- Iremos. Te lo prometo. Un truco más y.. .
- ¡No! Ya me he cansado. ¡Arréglatelas tu sola!
- ¡Sa.. . ! -Se esfuma ante mis propios ojos-. Sadie, déjate de bromas. -Me doy la vuelta, pero no contesta ni la veo por ningún rincón-. Vale, muy divertido. Pero ahora vuelve.
Genial. Se ha enfadado.
- Sadie, perdona. Comprendo que estés enfadada. Por favor, vuelve y hablemos.
No hay respuesta. Miro por todas partes, alarmada.
No puede haberse ido.
Quiero decir, no puede haberme dejado plantada.
Doy un respingo al oír la puerta y entra Ed, que se ha convertido en mi ayudante improvisado. Él se ha encargado de poner orden y de facilitar bolígrafo y papel a la gente.
- Cinco mentes a la vez, ¿eh? -dice.
- Ah. -Simulo una sonrisa-. Sí.. . ¿por qué no?
- Hay una multitud considerable ahí fuera. Todos los que estaban en el bar se han acercado. Ya no quedan más sillas. ¿Lista?
- ¡No! -Retrocedo instintivamente-. Necesito un momento. He de relajar la mente. Tomarme un respiro.
- No me extraña. Debe de requerir mucha concentración. -Se apoya en el marco de la puerta y me mira con curiosidad-. Te he observado con atención y todavía no lo entiendo. Sea como sea.. . es impresionante.
- Pues.. . gracias.
- Te espero ahí fuera.
En cuanto cierra la puerta, giro sobre los talones.
- ¡Sadie! -me desespero-. ¡Sadie! ¡¡¡Sadie!!!
Vale. Estoy metida en un buen lío.
La puerta se abre abruptamente y suelto un gritito. Es Ed.
- Se me olvidaba: ¿quieres algo del bar?
- No. -Sonrío débilmente-. Gracias.
- ¿Va todo bien?
- ¡Sí! Claro. Sólo estaba.. . reuniendo mis poderes. Situándome mentalmente.
- Ajá. Te dejo tranquila.
La puerta se cierra de nuevo.
Joder. ¿Y ahora qué hago? En menos de un minuto empezarán a reclamarme, deseosos de que les lea el pensamiento y haga magia. Tengo un nudo de angustia en el pecho.
Sólo me queda una opción: escapar. Miro alrededor. La habitación es pequeña y de techo alto, sólo sirve para guardar algunos muebles sobrantes. No tiene ventanas. Hay una puerta de incendios en un rincón, pero está bloqueada por un montón de sillas doradas puestas unas encima de otras. Intento apartarlas, pero pesan demasiado. Muy bien. Escalaré para llegar al otro lado.
Pongo un pie en la silla de abajo y me encaramo. Subo a la siguiente. El lacado de la madera es resbaladizo, pero me las arreglo. Es como una escalera. Bueno, una escalera coja y desvencijada.
El único problema es que cuanto más arriba subo, más oscilan las sillas. Al llegar a los dos metros y pico, se balancean de un modo alarmante. Es como la Torre Inclinada de las Sillas Doradas. Y yo estoy casi arriba de todo, muerta de pánico.
Si consigo subir un poco más, rebasaré la cima y podré descender por el otro lado hasta la salida de incendios. Sin embargo, cada vez que muevo un pie, la columna se tambalea de tal modo que tengo que recular. Intento deslizarme por un lado, pero todavía se mueve más. Me aferró a la silla siguiente sin atreverme a mirar abajo. Da la impresión de que todo va a desmoronarse de un momento a otro y el suelo está muy lejos.
Inspiro hondo. No puedo quedarme aquí. He de ser valiente y llegar a la cima. Pongo el pie en la que parece la tercera silla desde arriba. Pero al desplazar mi peso, la columna se inclina tanto hacia atrás que lanzo un grito.
- ¡Lara! -Ed aparece en la puerta-. ¿Qué demonios.. . ?
- ¡Socorro! -Toda la columna de sillas se viene abajo. No tenía que haber.. .
- ¡Por Dios! -Ed se adelanta justo cuando me desplomo. No me llega a atrapar en sus brazos propiamente, más bien frena mi caída con todo su cuerpo-. ¡Ufff!
- ¡Ay! -Aterrizo en el suelo sin hacerme daño.
Ed me toma del brazo y me ayuda a ponerme de pie; luego se toca el pecho con una mueca. Creo que le he dado una patada al caer.
- Perdona.
- ¿Qué pretendías? -Me mira alucinado-. ¿Pasa algo?
Echo un vistazo angustiado a la puerta. Ed se da cuenta y se apresura a cerrarla.
- ¿Qué sucede? -me dice más suavemente.
- No puedo hacer magia -musito, mirándome los pies.
- ¿Cómo?
- ¡Que no puedo hacer magia! -Levanto la vista, avergonzada.
Me observa con suspicacia.
- Pero.. . si acabas de hacerlo.
- Lo sé. Pero ya no puedo.
Me mira en silencio y parpadea cuando nuestros ojos se encuentran. Se ha puesto muy serio, como si una multinacional se hallara al borde de la quiebra y él estuviera diseñando un plan de rescate. Y al mismo tiempo, parece a punto de echarse a reír.
- ¿Me estás diciendo que tus misteriosos poderes orientales te han abandonado? -dice al fin.
- Sí -musito.
- ¿Tienes idea de por qué?
- No. -Arrastro la puntera por el suelo; prefiero no mirarlo.
- Bueno, sal y díselo a la gente.
- ¡No puedo! -exclamo horrorizada-. Todo el mundo me considerará una farsante. Para ellos soy La Gran Lara. No puedo decirles: «Lo siento, ya no me sale.»
- Claro que puedes.
- No. Ni hablar. Debo irme. Tengo que escapar.
Doy un paso hacia la salida de incendios, pero Ed me retiene por el brazo.
- Nada de escapar -dice con firmeza-. Dale la vuelta a la situación. Tú puedes. Vamos.
- Pero ¿cómo?
- Juega con ellos. Conviértelo en un espectáculo. Si no puedes leerles el pensamiento, al menos puedes hacerlos reír. Y después nos vamos. Pero tú seguirás siendo para todos La Gran Lara. -Me mira fijamente-. Si huyes ahora, serás La Gran Farsante.
Tiene razón. Me cuesta reconocerlo, pero así es.
- Muy bien -cedo por fin-. Lo haré.
- ¿Necesitas más tiempo?
- No. Ya he tenido suficiente. Lo único que quiero es terminar cuanto antes. Y luego nos vamos, ¿vale?
- Hecho. -Una sonrisa se dibuja en sus labios-. Buena suerte.
- Gracias.
Ya van dos sonrisas, quisiera añadir. Pero no lo hago.
Ed cruza la puerta y yo lo sigo, procurando mantener la cabeza bien alta. El murmullo de conversaciones se apaga para convertirse en un formidable aplauso. Suenan silbidos de admiración desde la parte de atrás y alguien empieza a grabarme con el móvil. He pasado tanto rato fuera que deben de creer que estaba preparando un final apoteósico.
Las cinco víctimas están sentadas delante, cada una con un trozo de papel y un bolígrafo. Les sonrío y miro a mi público.
- Damas y caballeros, disculpen este interludio. Esta noche he abierto mi mente a una gran cantidad de ondas de pensamiento. Y con franqueza, estoy pasmada de lo que he descubierto. ¡Pasmada! Usted -digo a una joven que sostiene el papel contra el pecho-. Por supuesto, sé lo que ha dibujado -le resto importancia con un gesto, como si eso no viniera al caso-, pero resulta más interesante saber que hay un hombre en su oficina que usted encuentra irresistible. ¡No lo niegue!
La chica se ruboriza y su respuesta queda ahogada por un estallido de carcajadas.
- ¡Es Blakey! -grita alguien, y suenan más risas.
- ¡Usted, caballero! -Me vuelvo hacia un tipo rapado al cero-. Según dicen, los hombres piensan en el sexo cada treinta segundos. Pero debo decir que en su caso la cosa es más frecuente. -Más risotadas. Me apresuro a concentrarme en el siguiente-. En cambio, usted, señor, piensa cada treinta segundos.. . en el dinero.
El propio tipo se monda.
- Vaya si sabe leer el pensamiento -suspira.
- Sus pensamientos, por desgracia, estaban demasiado empapados en alcohol para poder distinguirlos -le digo sonriendo al tipo corpulento de la cuarta silla-. En cuanto a usted.. . -Hago una pausa para mirar a la chica de la quinta silla-. Le sugiero que nunca le cuente a su madre lo que estaba pensando.. .
Alzo las cejas, en plan burlón, pero ella no me sigue.
- ¿Qué? -dice, ceñuda-. ¿A qué se refiere?
- Ya sabe. -Me esfuerzo para mantener la sonrisa-. Usted lo sabe.. .