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- No. -Menea la cabeza, impasible-. No sé de qué me habla.

Los murmullos se apagan. Todos se vuelven hacia nosotras con interés.

- ¿Hace falta que se lo deletree? -La sonrisa se me está congelando-. Me refiero a esos pensamientos que tenía.. . hace sólo un momento.. .

Súbitamente, su rostro se contrae con horror.

- Ay, Dios. Eso. Tiene razón.

Contengo un suspiro de alivio.

- ¡La Gran Lara siempre acierta! -Hago una reverencia versallesca-. Adiós a todos. Espero que nos veamos otra vez.

Me abro paso entre el público, que no deja de aplaudir, y me acerco a Ed.

- Ya tengo tu bolso -me susurra-. Una reverencia más y luego nos vamos.

No respiro a mis anchas hasta que nos encontramos a salvo en la calle. La atmósfera está despejada y corre una cálida brisa. El portero del hotel está rodeado de gente que espera un taxi, pero no quiero arriesgarme a que me vea aquí alguna persona del salón, así que echo a andar rápidamente por la acera.

- Buen trabajo, Larissa -dice Ed cuando me da alcance.

- Gracias.

- Una pena lo de tus poderes mágicos. -Me mira con curiosidad, pero yo finjo no darme cuenta.

- Sí, ya. -Me encojo de hombros-. Van y vienen. Así son los misterios orientales. Si seguimos por aquí.. . -miro el nombre de la calle- deberíamos encontrar un taxi.

- Estoy en tus manos. No conozco esta zona.

Esta manía suya de no conocer Londres empieza a irritarme.

- ¿Hay alguna zona que conozcas?

- El camino a la oficina -responde, imperturbable-. También conozco el parque que hay delante de mi casa. Y sé cómo llegar a Whole Foods, la tienda de comida orgánica.

Me tiene harta, la verdad. ¿Cómo puede vivir en esta gran ciudad y no mostrar el menor interés?

- ¿No te parece que ésa es una actitud arrogante y estrecha de miras? -Hago un pausa-. ¿No crees que vivir en una ciudad sin molestarse en conocerla es una falta de respeto? Londres es una de las ciudades más fascinantes del mundo. Una ciudad increíble, llena de historia. ¡Y a ti lo único que te interesa es Whole Foods! ¡Una cadena americana, por cierto! ¿Qué tal si probaras Waitrose? Quiero decir, ¿para qué aceptas un puesto aquí si todo esto te importa un bledo? ¿Qué pensabas hacer?

- Pensaba explorarla con mi prometida -dice sin alterarse.

Su respuesta me corta las alas de golpe.

¿Una prometida? ¿Qué prometida?

- Hasta que rompió conmigo una semana antes de venirnos juntos -prosigue-. Pidió a su empresa que la reemplazara otra persona en esta tarea en Londres. Así que me enfrenté a un dilema: venir a Inglaterra, centrarme en mi trabajo y arreglármelas solo, o quedarme en Boston, sabiendo que me la encontraría casi cada día, porque ella trabajaba en el mismo edificio. -Hace una pausa y añade-: Y su amante también.

- Ah. -Lo miro, consternada-. Perdona. No tenía ni idea.

- No pasa nada.

Se lo ve tan impasible que da la impresión de que no le importe, pero ya empiezo a conocer su estilo impertérrito. Le importa, claro que le importa. Ahora cobra sentido su ceño permanente. Y esa expresión distante. Y su voz cansada durante la cena. Dios mío, menuda cabrona debe de ser su prometida. Me la imagino con toda claridad: una gran dentadura americana, una melena ondulante y unos tacones de aguja exageradísimos. Apuesto a que él le compró un anillo despampanante. Y apuesto a que ella se lo ha quedado.

- Debe de haber sido horrible -digo débilmente mientras echamos a andar otra vez.

- Ya había comprado las guías. -Mira fijamente al frente-. Incluso tenía listos varios itinerarios y visitas. Stratford-upon-Avon, Escocia, Oxford.. . Pero para hacerlos con Corinne. Ahora ya no tiene ninguna gracia.

Tengo la repentina visión de varias guías llenas de anotaciones, con todos esos planes ilusionados, ahora guardadas en un cajón. Lo compadezco, la verdad. Creo que debería quedarme calladita y dejarme de monsergas. Pero un instinto más fuerte que yo me impulsa a seguir hurgando.

- O sea, que te limitas a ir de casa a la oficina y de la oficina a casa -le digo-. Sin desviar la mirada siquiera. Vas a comprar a Whole Foods, te das un paseo por el parque y ya está.

- Con eso me basta.

- ¿Cuánto llevas aquí?

- Cinco meses.

- ¿Cinco meses? -me asombro-. No, no puedes vivir así. No puedes pasarte la vida encerrado. Has de abrir los ojos y mirar alrededor. Tienes que seguir adelante.

- Seguir adelante -ironiza-. Vaya, nunca me lo habían dicho.

Vale, así que no soy la única que le ha largado un rollo edificante. Bueno, qué remedio.

- Me marcho dentro de dos meses -añade-. No importa demasiado que llegue a conocer Londres o no.

- Y entonces ¿qué? ¿Piensas quedarte parado, simplemente vegetando y esperando a sentirte mejor? Pues así no lo conseguirás. Debes hacer algo. -Me saca de quicio y exploto del todo-: ¡Mírate! ¡Preparándoles memorandos a tus subordinados, escribiéndole mensajes a tu madre! ¡Solucionando los problemas de los demás porque prefieres no pensar en los tuyos! Perdona, te oí hablar en el Pret A Manger -añado al ver su sorpresa-. Si vas a vivir en un sitio, no importa cuánto tiempo, tienes que meterte de lleno. Si no, es como si no vivieras. Te limitas a funcionar. Apuesto a que ni siquiera has deshecho del todo el equipaje, ¿a que no?

- Pues.. . me lo deshizo mi ama de llaves.

- Ya ves. -Me encojo de hombros y seguimos andando, con pasos casi sincronizados-. Las relaciones se rompen -digo al fin-. Así son las cosas. Y no puedes dedicarte a pensar en lo que podría haber sido. Has de pensar en lo que hay.

Al decirlo siento un extraño déjà-vu. Creo que papá me dijo una vez algo así, hablando de Josh. Es más, creo que utilizó las mismas palabras. Pero eso era diferente. O sea, la situación era muy distinta. Josh y yo no estábamos planeando un viaje ni trasladarnos a otra ciudad. Y ahora volvemos a estar juntos. Sí, muy distinto.

- La vida es como una escalera mecánica -le digo con solemnidad. Cuando papá me lo dice me mosqueo, pero de alguna manera resulta diferente cuando soy yo la que da consejos.

- ¿Una escalera mecánica? Creía que era una caja de bombones.

- No. Una escalera mecánica. Te arrastra pase lo que pase, ¿entiendes? -Deslizo una mano en diagonal-. Uno puede disfrutar de la vista y pillar al vuelo cada ocasión a medida que va pasando. Si no, será demasiado tarde. Eso me dijo mi padre cuando rompí con.. . con un chico.

Ed da unos pasos sin decir nada.

- ¿Y seguiste su consejo?

- Humm.. . bueno.. . -Me echo el pelo atrás, eludiendo su mirada-. Más o menos.

Se detiene y me mira muy serio.

- ¿Seguiste adelante sin más? ¿Te resultó fácil? Porque a mí no, desde luego.

Carraspeo para ganar tiempo. La cuestión aquí no es lo que yo hice, ¿verdad que no?

- ¿Sabes?, hay muchos modos de seguir adelante. -Intento mantener el tonillo solemne-. Muchas versiones distintas. Cada uno tiene que seguir adelante a su manera.

Ya no sé si quiero continuar esta conversación. Tal vez sería el momento de encontrar un taxi.

- ¡Taxi! -Levanto la mano, pero el coche pasa de largo. Qué rabia.

- Déjame a mí -dice Ed acercándose al bordillo, mientras yo saco el teléfono móvil.

Conozco un radio taxi bastante bueno. Me amparo en un portal, marco el número y paso varios minutos en espera. Al parecer, esta noche todos los taxis están en la calle y habrá que esperar al menos media hora.

- Nada. -Salgo del portal y ahí está, inmóvil en la acera. Ni siquiera ha hecho el intento de parar un taxi. Vaya-. ¿Qué?, ¿no ha habido suerte?

- Lara. -Se vuelve hacia mí con una expresión confusa y los ojos vidriosos. ¿Habrá tomado alguna droga?-. Creo que deberíamos ir a bailar.

- ¿Cómo?

- Que deberíamos ir a bailar. Sería el modo perfecto de redondear esta velada. Se me acaba de ocurrir.

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