El comisario no respondió inmediatamente. Pasó un momento de silencio, contemplando con atención la muñeca y tocó un timbre. Al agente que apareció inmediatamente en la puerta le entregó la muñeca, diciéndole:
– Entregue esto en el laboratorio… Que la despedacen con cuidado, que miren su funcionamiento y \s. materia con que ha sido construida. Todo.
Al salir el agente, el comisario se volvió a Dener:
– Doctor Dener, yo querría pedirle a usted un favor…
– Usted dirá.
– Usted es hombre de ciencia, aunque no se dedique a la genética… Podría sernos de mucha utilidad si colaborase todavía con nosotros…
– No sé cómo.
– Interrogando hábilmente a alguno de sus compañeros de trabajo, al profesor Spiros, por ejemplo, que era además vecino de los Wiener. Naturalmente, ocultaremos aún lo que sabemos, ¿me comprende?… No conviene sembrar la alarma, sobre todo si no hay motivo para ello. Spiros no sabe nada, únicamente que Wiener ha muerto y que sospechamos un suicidio. Fue eso lo que dijimos. Usted podría, como siquiatra, sacarle los motivos de ese pretendido suicidio, si es que está relacionada su muerte con el trabajo…
***
– ¿Suicidio?… ¿También usted cree en eso?… Bien, allá usted. Yo conocí a Wiener desde que llegué a los laboratorios, y de eso hace ya más de quince años. Ni él ni yo nos habíamos casado. Pero no, eso de suicidio nunca, ¿me entiende? ¡No se le habría pasado siquiera por la imaginación!… Era un hombre totalmente entregado a su trabajo, con una alegría por lo que estaba haciendo que se contagiaba a cuantos colaborábamos con él. Le diré más, nos contagió hasta tal punto que todos, ¿me entiende? ¡todos! llegamos a creer que nuestros trabajos serían coronados por el éxito, aunque de todas partes nos decían que eso era quemar etapas… ¡Eso nos decían! Quemar etapas con el tiempo… La gente es absurda. ¡Como si se pudiera ir en contra de la ciencia!… Se trabaja, se trabaja con un estímulo y eso es todo. Y si los propios científicos se han equivocado, ¡qué le vamos a hacer!… Ellos decían: ¡No, eso es imposible!… No se puede crear la vida artificial… Tendríamos que tener una preparación que no lograremos alcanzar hasta dentro de doscientos o trescientos años… Y con eso pretendían ya quemar nuestras naves y que dejásemos el trabajo, cuando Wiener y todos los que confiábamos en él estábamos seguros de que llegaríamos en unos meses más a buen puerto… Bien, Wiener ha muerto. Y, si ustedes creen que fue suicidio, allá ustedes… Pero Wiener no habría dejado por nada del mundo su trabajo a medio terminar. Sí, por supuesto, nos ha dejado suficientes datos de sus estudios como para que yo ahora pueda continuar su camino con buenas posibilidades de éxito, naturalmente… pero tardaré mucho más de lo que habría tardado él, porque él tenía en la mente todo el proceso que yo ahora tendré que reconstruir lentamente a partir de sus notas… Claro que lo haré, aunque se nos echen encima todos los científicos que no ven más allá de sus narices y que discuten el orden de las cosas… Mire, amigo, usted es siquiatra y a un siquiatra se le pueden contar muchas cosas, porque se convierte en una especie de sacerdote, aunque yo a los sacerdotes no les tenga mucha simpatía… Yo tengo mi teoría. A Wiener lo ha matado la envidia, ¿me entiende? Alguien que sabía lo que estaba haciendo y que no quería de ningún modo que llegase donde estaba a punto de llegar. A la policía no se le puede decir eso, pero a usted sí… Mire, mire usted este libro. Es de un escritor científico, uno de los más relevantes… ¡Mire lo que dice!… Y se llama avanzado… “La vida artificial no será obtenida antes del año 2070, una vez que haya sido alcanzado el total control de la herencia y el “engineering biológico”… Se llaman avanzados y caminan con los pies atados por el orden que ellos mismos han establecido… Wiener no era así. No publicaba cada uno de sus descubrimientos, ni se vanagloriaba por lo que iba a hacer… ¡pero iba a conseguirlo!… Y le aseguro a usted que, de hecho, estaba conseguido… Déme usted un plazo: tres, cuatro años a lo sumo. Verá cómo demuestro que Wiener tenía razón. Ahora bien: no crea usted que yo me voy a suicidar… Si alguna vez me ocurre algo, no crea lo que diga la policía… Le juro que no tengo ninguna intención de suicidarme… Es más, le diré que mi mujer y yo hemos estado esperando inútilmente un hijo durante mucho tiempo y que, por fin, ese hijo vendrá de un momento a otro… ¡Si le parece que no tengo bastantes motivos para seguir viviendo!…
***
Dener salió de la casa de Spiros convencido de la sinceridad de aquel interlocutor locuaz que había tenido. Spiros y su mujer, en avanzado estado de gravidez ésta, salieron a despedirle a la puerta del hotelito que estaba situado junto al que ahora estaba cerrado y que hasta una semana antes había pertenecido a los Wiener. Se alejó lentamente por la calleja que separaba el conjunto de las casitas del gran complejo de los laboratorios y, al terminar la calle, dobló casi sin darse cuenta hacia los desmontes que limitaban la parte trasera de la colina. Aquél no parecía que pudiera ser nunca camino de paso para nadie; simplemente, la ciudad había terminado y comenzaba el campo tras la breve montaña de escoria procedente de las calderas de calefacción del laboratorio. Un riachuelo rodeado de álamos era el paisaje que se extendía inmediatamente detrás de las casas. Un paraje pacífico, apenas turbado por el lejano rumor de la ciudad que se levantaba al otro lado de la mole de los laboratorios, pero tan lejano que más parecía el recuerdo de la ciudad que su propia expresión sonora. Allí, junto al riachuelo, sin darse cuenta del porqué, Dener se sintió en otro mundo. El mundo de los niños de la colonia, que lo tomaban como campo de juegos cuando las horas de estudio se habían agotado.
Jud había jugado allí. Cerca del lejano brocal del pozo, que podía ver desde el lugar donde se encontraba, había hallado la muñeca. Y junto al riachuelo había visto a aquel hombre que, según decía, hablaba sin decir nada. En aquella pequeña extensión de campo libre, junto a las casas y a dos pasos de la ciudad, se había fraguado el asesinato más diabólico que Dener nunca pudo imaginar. Avanzó unos pasos, pisando la hierba fresca de la orilla del arroyo, pensando si tal vez en medio del sitio donde todo había comenzado encontraría la luz suficiente para saber sus causas. ¿Por qué? Eso ni el propio Dener habría sabido explicarlo. Simplemente estaba allí y la paz que se respiraba en torno invitaba a pensar.
Llegó junto al brocal del pozo abandonado con una sensación de embotamiento en la cabeza. Al principio no llegó a darse cuenta de esa especie de nube que comenzaba a apoderarse de su mente, pero, junto al pozo, tuvo que agarrarse casi para no caer al suelo. Dener sintió como si le estuvieran hipnotizando a él, aunque no era exactamente ésa la sensación. No, decididamente nunca había experimentado nada semejante. Como si en su mente estuviera introduciéndose otra mente extraña, ajena a él mismo y compartiendo con él, por un instante, su mismo cerebro, como dos personas ocupando una caja que tuviera lugar suficiente para una sola de ellas.
De pronto, la cabeza pareció que iba a estallarle. Una presión inusitada hizo que la sangre abandonase el cráneo y notó una sensación profunda de frío. Sus ojos conservaban la lucidez de mirada, hasta habría podido asegurar que veía más lúcido que de costumbre. Pero las perspectivas se le ensanchaban y todo cuanto estaba a su alrededor parecía, poco a poco, tomar dimensiones extraordinarias y profundidades increíbles. Lo veía todo muy lejano. El río mismo, que un momento antes había estado al alcance de su mano, parecía ahora alejarse hasta el infinito.
Entonces creyó ver al hombre. Pero no habría podido asegurarlo. Le vio al otro lado del arroyo, sentado sobre una caja negra y en una actitud como si pescara, aunque no tenía en sus manos ninguna caña. Al menos, Dener no logró verla. Pero aquel hombre debía ser el mismo de que hablaba Jud. Trató de llamarle:
– ¡Eh, oiga!… -pero su propia voz salió artificialmente de su garganta, como si la hubiera pronunciado otra persona. Y, casi al mismo tiempo, oyó en su propio cerebro otra voz que le decía, tranquila:
“No grite, doctor Dener No es necesario. Le entiendo”.
Dener sacudió la cabeza, sus piernas estaban flojas y tuvo que sentarse apoyándose en el brocal del pozo. El hombre, al otro lado del arroyo, le parecía cada vez más lejano y su voz llegaba cada vez más próxima, como si partiera del propio cerebro embotado del médico.
– ¿Quién es usted?
“El que usted imagina”, volvió a escuchar dentro de él mismo. “El hombre que impulsó a matar a la niña”.
– Pero usted…
“No soy un asesino, doctor Dener. Sabía que usted iba a venir y sabía también que sólo a usted podría hablarle, aun a riesgo de que usted, si repite lo que ocurre ahora, no sea creído por nadie”.
– Pero usted… ¿cómo sabe quién soy? “Por la misma razón que he tenido que hacer lo que hice. No vengo de este mundo”.
– ¿De dónde viene, entonces?
“Mejor debería usted de haberme preguntado de cuándo vengo. Mi mundo está bastante alejado del de usted en lo que ustedes llaman tiempo. Un centenar de años, no crea que mucho más. En mi mundo, hoy es el tres de diciembre del dos mil setenta y seis”.
Dener sacudió la cabeza, pensando de pronto que pudiera estar un poco mareado, pero la voz que resonaba en el interior de su cerebro pareció reír al continuar:
“No, doctor Dener, no está usted delirando. Déjeme que le cuente a usted los hechos y luego trate de comprobarlos. El doctor Wiener era como yo. También él había viajado a través del tiempo. En realidad, fue uno de los primeros en aventurarse en la máquina. Nosotros la hemos inventado recientemente. Fue obra del profesor Kaurish, y el doctor Wiener era muy amigo suyo, a pesar de que sus actividades eran completamente distintas. Por eso, Wiener fue uno de los primeros hombres que viajaron a través del tiempo. Influencias, ¿comprende?… Bien, en cualquier caso, su experimento nos ha servido a los demás. Ya no volveremos a dejar que viaje a través del tiempo nadie que pueda trastorcarlo. El doctor Wiener lo hizo. Vino a la época de usted, le gustó, quiso quedarse y, al mismo tiempo, intentó seguir unas experiencias que estaba llevando a cabo en su otro mundo. Todo eso no podía trastocarse, ¿se da usted cuenta? Teníamos que hacerle volver… o eliminarle. Hacerle regresar fue imposible. Encontró aquí a una mujer y se casó con ella. En cuanto a la solución que hemos tenido que adoptar, fue la única que podíamos llevar a cabo sin mancharnos las manos de sangre”.