujeta las riendas del mando destruyendo el fundamento igualitario de la sociedad.

Por ello les he prescripto una forma de vida de total austeridad; la que yo mismo me he impuesto. Ni ustedes ni yo podemos poseer bienes de ninguna naturaleza. Celibato perpetuo para no de jar viudas les mando. Nos está vedado constituir nuestra propia familia, pues nos llevaría a favoritismos injustos. Guerreros, magistrados, ayudantes, especie de santos armados, sin bienes propios ni vida familiar, están obligados a defender los ajenos con desprecio de toda otra mira. Quiero que esto quede bien claro. Relean mis órdenes. Apréndanlas de memoria. No quiero que lo puesto sea estorbado por lo supuesto. Quiero que la letra les entre no con sangre sino por entendimiento.

Pido, exijo a todos ustedes el control estricto de los bienes, de los fondos públicos, de los gastos. Estrictísima vigilancia para evitar ladronicidios, cobros indebidos, coimas, exacciones, cohechos, sobornos. Bochornos en los que algunos de ustedes parecen ser más duchos que en aplicar arregladamente los reglamentos. Sobre este punto de la piratería de los funcionarios volveré más adelante. Voy a apretar las clavijas afinando la cuerda al tono justo alrededor del cuello de cada uno. Tacha el párrafo. Luego de sobornos, escribe: El saneamiento de la administración es indispensable para la ejecución del plan de salvación pública que hemos de realizar en mancomunado esfuerzo.

La República es el conjunto, reunión, confederación de todos los miles de ciudadanos que la componen. Se entiende de los patriotas. Los que no lo son, no deben figurar ni considerarse en ella; a no ser como la moneda falsa que se mezcla con la buena, conforme lo han aprendido en el Catecismo Patrio.

Tenemos el Estado más barato del mundo, la Nación más rica de la tierra por sus riquezas naturales. Tras los muchos, incontables años durante los cuales hemos disfrutado de la mayor paz, tranquilidad, bienestar que jamás se conocieron antes en este Continente, debemos esforzarnos ahora en defensa de este inconmensurable bien.

Al estado de paz perpetua sucederá el estado de guerra permanente. No atacaremos a nadie. No toleraremos que nadie nos ataque. El Paraguay será invencible mientras se mantenga cerrado compactadamente sobre el núcleo de su propia fuerza. Mas, en saliéndose de este núcleo, su poder decrecerá en razón inversamente proporcional al cuadrado de la distancia en que se dispersen sus fuerzas. He aquí la ley de gravitación ejerciéndose en forma horizontal. Newton no ve todos los días caer la manzana. Tacha manzana. Pon naranja. Tampoco sirve. Tacha todo el párrafo. ¿Quién lo conoce aquí a Newton?

Con vistas a reorganizar los padrones poblacionarios deben levantar de inmediato un completísimo censo de todos los habitantes, inclusive indígenas, que se hallan radicados en la jurisdicción a cargo de cada uno de ustedes sobre los veinte Departamentos de la República, a fin de actualizar el registro de nuestra población. Este censo ha de especificar en los formularios detallados al efecto, cantidad de adultos, edad, sexo, ocupaciones, aptitudes de cada hombre o mujer; antecedentes familiares, políticos, policíacos, el que los tuviere, principalmente de los jefes de familia; referencias a su afección y desafección a la Causa de nuestra Independencia. Número de hijos, desde los recién nacidos a los que están por entrar en edad militar. Situación de los niños que reciben instrucción. Enviarán listas de los muchachos de las escuelas con expresión de los que ya andan escribiendo. Con respecto a los más adelantados, se les requerirá respuesta en forma de una composición escolar a la pregunta de cómo consideran estos niños al Supremo Gobierno. Tienen amplia libertad de expresión. El Gobierno destacará inspectores a cada una de estas escuelas a objeto de verificar con adecuadas pruebas el progreso de los alumnos, promedios de asistencia, aprovechamiento, saber, aplicación, así como las causas que impiden su rendimiento o provocan el ausentismo y la repitencia en los grados. Nunca como hoy es necesario hacer entera verdad del dicho: En el Paraguay no hay ningún ciudadano que no sepa leer ni escribir, y lo que es su consecuencia: Expresarse con propiedad.

Reflexionen pausadamente sobre estos puntos que constituyen el basamento de nuestra República. Focos de proyección de su progreso en el porvenir. Quiero jefes, delegados, administradores, aptos en sus diversas funciones. Quiero pundonor, austeridad, valor, honradez en cada uno de ustedes. Quiero máculos patriotas sin mácula.

Anoten cualquier duda, opinión, sugerencia, que estimen conveniente formular acerca de los principales asuntos tratados en esta Circular. Tengo pensado realizar dentro de poco un cónclave, que es como decir un Congreso de jefes, funcionarios, empleados del más alto al más bajo rango, a fin de fortalecer, uniformar, entre todos, la futura política del Supremo Gobierno.

Cada uno de ustedes debe preparar una rendición de cuentas de toda su actuación en los diversos cargos a que han sido destinados desde su ingreso en la administración pública. Rendición de cuentas que será estudiada por el Supremo Gobierno antes del Cónclave. Sus informes, que suelen ser bastante deformes, esta vez han de ser conformes a los formularios que se les hará llegar con el próximo chasque. Tales fojas de servicio, juntamente con el censo de la población, así como el censo educacional, que he ordenado, deberán ser enviados dentro de un mes, es decir, a fines de setiembre del presente año, a más tardar.

El propósito de esta rendición de cuentas no se fraterniza desde luego con el despropósito de relevarlos a ustedes por las faltas que pudieran haber cometido en el pasado. Condenarlos por haber incurrido en torpezas, no sería sino otra torpeza más. Lo ya hecho para bien está bien. Lo hecho para mal procuremos hacerlo bien en el futuro. Mi idea es conducir a cada uno de ustedes de modo que lleguen a ser grandes jefes, funcionarios irreprochables de la República. Por ello quiero que sus partes, sus oficios, sus relatónos vayan saliendo ajustados a la realidad de los hechos. No se dejen llevar por las riberas de su imaginación. No me obliguen a ir pelando sus papeladas bulbosas llenas de cascaras amargácidas. No me hagan morder la cebolla. Quiero que tomen mis advertencias no tanto como del Jefe Supremo, sino más bien del amigo que no sólo los estima sino que los ama. Tal vez mucho más de lo que ustedes mismos pueden sospechar.

El tiempo que vivimos bien puede resultar el postrero; por lo tanto, adecuado para enmendarnos a reculones. Por disconveniencias mejor que por conveniencias personales. Estando poco adoctrinado por los buenos ejemplos, que no han abundado nunca en nuestro propio país, me sirvo de los malos ejemplos cuya lección al revés es ordinaria pero extraordinaria para dar buenos ejemplos del derecho.

Costumbre de nuestra justicia es ejecutar a los culpables en advertencia de los demás. A fin de que el mal ejemplo no cunda, se corrige no al que se ahorca sino a los demás por el ahorcado. Siem pre se muere en otro. No les vaya a ocurrir que ya estén muertos y no lo noten o se hayan olvidado de que lo están. La mentira no me engaña. Siempre doy con ella aunque venga escondida entre las suelas de los zapatos. Supersticiones y cabalas no me tocan ni alucinan. A ustedes les consta mi templanza; más también mi inexorable rigor. Este rigor está puesto por entero al servicio de la Patria. Defenderlo a todo trance de sus enemigos sean éstos de dentro o de fuera.

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