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– Porque sueño con los ojos abiertos creen que yo sé cosas -canturreaba-, creen que yo sé cosas, porque sueño con los ojos abiertos… ¿Y los señores… -enfrentóse a los Matachines-, quiénes son, cómo se llaman?… ¡Ah! ¡ah!… -se fijó mejor en ellos-, son los Matachines de Machitán.

El mono sentado en el suelo, empezó a quererse pegar el pie, antes que el gran Rascaninagua le preguntara por qué travesura se lo habían cortado. Revolvía saliva, tierra y chillidos.

– ¡Telele, dejé de chillar! -amenazó Rascaninagua con el bastón en que se apoyaba, al saraguate. Luego volviéndose a los Matachines, en tono autoritario: -Mis amigos, en estos cerros no se debe derramar sangre…

Se limpió la boca con el envés de la mano. La palabra sangre mancha los labios de solo pronunciarla e inquirió con sus ojos perdidos en hojarasca de siglos, la impresión que causaba su mandato de «no más sangre» en aquellos que vivían sólo para eso, para derramarla.

– Y si no derramamos sangre, de qué hemos de vivir… -se adelantó a responder, en tono interrogativo, Chitanam-, y lo peor es que ahora estamos comprometidos, por juramento, yo a derramar la sangre de Tamachín y Tamachín la mía.

– Pero eso puede evitarse… -sacudió la cabeza Rascaninagua.

– ¡Imposible! -gritaron, aquéllos.

– No hay imposibles en mis cerros…

– Si pudiera evitarse. -apresuró Chitanam, esperanzado, no las tenía todas con la muerte, y menos a machetazos..

– ¡Con un revuelto de cobardía y caca de perico… -engallóse Tamachín -, ja, ja, ja… -soltó la risa, para añadir en seguida: -La bella de Machitán nos espera más allá de la vida y debemos juntarnos con ella…

– ¿Y por qué los dos? – frunció las cejas al preguntar Rascaninagua.

– Fue el amor lo que la perdió, el amor que sentía por nosotros dos -explicó Chitanam-, no se decidió por ninguno y cayó en poder de todos los que no la querían…

– Y… si cumplen el juramento de reunirse con la bella de Machitán, sin morir del todo, qué les parece -planteó en tono agorero y familiar Rascaninagua.

El mono, medio dormido, soltaba largos suspiros. Se había pegado el pie. Los Matachines dudaban de sus ojos. Cómo creerlo.

Saliva, tierra y chillidos, qué mejor pegamento.

– Morir sin morir del todo… cumpliríamos nuestro juramento y seguiríamos vivos… -pensaba sin decirlo Chitanam

– Pero hay una condición -Rascaninagua adivinó lo que éste pesaba con la sutil balanza de las probabilidades-, una sola condición. No se derramará más sangre en Machitán. La sangre de los Matachines será la última.

– Lo que nos mandes haremos con tal dé morir sin morir -habló Chitanam esperanzado, cada vez más esperanzado-. Cumplir nuestro juramento y no irnos de la vida…

Tamachín guardó silencio. Telele y Rascaninagua le resultaban sospechosos. Apretó las quijadas y se mordió el pensamiento. Los Matachines, ella lo dijo siempre, son valientes para dar la muerte, pero no para morir. Este zandunguero quiere hacernos creer que moriremos sólo aparentemente. Así nos da valor para matarnos. Las palpitaciones del corazón le cosían los labios. Al fin logró hablar:

– De mi parte agradezco, pero ni necesito ni acepto. Enfrentarme con Chitanam sabiendo que es de mentiras, me repugna. Si hemos de matarnos, que sea de verdad.

– Nada se pierde con hacer la prueba -murmuró Chita, que seguía no teniéndolas todas con la muerte.

– ¡Todo se pierde… -se oyó la voz de Tamachín, vozarrón metálico, duro-, todo se pierde escuchando embusteros!

Telele bailaba, saltaba, sin que pudiera saberse cuál de los dos pies se había pegado con saliva y tierra.

– En fin agregó Tamachín, lo desarmaba el prodigio de ver al Mono con los dos pies-, oigamos cómo es eso de morir, sin morir de veras…

– ¡Quieto, Telele! -gritó Rascaninagua al saraguate que no dejaba paz-. ¡No pudiendo ser dios, es bailarín! -explicó sonriente, antes de endurecer la cara para anunciar a los Matachines, pétreo y solemne, que les daría dos talismanes, uno a cada uno, para que a su conjuro pudieran volver a la vida desde el mar de las sustancias.

– El instinto de conservación -prosiguió Rascaninagua- es el gran perro mudo, fiel cuidador de lo carnal del hombre, de su cuerpo, de su integridad, desde hacerle presentir los peligros hasta defenderlo ferozmente; luego viene el nahual o espíritu protector de su ánima, su doble, el animal que lo sostiene siempre, que no lo abandona nunca, que lo acompaña más allá de la muerte; y por último la poderosa combustión de las sustancias de que está hecho lo vital, la vibración más íntima del ser, o sea el tono.

Hizo una pausa y siguió:

– El señor -se dirigió a Tamachín que despedía, colérico, negras llamas por los ojos-, el señor es de tono mineral y le corresponde y le entrego el frágil talismán de talco en forma de espejo de hojas de sueños superpuestos. Cada una de sus hojas dura nueve siglos, novecientos años. Cada nueve siglos tendrá Tamachín que cambiar de hoja para seguir vivo en su profunda sustancia mineral. Trescientos millones de espejos de talco, contando sólo la primera lámina, arrebatarán su sombra, para mantenerlo vivo, de la sombra de la noche.

Rascaninagua puso la mano en el hombro de Chitanam:

– En cambio, el amigo es de tono vegetal y le entrego el talismán agua verde, sangre de árbol, en este trozo de raíz de ceiba, para que navegue, después de muerto, en la sangre verde de la tierra, y vuelva cuando quiera a su forma corporal. Es por virtud de mis talismanes que los Matachines seguirán vivos en lo más íntimo de sus sustancias, piedra será Tamachín, árbol será Chitanam.

– ¡Vengan los talismanes! -gritaron esperanzados y exigentes los Matachines.

– Pero, para llegar a ser indestructibles y salvarse de la nada usando una energía rudimentaria, más fuerte, sin embargo, que el instinto de conservación y el nahual o animal protector, deben evitar ser heridos en su forma mineral y vegetal, buscar lo más profundo de las selvas y los barrancos, para que nadie los toque, no separarse nunca y jurar que su sangre es la última que se derrama en Machitán.

– ¡Por la Gran Atup que así será! -juraron los Matachines al recibir los talismanes y desaparecer Telele y Rascaninagua, a quien dieron en pago a su secreto de supervivencia, las manos muertas y enjoyadas de la Pita-Loca.

La plaza de Machitán negreaba de cabezas humanas. El desafío de los desafíos. Las torres y el frente de la iglesia, las ventanas y los techos de las casas, los árboles, todo era una sola cabeza. Los vecinos principales asomados a sus balcones. En las esquinas, hombres a caballo con espuelas que sonaban a lluvia dormida. A lo largo de las aceras, piñas de comerciantes que ofrecían refrescos, comidas, cocos de agua, dulces, frutas y baratijas.

Silencio expectante, más bien expectorante. Todos, a pesar del momento que se vivía, tosían, gargajeaban…

Salieron a la plaza los Matachines seguidos de comparsas abúlicas que llevaban esqueletos de culebras, gallos degollados, cueros de tigrillos, jaulas de hilos con pajarillos minúsculos, pieles de oveja, aves hipantes, cascabeles de serpientes, cuchillos de sacrificio con la forma del Árbol de la Vida, y afilados por la risa de Tohil, afilador de obsidianas, calaveras pintadas de colores, azules, verdes, amarillas, cornamentas de venados…

Los Matachines ocuparon los lugares que los machetes arrojados al aire les señalaron, al caer de punta y clavarse en la tierra, y sin más esperar se alzó la voz de Chitanam. Pedía que le dieran por ataúd el árbol hueco que ahora sonaba con cien lenguas de madera. Dormir su último sueño en un tun. Que un tun fuera su tumba, su tumba retumbante.

Luego habló Tamachín. Pedía que lo enterraran en una piedra cavada a su tamaño y, sin decir más, empezó su última danza de pies y pies y pies…

¡Chin-chin-chin… Matachín-chin-chin…!, pies y pies y pies… lluvia de pies y pies y pies…

¡Tamachín-chin-chin,,… chin-chín Tamachín…Tamachín-chin… Tamachín!

¡Tam-tam-tam… Chitanam-tam-tam…! -empezó Chitanam su última danza, su, llueve pies y pies y pies… Antes gritó su proclama, los machetes al aire como peces de sol: no iban al encuentro de la muerte, sino de la bella de Machitán… pies y pies y pies… lluvia de pies y pies y pies…

No se hizo esperar. la proclama de Tamachín:

¡Un nudo de amor de tres, no se puede desatar…! En el eco se oía:…no se puede desandar…!

¡Es lo que pasa, Chitanam, cuando nacen dos hombres para una mujer!

– ¡Es lo que pasa, Tamachín, cuando nacen dos hombres para una mujer!

Pies y pies y pies… pies y pies y pies… lluvia de pies y píes y pies… golpe… quite… golpe… quite… chocando los machetes… plin… plan… golpe de Chitanam… plan… pila… golpe de Tamachín… plan… plin… plan… quite y golpe de Chitanam… plin…, plan… plin… golpe y quite de Taniachín… los machetes chocando… pies y pies y pies… lluvia de pies y pies y pies… plin… plan… golpe de Machitán… plan… plin…, quite de matachín… golpe… quite… golpe… quite… sin herirse para prolongar la danza… el llueve pies agónico… pies y pies y pies… pies y pies y pies… no hay quite sin quite… no hay golpe sin golpe… plan… plan… al quite… al quite, Chitanam… al golpe, Tamachín, al golpe, al golpe, al golpe, Chitanam… al quite, al quite, al quite, Tamachín… pies y pies y pies… pies y pies y pies… piesip… es… piesip… es… tambaleantes…, heridos de muerte… un puntazo al corazón… por la tetilla…,

Trapos ensangrentados… nada más sus camisas… nada más sus pantalones… sus fajas coloradas… su caites… sus sombreros…

Eso se enterró… sus trapos… no sus cuerpos… se hicieron invisibles…

Sus trapos ensangrentados y sus machetes, en un árbol resonante y en una roca de gesto doloroso…

Días, meses, años… Chitanam transformado en un caobo inmenso y Tamachín convertido en una montaña, se reconocieron:

– ¡Tam-tam, Chitanam!

– ¡Chin-chin, Tamachín!

– ¡Tam-tam, harás uso de tu talismán?

– ¡Chin-chin, Tamachín hará uso de su talismán!

– ¡Tam-tam, volverás a Machitán?

– ¡Chin-chin, volveremos, Matachín!

Un machetazo rasgó el cielo de miel negra. Heridos caobo y peñasco por el rayo, no pudieron hacer uso de sus talismanes, volver a set los Matachines de Machitán. Lluvia fermentada Ebriedad de la tierra. Los ríos borrachos de equis en equis zigzagueantes. Los árboles bamboleándose borrachos. La ebriedad del mineral es el vegetal. Los minerales son vegetales borrachos. La borrachera del vegetal es el animal. Los animales son vegetales alucinados, delirantes…

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