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Y ya entradas en confianza, Cuquita se atrevió a preguntarle algo: ¿cómo le iba a hacer el lunes, cuando se presentara a meter sus papeles en CUVA, para que la auriografía que le habían tomado correspondiera con la de su nuevo cuerpo? Azucena se quedó boquiabierta. No había pensado en eso. Cuando a uno lo que le importa es sobrevivir pierde la perspectiva general de los problemas. ¿Cómo le iba a hacer? De pronto recordó que le habían cerrado la ventanilla antes de meter sus papeles. Eso le daba oportunidad de tomarse una auriografía con su nuevo cuerpo en cualquier lugar y sustituirla por la de CUVA, y… y súbitamente se le fue el color del rostro. ¡Tenía un nuevo cuerpo! Nunca pensó que al hacer el intercambio de almas la microcomputadora se iba a quedar dentro de su antiguo cuerpo. ¡Ése sí que era un problema mayor! Sin esa microcomputadora no podía ni acercarse al edificio de CUVA. Fotografiaban los pensamientos de todas las personas desde una cuadra a la redonda. Tenía que ir a ver al doctor Diez de inmediato. Tenía que instalarse otra microcomputadora en la cabeza.

* * *

Azucena tomó aire antes de tocar en la puerta del consultorio del doctor Diez. Había subido a pie los quince pisos. El aerófono del doctor no dejaba de sonar ocupado. Seguramente estaba descompuesto. Y como ella no podía utilizar el aerófono de su consultorio porque su nuevo cuerpo no estaba registrado en el campo electromagnético de protección, tuvo que fletarse a pie las escaleras. Cuando más o menos recuperó el aliento, tocó a la puerta de su querido vecino. La puerta estaba abierta. Azucena la empujó y descubrió la causa por la que la línea del doctor Diez sonaba ocupada: el cuerpo del doctor, al morir, había caído justo en medio de la puerta del aerófono interfiriendo con el mecanismo que la cerraba. El doctor había muerto de igual forma que el bigotón. A Azucena se le fue el aliento. ¿Qué estaba pasando? Otro crimen en menos de una semana. Empezó a temblar. Y fue ahí cuando escuchó a la violeta africana del doctor llorar quedamente. El doctor Diez tenía la misma costumbre que Azucena, dejaba conectadas sus plantas al aparato planto-parlante. Azucena tenía náusea. Se metió en el baño y vomitó. Decidió irse rápidamente. No quería que la encontraran allí. Salió corriendo no sin antes tomar a la violeta africana entre sus manos. Si la dejaba en la oficina iba a morir de tristeza.

* * *

Azucena está acostada en su cama. Se siente sola. Muy sola. La tristeza no es buena compañía. Entumece el alma. Azucena enciende la televirtual más para sentir a alguien a su lado, que para ver qué sucede. Abel Zabludowsky aparece de inmediato junto a ella. Azucena se acurruca a su lado. Abel, como imagen televirtuada que es, no siente la presencia de Azucena, pues él en verdad no se encuentra ahí sino dentro del estudio de la televirtual. El cuerpo que aparece en la recámara de Azucena es una ilusión, una quimera. Azucena, de cualquier modo, se siente acompañada.

Abel habla sobre la gran trayectoria del ex candidato a la Presidencia Mundial. El señor Bush era un hombre de color, proveniente de una de las familias más prominentes del Bronx. Su niñez la había pasado dentro de esta colonia residencial. Había asistido a las mejores escuelas. Desde niño había mostrado una inclinación natural por el servicio público. Había desempeñado infinidad de actividades de carácter humanista, etcétera, etcétera, etcétera. Pero Azucena no escuchaba nada. No le interesa lo que Abel diga en esos momentos. Lo que a ella le interesa es saber quién y por qué mató al doctor Diez. La muerte del doctor la tiene muy afectada. No sólo porque era un buen amigo sino porque sin su ayuda ella nunca podrá entrar a trabajar en CUVA, y esto significa el fin de la esperanza de encontrar a Rodrigo. ¡Rodrigo!

Se le hace tan lejano el día en que compartió esa misma cama con él. Ahora tiene que hacerlo con Abel Zabludowsky, que no es sino un patético e ilusorio sustituto. Rodrigo era tan diferente. Tenía los ojos más profundos que ella había conocido, los brazos más protectores, el tacto más delicado, los músculos más firmes y sensuales. La vez que estuvo entre los brazos de Rodrigo se sintió protegida, amada, ¡viva! El deseo inundó cada una de las células de su cuerpo, la sangre martilló sus sienes con pasión, el calor la invadió exactamente… exactamente como lo que estaba sintiendo ahora en brazos de Abel Zabludowsky. Azucena abrió los ojos alarmada. ¡No podía ser que estuviera tan cachonda! ¿Qué le pasaba? Lo que sucedía era que, efectivamente, estaba acurrucada sobre el cuerpo de Rodrigo, y Abel Zabludowsky había desaparecido. Sólo se escuchaba su voz alertando a la población.

– El hombre que todos ustedes están viendo es el presunto cómplice del asesino del señor Bush y es buscado por la policía.

En la pantalla apareció un número aerofónico para que todo aquel que lo identificara se comunicara de inmediato con la Procuraduría General del Planeta.

Azucena brincó. ¡No era posible! Eso era una mentira, ¡una vil mentira! Rodrigo estuvo con ella el día del asesinato. Él no tuvo nada que ver en ese crimen. De cualquier manera estaba muy agradecida de que lo hubieran confundido con el criminal en cuestión pues de esa forma pudo gozar de su presencia. Con mucha delicadeza empezó a acariciarle el cuerpo, pero le duró muy poco el gusto pues la querida imagen de Rodrigo se desvaneció lentamente y en su lugar apareció la del ex compañero de fila que tuvo en la Procuraduría de Defensa del Consumidor. La ex bailarina frustrada que la había matado y que, al parecer, también había asesinado al doctor Diez.

¿Qué estaba pasando? ¿Quién era ese hombre? ¿Qué era lo que quería? ¿Sería un psicópata? La voz de Abel Zabludowsky amplió la información que Azucena deseaba escuchar. Ese hombre es nada más y nada menos que el asesino del señor Bush. Las pruebas auriográficas así lo indicaban. Lo habían encontrado muerto en su domicilio. Se había suicidado con una sobredosis de pastillas. ¿Por qué se había suicidado? Y ahora ¿quién iba a aclarar que Rodrigo no había tenido nada que ver en el asesinato? Azucena tenía demasiadas preguntas en la cabeza. Demasiadas para poder mantener la cordura. Necesitaba algunas respuestas urgentemente. El único que podía dárselas era Anacreonte. Azucena estuvo tentada a reestablecer la comunicación con él, pero su orgullo se lo impidió. No quería dar su brazo a torcer. Dijo que le iba a demostrar que podía manejar su vida sola y lo iba a cumplir a toda costa.

Cinco

De veras que Azucena es terca como una mula. Desde que se niega a hablar conmigo, se ha propuesto actuar por su cuenta y sólo ha hecho puras pendejadas. Es desesperante verla hacer tontería tras tontería sin poder intervenir. Si ya lo decía yo, la fregada chamaca está acostumbrada a hacer su santa voluntad. ¡Me lleva! Lo peor de todo es que cuando le entra la depre no hay quien la saque de ella. Llevo rato vigilándole el insomnio. No puede dormir, entre otras cosas, porque su nuevo cuerpo no se amolda a la huella que el anterior ha dejado marcada en el colchón. Se ha sentado en la orilla de la cama por largo rato. Luego, ha llorado aproximadamente veinte minutos. Se ha sonado quince veces en el ínterin. Ha dejado la mirada perdida en el techo treinta minutos. Se ha observado por cinco minutos en el espejo del ropero antiguo que tiene frente a su cama. Ha metido su mano bajo el camisón y se ha acariciado despacito, despacito. Luego, tal vez para tomar completa posesión de su nuevo cuerpo, se ha masturbado. Ha llorado nuevamente como veinte minutos. Ha comido compulsivamente cuatro sopas, tres tamales y cinco conchas con natas. A los diez minutos ha vomitado todo lo que había comido. Se ha manchado el camisón. Se lo ha quitado. Lo ha lavado. Lo ha tendido en el tubo de la regadera del baño. Se ha dado una ducha. Al lavarse la cabeza ha extrañado tremendamente su anterior pelo largo. Ha regresado a su cama. Ha girado de un lado al otro como pirinola. Y finalmente se ha quedado como ca-tatónica por cinco horas. Pero en ningún momento se le ha ocurrido escuchar mis consejos. Si me permitiera hablarle le diría que lo primero que tiene que hacer es oír su compact disc para poder ir a su pasado. Ahí está la clave de todo, y ella no lo ha hecho porque ¡¡¡¡siente que no está de humor para llorar!!!! ¡Qué desesperación!

Y no cabe duda que el que espera desespera. Azucena espera que Rodrigo regrese. Yo espero que ella salga del estado de desesperación en el que se encuentra. Pavana, la Ángel de la Guarda de Rodrigo, espera que yo colabore con ella. Lilith, mi novia, espera que yo concluya con la educación de Azucena para irnos de vacaciones. Y todos estamos detenidos a causa de su necedad.

No entiende que todo lo que sucede en este mundo pasa por algo, no nada más porque sí. Un acto, por mínimo que sea, desencadena una serie de reacciones en el mundo. La creación tiene un mecanismo perfecto de funcionamiento y, para mantener la armonía, necesita que cada uno de los seres que la conformamos ejecute correctamente la acción que le corresponde dentro de esa organización. Si no lo hacemos, el ritmo de todo el Universo se desmadra. Por lo tanto ¡no es posible que a estas alturas Azucena aún piense que puede actuar por su cuenta! Hasta la partícula de átomo más pequeña sabe que tiene que recibir órdenes superiores, que no puede mandarse sola. Si una de las células del cuerpo decidiera que es dueña y señora de su destino y optara por hacer lo que se le viniera en gana, se convertiría en un cáncer que alteraría por completo el buen funcionamiento del organismo. Cuando uno olvida que es una parte del todo y que en su interior lleva la Esencia Divina, cuando uno ignora que está conectado con el Cosmos lo quiera o no, puede cometer la tontería de quedarse echado en la cama pensando puras pendejadas. Azucena no está aislada como ella cree. Ni está desconectada como se imagina. Ni puede ser tan tonta ¡carajo! Piensa que no tiene nada. No se da cuenta que esa nada que la rodea la sostiene y siempre la va a sostener donde quiera que se encuentre. Esa nada la va a mantener en armonía vaya donde vaya. Y esa nada estará esperando siempre el momento adecuado para entrar en comunicación con ella, para que escuche su mensaje. Cada célula del cuerpo humano es portadora de un mensaje. ¿De dónde lo saca? Se lo envía el cerebro. Y el cerebro, ¿de dónde lo saca? Del ser humano al mando de ese cuerpo. Y ese ser humano, ¿de dónde saca el mensaje? Se lo dicta su Ángel de la Guarda, y así sucesivamente. Hay una inteligencia suprema que nos ordena cómo propiciar el equilibrio entre la creación y la destrucción. La actividad y el descanso regulan la batalla entre esas dos fuerzas. La fuerza de la creación pone en orden el caos. Después, viene un período de descanso ante el es fuerzo que se necesita para controlar el desorden. Si el descanso se prolonga más de lo necesario, la creación se pone en peligro, pues la destrucción siente que la creación ha perdido la fuerza necesaria y tiene que entrar en acción. Es como si una planta que ha crecido a la luz del sol de pronto la ponen en la sombra, ya no tiene la fuerza que la sostenía y entonces la fuerza destructiva se encarga de que muera. Ese es precisamente el peligro en que se encuentra Azucena con su parálisis.


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