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Ouroboros.

No pienses en eso. Pensemos en cómo salir de aquí, cómo hacer para…

Escuchó un chasquido distinto. Tuvo que abrir los ojos. Lamentó instantáneamente haberlo hecho.

fiesta

Susana se había despellejado el antebrazo izquierdo y ahora arrancaba la piel cercana al codo. Pero, clavado en el centro de la extremidad desollada, Rulfo atisbó un brillo singular. Un pequeño diamante.

Un diente.

o rose thou art sick o rose thou art sick sick sick sick sick sick sick sick

El mundo, de repente, se oscureció para él.

Fiesta.

Habría fiesta esa noche.

Era una habitación lujosamente amueblada. Un dormitorio. Estaba desnudo y aseado, de pie sobre una alfombra. No sabía cómo había llegado hasta allí: lo último que recordaba era aquella nauseabunda celda y… Pero pensó que lo ocurrido con Susana tenía que haber sido una horrible pesadilla. Había dejado de asombrarse de lo vívidos que parecían sus sueños en comparación con la realidad desde que se hallaba en aquella mansión.

En la cama, doblada cuidadosamente como un mantel de gala, reposaba una camisa blanca. Una pajarita negra dormía sobre ella como una inefable mariposa. En una percha, un traje de esmoquin. Estaba seguro de que deseaban que se vistiera con eso. Lo hizo. La ropa le sentaba a la perfección.

Cuando abrió la puerta, un oleaje de viejas melodías, conversaciones, carcajadas y pianos de cola llegó a sus oídos. Bajó las escaleras, y, conforme lo hacía, atisbó un teatro de sombras: cabezas de hombres y mujeres proyectadas por los candelabros. El salón era el mismo donde horas o días antes (no estaba seguro acerca del tiempo transcurrido) lo había recibido la mujer obesa. Ahora se hallaba atestado. Los señores llevaban esmoquin y las señoras vestido largo. Camareros de ambos sexos portaban bandejas. El ambiente era el de una recepción de lujo.

Terminó de bajar las escaleras y se incorporó a la muchedumbre. Distinguió al fondo una puerta de cristal de dos hojas que se abría a una noche reciente donde la luna comenzaba a incorporarse. Una noche poética. Tras la puerta había una terraza con balcón. Un hombre charlaba de espaldas con una mujer cuyo vertiginoso escote posterior convergía en la diminuta uve del cóccix. Cuando Rulfo se acercó, el hombre dio la vuelta y lo miró.

Era César.

– Estoy aquí ad honorem , querido alumno. No les pedí venir, claro, pero me incluyeron en la lista.

La explicación le pareció absurda, pero había decidido no sorprenderse por nada y aguardar los acontecimientos. De repente le apetecía fumar. También beber y comer algo. Vio una bandeja de sándwiches cortados en triángulos orbitando frente a él y cogió dos de una pasta que podía ser sobrasada. Luego resultó que no, pero estaba bueno de cualquier forma. César le procuró una copa de champán y él mismo engulló una bayonesa entera, sin morderla, de un solo bocado.

– Quería verte -dijo con fantasmagórica rapidez, como si la bayonesa hubiese desaparecido de su boca por un tragante ancho y oscuro-. Necesitamos hablar, Salomón, ¿no crees? Hacer un resumen de lo sucedido. Recapitular. Volver al principio. Todo esto merece una seria reflexión. ¿Damos un paseo?

Una vereda custodiada por buganvillas invitaba a conocer la oscuridad. Vestidos de esmoquin y con sendas copa de oro burbujeante en la mano, parecían dos empresarios celebrando el éxito de sus negocios.

– ¿Conoces el lugar? -César hizo un gesto ampuloso abarcando el jardín-. Es enorme. Yo he estado brujuleando por aquí y por allá. Incontables salones, rapsodomos… Los invitados acuden de todas partes del mundo. Cada uno ocupa su puesto dentro del grupo, pero me han dicho que hay posibilidades de ascenso…

– ¿Debo tomármelo como una oferta de trabajo? -inquirió Rulfo.

Por un instante César lo miró. Luego soltó una carcajada.

– ¡Oh, no, no, solo son detalles…! ¡Detalles…! -Recuperó una seriedad defectuosa, como si por dentro continuara riéndose-. Por cierto, ¿cómo está Susana?

A Rulfo le costó beber el sorbo de champán que en aquel momento se llevaba a los labios.

– Mal. Muy mal. ¿Acaso no lo sabes?

– ¿Saber…? Oh, solo sé lo que me han contado. -César apartó de una patada unos matorrales que estorbaban el paso. El lomo de su zapato soltó chispas de charol-. Sé que está encerrada en algún sitio, por tonta. Sé que no se encuentra en su mejor momento. Sé que no debió acudir a esa cita contigo. Eso es todo lo que sé. Pero, te lo digo ad pedem letterae , algunos tienen que pagar y otros pasar factura. No obstante, es posible que la perdonen. A fin de cuentas no es culpable de nada. Depende de nosotros. Toda palabra pronunciada es importante.

La frase trajo consigo el silencio. Continuaron avanzando más allá de los radios de sombra que convergían en la casa. Otros dos invitados (dos pecheras blancas y flotantes en la oscuridad) se cruzaron con ellos en dirección contraria, casi como si se tratara del reflejo de ambos en un espejo móvil.

– Ellas aún no han venido -comentó César-, pero vendrán. Siempre hacen acto de presencia al final.

– Creo que ya he tenido el gusto de conocer a algunas.

– Yo también. Son las más amables, te lo advierto. Las otras tienen peor humor. Pero es comprensible. Están algo nerviosas. Han sufrido muchos percances. A mí me han hecho un resumen y apenas podía creérmelo. Me alegro de no ser una de ellas, puedo asegurártelo. ¡Oh, ser una de ellas debe de ser terrible…! Ahora se enfrentan a una grave crisis. -Se acercó al oído de Rulfo. Su aliento era un aerosol de champán-. Sospechan traiciones… Líos de ese tipo, ya sabes.. No pueden fiarse de nadie… -Volvió a apartarse y le guiñó un ojo. Rulfo se preguntó qué quería dar a entender con aquel gesto-. Pero hay algo que podemos hacer tú y yo para aclarar las cosas. Cuando las cosas se aclaren, todos nos iremos a casa y lo celebraremos. O, si prefieres, nos quedamos y aceptamos «la oferta de trabajo», ad libitum … -Volvió a reír como si el recuerdo de aquella frase obrara en su cuerpo a modo de inevitables cosquillas-. Cabe pensar, incluso, que podríamos regresar a nuestras modestas vidas de antes. Incluyendo a Susana, claro. Todos saludables y alegres. Ellas nos dejarían. Pero necesitan un poco de colaboración por nuestra parte.

Recordar a Susana hacía que a Rulfo se le revolviese el estómago. Ahora empezaba a comprender que lo que había visto en la celda no había sido un sueño.

Ouroboros.

No pienses en eso.

– Yo he colaborado ya, dentro de mis modestas posibilidades -continuó César-. Les he hablado de todo lo que encontramos en casa de Rauschen, ese farsante, ese traidor, ese invertido… -Sus ojos chispeaban de alegría, incluso su tono era divertido, como si no estuviera insultando a Rauschen sino burlándose de él con epítetos cariñosos-. He puesto mi granito de arena. Ahora es tu turno. Entre todos, podremos mejorar la situación. De modo que, si te parece, vamos a recapitular. -Se detuvo y Rulfo lo imitó. Los setos a su alrededor eran como áreas de irrealidad, densos agujeros negros bonsáis, singularidades de jardinería-. Tuvisteis un sueño absurdo, fuisteis a esa casa guiados por él, encontrasteis la figura, y luego la chica la sustituyó por otra que ella misma había fabricado y te dio gato por liebre… ¿Fue así?

Rulfo asintió. Hablar de Raquel se le antojaba despreciable, pero de repente había comprendido que ellas ya conocían las respuestas. Intuyó que lo que pretendían con aquellas preguntas era probar su grado de colaboración .

– ¿Te pareció que la chica había cambiado de un día para otro? ¿La encontraste distinta ?

– Sí. La segunda vez que la vi me pareció diferente.

– ¿Más alta? ¿Más baja? ¿Más gorda?

– Su mirada. Era distinta. Y su actitud. Más… más decidida.

– Eso es importante -lo animó César-. ¿Y después?

Rulfo contó la muerte de Patricio y el deseo que ella tenía de huir.

– ¿Volvisteis a soñar con Lidia Garetti?

– No -probó a contestar, y le pareció que César (o quienquiera que fuese el que se ocultaba detrás de César) no advertía la mentira.

– ¿Viste a Raquel usar en algún momento la poesía?

– Nunca.

– ¿Sabes a lo que me refiero? A los versos de poder.

– Sé a lo que te refieres, pero ella parecía ignorarlo todo acerca de eso.

– Entonces, ¿cómo es que sabía tantas cosas sobre la figura?

– No lo sé. No he dicho que supiera nada sobre la figura.

De repente César abrió mucho los ojos. Parecían recién bruñidos: dos bolas de marfil pintado que a Rulfo le recordaron los ojos de la niña.

– Ni siquiera pienses en mentir -dijo con suavidad-. Oh, no, no, no. Eso sería un grave error, Salomón. Ellas leen en ti. Te descomponen en palabras y te leen. Cada uno de nosotros es un verso para ellas.

– ¿Y por qué no pueden averiguar lo que más les interesa? -preguntó Rulfo sosteniendo su mirada.

– Porque no son adivinas. Es decir, sí lo son, pero en cierto modesto sentido. Existen lagunas que no pueden llenar, trozos de silencio a los que no pueden acceder…

– No son tan poderosas como yo pensaba, entonces.

– Verás, querido, son más poderosas de lo que podrías imaginar, pero parten de un punto de vista completamente distinto del nuestro. La visión de ellas es lógica, la tuya es emocional. Tú sientes y ellas comprenden. Tú solo ves los ladrillos: ellas diseñan la casa y la habitan. El logos del universo les da la razón, porque el universo son palabras. Como un poema.

Un remoto estallido de risas que tuvo la misma cualidad que una sorpresa pirotécnica desvió por un segundo la atención de los dos hombres. Entre la alegre botánica de luces de la casa se removía un cúmulo de trajes de seda, cabellos densos y piernas desnudas. El campanilleo de una voz masculina lideraba las carcajadas.

– El logos del universo les da la razón -repitió Rulfo, sarcástico-. Lástima que no puedan encontrar una figurita de cera escondida.

– Ya te lo expliqué: existen islas de silencio… Además, bajo el logos , ¿sabes qué hay? Azar. Las palabras producen cosas, en efecto, pero no debido a su significado. Lo que verdaderamente importa es el orden azaroso. Como un juego de dominó entre jugadores ciegos: lo más probable es que la cadena de fichas no esté correctamente colocada, pero, aun así, formará una imagen. He ahí lo que nos preocupa… O sea, lo que les preocupa a ellas. Porque cualquier frase dicha al azar puede ser terrible. No se han pronunciado suficientes palabras en el mundo como para conocer todo lo que pueden producir las palabras. El esfuerzo por jerarquizar ha sido considerable, pero es imposible, ¡m-po-si-ble, controlarlo todo. No solo la sintaxis, también la fonética, la prosodia… -César reanudó la marcha mientras hablaba-. El mundo es una escarcha de versos, y ellas saben que cada paso puede costarles caer al vacío. ¿Pensabas, acaso, que eran verdugos? ¡Son víctimas…! ¡Víctimas, como tú o como yo…!

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