Hoy Gibreel, además de la arrolladora vehemencia de Mahound, siente su propia desesperación: sus dudas. También, que sufre una gran necesidad, pero Gibreel todavía no se sabe el papel… él tiende el oído a la escucha-que-también-es-pregunta. Mahound pregunta: Se les mostraron milagros, pero ellos no creyeron. Ellos vieron que tú venías a mí, a la vista de toda la ciudad, y que me abrías el pecho; vieron cómo lavabas mi corazón en las aguas de Zamzam y volvías a ponerlo dentro de mi cuerpo. Muchos de ellos lo vieron, pero siguen adorando piedras. Y cuando tú viniste de noche y me llevaste volando a Jerusalén y yo planeé sobre la ciudad santa, ¿no volví y se la describí tal como es con toda precisión, hasta el último detalle, para que no pudiera dudarse del milagro, y aun así, ellos seguían acudiendo a Lat? ¿No hice cuanto estaba en mi mano para facilitarles las cosas? Cuando tú me subiste hasta el mismo Trono, Alá impuso a los fieles la dura obligación de rezar cuarenta oraciones al día. En el viaje de regreso, me encontré con Moisés y él dijo la carga es muy pesada, vuelve y pide que te sea reducida. Cuatro veces volví y cuatro veces Moisés dijo demasiadas todavía, vuelve. Pero la cuarta vez Alá había rebajado la obligación a cinco oraciones y yo me negué a volver. Me daba vergüenza suplicar más. En su bondad, Él pide cinco en lugar de cuarenta y aun así ellos aman a Manat, ellos quieren a Uzza. ¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo decir?
Gibreel permanece en silencio, vacío de respuestas, canastos, bhai, a mí no me preguntes. La angustia de Mahound es espantosa. Él pregunta: ¿es posible que ellas sean ángeles? Mat, Manat, Uzza… ¿puedo llamarlas angélicas? Gibreel, ¿tú tienes hermanas? ¿Son ellas hijas de Dios? Y él se castiga: Oh, qué vanidad la mía, yo soy un hombre arrogante, ¿es esto debilidad, es un simple sueño de poder? ¿Debo yo traicionarme a mí mismo por un sillón en el consejo? ¿Es esto lo sensato y prudente o es trivial y egoísta? Ni siquiera sé si el Grande es sincero. ¿Lo sabe él? Quizá ni él mismo. Yo soy débil y él es fuerte, la oferta le proporciona muchas formas de arruinarme. Pero también yo tengo mucho que ganar. Las almas de la ciudad, del mundo, ¿no han de valer tres ángeles? ¿Es Alá tan inflexible que no puede acoger a otras tres para salvar a la especie humana? -Yo no sé nada-. ¿Debe ser Dios orgulloso o humilde, regio o sencillo, transigente o in…? ¿Qué clase de idea es Él? ¿Qué clase soy yo?
* * *
A medio camino del sueño o a medio camino del despertar, Gibreel Farishta con frecuencia se siente lleno de resentimiento por la no aparición, en las visiones que le persiguen, de Aquel que se supone sabe todas las respuestas; Él nunca acude, el que se mantuvo alejado cuando yo me moría, cuando yo lo necesitaba necesitaba. Aquel del que siempre se trata, Alá Ishvar Dios. Ausente como siempre mientras nosotros nos retorcemos y sufrimos en su nombre.
El Ser Supremo se mantiene alejado; lo que vuelve constantemente es esta escena: el Profeta en trance, el extrusionado, el cordón luminoso, y luego Gibreel, en su doble papel, está tanto arriba-mirando-abajo como abajo-mirando-arriba. Y, los dos, locos de miedo por la trascendencia de todo ello. Gibreel se siente paralizado por la presencia del Profeta, por su grandeza, piensa no puedo emitir ni un sonido parecería un condenado imbécil. El consejo de Hamza: nunca muestres tu miedo; los arcángeles necesitan estos consejos tanto como los aguadores. Un arcángel tiene que aparentar serenidad, ¿qué pensaría el Profeta si los encumbrados por Dios empezaran a tartamudear de miedo escénico?
Se produce: la revelación. De esta manera: Mahound, todavía en su duermevela, se pone rígido, se le abultan las venas del cuello, se agarra el vientre. No, no es un ataque de epilepsia, no puede explicarse tan fácilmente; ¿qué ataque de epilepsia ha conseguido nunca hacer que el día se convierta en noche, que las nubes se amontonen en el cielo, que el aire se haga irrespirable mientras un ángel, muerto de miedo, planea sobre el doliente, sostenido como una cometa por un cordón de oro? Otra vez el tirón, el tirón y ahora el milagro empieza en sus mis nuestras entrañas, él tira de algo con todas sus fuerzas, obligando a algo, y Gibreel empieza a sentir ese poder, esa fuerza, aquí están, en mi propia mandíbula, moviéndola, abriendo cerrando; y el poder que sale de dentro de Mahound se eleva hasta mis cuerdas vocales y me viene la voz.
No es mi voz yo no conozco estas palabras no soy gran orador nunca lo fui ni lo seré pero no es mi voz es una Voz.
Los ojos de Mahound se abren desmesuradamente, ahora ve una visión, la mira sin pestañear, oh, sí, Gibreel recuerda, me ve a mí. Me ve a mí. Mis labios que se mueven, que son movidos por. ¿Qué, quién? No sé, no sabría decir. No obstante, aquí están ya, ya me salen por la boca, me suben por la garganta, cruzan por entre mis dientes; las Palabras.
Ser el cartero de Dios no es divertido, yaar.
Peroperopero: Dios no está en esta foto.
Sabe Dios de quién habré sido cartero.
* * *
En Jahilia esperan a Mahound junto al pozo. Khalid, el aguador, como siempre el más impaciente, corre a la puerta de la ciudad para verle venir. Hamza, como todos los viejos soldados, acostumbrado a la soledad, está en cuclillas, jugando con guijarros. No hay sensación de urgencia; a veces, está fuera varios días o, incluso, semanas. Y hoy la ciudad está casi desierta; todo el mundo ha ido a las grandes tiendas de la feria a oír a los poetas que han de concursar. En el silencio, sólo se oye el ruido de los guijarros de Hamza y el arrullo de una pareja de palomas torcaces, visitantes llegadas del monte Cone. Entonces oyen los pasos que corren.
Llega Khalid, sin aliento, desolado. El Mensajero ha regresado, pero no viene a Zamzam. Ahora todos están de pie, perplejos por este desvío de la costumbre. Los que esperaban con palmas y estelas preguntan a Hamza: ¿Entonces, no habrá Mensaje? Pero Khalid, que todavía no ha recobrado el aliento, mueve la cabeza. «Creo que lo habrá. Él tiene el aspecto de cuando recibe la Palabra. Pero no me ha hablado, sino que ha ido hacia la feria.»
Hamza toma el mando, anticipándose a la discusión, y abre la marcha. Los discípulos -se han reunido unos veinte- le siguen hacia los burdeles de la ciudad con expresiones de virtuosa repugnancia. Hamza es el único que parece contento de ir a la feria.
Encuentran a Mahound plantado delante de las tiendas de los Dueños de los Camellos Moteados, con los ojos cerrados, aprestándose a la tarea. Ellos preguntan con ansiedad; él no contesta. Al cabo de unos momentos, entra en la tienda de la poesía.
* * *
Dentro de la tienda, el auditorio saluda con burlas la llegada del impopular profeta y de sus tristes seguidores. Pero a medida que Mahound, con los ojos firmemente cerrados, avanza entre la gente, se apagan los abucheos y silbidos y se hace el silencio. Mahound no abre los ojos ni un momento, pero su paso es firme y llega al estrado sin tropezar ni chocar. Sube los pocos peldaños hacia la luz; todavía tiene los ojos cerrados. Los poetas líricos, autores de elegías de asesinatos, versificadores de relatos y comentaristas satíricos allí reunidos -Baal está presente, desde luego-, miran con sorna pero también con cierta inquietud al sonámbulo Mahound. Sus discípulos tratan de abrirse paso entre la muchedumbre. Los escribas pugnan entre sí por situarse cerca de él y escribir todo lo que diga.
El Grande Abu Simbel descansa sobre almohadones en una alfombra de seda colocada junto al estrado. A su lado, resplandeciente de áureos collares egipcios, está Hind, su esposa, la de famoso perfil griego y cabellera negra tan larga como su cuerpo. Abu Simbel se levanta y grita a Mahound: «Bien venido. -Es todo urbanidad-. Bien venido, Mahound, el vidente, el kahin. » Es una pública muestra de respeto e impresiona a la multitud. Los discípulos del Profeta ya no reciben empujones, sino que se les permite pasar. Desconcertados, complacidos sólo a medias, llegan a la primera fila. Mahound habla sin abrir los ojos.
«Ésta es una reunión de muchos poetas -dice con voz clara-, y yo no puedo pretender ser uno de ellos. Pero yo soy el Mensajero, y os traigo versos de Uno que es más grande que todos los que están aquí reunidos.»
El público se impacienta. La religión, para el templo; aquí tanto los jahilitas como los peregrinos han venido a divertirse. ¡Que se calle! ¡Fuera! Pero Abu Simbel vuelve a hablar: «Si tu Dios te ha hablado realmente, entonces todo el mundo debe escuchar.» Y al instante en la gran tienda se hace silencio absoluto.
«La Estrella -grita Mahound, y los escribas empiezan a escribir.
»¡En el nombre de Alá, el Misericordioso, el Compasivo!
»Por la Pléyade en su ocaso: Tu compañero no está en el error; tampoco se ha desviado.
«Tampoco hablan por él sus deseos. Es una revelación que ha sido hecha: un poderoso le ha hablado.
»Él estaba en el alto horizonte: el señor de la fuerza. Entonces se acercó, se acercó hasta una distancia menor que la longitud de dos arcos y reveló a su siervo lo que ha sido revelado.
»El corazón del siervo era sincero cuando vio lo que vio. ¿Os atreveréis vosotros a dudar de lo que fue visto?
»Yo lo vi también en el loto del último confín, cerca del cual se encuentra el Jardín del Reposo. Cuando el árbol fue cubierto por su manto, mi ojo no se apartó, ni mi mirada se desvió; y yo vi algunas de las grandes señales del Señor.»
Al llegar a este punto, sin asomo de vacilación ni duda, recita otros dos versos.
«¿Habéis pensado en Lat y Uzza, y en Manat, la tercera, la otra? -Después del primer verso, Hind se pone en pie; el Grande de Jahilia ya está muy erguido. Y Mahound, con ojos amordazados, recita-: Ellas son aves preeminentes, y su intercesión es verdaderamente deseable.»
Mientras la algarabía -exclamaciones, vivas, gritos de devoción a la diosa Al-Lat- crece y estalla dentro de la tienda, la congregación, atónita, contempla el doblemente sensacional espectáculo del Grande Abu Simbel que pone los pulgares sobre los lóbulos de las orejas, abre las manos y profiere en voz alta la fórmula: «Allahu Akbar.» Después de lo cual cae de rodillas y, deliberadamente, toca el suelo con la frente. Hind, su esposa, le imita inmediatamente.