– ¿Me permite que le cuente un chiste?
– Sí, claro.
– Verá, se lo diré tal como me lo refirieron, aunque no me quedó claro por qué la persona se rió en un momento dado.
– De acuerdo.
– Esta persona me contó que venía alguien…
– ¿Alguien que él vio?
– No, al parecer es una historia inventada.
– Entiendo.
– Sí, bien. Venía alguien por una gran avenida, conduciendo en sentido opuesto…
– Un peligro.
– Fue lo que comenté, pero él me pidió que esperara hasta el final.
– Curioso.
– Bien, este conductor imprudente enciende la radio de su automóvil y oye que un locutor, sumamente exaltado…
– … Alterado.
– … exacto, alerta sobre que, precisamente en esa avenida, venía un coche a contramano, entonces el conductor exclama uno no, son miles, y ahí la persona que me contó el chiste se rió mucho hasta que vio que lo miraba con sorpresa.
– Ajá.
– A lo cual comenzó a alegar que yo no había entendido el chiste.
– Una tontería, por supuesto.
– Es lo que sostuve, el relato era muy simple.
– ¿Y qué le dijo, entonces?
– Que yo no había entendido la gracia.
– ¿La gracia?
– Sí, la parte graciosa del chiste.
– ¿Cuál era?
– Supongo que ésa en la que se rió.
– ¿Podría repetirla?
– Cómo no… Uno no, son miles… Y ahí se rió.
– Ajá.
– Sí.
– Pues, a decir verdad, yo tampoco le encuentro la gracia.
– ¿Verdad que no?
– ¿Está seguro de que era esa cantidad, así, miles?
– Caramba.
– ¿No recuerda si le dijo uno no, son cuatrocientos cincuenta y nueve… o alguna otra cifra?
– Podemos confirmarlo, tengo su tarjeta. ¿Me permite que haga una llamada?
– Sí, claro… (espera).
– (Disca, espera, atienden.)… Buenas noches, mire, soy el señor Moc, la persona a la que esta tarde usted le contó un chiste y acá, con mi amigo el señor Poc, tenemos una duda… Ah, entiendo… Estaba durmiendo… Mire, en realidad es una pregunta muy simple, no necesita despertarse del todo. ¿Cuántos eran los que iban a contramano?… ¡Oh!
– ¿Qué pasó?
– (Cuelga.) Cortó la comunicación. ¿Lo habrá molestado la llamada?
– O la pregunta.
– ¿Le parece?
– No estaba seguro de la respuesta y eso lo puso violento, lo cual es una manera cobarde y poco social de pretender ocultar la ignorancia.
– Sin embargo esta tarde se mostró muy seguro del final, me lo repitió varias veces.
– Entonces vuelva a llamarlo y dígale que no se trata de que lo estemos examinando, sino sólo de confirmar nuestro dato.
– Buena idea, disculpe un momento.
– Sí, claro… (espera).
– (Disca, espera, atienden.)… Buenas noches, soy el señor Moc, quien le acaba de hablar hace un momento… Ah, me recuerda; mire, decíamos con mi amigo que no debe sentir que dudamos de la cifra… ¡Oh!
– ¿Nuevamente?
– Sí, cortó, y luego de unas expresiones poco corteses.
– No tiene idea y teme haber sido descubierto en una mentira.
– Pero era tan sólo un chiste, no lo voy a denunciar.
– Quizás eso es lo que tema.
– Tal vez está en su casa, nervioso, sin poder dormir.
– Moc, ¿no me dijo usted que estaba durmiendo?
– Tal vez recurrió a algún barbitúrico para poder conciliar el sueño.
– ¡Esas cosas pueden ser dañinas! ¡Llamémoslo inmediatamente!
– Sugiero que le hable usted.
– (Disca, espera, atienden.) ¡Deténgase! ¡No tome esas pastillas! ¡Puede poner en peligro su vida y acá mi amigo le da su palabra de que no hará ninguna denuncia…! ¡Oh!
– ¡Cortó!
– Sí.
– ¡O se le cayó el teléfono porque ya están haciendo efecto las pastillas!
– En su tarjeta está la dirección, ¡vayamos a salvarlo!
– Llevemos herramientas por si hay que romper una puerta o una ventana.
– ¡Bien pensado! ¡No perdamos tiempo!