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Quise escribirte a Lima, pero una huelga de correos nos mantuvo incomunicados del mundo. Esta semana recién vuelven a trabajar, o sea que te mando este sobre a Menorca.

He cambiado de trabajo. La enseñanza me aburrió rotunda y definitivamente. O sea que muy pronto estaré de vuelta a las oficinas. En cuanto al proyecto de una finquita que te conté, resultó imposible. No consigo nada con el poco dinero que tengo, a no ser un pequeño páramo.

Me alegra que hayas cantado tan exitosamente en Cuba y que vuelvas invitado y con calma el próximo año. Esa es nada menos que la tierra de un Pablo Milanés y de un Silvio Rodríguez. O sea que me alegra mucho también que vuelvas invitado con calma el próximo año, y no como esta vez en que seguro que estabas regresando muy cansado del Perú.

¿Cómo estuvo Lima? No te acompañé ni con una carta. ¿Cómo sigue tu mamá? Espero que se hayan resuelto los problemas. He visto por los periódicos que estamos de lo más cuates con tu presidente. Entre nuestro Napoleón Duarte y tu Alan García, sepa Judas qué locuras pueden inventar.

Tus noticias fueron realmente una alegría inmensa que te agradeceré siempre.

Te abrazo mucho,

Fernanda Tuya

PS. ¿O sólo Mía?

San Salvador, 18 de junio de 1986

Queridísimo socio,

Recibí la carta en que me cuentas que estarás fuera de agosto a noviembre o diciembre. Espero que ese tiempo te sea provechoso.

Yo no estoy nada bien, Juan Manuel. Quizás es la primera vez que me oyes hablar así, o a lo mejor ya he olvidado que antes te he escrito en este mismo sentido, lo cual agravaría la cosa pues quiere decir que el mal empieza a hacerse crónico. Todo, todo me ha fallado desde que regresé. Ya no sé qué se puede hacer. Por más optimismo que me invente, la cosa está jodida aquí. Desde que dejé la enseñanza no encuentro empleo, y ya comienza a apretarme el zapato sin ver ninguna forma de desajustarlo. Si alguna ganancia saliera de nuestro primer disco, sería una salvada para mí. Cuento contigo para hacer todo lo posible, y más.

De Inglaterra no recibo ninguna noticia. Ni de las hermanas (porque ahora la Ana Dolores también anda por allá), ni de las editoriales que visité, ni nada. ¡Qué carajada! Hasta mal hablada me estoy volviendo en esta cuesta resbaladiza en que me encuentro.

Tus cartas y tu cariño son una dicha. Así como son dicha las limpias almas de Mariana y Rodrigo que me quieren. Además, él regresó sanísimo y engordadito de Europa, y en eso, bien lo sabes, tú tuviste mucho que ver. Ahora están de vacación.

Si lograras algún dinero para mí, por favor mándamelo inmediatamente. En un papelito aparte te pongo todos los datos de mi cuenta bancaria.

Estoy segura de que tiene que haber una salida y quizás, por afligida, estoy torpe y no la veo. Siento todos los caminos inseguros.

Te abrazo como siempre, sólo que hoy yo estoy tembleque. Sé que me comprenderás. No puedo ni quiero que me veas así. Por eso tampoco puedo escribir más.

Te abrazo. Más bien me abrazo a ti.

Fernanda Tuya o Mía. Hoy qué sé yo.

Mi agente seguía sin entusiasmarse con nuestras canciones «a cuatro manos», también el productor y la firma que lanzaba y promocionaba mis discos y cassettes. Enviarle dinero a Mía era crearle una falsa ilusión, y además cómo engañarla con un giro salido de mi cuenta bancaria, puesto que inmediatamente me reclamaría copias del disco para regalárselas a todos sus familiares y amigos, aparte de la suya. O sea que yo seguía escribiéndole y machucándola con más y más abrazos.

Y cuando logré dar algunos recitales para niños en Barcelona, Madrid y Sevilla, la reacción de la crítica fue tan negativa que poco a poco se me empezaron a vaciar las salas y los teatros en los que solía cantar. Con lo cual, mi agente, mis productores y mis promotores desconfiaron más que nunca de mi proyecto. ¿De cuándo aquí canciones para niños? ¿De cuándo aquí dejar de escribir tus propias canciones? Yo les respondía siempre citando las palabras de algún intelectual o periodista, que había leído hace poco en un diario madrileño:

– «Prefiero los dúos a las arias, y la amistad a las relaciones públicas.»

Y no bien regresaba a «Canseco» corría a mi escritorio para volver a machucar a Fernanda María de la Trinidad del Monte Montes. Lástima que sólo fuera por escrito, aunque últimamente yo tenía la sensación de que ella empezaba a preferir que fuera así.

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