Siento un pavor repentino. ¡Claro que Sadie es real! ¡Claro que sí! ¡No seas absurda! ¡Deja de pensar así!
Pero ahora resuena en mi interior la voz de Ginny. «Me parece que está todo en nuestra mente. Son cosas que la gente quiere creer.»
No. Ni hablar. O sea.. . no.
Medio mareada, bebo un sorbo y echo una mirada al local, como para anclarme en la realidad. Lingtons es real. Papá es real. La oferta de mi tío es real. Y Sadie es real. Sé que lo es. Vamos, la he visto y oído. Hemos hablado. ¡Hemos bailado juntas, por el amor de Dios!
Y, en cualquier caso, ¿cómo podría habérmela inventado? ¿Cómo habría llegado a saber lo que sé de ella? ¿Cómo habría descubierto la existencia del collar? Nunca la había visto.
- Papá. -Abro los ojos bruscamente-. Nunca fuimos a ver a la tía Sadie, ¿verdad? Excepto aquella vez cuando yo era un bebé.
- En realidad, no es exactamente así. -Me dirige una mirada cautelosa-. Tu madre y yo estuvimos hablándolo después del funeral y recordamos que te llevamos una vez a verla cuando tenías seis años.
- Seis. -Trago saliva-. Y ella.. . ¿llevaba un collar?
- Quizá sí. -Se encoge de hombros.
La conocí a los seis años. Podría haber visto el collar entonces. Podría haberlo recordado sin ser consciente de que estaba recordando.
Mis pensamientos parecen despeñarse bruscamente. Siento una sensación de vacío. Es como si todo se estuviera poniendo del revés. Por primera vez, atisbo otra realidad posible.
Podría ser que me hubiese inventado toda esta historia. Era lo que yo deseaba. Me sentía tan culpable por no haberla conocido que me la inventé en mi inconsciente. En realidad, eso fue lo que pensé la primera vez. Que era una alucinación.
- ¿Lara? -Papá me mira fijamente-. ¿Estás bien, cariño?
Intento devolverle la sonrisa, pero estoy demasiado abstraída. Hay dos voces enfrentadas en mi cabeza. La primera grita: «¡Sadie es real, lo sabes perfectamente! ¡Está en alguna parte! ¡Es tu amiga, se siente herida y debes encontrarla!» La segunda salmodia con calma: «Ella no existe. Nunca ha existido. Ya has perdido bastante tiempo. Vuelve a tu vida.»
Respiro jadeante, esperando que mis pensamientos se equilibren y mis instintos se aplaquen. Pero no sé qué pensar. Ya no me fío de mí misma. Quizá sí esté loca de verdad.
- Papá, ¿tú crees que estoy loca? -le suelto, desesperada-. Hablo en serio. ¿Debería consultar a alguien?
Él suelta una carcajada.
- ¡No, cariño! ¡Claro que no! -Deja la taza y se inclina sobre la mesa-. Creo que te dejas llevar por la intensidad de tus emociones y a veces de tu imaginación. Eso te viene de tu madre. Y algunas veces te sobrepasan. Pero no estás loca. O no más que ella, en todo caso.
- Está bien. -Trago saliva.
No es un gran consuelo, la verdad.
Con dedos temblorosos, cojo otra vez la carta del tío Bill y la leo de cabo a rabo. Mirándola con objetividad, no hay nada siniestro en ella. Nada objetable. Se trata sólo de un tío rico que quiere echarle una mano a su sobrina. Podría aceptar. Sería Lara Lington de Lingtons Café, con un prometedor futuro: sueldo, coche, perspectivas de ascenso. Todo el mundo contento. Sería muy fácil. Mis recuerdos de Sadie se desvanecerían poco a poco. Mi vida resultaría normal.
Sería la mar de fácil.
- Hace tiempo que no vienes a casa -dice papá con dulzura-. ¿Por qué no pasas con nosotros el fin de semana? A mamá le encantaría verte.
- Sí -digo tras una pausa-, buena idea. Hace siglos que no voy.
- Te levantará el ánimo. -Me dirige su entrañable sonrisa torcida-. Si tu vida se encuentra en una encrucijada y necesitas pensar, nada mejor que tu hogar. Por muy mayor que seas.
- «Nada como en casita» -murmuro con una débil sonrisa-. Eso decía Dorothy en El mago de Oz.
- Tenía razón. Y ahora come -añade, señalando el sándwich de atún y queso. Pero yo sólo lo escucho a medias.
Hogar.
La palabra me resuena por dentro. No se me había ocurrido.
Podría haber vuelto a su hogar.
Al sitio donde antiguamente estaba su casa. Al fin y al cabo, es el escenario de sus primeros recuerdos. Y de su gran amor. Se negó a regresar en vida, pero.. . ¿y si se ha ablandado? ¿Y si está allí ahora mismo?
Remuevo mi lingtonccino obsesivamente. Lo más sano y sensato sería borrar cualquier idea relacionada con ella: aceptar la oferta de mi tío y comprar una botella de champán para celebrarlo con mamá y papá. Eso ya lo sé. Pero no puedo. En el fondo, no puedo creer que Sadie no sea real. He ido tan lejos, me he esforzado tanto en encontrarla, que tengo que hacer un último intento.
Si no está allí, aceptaré el trabajo y me daré por vencida. Definitivamente.
- Bueno. -Papá se limpia con una servilleta de color chocolate-. Te veo algo más animada. -Señala la carta con un gesto-. ¿Has decidido ya por dónde tirar?
- Sí -asiento-. He de ir a la estación de Saint Paneras.
Capítulo 23
Bueno, éste es el último sitio donde la busco. Su última oportunidad. Y espero que agradezca el esfuerzo que he hecho.
He tardado una hora en llegar a Saint Albans en tren y otros veinte minutos en taxi hasta Archbury. Y ahora estoy aquí, en la plaza de un pueblecito que tiene un pub, una parada de autobús y una extraña iglesia de aire moderno. Supongo que resultaría bastante pintoresco si no pasaran camiones continuamente haciendo un ruido de mil demonios, y si no se pelearan con tanta furia los tres adolescentes que aguardan bajo la marquesina del autobús. Pensaba que en el campo la vida era más tranquila.
Me apresuro a alejarme antes de que alguno de ellos saque algún arma y me acerco al césped de la plaza. Hay un tablón con un plano del pueblo y enseguida localizo Archbury Glose, una calle cerrada al tránsito. En eso acabó convertida Archbury House después del incendio. Si Sadie ha vuelto a casa, es ahí donde estará.
En unos minutos diviso la verja de hierro forjado con el rótulo «Archbury Close». Hay seis casitas de ladrillo, cada una con un pequeño sendero y un garaje. Cuesta imaginar que tiempo atrás había aquí una sola mansión preciosa rodeada de jardines.
Aunque temó llamar la atención, me pongo a merodear entre las casas y atisbar por las ventanas, cruzando los senderos de gravilla y murmurando: «¿Sadie?»
Debería haberle preguntado más cosas sobre su hogar. Tal vez tenía un árbol favorito o algo así. Un rincón preferido del jardín que ahora se ha convertido quizá en un lavadero.
No parece haber nadie a la vista, así que al cabo de un rato me animo a levantar un poco la voz:
- ¿Sadie? ¿Estás aquí? ¿Sadie?
- ¡Disculpe! -Noto un golpecito en la espalda y doy un brinco del susto. Al darme la vuelta me encuentro con una mujer de pelo gris que me mira recelosa. Lleva una camisa floreada, pantalones color canela y zapatos de goma.
- Yo soy Sadie. ¿Qué quiere?
- Eh.. .
- ¿Ha venido por lo del alcantarillado?
- Eh.. . pues no. Buscaba a otra Sadie.
- ¿Qué Sadie? -Entórnalos ojos-. Soy la única en esta calle. Sadie Williams. En el número cuatro.
- Ya. La Sadie que yo busco.. . es una perrita. Se me ha escapado y estaba buscándola. Pero supongo que se habrá ido por otro lado. Perdone las molestias.. .
Echo a andar, pero Sadie Williams me agarra del hombro con una fuerza sorprendente.
- ¿Ha dejado un perro suelto por esta calle? ¿Cómo se le ocurre? Aquí están prohibidos los perros, ¿no lo sabe?
- Bueno.. . perdone. No lo sabía. De todos modos, estoy segura de que ha escapado en otra dirección.
Intento zafarme de su garra.
- Probablemente está oculta entre los arbustos, ¡esperando para atacar! -Sadie Williams me mira ceñuda-. Los perros son animales peligrosos, ¿no lo sabía? Hay niños pequeños aquí. ¡Son ustedes unos irresponsables!