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Cuculcán Serpiente-envuelta-en-plumas

Primera Cortina Amarilla

Cortina amarilla, color de la mañana, magia del color amarillo de la mañana. Cuculcán amarillo, cara y manos amarillas, cabellos amarillos, zancos amarillos, calzas amarillas, traje amarillo, máscara amarilla, plumas amarillas, brazaletes amarillos, frente a la cortina amarilla, color de la mañana. Guacamayo, del tamaño de un hombre, parado en el suelo, plumaje de todos colores.

CUCULCÁN. (Muy alto en los zancos.) ¡Soy como el Sol!

GUACAMAYO. ¿Cuác?

CUCULCÁN. ¡Soy como el Sol!

GUACAMAYO. ¿Cuác?… ¿Cuác?

CUCULCÁN. ¡Soy COMO el Sol!

GUACAMAYO. ¿Acucuác, cuác?

CUCULCÁN. ¡Soy como el Sol!

GUACAMAYO. ¿Cuác, cuác, acucuác cuác?

CUCULCÁN. ¡Soy como el Sol!

GUACAMAYO. ¡Eres el Sol, acucuác, tu palacio de forma circular, como el palacio del Sol, tiene cielos, tierras, estancias, mares, lagos, jardines para la mañana, para la tarde, para la noche (lento, solemne) para la mañana, para la tarde, para la noche…

CUCULCÁN. ¡Soy como el Sol!

GUACAMAYO. ¡Acucuác, eres el Sol, en tu palacio de los tres colores: el amarillo de la mañana, el rojo de la tarde, el negro de la noche!

CUCULCÁN. ¡Soy como el Sol!

GUACAMAYO. ¡Eres el Sol, acucuác, eres el Sol! El que sin poder volver atrás pasa de la mañana a la tarde, de la tarde a la noche, de la noche a la mañana…

CUCULCÁN. ¡Soy como el Sol!

GUACAMAYO…de la mañana a la tarde, de la tarde a la noche, de la noche a la mañana; de la mañana a la tarde, de la tarde a la noche, de la noche a la mañana (cada vez más ligero y enredado, dando vueltas, en contraste su cuerpo pesado y su alegría infantil) ; de la mañana a la tarde, de la tarde a la noche, de la noche a la mañana; de la mañana a la tarde, de la tarde a la noche, de la noche a la mañana…

CUCULCÁN. ¡Soy como el Sol! Salgo con el día vestido de amarillo, mientras el alba es sólo sed de beber agua, y, sin detenerme a contar los piojos dorados que aún pasean por mi pelo de fuego húmedo, acaricio las uñas de caña nueva de los loros, el plumaje blanco de las garzas y los picos con resplandor de la luna de los guacamayos…

GUACAMAYO. (Se ha quedado repitiendo en voz baja, como jerigonza, «de la mañana a la tarde, de la tarde a la noche, de la noche a la mañana»; pero al oír «guacamayos», reacciona violento.) ¡Cuác, cuác, cuác, cuác!

CUCULCÁN…también acaricio, en mi jardín de volcanes, el pecho de corneta de las chorchas que por donde vuelan riegan polvito de oro, polen que hace estornudar esmeraldas al narizón que se alimenta de nances.

GUACAMAYO. (Engallado y frotándose el gran pico con un ala.) ¡Cuác, cuác, cuác, cuác, cuác, cuác, cuác!

CUCULCÁN. Sin salir del amarillo de la mañana, la tierra todavía en cogollo, el agua todavía en burbuja, baño mi imagen en los lagos que palpitan como grandes sapos verdes de azulosos pliegues sobre las jaspeadas piedras de la orilla, y en medio de su gran respiración de piedra y agua, mis rayos se convierten en brillantes avispas y vuelo a los panales, para luego seguir adelante, vestido del amarillo de mi imagen que sale del agua sin mojarse y de los panales sin quemarse, a que la mordisqueen, hambre y caricia, de los dientes de maíz de las mazorcas, los dientes de maíz de las taltuzas.

GUACAMAYO. (Impaciente sacude las alas con gran ruido, se arrastra de un lado a otro, se lleva lar alas para cubrirse los oídos de plumas, como dando a entender que está cansado de oír la misma cosa.) ¡Cuác, cuác, cuác…!

CUCULCÁN. Mazorcas y taltuzas me hacen cosquillas al quererse comer mi imagen para alimentar su resplandor. Viven de mi presencia como todos los seres y las cosas. Ellos tienen la sangre adentro, yo la tengo afuera. Mi brillo es mi sangre y mi imagen la luciérnaga.

GUACAMAYO…de la mañana a la tarde, de la tarde a la noche, de la noche a la mañana, de la mañana a la tarde…

CUCULCÁN. De los jardines regreso a mis habitaciones por el lado de las fieras que untan sus ojos en el amarillo de la mañana para ver la oscuridad, o por el lado de los artistas que componen en voz baja, cantos de amor o de combate, tejen la pluma, tejen el hilo, cuentan las nubes, echan suertes con frijolillos rojos de palo de pito, o viven simplemente en el ocio como mujeres: pintores, joyeros, orfebres, músicos, adivinadores…

GUACAMAYO. (Con la pata derecha hace el ademán del que arroja frijolillos rojos en el suelo, al tiempo de decir) : ¡Ts’ité! ¡Ts’ité!… (Salta como sorprendido del augurio que deduce de la posición de los frijolillos que efectivamente ha regado en tierra.) ¡Ts’ité! ¡Ts’ité!… (Mueve la cabeza contrariado y sigue jugando con montoncitos de frijolillos rojos y remedando a los adivinos en sus plantas y aspavientos.)

CUCULCÁN. En mis habitaciones de la mañana, bajo dosel de pájaros que vuelan y en sitial ordeñado del más puro oro de la tierra, me anudan en los negocios públicos, los encargados del Tesoro, de las Huertas, de los Graneros, al informarme de lo que pasa en mi señorío: de que si las nubes han hecho sus camas, de si los nidos viejos han sido cambiados, de si lo maduro no se ha podrido…

GUACAMAYO. (Aletea furioso.) De, de, de, de, de…

CUCULCÁN. Disfrazado de jaguar paso el resto de la mañana en el juego de pelota o adiestrándome con habilísimos guerreros en el disparo de las flechas, en el tiro de la honda. Pero llega el mediodía, esa hora en que los ojos de los hombres con sudor, y pasado el momento en que se encuentran el ojo del colibrí blanco y el cientopié de oro, empiezo a desprenderme de mis vestidos amarillos para vestir de rojo, me ensortijan las manos de rubíes y en jácara de tiste espumoso tiño de sangre mis labios con aliento de flor carnívora. El arrullo de las torcaces que acurrucan agua dormida bajo los pinos, me hace soñar con los ojos abiertos, tendidos en hamaca de celajes, friolento, abetunados mis cabellos con pulpa de pitahaya, mis uñas alargadas en cráteres de fuego.

GUACAMAYO. ¡Cien mil guerreros caen tarde a tarde en tu emboscada, Cuculcán! ¡Cien mil guerreros dan su sangre para el crepúsculo bajo la estrella de la tarde!

CUCULCÁN. ¡Soy corno el Sol! ¡Soy como el Sol! ¡Soy como el Sol! (Chinchibirín entra de un salto, sin acercarse al radio mágico de la cortina amarilla ni a la jerigonza de colores del Guacamayo. No pesa. Es una llama, que el aire lleva, Viste todo de amarillo como Cuculcán, No lleva máscara.)

CHINCHIBIRÍN. (Profundamente inclinado ante Cuculcán.) ¡Señor, mi Señor, gran Señor!

CUCULCÁN. ¿Qué pasa, Chinchibirín?

CHINCHIBIRÍN. (Siempre inclinado.) Señor, mi Señor, gran Señor, el guardador de las selvas quiere hablaros. Estuvo entre los conejos y las frutas del papayo y vio que se cambiaban, que las frutas echábanse a correr como conejos, y se prendían a mamar en los papayos, como frutas, los conejos. Cuenta y no acaba de cosas nunca vistas. Ya hay semilla de colibrí y empezó a sembrar anoche. (Cuculcán sale por la derecha, sin bajarse de los zancos.) ¡Señor, mi Señor, gran Señor! (Al salir Cuculcán, Chinchibirín alza la cabeza, se acerca al radio mágico de la cortina amarilla para defenderse del Guacamayo que se ha quedado inmóvil largo tiempo, coma dormido.) ¡Cuculcán es como el Sol, es como el Sol, es corno el Sol!

GUACAMAYO. (Sacude las alas fuertemente, con gran escándalo.) ¿Cuác acucuác cuác? ¿Cuác cuác acucuác?

CHINCHIBIRÍN. ¡Es como el Sol!

GUACAMAYO. Y de qué le sirve ser como el Sol, acucuác, si en su palacio la existencia es engaño de los sentidos, como en el palacio del Sol; espejismo en el que todo es pasajero y nada cierto. Nosotros, Chinchibirín, las fieras, los artistas, los brujos, los sacerdotes, los guerreros, las mujeres, las nubes, las flores, las hojas, las aguas, las lagartijas, los pijuyes…

PIJUYES. (Voces.) – ¡Pi-juy!… ¡Pi- juy!… ¡Pi-juy!… ¡Pijuy!

GUACAMAYO… Los cliquirines…

CHIQUIRINES. (Voces.) ¡Chiquitín!… ¡Chiquitín!… ¡Chiquirín!… ¡Chiquirín!…

GUACAMAYO. Las tortolitas…

TORTOLITAS. (Voces.) ¡Cú-cú!… ¡Cú-cú!… ¡Cú-cú!… ¡Cú-cú!… ¡Cú-cú!

GUACAMAYO. Los coches de monte…

COCHES DE MONTE. (Voces.) ¡Jos-jos-jos… sss… cico!… ¡Jos-jos-jos… sss… cico!

GUACAMAYO. Los gallos…

GALLOS. (Voces.) ¡Kí-kí-ri-kí!… ¡Kí-ki-rí-kí!… Kí-kí-ri-kí!…

GUACAMAYO. Los Coyotes…

COYOTES. (Voces.) ¡Aú… úúy… úúy!… ¡Aú… úúy… úúy!… ¡Au… úúú…!

(Ladridos de perros, cacareo de gallinas, truenos de tempestad, silbidos de serpientes, trinos de turpiales, guardabarrancas, cenzontles, se escuchan al irlos nombrando Guacamayo, así como lloro de niños, risas de mujeres y para cerrar revuelo y palabrerío de multitud que pasa.)

GUACAMAYO… ¡Nada existe, Chinchibirín, todo es sueño en el espejismo inmóvil, sólo la luz que cambia al paso de Cuculcán que va de la mañana a la tarde, de la tarde a la noche, de la noche a la mañana, hace que nos sintamos vivos. (Corta bruscamente y al tiempo de llevarse una pata al pico.) ¡La vida es un engaño demasiado serio para que tú lo entiendas, Chinchibirín!

CHINCHIBIRÍN. (Acercándose al Guacamayo.) Cuéntame de la noche…

GUACAMAYO. ¿Cuác cuác… acucuác cuác?…

CHINCHIBIRÍN. ¡Sí, cuéntame de la noche!… ¡Acucuác no es malo con Chinchibirín!…

GUACAMAYO. La noche se hizo para la mujer. Al salir la estrella de la tarde que es bella como un nance, la estrella que hace agua la boca de los cielos, cesa el trato de Cuculcán con los hombres y se interna en las tierras bajas, calientes, las tierras propicias para el amor. La noche se hizo para la mujer. La mujer es la locura, Chinchibirín. Es el piquete de la tarántula, Chinchibirín.

CHINCHIBIRÍN. ¡Cuenta! ¡Cuenta!

GUACAMAYO. Servidoras fatigantes se llevan a Cuculcán, le perfuman las manos con los senos, los senos de las mujeres son como los nidos de los pájaros, Chinchibirín, al par que le cambian las rojas vestiduras de la tarde, sangre de guerreros, por un inmenso manto negro, y las sortijas y los brazaletes de rubíes, por sortijas y brazaletes de obsidiana.

CHINCHIBIRÍN. Cuenta, cuenta, acucuác, cuenta…

GUACAMAYO. Viejas de cera prieta le ofrecen, en tablas negras ribeteadas de plata lunar, atoles, dulces, tabaco y vino caliente de jocote. Como plantas acuáticas, mitad pescado, mitad estrella, surgen entonces las mujeres que han de prepararlo para la boda con tacto de tela araña. Le untan en todo el cuerpo tacto de tela de araña. (Calla y se lleva la pata al pico.) ¡Chinches, si me duele la muela. (Hace como que patalea del dolor.) ¡No es sólo la muela, todos los dientes!

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