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Azucena pensaba que ya que Rodrigo tenía el síndrome del Popocatepetl y se andaba divirtiendo con su Malintzin, a ella le gustaría tener el síndrome de la Iztaccíhuatl. En ese momento, ella era responsable del destino de varias personas. Tenía que resolver grandes problemas y, en lugar de eso, estaba muy preocupada por no tener el amor de Rodrigo. ¡Con toda su alma le pidió ayuda a la señora Iztaccíhuatl! Cómo necesitaba tener un poco de su grandeza. Le encantaría no sentir esa pasión que la encogía por dentro, que la atormentaba. Le gustaría dejar de angustiarse por el tono de coqueteo que tenía la voz de Rodrigo y encontrar la paz interior que tanto necesitaba. ¡Le hacía tanta falta el abrazo de un hombre, sentir un poco de amor!

Teo se acercó a ella y la abrazó tiernamente. Parecía que le había adivinado el pensamiento, pero no había tal. Lo que pasaba era que estaba actuando bajo las órdenes de Anacreonte. Teo era uno de los Ángeles de la Guarda undercover con los que Anacreonte trabajaba en la Tierra. Recurría a ellos en casos de extrema necesidad, y ése era uno de ellos. No podían dejar que Azucena se deprimiera nuevamente. Azucena se dejó abrazar. Al principio, el abrazo le transmitió protección, amparo. Azucena recargó la cabeza en el hombro de Teo. Él, con mucha ternura procedió a acariciarle el pelo y a darle besos muy suaves en la frente y las mejillas. Azucena levantó el rostro para recibir los besos con mayor facilidad. Su alma empezó a sentir un enorme consuelo. Azucena tímidamente correspondió al abrazo con otro abrazo y a los besos con otros besos. Las caricias entre ambos fueron subiendo poco a poco de intensidad. Azucena chupaba como loca la energía masculina que Teo le estaba proporcionando y que ella tanto necesitaba. Teo la tomó de la mano y suavemente la condujo al baño de la nave. Ahí se encerraron y dieron rienda suelta al intercambio de energías. Teo, como Ángel de la Guarda undercover que era, tenía un elevado grado de evolución. Sus ojos estaban capacitados para ver y gozar la entrega de un alma como la de Azucena así fuera dentro de un cuerpo tan deteriorado como el de la abuelita de Cuquita.

Azucena, poco a poco, tomó posesión del cuerpo de la anciana y lo puso a trabajar como hacía muchísimos años no trabajaba. Para empezar, las mandíbulas tuvieron que abrirse mucho más de lo acostumbrado para poder recibir la lengua de Teo dentro de su boca. Sus labios secos y arrugados tuvieron que extenderse, claro que auxiliados con la saliva de su generoso compañero astral. Los músculos de las piernas no tenían la fuerza ni la flexibilidad requerida para el acto amoroso, pero increíblemente la adquirieron en unos minutos. Al principio se acalambraron, pero ya entrados en calor funcionaron perfectamente, como los músculos de una jovencita. El centro de su cuerpo, humedecido por el deseo, pudo permitir la penetración de una manera confortable y altamente placentera. Ese cuerpo recordó con enorme gusto la agradable sensación de ser acariciada por dentro, una y otra vez. El gozo que estaba obteniendo abrió sus sentidos de tal manera que pudo percibir la Luz Divina.

Tal y como Anacreonte lo había planeado, el diamante que le había instalado en la frente estaba trabajando correctamente y amplificaba la luz que Azucena obtenía en el momento del orgasmo. La yerma alma de Azucena quedó iluminada, mojada, germinada de amor. Fue hasta entonces que se calmó la sed del desierto… fue hasta que recibió amor que recuperó la paz, y fue hasta que escuchó los toquidos desesperados de Cuquita, que quería hacer uso del baño, que volvió a la realidad. Cuando la puerta se abrió y aparecieron Teo y Azucena, todas las miradas fueron hacia ellos. Azucena no podía disimular la felicidad. Se le notaba a leguas. Tenía las mejillas sonrosadas y cara de satisfacción. ¡Hasta bonita se veía, vaya!

Pero claro que con todo y lo bien que le funcionó el cuerpo bajo los vapores del deseo, no impidió que al día siguiente le dolieran hasta las pestañas. De cualquier manera, el acto amoroso logró su cometido. Azucena, por un momento, se alineó con el Amor Divino. Eso bastó para que le dieran ganas de hacer un trabajo interior. Se puso a silbar una canción y cruzó la nave entre saltitos tomada de la mano de Teo. En cuanto llegó a su lugar, se sentó, exhaló un largo suspiro, se puso su discman y se dispuso a hacer una regresión en el más completo estado de felicidad.

PRESENTACION 4:

Senza Mamma (Aria de Angelica)

Suor Angelica – Puccini

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