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Cuando estalló la guerra mundial, que imponía a Francia otras prioridades, la guerra en Marruecos se mitigó. El Raisuni, declarado germanófilo, como Abd el-Krim, recibía suministros alemanes a través de los submarinos del káiser que atracaban en Tánger. La situación era complicada y en las dos partes volvió a surgir la voluntad de negociar. En medio de ese delicado proceso, oficiales bajo el mando de Silvestre organizaron en mayo de 1915 el asesinato de Alí Akalay, un emisario que oficiaba de mediador en las negociaciones con el Raisuni. No está claro si lo hicieron por indicación de su jefe o no, aunque sí consta que éste había entorpecido cuanto había podido los esfuerzos conciliadores que llevaba a cabo la Legación española en Tánger. El incidente le costó a Silvestre la destitución, en la que arrastró al Alto Comisario Marina. Su sucesor, Gómez Jordana, que traía como prioridad detener la guerra, tardó sólo un par de meses en firmar un acuerdo con el Raisuni. Gracias a él, se reconocía al viejo pirata como gobernador de la región en nombre del sultán. El Raisuni, por su parte, se comprometía a ayudar a someter a las cábilas rebeldes. Así lo hizo, y en los meses siguientes combatió junto a los españoles contra las tribus más recalcitrantes, que casualmente eran también las que comenzaban a desconfiar de él por cambiar de bando con tanta facilidad. En una de aquellas refriegas, mientras asaltaba la altura de Biutz, el entonces capitán Franco recibió un balazo en el vientre, que pasó milagrosamente sin rozar ningún órgano vital. Habría sido toda una paradoja que el arrojado capitancillo de Infantería hubiera caído en aquella escaramuza para mayor gloria del Raisuni. Quizá lo es, de todos modos, que la única vez que aquel hombre tuvo la muerte tan cerca fuera luchando codo a codo con un bandido.

Una vez liquidados por los españoles sus enemigos locales, el Raisuni volvió a las andadas, es decir, a incordiar a los colaboracionistas y a intrigar con los alemanes. Gómez Jordana toleró más o menos estos movimientos, pero Berenguer, nombrado Alto Comisario en 1918, se resolvió desde el principio a suprimir el poder del Raisuni. La actitud de Berenguer no pasó desapercibida al viejo zorro, que antes de que se produjera el choque le mandó una carta en la que volvía a hablar del viento y el mar, aunque esta vez era él el viento y Berenguer el mar: "Tú, general, eres grande, como el mar. Yo, el jerife, soy como el viento. Cuando el viento está quieto, el mar está en calma, pero cuando sopla, el mar se agita y hace olas. No me hagas que sople". También improvisó una metáfora nueva: "Sabe que nosotros no somos como esos árboles a los que se sacude para hacer caer los frutos, sino más bien como esas piedras en las que no hace mella ni el frío ni el calor". Sus poéticas advertencias, en cualquier caso, no surtieron el menor efecto, y Berenguer, que había sido nombrado jefe supremo del ejército en Marruecos, aplicó todos sus esfuerzos a aislar al Raisuni, quien entre 1919 y 1921 volvió a luchar contra los españoles. Entre esos españoles se encontraba ya para entonces mi abuelo.

La audacia bélica de Berenguer tuvo éxito. En octubre de 1920 sus tropas tomaron Xauen, aunque ése no fue exactamente un golpe contra el Raisuni, porque la ciudad estaba en manos de los Ahmar, un clan rival cuya caída el marroquí celebró como el que más. Poco después las tropas del líder rebelde ponían cerco a Xauen, pero durante 1921 la campaña progresó ventajosamente para los españoles, que terminaron por acorralar al Raisuni. Entonces fue cuando Silvestre se cruzó en el camino de Berenguer. En realidad lo había hecho un poco antes, cuando por presiones del rey había vuelto a Marruecos. Berenguer, que era un año menor que él y que había estado a sus órdenes, no sentía devoción por sus maneras, pero le consideraba un buen jefe y le nombró comandante general de Melilla. Allí, en el este, las líneas estaban estabilizadas en la zona del Kert, y a Berenguer no le corría prisa moverlas mientras no acabara con el Raisuni, lo que tenía cada vez más cerca. Aunque consintió que Silvestre conquistara el territorio de los Beni-Said, poco belicosos y sobre todo rendidos por la hambruna de varios años de malas cosechas, siempre aseguró haberle advertido que no progresara más allá sin haber preparado políticamente el terreno. Cierto es que en sus escritos Berenguer se declaraba admirador de las técnicas coloniales de Lyautey, y que al igual que su predecesor Gómez Jordana rechazaba emprender guerras a sangre y fuego, engendradoras de rencores. Pero Silvestre estaba convencido de que era el momento de avanzar e intentar de una sola tacada unir las zonas oriental y occidental, aniquilando a los beniurriagueles y a los bocoyas de Alhucemas. El desastroso resultado de esa aventura, emprendida contra la voluntad de Berenguer (o tan sólo contra su confusa prohibición, según los más críticos), fue un precioso balón de oxígeno para el Raisuni. En julio de 1921, cuando estaba casi asfixiado, la precipitada marcha de Berenguer y de gran parte de sus tropas en socorro de Melilla le salvó. Podía agradecer por ello la intervención de Abd elKrim, pero una oscura intuición debió de ensombrecer su júbilo. Al otro lado del Rif había surgido algo peligroso, algo que había conseguido humillar a los españoles como él nunca había podido.

Su tiempo se alargó un poco más, aunque para entonces ya era viejo y estaba muy enfermo y ofrecía un cuadro más bien lamentable. Era una especie de monstruo barbudo, hinchado por la hidropesía que padecía desde hacía años. No obstante, todavía hizo una jugada digna de su antigua habilidad: hacia mediados de 1922, cuando los españoles le tenían vencido, negoció con ellos y les sacó no sólo protección y 80.000 pesetas al mes, sino nueva influencia sobre los asuntos del Yebala. Los soldados españoles que habían estado sitiándole fueron envia dos a reconstruir su palacio. Era el precio por sofocar rápidamente el frente occidental y poder afrontar con todas las fuerzas a la nueva República del Rif. Los oficiales españoles reaccionaron con indignación al comprobar cómo se le volvía a dar alas al viejo bandido, y hasta la propia tropa, normalmente más escéptica y fatalista, expresaba su descontento. Barea refleja en un pasaje de La ruta la rabia de los soldados, y Mola escribiría años más tarde: "Se llegó al extremo de que los oficiales españoles necesitaron su plácet para ocupar determinados destinos. ¡Un bandolero no había podido llegar a más, ni una nación europea a menos!".

En 1924, un secuaz del Raisuni, llamado Ahmed Jeriro, discutió con su jefe y se pasó a Abd el-Krim. Empezó a combatir contra él y contra los españoles justo por esta zona del valle del Lau. El Raisuni intentó reprimirle, pero fracasó. Ya no tenía las fuerzas ni la clarividencia de antes. Aquel desertor que había escapado a su castigo iba a ser el instrumento de su ruina. En 1924, las tropas españolas se retiraban de Xauen, sufriendo una terrible derrota, y el Raisuni quedaba aislado en Tazarut. Los españoles le ofrecieron refugiarse en Tetuán y Abd el-Krim unirse a él, naturalmente a sus órdenes. Su orgullo le impidió aceptar tanto lo uno como lo otro. A comienzos de 1925, Jeriro recibió de Mhamed Abd el-Krim el encargo de destruir al Raisuni y extender definitivamente al Yebala el poder de la república rifeña. Con un ejército de 1.200 yebalíes y 600 rifeños de Beni-Urriaguel y Tensamán, apoyados por una retaguardia de 2.500 combatientes del Gómara, Jeriro asaltó la legendaria fortaleza de Tazarut en la noche del 23 de enero de 1925. Los yebalíes fueron rechazados y cedieron el puesto a los rifeños, mientras los de la retaguardia quedaban a la expectativa. La guardia del Raisuni le defendió con bravura, pero aquellos pocos centenares de rifeños acabaron tomando la fortaleza donde los españoles nunca habían conseguido entrar. Poco des pués de que los beniurriagueles se apoderasen de Tazarut, hubo una torpe incursión aérea española. Pero aquellos aviones llegaban tarde para el Raisuni. A aquellas alturas, cuando ya los pocos supervivientes de su guardia se habían pasado al vencedor, la intervención en su favor de sus antiguos enemigos sólo pudo parecerle una mofa del destino.

En Tazarut se dice que había 100.000 fusiles Máuser, aunque la cifra parece demasiado fabulosa, y gran cantidad de dinero. Los rifeños se apoderaron del botín y llevaron al impedido Raisuni en litera a Xauen y después a Targuist, donde fue humillado y pidió que le mataran. El periodista norteamericano Vincent Shean, que asistió a su llegada a Targuist, el 30 de enero de 1925, describió al viejo bandido como un cuerpo enorme derrengado sobre la litera cubierta de cojines en que le transportaban. Sólo se veía su turbante, su barba teñida y sus ojos furiosos. Tras él marchaban sus cuatro favoritas, con velo blanco, entre ellas la legendaria Aixa, cuya cabellera, según se decía, habían de sujetar cuatro esclavas cuando paseaba por los jardines de Tazarut. Diecisiete mulas transportaban sus bienes, y los rifeños le habían permitido conservar también su caballo blanco, cuya montura repujada en oro refulgía al sol. En la mísera casa del poblado que le destinaron, el Raisuni, que se llamaba a sí mismo aún señor de las montañas, declaró al periodista norteamericano que prefería morir a vivir prisionero de perros y de hijos de perra. Alá atendió su petición, y el fin le llegó el 10 de abril de 1925 en Tamasint, al sur de Alhucemas. Su vida, que había conocido glorias y ocasiones impensables para alguien nacido en el mísero norte de Marruecos a mediados del siglo Xix, no pudo conocer peor remate: el señor del Yebala, muerto en Beni-Urriaguel, tras haber sido arrancado de Tazarut por un antiguo lugarteniente y haber sido inútilmente protegido por aquéllos a quienes siempre combatió y estafó. Años atrás, el viejo seductor había engatusado a la rica norteamericana Rosita Forbes, a la que inspiró un encendido libro titulado El sultán de las montañas , donde se pintaba al Raisuni como el bandido romántico que pretendía ser. Por fortuna para su leyenda, la crédula Rosita no le vio reventar como un cerdo en Tamasint. Personalmente me cuesta compadecerle, aun en ese trance, porque aquel hombre estuvo a punto de impedirme nacer, cuando mi abuelo no era más que un soldado novato en un batallón de choque. También estuvo a punto de imposibilitarme Abd el-Krim, años después, pero al menos a éste no le movía sólo la codicia.

La carretera llega al río Lau. En este valle, donde antaño se cumplía la voluntad del Raisuni y donde se sublevó Jeriro para extinguirla, divisamos bosques amenos y prados que el verano no ha conseguido secar del todo. Poco después salimos a una bifurcación, donde apuntamos hacia el norte. La ruta sube entre colinas y de pronto aparece ante nosotros una ciudad blanca, tendida entre dos enormes montes, el Meggú y el Tissuka. Ambos forman los cuernos que le dan nombre. Es Xauen, la ciudad santa.

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