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Cuando empezó la pelea, nosotros en la Argen tina creíamos que el Flaco perdía, no teníamos ningún tipo de expectativa. Hasta ese undécimo round para cualquier jurado del mundo ganaba el Flaco pero nosotros pensábamos que allá, contra el campeón local, no le iban a hacer justicia, la victoria no se la iban a dar por puntos así nomás. Yo puteaba para adentro contra el Hermano Zelaya.

Bueno, llegó el undécimo, sobrevino esa mano terrible del Flaco, y ahí lo tuvo. Y él lo que tenía no lo desaprovechaba. Una alegría grande. Eso era lo bueno de ayudarlo al Flaco, que con un empujoncito de los ángeles, todo lo demás lo hacía solo, por algo le decían el Matador. Le pegó una mano neta, esas manos que sólo se sostiene el rival porque está entre las dos cuerdas y la madera del ángulo. Benvenutti se mantuvo sólo por milagro. Después lo sirvió de vuelta, con esa puntería que tenía él. Que en el boxeo no cualquiera tiene, usted va a ver boxeadores sin grandes condiciones pero que bailan, y con el simple movimiento al rival ya se le desdibuja el blanco. A él no. El Flaco tenía también otra cosa, que es saber cerrarle el camino al rival. Porque usted le metió una mano al contrario y el otro la sintió pero empieza a caminar, a dispararse que uno le dice. Y bueno, el Flaco aprovechaba muy bien esos metros que tiene el ring para cercarlo. Aun en el medio de la soga, que es tan difícil, sin necesidad de tener el apoyo del rincón. Inigualable. Así le pasó años después acá, con Toni Mundini, el australiano, lo sentó en el medio del ring, justo entre medio de las dos sogas. Era certero. Frío pero con agallas: uno de los dos, tres grandes campeones que tuvimos. El otro que yo considero una injusticia dirimir cuál fue el más grande, es Pascualito Pérez, con el golpe de un mediano y la calidad casi de un Locche.

A veces me pregunto qué hubiera sido del Flaco sin los trabajos que yo pagaba para ayudarlo. Yo creo que igual hubiera hecho buena campaña, no tan impecable, pero buena. En la historia del boxeo es muy raro un récord como el suyo, que hizo más de cien peleas profesionales y perdió solamente tres: pero lo verdaderamente notable es que con esos tres tipos que perdió, después volvió a pelear y los liquidó. A partir de que yo empecé con los trabajos místicos del Hermano Zelaya, nunca jamás volvió a perder el Flaco una sola pelea. Con nadie.

¿Sabe en qué se notaba sobre todo la ayuda que le brindábamos? En la forma que el Flaco escapaba a todo análisis, a todo cálculo. Cuando decían esta vez sí pierde, esta vez no fue tan bien preparado, no le dio tanto tiempo, él lo hacía bien. Mire que defendió el título tantas veces, con otros grandes del boxeo mundial y a más de uno lo dejó haciendo sombra con los árboles, como Mantequilla Nápoles. El mismo Valdez está que le quiere hablar a los semáforos pero ni puede por cómo le quedó la mandíbula.

Yo le tenía un cariño al Flaco, un cariño… tanto como lo vine a odiar después, en ese tiempo lo quería como a un hermano. Aunque no nos conociéramos, estábamos juntos en todo. Yo me ocupaba de ponerle la suerte a su favor, él respondía con todo su profesionalismo. No lo voy a engañar, no es que trabajaba solamente por él, yo también me salvaba, ganaba mi buena plata apostando con tanta tranquilidad que me daba igual si tenía que arriesgar veinte para sacar uno, porque ese riesgo no existía, juntar esa plata era como sacarle un dulce a un niño. Después perdí todo, me estafaron en un negocio que no tendría que haberme metido, pero eso no le voy a contar, baste decir que yo la lectura que hice es que Dios habrá querido que la plata no me la ganara tan fácil.

No todo es suerte o son ángeles: ayúdate que los ángeles te ayudarán. El Flaco era responsable, comía y tomaba lo que venga cuando no tenía que pelear. Pero decía: la pelea es tal fecha, y tres meses antes se terminaba todo, era lo más profesional que pueda haber. Había que verlo en el ring, él le sacaba presión a Brusa, era al revés, Brusa sólo tenía que preguntarle cómo estás, te falta algo, y aflojarle el pantalón. Otra cosa notable: en una pelea dura, como es cualquiera con ese peso, cuántos boxeadores, digamé, no necesitan sentarse a descansar. Ninguno. Termina un round y el boxeador normal va en auxilio del banquito. El Flaco se apoyaba en las dos sogas y miraba a la gente. ¡Se quedaba parado! Extraordinario. Un guapo de verdad.

Al Dani, que ya estaba grandecito, no le interesaba el boxeo. Ni los deportes en general, lógico. En cambio le tiraban los libros. Llegó la edad de ir a la escuela y del Ministerio me mandaban una maestra a casa para que lo prepare. Brillante: ésa era la palabra que nos decía siempre la señorita. Este chico es brillante. Pasaba los grados como si nada, estaba adelantado.

Yo al Hermano Zelaya lo encontraba en privado, ya sea por la salud del Dani o por cosas del Flaco. Para ver las peleas me juntaba con los muchachos, aunque a ellos no les contaba nada del papel que yo jugaba en el espectáculo. Después las comentábamos con el Hermano Zelaya, que las veía por su lado. Analizábamos esos momentos evidentes en que sin nuestra ayuda espiritual se podría haber ido todo al diablo. Por ejemplo, contra Briscoe, cuando le metió esa mano, qué cosa notable, y al Flaco lo pararon las sogas, que si no sigue de largo hasta el vestuario. Hizo así, se agarró, se inclinó sobre la soga como hacía siempre él y miró el reloj para ver cuánto faltaba. ¿Cuántas escenas de boxeadores sentidos en el mundo se han visto que hayan tenido esa viveza? Ninguna, se lo digo yo que vi miles. Sentido y a la vez con esa pequeña luz que le permitió mirar el reloj para ver si podía llegar y cómo. ¡Después le pegó tanto a Briscoe, pero tanto en esa cabeza! No lo pudo tirar, no lo pudo voltear, pero le pegó tanto que le hizo dos cabezas.

Otro que le pegó bastante al Flaco fue Boutier, se hicieron peleas parejas. Buen boxeador el francés, pero nada más. Ése fue otro momento en que el Flaco no hubiera podido ganar sin mí, porque adonde iba se la llevaba a la Susana Giménez. Así que el entrenamiento ya no era muy formal. Él decía que se ponía alcanfor en el calzoncillo para no tener relaciones. Para mí que lo suplantaría con toda la preparación, pero ése era un punto débil y tendría que haber estado agradecido de que estábamos ahí cubriéndole las espaldas.

Un tipo que le metió una mano tremenda fue Gratier Tonna. Le pegó una piña que yo creí que el Flaco no volvía más. Pero se notó que estaba bien protegido desde ahí arriba, porque enseguida reaccionó instantáneamente y para mí le debe haber hecho sentir el peso de la mirada. Le pone una mano a Tonna y el francés se cae apoyando las rodillas en el suelo y los puños. Estaba perfectamente para seguir, no fue un golpe de nocau para nada, pero el tipo lo miró así a su segundo, como queriendo decir yo no me levanto más, usted perdóneme pero acá al señor éste le pegué y resulta que se enojó mucho, mejor nos vamos.

Para la pelea con Mundini lo vi entrenarse. Bueno: para el Flaco era jugar. Ese tremendo reach que tenía, esos brazos tan largos. Porque el Flaco punteaba, ponía así, unas cuantas manos, parecía nada más para tenerlo lejos al rival… Tocaba. ¡A uno le parecía que tocaba! Porque había índices después. Con esos pequeños toques, a lo mejor al octavo, noveno, ya se notaba que al otro se le empezaban a poner los pies paralelos, las piernas en línea recta. Los pies, ¿ve? tienen que estar uno adelante y otro atrás, así, siempre en punta. Pies paralelos es signo de que el boxeador no tiene coordinación, lo mismo cuando busca asentarlos, cuando le cuesta levantar las manos. No necesariamente es cansancio, sino el efecto de los golpes. Otra cosa que tenía el Flaco, y esto nada que ver con los ángeles, lo que era suyo propio yo se lo reconozco, es que pegaba mucho en retroceso, cosa que no hizo casi nadie en el boxeo. Retrocedía punteando. Es decir, a él lo atacaban y en vez de esquivar nada más siempre largaba la mano, tocaba.

Así venía la historia, el Flaco siempre arriba, nadie le podía discutir el título, yo ganando con él y él ganando conmigo. Eran nuestras dos almas como una sola, según me explicaba el Hermano Zelaya. Se venía la pelea con Valdez, la segunda, que fue la última. A Valdez ya una vez le había ganado. Con lo justo, pero sin duda ninguna.

En esos días se le complica al Dani, pobrecito, una de esas congestiones pulmonares que tenía siempre por el problema de la postura, sobre todo desde la operación. Se declara neumonía. Deliraba de fiebre. Cada vez que pasábamos una de ésas, yo les miraba la cara a los médicos: cuando veía que me esquivaban los ojos, lo buscaba al Hermano Zelaya.

Entonces lo voy a ver, le cuento detalladamente la situación, y por primera vez me doy cuenta que el Hermano Zelaya también me está escondiendo la mirada. Entra en trance, se queda unos cinco minutos con los ojos en blanco, con una especie de temblor y cuando sale del trance me dice: hay una sola posibilidad. Que mañana el Flaco pierda la pelea. Si gana Valdez, se salva tu chiquito. Ésa es la palabra que me transmitieron los ángeles.

¿Usted puede entender lo que yo sentí?

Lo peor era que no había tiempo de hacer un trabajo místico a favor de Valdez, porque a los ángeles no se les puede estar pidiendo blanco, blanco, blanco, y de repente negro. Se produce como una aglomeración de beneficios a favor de alguien y si uno lo quiere perjudicar le va a llevar tanto como el tiempo que estuvo haciendo trabajos a favor, única forma de anular todo ese cúmulo.

Entonces yo le pedí al Flaco que perdiera. Le pedí que se tire, que se quede en la lona. Se lo rogué. Traté de verlo personalmente pero era imposible, él estaba concentrado, imagínese, la noche antes de la pelea. Se lo pedí mentalmente, así como antes le mandaba todo lo que hacía falta para que ganara. Me la debes, Flaco, le decía yo. A vos no te hace nada perder una vez en la vida. La pelea anterior fue tuya, ahora Valdez te gana la revancha, después te van a dar el desempate, ahí lo haces puré de tomate si se te da la gana, recuperas el título y te retirás cantando el himno. Pero ésta me la debes, te lo pido por la vida de mi hijo. Yo hice todo por vos, yo te llevé de la mano al triunfo, desde que le ganaste a Benvenutti hasta todo lo que te pasó después, todo me lo debes a mí, a los trabajos místicos que yo pagué no sólo con dinero, a la fuerza espiritual que hice para que ganaras. Yo te convertí en campeón del mundo, Flaco, y campeón vas a seguir siendo muy pronto, nada más por esta única vez te pido que te quedes mirando el cielo.

Vino la noche de la pelea. A la nena la habíamos mandado a casa de los abuelos, para que la mamá pudiera dedicarse al enfermito, que lo teníamos ya internado. Yo tuve la suerte de verlo justo en un ratito que le había bajado la fiebre. Estaba caído que ni tenía fuerzas para levantar la cabeza. Por la ventana del sanatorio se veía la luna. "Mira, papá" me dijo el Dani, "Mira qué linda la luna". Yo miré, qué quiere que le diga. Con la angustia que tenía me pareció que la luna tenía cara de gordo imbécil. "Es mía la luna: nadie me la puede sacar", me dijo el chiquito. Esas salidas tenía. Lo dejé con mi señora y me fui a ocuparme de la pelea. Yo tenía esperanzas. El Flaco no estaba tan bien preparado como para la anterior. Venía dando el handicap de un año sin pelear, que es mucho, aparte que ya tenía treinta y cinco años. Rodrigo Rocky Valdez: quién iba a decir que yo iba a ser hinchada del colombiano. La pelea fue en Mónaco. Hubo un momento en que yo sentí que el Flaco dudaba, que estaba a punto de aflojar y hacerme el favor que le venía rogando, fue cuando entró la mano esa durísima de Valdez y le hizo sangrar la nariz, una situación prácticamente inédita en la carrera profesional del Flaco. Lo tuvo muy sentido en ese momento, era para mí la tercera mano realmente dura que le entraba en toda su historia: Briscoe, Tonna y ahora Valdez, yo dije la tercera es la vencida. No fue. El Flaco se repuso, para variar, esta vez sin ayuda de mi parte, que desde su ángulo de visión tiene más mérito, y en los tres, cuatro rounds que faltaban para terminar la pelea le dio a Valdez una paliza enorme. Una demolición. Ahí fue cuando le hinchó toda la cara, la boca, todo, de ahí Valdez apenas puede hablar.

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