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El acoso prosiguió por tres días más. Aunque llevaba una semana sin comer, Sierva María logró liberar una pierna y le dio al obispo un golpe de talón en el bajo vientre que lo derribó por los suelos. Sólo entonces se dieron cuenta de que había podido soltarse porque su cuerpo era tan escuálido que ya no lo sujetaban las correas. El escándalo aconsejaba interrumpir lo exorcismos, y así lo estimó el Cabildo Eclesiástico, pero el obispo se opuso.

Sierva María no entendió nunca qué fue de Cayetano Delaura, por qué no volvió con su cesta de primores de los portales y sus noches insaciables. El 29 de mayo, sin alientos para más, volvió a soñar con la ventana de un campo nevado, donde Cayetano Delaura no estaba ni volvería a estar nunca. Tenía en el regazo un racimo de uvas doradas que volvían a retoñar tan pronto como se las comía. Pero esta vez no las arrancaba una por una, sino de dos en dos, sin respirar apenas por las ansias de ganarle al racimo hasta la última uva. La guardiana que entró a prepararla para la sexta sesión de exorcismos la encontró muerta de amor en la cama con los ojos radiantes y la piel de recién nacida. Los troncos de los cabellos le brotaban como burbujas en el cráneo rapado, y se les veía crecer.

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