Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Atacado de náusea, Paul se arrancó la máscara y dobló la cintura. Pero tenía el estómago completamente vacío. Los espasmos solo le hicieron vomitar las preguntas que había retenido hasta ese momento. ¿Qué había ido a hacer allí Schiffer? ¿Quién lo había matado? ¿Quién podía haberse ensañado con él de aquel nodo?

Paul hincó las rodillas en el suelo y empezó a sollozar. Al cabo de unos segundos, las lágrimas le rebosaban de los ojos, sin que se le ocurriera retenerlas o limpiarse los churretones de barro que le surcaban las mejillas.

No lloraba por Schiffer.

Tampoco por las mujeres asesinadas. Ni siquiera por la que vivía en permanente fuga, con la muerte en los talones.

Lloraba por sí mismo.

Por su soledad y por el callejón sin salida en el que se encontraba.

– Ya va siendo hora de que hablemos, ¿no?

Paul se volvió con viveza.

Un hombre con gafas al que no conocía de nada, que no llevaba máscara y cuyo alargado rostro cubierto de polvo parecía una estalactita, le sonreía.

62

– Así que fue usted quien volvió a poner a Schiffer en circulación…

La voz era clara, fuerte, casi risueña, en sintonía con el azul del cielo.

Paul se sacudió la ceniza de la parka y se sorbió la nariz. Había conseguido recuperar parte de su compostura.

– Necesitaba ayuda, sí.

– ¿Qué clase de ayuda?

– Investigo una serie de asesinatos cometidos en el barrio turco.

– ¿Su iniciativa contaba con el respaldo de sus superiores?

– Ya conoce la respuesta.

El hombre de las gafas asintió. No le bastaba con ser alto; todo en él tenía una altivez especial. Cabeza noble, mentón prominente, frente despejada, que coronaba una franja de rizos grises. Un alto funcionario en la plenitud de la edad, con un inquisitivo perfil de lebrel.

Paul lanzó una sonda:

– ¿Es usted de la IGS?

– No. Olivier Amien. Observatorio Geopolítico de las Drogas. Paul había oído aquel nombre con frecuencia cuando trabajaba en la OCRTIS. Amien pasaba por ser el pope de la lucha antidroga en Francia. Un hombre que estaba a la cabeza tanto de la Brigada de Estupefacientes como de los Servicios Internacionales de Lucha contra el Tráfico de Sustancias Ilegales.

Los dos hombres dieron la espalda al columbario y avanzaron por un sendero que parecía una calleja empedrada del siglo XIX. Paul vio a unos enterradores fumando un pitillo apoyados contra una sepultura. Debían de estar comentando el increíble descubrimiento de esa mañana.

– Creo que usted también ha trabajado en la Oficina Central de Estupefacientes… -dijo Amien en un tono cargado de sobrentendidos.

– Varios años, sí.

– ¿Qué asuntos?

– Pequeños. El cannabis, sobre todo. Las redes del norte de África.

– ¿Nunca ha tocado el Cuerno de Oro?

Paul se secó la nariz con el dorso de la mano.

– Si fuera derecho al grano ganaríamos tiempo, usted y yo.

Amien lanzó una sonrisa al sol.

– Espero que una pequeña charla sobre historia contemporánea no lo asuste…

Paul pensó en los nombres y las fechas que le habían llovido encima desde el amanecer.

– Adelante. Estoy en la clase de recuperación.

El alto funcionario se subió las gafas con el índice y comenzó:

– Supongo que el nombre de los talibanes le dice alguna cosa. Desde el 11 de septiembre no hay modo de eludir a esos integristas. Los medios han glosado su vida y milagros hasta la saciedad. Los budas dinamitados. Sus vínculos con Bin Laden. Su intolerable actitud hacia las mujeres, la cultura y cualquier forma de tolerancia. Pero hay un hecho poco conocido, que constituye el único aspecto positivo de su régimen: esos bárbaros lucharon eficazmente contra la producción de opio. En su último año en el poder, prácticamente habían erradicado la cultura de la adormidera en Afganistán. De 3.300 toneladas de opio base producidas en 2000, se había pasado a 185 en 2001. A sus ojos, era una actividad contraria a la ley coránica.

»Por supuesto, en cuanto el mullah Ornar perdió el poder, la cultura del opio resurgió con renovada fuerza. Mientras hablamos, los campesinos de Ningarhar ven florecer las plantas que sembraron el pasado noviembre. Pronto empezará la recogida, a finales de abril. -La atención de Paul iba y venía, como a impulsos de un oleaje interior. La crisis de llanto le había ablandado la mente. Estaba hipersensible, pronto a estallar en risa o llanto a la menor señal-. Pero antes del atentado del 11 de septiembre -siguió diciendo Amien- nadie preveía la caída del régimen. Y los narcotraficantes habían empezado a buscar otras fuentes de abastecimiento. Especialmente los buyuk-babas turcos, los «abuelos», que se encargan de la exportación de heroína hacia Europa, habían puesto los ojos en otros países productores, como Uzbekistán o Tayikistán. No sé si lo sabrá, pero esos países comparten raíces lingüísticas con Turquía.

Paul volvió a sorberse la nariz.

– Empiezo a saberlo, sí.

Amien asintió e hizo una breve pausa para ordenar sus ideas.

– Antes, los turcos compraban el opio en Afganistán y Pakistán. Refinaban la morfina base en Irán y fabricaban la heroína en sus laboratorios de Anatolia. Con los pueblos turcófonos tuvieron que cambiar de método. Refinan la goma en el Cáucaso y después producen el polvo blanco en el extremo este de Anatolia. Estas redes han tardado algún tiempo en consolidarse y, por lo que sabemos, hasta el año pasado estaban en mantillas.

»A finales del invierno 2000-2001, oímos hablar de un proyecto de alianza. Una triple entente entre la mafia uzbeka, que controla inmensos campos de cultivo, los clanes rusos, herederos del Ejército Rojo, que dominan desde hace décadas las rutas del Cáucaso y el trabajo de refinado que se efectúa en esa zona, y las familias turcas, que se encargarían de la fabricación de la droga propiamente dicha. No teníamos nombres ni datos precisos, pero había detalles significativos que hacían pensar en una inminente unión en la cumbre. -Habían llegado a una zona más lúgubre del cementerio. Una sucesión de panteones negros de puertas oscuras y techos oblicuos que evocaba un poblado minero, aplastado por un cielo de carbón. Amien chasqueó la lengua antes de continuar-: Esos tres grupos criminales decidieron iniciar su asociación con un envío piloto. Una pequeña cantidad de droga, que exportarían a modo de prueba y que tendría valor de símbolo. Una puerta abierta al futuro… Para la ocasión, los tres socios se esforzaron en demostrar sus respectivos talentos. Los uzbekos proporcionaron una goma base de extraordinaria calidad. Los rusos utilizaron a sus mejores químicos para refinar la morfina base y, en el otro extremo de la cadena, los turcos elaboraron una heroína casi pura. Del número cuatro. Un néctar.

»Suponemos que también se encargaron de la exportación del producto, de su traslado a Europa. Necesitaban demostrar su fiabilidad en ese terreno. Actualmente se enfrentan a la fuerte competencia de los clanes albaneses y kosovares, que se han hecho los dueños de la ruta de los Balcanes. -Paul seguía sin ver en qué le concernían aquellas historias-. Todo esto ocurría a finales del invierno de 2001. En primavera, esperábamos ver aparecer el famoso cargamento en nuestras fronteras. Una ocasión única de cortar de raíz la nueva red… -Paul observaba las tumbas. Esta vez, un lugar claro, cincelado, variado como una Música de piedra que le murmuraba al oído-. A partir de mayo, en Alemania, en Francia, en Holanda, las fronteras se pusieron en alerta máxima. Los puertos, los aeropuertos, las aduanas de carretera estaban permanentemente vigilados. Cada país había investigado a su respectiva comunidad turca. Habíamos apretado las tuercas a nuestros informadores, intervenido los teléfonos de los traficantes… A finales de mayo, estábamos como al principio. Ni una pista, ni una información… En Francia, empezábamos a preocuparnos. Decidimos investigar más a fondo en la comunidad turca. Recurrir a un especialista. Un hombre que conociera las redes de Anatolia como la palma de su mano y que pudiera convertirse en un auténtico topo.

Aquellas palabras devolvieron a Paul a la realidad. De pronto, comprendió la relación entre los dos asuntos.

– Jean-Louis Schiffer -dijo sin pararse a pensar.

– Exactamente. El Cifra o el Hierro, como prefiera.

– Pero estaba retirado.

– De modo que tuvimos que pedirle que se reenganchara…

Todo iba encajando. El turbio asunto de abril de 2001. La renuncia del tribunal de apelación de París a perseguir a Schiffer por el homicidio de Gazil Hamet.

– Jean-Louis Schiffer puso precio a su colaboración -dedujo Paul en voz alta-. Exigió que se enterrara el asunto Hamet.

– Veo que conoce bien el dossier.

– Yo también formo parte de él. Y estoy aprendiendo a sumar dos y dos en lo tocante a los policías. La vida de un camello de poca monta no valía un bledo comparada con sus grandes ambiciones de jefe de servicio.

– Se olvida usted de nuestra motivación principal: desarticular una red de gran envergadura, atajar…

– No siga. Me conozco la canción.

Amien alzó sus largas manos, dando a entender que renunciaba a polemizar sobre el asunto.

– De todas formas, nuestro problema fue otro.

– ¿Qué quiere decir?

– Schiffer cambió de bando. Cuando descubrió qué clan participaba en la alianza y cuáles eran las características del envío, no nos informó. Por el contrario, creemos que ofreció sus servicios al cártel. Incluso debió de brindarse a recibir al correo en París y repartir la droga entre los mejores distribuidores. ¿Quién mejor que él conocía a los traficantes instalados en Francia? -Amien rió con cinismo-. En este asunto, nos faltó intuición. Pedimos ayuda al Hierro, pero quien acudió fue el Cifra. Le pusimos en bandeja el negocio de su vida. Para Schiffer, ese asunto fue su apoteosis.

Paul guardó silencio. Intentaba reconstruir su propio mosaico, pero aún quedaban demasiadas lagunas.

– Si Schiffer acabó su carrera con ese golpe magistral -dijo al cabo de unos instantes-, ¿por qué seguía en el asilo de Longéres?

– Porque, una vez más, las cosas no salieron como estaba previsto.

– ¿Es decir?

– El correo enviado por los turcos no apareció. Al final, fue él quien engañó a todo el mundo y huyó con el cargamento. Sin duda, Schiffer temía que sospecháramos de él y prefirió hacer mutis y enterrarse en Longéres hasta que las cosas se calmaran. Incluso un hombre como él temía a los turcos. No hace falta que le explique el tratamiento que reservan a los traidores…

59
{"b":"87824","o":1}