Aeropuerto Roissy-Charles-de-Gaulle.
Jueves 21 de marzo, 16 horas.
Solo hay una forma de disimular un arma en un aeropuerto.
En general, los aficionados a las armas de fuego piensan que una pistola automática marca Glock, fabricada esencialmente con polímeros, puede eludir los rayos X y los detectores de metales. Error: el cañón, el resorte recuperador, el percutor, el gatillo, el resorte del cargador y varias otras piezas son de metal. Por no hablar de las balas. Solo hay una forma de disimular un arma en un aeropuerto.
Y Sema la conoce.
Se acuerda ante los escaparates de la zona comercial del aparcamiento, cuando se dispone a tomar el vuelo TK 4067 de Turkish Airlines con destino a Estambul.
Primero, compra algo de ropa, un bolso de viaje -nada más sospechoso que un viajero sin equipaje- y material fotográfico. Una caja F2 Nikon, dos objetivos, de 35-70 y 200 milímetros, una cajita de herramientas para los aparatos de esa marca y dos estuches forrados de plomo, que protegen las películas en los controles de seguridad. Coloca cuidadosamente estos objetos en un bolso profesional Promax y se dirige a los lavabos.
Allí, en la intimidad de una cabina, coloca el cañón, el percutor y las demás piezas metálicas de la Glock 21 entre los tornillos y pinzas de la caja de herramientas. A continuación, esconde las balas de tungsteno en las fundas emplomadas, que detienen los rayos X y convierten en invisible su contenido.
Sema está maravillada de sus propios reflejos. Sus gestos, sus conocimientos, todo vuelve a ella de forma espontánea. «Memoria cultural», habría dicho Ackermann.
A las cinco, toma tranquilamente su vuelo, que la deja en Estambul al atardecer, sin que haya tenido ningún contratiempo en las aduanas.
En el taxi apenas se fija en el paisaje que la rodea. Está cayendo la noche. Un ligero chaparrón lanza reflejos fantasmales bajo las farolas, que armonizan a la perfección con el vago fluir de sus pensamientos.
Solo aprecia detalles sueltos: un vendedor ambulante de roscos de pan; unas chicas con la cara semioculta tras un pañuelo, mezcladas con los motivos de cerámica de una estación de autobús; una alta mezquita, huraña y sombría, que parece entregada a sus negros pensamientos sobre los árboles; jaulas de pájaro alineadas sobre un muelle como panales… Todo le murmura en un lenguaje familiar y lejano a un tiempo. Sema se aparta de la ventanilla y se acurruca en el asiento.
Escoge uno de los hoteles más elegantes del centro, donde se pierde en el enjambre de turistas anónimos.
A las ocho y media de la tarde, echa el pestillo a la puerta de su habitación, se deja caer en la cama y se duerme completamente vestida.
Al día siguiente, 22 de marzo, emerge del sueño a las diez de la mañana.
Al instante enciende la televisión y busca un canal francés en la red satélite. Tiene que conformarse con TV5, la cadena internacional de los países francófonos. A mediodía, tras un debate sobre la caza en la Suiza de habla francesa y un documental sobre los parques nacionales de Québec, capta por fin el telediario de TF1, difundido en Francia la tarde anterior.
Dan la noticia que le interesa: el hallazgo del cadáver de Jean-Louis Schiffer en el cementerio Pére-Lachaise. Pero también una que no espera: ese mismo día, en una casa particular de Saint-Cloud, se encontraron otros dos cadáveres.
Al reconocer la residencia, Sema sube el volumen. Las víctimas han sido identificadas: Frédéric Gruss, cirujano plástico y propietario de la casa, y Paul Nerteaux, de treinta y cinco años, capitán de policía adscrito a la Primera DPJ de París.
Sema está aterrada. El comentarista prosigue:
– «Por el momento, nadie puede explicar el doble asesinato, aunque podría estar relacionado con la muerte de Jean-Louis Schiffer. Paul Nerteaux investigaba los asesinatos de tres mujeres cometidos en los últimos meses en el barrio parisino de la Pequeña Turquía. En el marco de dicha investigación, había consultado al inspector retirado, buen conocedor del Distrito Décimo…».
Sema no había oído hablar jamás del tal Nerteaux -un tío joven, bastante guapo, con pelo de japonés-, pero puede deducir la secuencia lógica de los hechos. Tras matar inútilmente a tres mujeres, los Lobos habían encontrado la pista correcta, que los había llevado hasta Gruss, el cirujano que la había operado en el verano de 2001. Paralelamente, el policía joven debía de haber seguido el mismo recorrido e identificado al hombre de Saint-Cloud. Se había presentado en su casa en el preciso momento en que lo interrogaban los Lobos. El asunto había acabado a la turca: en un baño de sangre.
Aunque de un modo vago, Sema lo preveía desde el principio: los Lobos acabarían descubriendo su nuevo rostro. Y, a partir de ese momento, sabrían exactamente dónde encontrarla. Por una sencilla razón: su jefe es don Terciopelo, el amante de los bombones rellenos de guirlache que visitaba regularmente la Casa del Chocolate. Sema conoce esta asombrosa verdad desde que ha recuperado la memoria. Se llama Azer Akarsa. Sema recuerda haberlo visto, siendo una adolescente, en un hogar de los Idealistas, en Adana, donde ya lo consideraban un héroe…
Esa es la última ironía de la historia: el asesino que llevaba meses buscándola en el Distrito Décimo de París la veía dos veces por semana, sin reconocerla, comprando sus dulces preferidos.
Según el reportaje televisivo, el drama de Saint-Cloud se desarrolló en torno a las tres de la tarde del día anterior. Instintivamente, Sema adivina que los Lobos habrán esperado al día siguiente para atacar la Casa del Chocolate.
Es decir, ahora.
Sema se abalanza sobre el teléfono y llama a Clothilde a la tienda. No hay respuesta. Consulta su reloj: las doce y media en Estambul, es decir, una hora menos en París. ¿Demasiado tarde? A partir de ese momento, marca el mismo número cada media hora. En vano. Impotente, da vueltas por la habitación, preocupada hasta volverse loca.
Desesperada, baja a la sala business center del palacio y se coloca ante un ordenador. Consulta la edición electrónica de Le Monde del jueves por la tarde y lee los artículos sobre la muerte de Jean-Louis Schiffer y el doble asesinato de Saint-Cloud.
Maquinalmente, hojea las demás páginas de la edición y, una vez más, topa con una noticia que no se esperaba. El artículo se titula: «Suicidio de un alto funcionario». Es el anuncio, en negro sobre blanco, de la muerte de Laurent Heymes. Las líneas tiemblan ante sus ojos. El cuerpo se descubrió el jueves por la mañana, en el piso de la avenue Hoche. Laurent utilizó su arma reglamentaria, un Manhurin de 38 milímetros. En relación al móvil, el artículo recuerda brevemente el suicidio de su mujer, ocurrido un año antes, y el estado depresivo del funcionario desde esa fecha, confirmado por numerosos testigos.
Sema se concentra en aquella malla de apretadas mentiras, pero ya no distingue las palabras. En su lugar, ve las manos pálidas, la mirada ligeramente perdida, las llamas rubias de los cabellos… Ella quería a aquel hombre. Un amor extraño, inquieto, acosado por sus alucinaciones… Las lágrimas acuden a sus ojos, pero Sema las rechaza.
Piensa en el policía joven, asesinado en la villa de Saint-Cloud, que, en cierto modo, ha dado la vida por ella. No ha llorado por él. No llorará por Laurent, que solo era un manipulador entre muchos otros.
El más íntimo.
Y, por lo tanto, el más cruel.
A las cuatro, mientras se fuma un cigarrillo tras otro en el business center , con un ojo en la televisión y el otro en la pantalla del ordenador, estalla la bomba. En las páginas electrónicas de la nueva edición de Le Monde, en la sección «Francia-Sociedad»:
TIROTEO EN LA RUE DU FAUBOURG-SAINT-HONORÉ
Hoy, viernes 22 de marzo, a última hora de la mañana, las fuerzas de la policía seguían estando presentes en el 225 de la rue du Faubourg-Saint-Honoré, a consecuencia del tiroteo ocurrido en la tienda la Casa del Chocolate. A mediodía, seguían ignorándose las razones de este enfrentamiento espectacular, que se ha saldado con tres muertos y dos heridos, tres de ellos miembros de la policía.
Según los primeros testimonios, en particular el de Clothilde Ceaux, dependienta del establecimiento, que ha salido indemne del drama, esto es lo que ha podido reconstruirse. A las 10.10, poco después de la apertura, tres hombres irrumpieron en la tienda. Casi de inmediato, varios policías de paisano, apostados justo enfrente, decidieron intervenir. Los tres hombres hicieron uso de armas automáticas e hicieron fuego sobre los agentes. El tiroteo duró apenas unos segundos, de uno y otro lado de la calle, pero fue extraordinariamente violento. Los disparos de los desconocidos alcanzaron a tres policías, uno de los cuales murió en el acto. Los otros dos se encuentran en estado crítico. En cuanto a los agresores, dos fueron abatidos, mientras que el tercero consiguió huir.
En este momento, todos ellos han sido identificados. Se trata de Lüset Yildirim, Kadir Kir y Azer Akarsa, los tres de nacionalidad turca. Los dos fallecidos, Lüset Yildirim, y Kadir Kir, estaban en posesión de pasaportes diplomáticos. Por ahora es imposible conocer la fecha de su llegada a Francia, y la embajada turca ha declinado hacer ningún comentario.
Según los investigadores, estos dos hombres eran viejos conocidos de los servicios de policía turcos. Afiliados al grupo de extrema derecha de los «Idealistas», o «Lobos Grises», ya habrían cumplido diversos «contratos» para los cárteles turcos del crimen organizado.
La identidad del tercer individuo, que consiguió darse a la fuga, resulta mucho más sorprendente. Azer Akarsa es un hombre de negocios que ha conseguido un éxito excepcional en el sector de la arboricultura en Turquía y que goza de una sólida reputación en Estambul. Pese a ser conocido por sus opiniones patrióticas, Akarsa defiende un nacionalismo moderado, moderno y compatible con los valores democráticos. Nunca ha tenido problemas con la policía turca.
La implicación de una personalidad de este calibre en el asunto que nos ocupa apunta hacia la existencia de una trama política. Pero el misterio permanece intacto: ¿por qué se presentaron esos tres individuos en la Casa del Chocolate esta mañana, armados con fusiles de asalto y pistolas automáticas? ¿Por qué había policías de paisano, en concreto oficiales de la DNAT (División Nacional Antiterrorista), de servicio en las inmediaciones? Se sabe que vigilaban el establecimiento desde hacía varios días. ¿Preparaban una redada con el fin de detener a los súbditos turcos? En tal caso, ¿por qué asumir tantos riesgos? ¿Por qué intentaron la detención en plena calle, a una hora de máxima afluencia, cuando no se había dado ninguna consigna de seguridad? La Fiscalía de París examina estas anomalías y ha ordenado una investigación interna.