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Azucena se enceló muchísimo cuando regresó con la violeta africana en la mano. Casi se le salieron las lágrimas de los ojos al darse cuenta de que ella, que era el alma gemela de Rodrigo, no había sido capaz, hasta ese momento, de inspirar una mirada tan perfecta.

Teo, poseedor de una sensibilidad extrema, se dio cuenta de todo y, tratando de alivianar la situación, inició las presentaciones formales entre Rodrigo, Citlati y Azucena. Acto seguido le explicó a Azucena que, tal y como se lo había prometido, había hablado con Citlati y ésta había aceptado prestar su cuchara para que fuera analizada. No acababa Citlali de darle a Azucena la cuchara, cuando Cuquita entró en la sala dando de alaridos. La abuelita interrumpió un largo ronquido, Rodrigo y Citlali volvieron a la realidad y Teo y Azucena pusieron cara de ¿qué onda? Cuquita les pidió a todos que la acompañaran a la recámara, donde se llevaron la sorpresa de su vida.

En la recámara se encontraban las imágenes virtualizadas de todos ellos con motivo de ser acusados de pertenecer a un grupo de guerrilla urbana que pretendía desestabilizar la paz del Universo. La única que no aparecía televirtuada, y, curiosamente, era la culpable de todo el lío, era Azucena, que al estar en posesión de un cuerpo sin registro aún no había sido localizada.

La voz de Abel Zabludowsky estaba dando un boletín especial.

– El día de hoy, la Procuraduría General del Planeta dio a conocer los nombres de las personas pertenecientes al grupo guerrillero que ha venido asolando a la población con sus actos de violencia. -La cámara enfocó al marido de Cuquita-. De inmediato se han girado las órdenes de aprehensión en contra de Ricardo Rodríguez, alias la Iguana. -Ahora la cámara enfocó a Cuquita-. Cuquita Pérez de Rodríguez, alias la Jitomata. -Enseguida vino el clóse up a la abuelita de Cuquita-. Doña Asunción Pérez, alias la Poquianchi. -Finalmente la cámara enfocó al compadre Julito-. Y Julio Chávez, alias el Moco. El Gobierno del Planeta no puede ni debe permanecer indiferente ante este tipo de violaciones a la constitución. A fin de proteger a la población y evitar nuevos actos de violencia de este grupo guerrillero que es una amenaza contra el orden público…

Citlali no quiso escuchar más. Le arrebató a Azucena su cuchara de las manos, se disculpó diciendo que había dejado los frijoles en la lumbre e intentó salir de inmediato. Teo trató de convencerla de que se quedara argumentando a favor de los acusados. Él no pensaba que esa gente fuera culpable de nada. Azucena le agradeció en el alma su confianza. Cada día sentía más aprecio por ese hombre. Citlali insistió en retirarse y prometió que a nadie le iba a decir que los había conocido.

– ¿Quiénes son los asesinos? -preguntaba insistentemente la abuelita.

– Nosotros, abue -le contestó Cuquita.

– ¿Ustedes?

– Sí, y tú también.

– ¿Yo? ¡Saqúense, qué! ¿Pos cómo y a qué horas?

Ya nadie le pudo responder nada porque un bazucazo destruyó la puerta del edificio. Obviamente, ya habían llegado por ellos.

Un grupo de guaruras irrumpió en el edificio. Al frente iba Agapito. Agapito, de una patada, tiró la puerta de la portería. No encontraron a nadie dentro del departamento. Agapito dio la orden de peinar el edificio. Sus hombres empezaron a subir por las escaleras. Los vecinos que encontraban a su paso se hacían a un lado asustadísimos. Agapito y sus hombres golpeaban a todo aquel que se cruzaba en su camino. De pronto, sus golpes dejaron de dar en el blanco. No les llevó mucho tiempo darse cuenta de que un temblor de tierra era el causante de su falta de tino. No cabe duda de que la naturaleza tiene el maravilloso poder de igualar a los seres humanos. El terremoto movía a voluntad a judiciales y civiles. Los inquilinos, tratando de huir primero de los judiciales y luego del temblor, empezaron a bajar por las escaleras histéricamente. Agapito disparó al aire. Todos gritaron y se tiraron al piso. Agapito ordenó a sus hombres que ignoraran el temblor y siguieran subiendo por las escaleras.

El compadre Julito, al sentir el temblor, salió de su departamento hecho la brisa. No quería morir aplastado. En las escaleras se topó con Agapito y sus hombres. Lo primero que pensó fue que esos hombres venían en su busca. ¿Por qué? Podría ser por una y mil razones. Toda su vida había andado en actividades ilegales. Por un instante llegó a la conclusión de que era mejor entregarse. La hora de rendir cuentas le había llegado. ¡Ni modo! Dio un paso al frente y se arrepintió de inmediato. Pensándolo bien, sus delitos no eran para tanto. Además, la cantidad de armas que portaban esos guaruras era como para controlar a un ejército completo y no a un simple palenquero. Lo más probable era que estuviera reaccionando paranoicamente y esos hombres no le querían hacer daño ni nada por el estilo. Un bazucazo que pegó a centímetros de su cabeza le comprobó que estaba en lo cierto. No lo querían detener. ¡Lo querían matar!

Tenía que huir lo más rápido posible. Con desesperación empezó a subir por las escaleras. En el descanso del tercer piso se encontró con Azucena, Cuquita, su abuelita, Rodrigo, Citlali y Teo, quienes también trataban de huir. A la primera que pasó en su carrera fue a la abuelita de Cuquita, quien por su ceguera y su avanzada edad venía a la retaguardia. Después pasó a Cuquita, quien subía lentamente cargando su Ouija cibernética. Luego a Citlali, quien era llevada a la fuerza por Teo, pues se resistía a escapar al lado de los supuestos criminales. Enseguida pasó a Azucena, quien se detenía frecuentemente a esperar a los demás, y por último pasó a Rodrigo, quien llevaba la delantera pues no veía por nadie más que por él mismo.

Las escaleras se movían de un lado al otro. Las paredes parecían estar haciendo «olas» en un estadio de fútbol. Al principio, parecía que el temblor estaba de parte de ellos, pues los guaruras no podían atinarles, pero de pronto el terremoto se les volteó en su contra. Empezaron a caerles ladrillos y vigas de acero en su camino. Cuquita pidió ayuda. Su abuelita no podía continuar y ella no podía auxiliarla, pues llevaba entre las manos la Ouija, el elemento de prueba en contra de Isabel. Azucena se regresó a auxiliarla. La abuelita la tomó fuertemente del brazo. Se sentía terriblemente insegura caminando por esas escaleras, antes conocidas de memoria y ahora llenas de obstáculos. Era horrible dar un paso y descubrir que a la escalera le faltaban escalones o le sobraban piedras en el camino.

El brazo de Azucena le daba un firme soporte. La sabía guiar muy bien en la oscuridad. La abuelita se sujetó a ella y no la soltó ni cuando su voluntad de seguir viviendo se dio por vencida. Es más, Azucena ni siquiera notó que la abuelita acababa de morir, porque su mano seguía aferrada a su brazo como burócrata al presupuesto. Tampoco notó cuando penetraron en su cuerpo tres balas. Lo único que percibió fue que la oscuridad se intensificaba. Todos desaparecieron de su vista. Lo único real era el tubo de un calidoscopio oscuro por el que caminaba acompañada de la abuelita de Cuquita. Al final se alcanzaba a ver un poco de luz y algunas figuras. Azucena empezó a sospechar que algo extraño le estaba pasando cuando entre esas figuras reconoció la de Anacreonte. Anacreonte la recibió con los brazos abiertos. Azucena, deslumbrada por su Luz, olvidó las viejas rencillas que tenía con él y se fundió en un abrazo. Se sintió querida, aceptada, ligera. Instantáneamente dejaron de pesarle sus problemas, su soledad… y la abuelita de Cuquita. La abuelita por fin se había desprendido de ella y se estaba encaminando hacia la Luz. Y hasta ese momento Azucena comprendió que se había muerto y la entristeció saber que no había cumplido con su misión. Al fin había recordado cuál era. Cuando uno está alineado con el Amor Divino es muy fácil recobrar el conocimiento. Lo difícil es mantener esa lucidez en la Tierra, en el campo de batalla.

Para empezar, en cuanto uno baja a la Tierra pierde la memoria cósmica. La tiene que recuperar poco a poco y en medio de la lucha diaria, de los problemas, de la mundana vulgaridad, de las necesidades humanas. Lo más común es que uno pierda el rumbo. Es parecido al caso de un general que planea muy bien la batalla en el papel, pero cuando está en medio del humo y de los espadazos olvida cuál era la estrategia original. Lo único que le preocupa es salir a salvo. Sólo los iniciados saben muy bien lo que tienen que hacer en la Tierra. Es una lástima que todos los demás sólo lo recuerden cuando ya no pueden hacer nada. De poco le servía a Azucena haber recordado cuál era su misión. Ya no tenía cuerpo disponible para ejecutarla. Alarmada, miró a Anacreonte y le suplicó que la ayudara. No podía morir. ¡No ahora! Tenía que seguir viviendo a como diera lugar. Anacreonte le explicó que ya no había remedio. Uno de los balazos le había destrozado parte del cerebro. La desesperación de Azucena era infinita. Anacreonte le dijo que la única solución posible era que pidieran autorización para que tomara el cuerpo que la abuelita de Cuquita acababa de desocupar. La inconveniencia era que ese cuerpo tenía mucha edad, no contaba con el sentido de la vista, estaba lleno de achaques y no le iba a servir de mucho. A Azucena no le importó. Realmente estaba arrepentida de haber sido una necia, de haber roto comunicación con Anacreonte, de no haberse dejado guiar y de no cooperar en la importante misión de paz que le habían asignado. Prometió portarse muy bien y corregir sus errores si le permitían bajar. Los Dioses se compadecieron de su sincero arrepentimiento y giraron instrucciones a Anacreonte para que le diera a Azucena un repaso súper rápido de la Ley del Amor antes de dejarla encarnar nuevamente.

Anacreonte condujo a Azucena a una habitación de cristal y le introdujo en la frente un diamante cristalino y diáfano que producía chispazos multicolores al momento de recibir la Luz. Era una medida precautoria, pues Anacreonte sabía muy bien que «genio y figura hasta la sepultura». En esos momentos Azucena estaba muy arrepentida y dispuesta a todo, pero en cuanto bajara a la Tierra seguramente olvidaría nuevamente sus obligaciones y a la menor provocación permitiría que la nube negra del encabronamiento le cubriera el alma oscureciéndole el camino. En caso de que eso sucediera, el diamante se encargaría de capturar y diseminar la Luz Divina en lo más profundo del alma de Azucena. De esa forma no había la más remota posibilidad de que perdiera el rumbo. Acto seguido procedió a explicarle de la manera más sencilla y rápida la Ley del Amor , a manera de repaso y no de regaño.

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