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– ¿Te quieres bañar?

– Sí.

– ¿Trajiste bañador?

– No, yo me baño desnuda si tú me defiendes.

El camionero se llamaba Saturio y tenía un sexo descomunal, muy cumplido y bien dibujado, Betty Boop jamás había visto nada parecido, Saturio no se anduvo con mayores miramientos y Betty Boop lo dejaba hacer, Saturio tumbó a Betty Boop sobre la yerba y le clavó violenta e inevitablemente lo mandado, Betty Boop no podía ni respirar, tampoco hubiera querido ni respirar, pero gozó casi con fiereza, gozó seguido y no alentando más que lo preciso durante mucho tiempo.

– ¿Tienes bastante, señorita de la mierda?

Betty Boop sonrió, lo besó en la boca y le dijo que no, que no tenía bastante, que una mujer nunca jamás tenía bastante, que son los hombres los que se cansan de amar, los que se hartan de amar, los que se aburren y al final se espantan de amar. Saturio se llegó a la cabina y trajo medio jamón, un pan de hogaza y una bota de vino, es fácil pescar truchas con la mano, tan fácil que lo prohíbe la ley, se mete la mano debajo de una piedra del río y se sacan dos truchas relucientes y plateadas, saltarinas y escurridizas, las truchas pequeñas, las de cuatro o cinco dedos, se pueden comer crudas, sin quitarles ni las espinas ni las tripas, lo primero que se muerde es la cabeza para matarlas y que no se escapen, Betty Boop no había comido nunca truchas crudas y vivas.

– ¿Te gustan las truchas así, como salen del agua?

– Sí, mucho.

– ¿Y el jamón?

– También.

– ¿Y el pan?

– También.

– ¿Te gusta todo?

– Sí, todo.

Después Betty Boop se echó a llorar y Saturio se quedó medio desorientado; como no sabía lo que hacer, se subió al camión y se fue por la carretera abajo, a seguir rodando y rodando, con el azaramiento olvidó devolverle la bicicleta a Betty Boop.

A mi marido lo metieron en la cárcel por razones políticas, primero unos y después los otros, mi marido tenía una tía monja y otra sindicalista, con las ideas no se debe jugar porque pueden estallar en la mano.

Ahora vuelvo a escribir en papel de retrete marca La Condesita, que es sin duda el mejor, no sé ya cuántos rollos llevo, para contar naufragios y hundimientos lo más prudente es buscar soportes innobles y humildísimos, soportes que no resistan el paso del tiempo, para aguantar ya estoy yo que aguanto mucho, que aguanto más que nadie, sólo pido a Dios que no me mande todo lo que puedo aguantar sin mover un solo músculo de la cara, un solo nervio de la cara, ni siquiera los de los ojos, no probé nunca, pero creo que podría aguantar más dolor que un jabalí, más oprobio y todavía más humillación que un jabalí. Las enfermedades no respetan el talento, un genio puede morir de la misma enfermedad que un estúpido y a una virgen la puede matar el mismo cáncer que a una puta, la muerte ni distingue ni razona sino que se limita a segar todas las ilusiones con su guadaña, también todas las esperanzas y todos los descuidos y torpes desvíos.

– ¿Por qué cierras los ojos con timidez cuando te leen el reglamento en voz alta?

– No lo sé.

– ¿Por qué tu marido, en vez de lavarse con jabón medicinal, se perfuma el esfínter del ano con humo de sándalo?

– No lo sé, no he podido averiguarlo nunca, mi marido a veces es muy misterioso, muy introvertido y asustadizo, mi marido está asustado casi siempre, es muy huraño.

Raimundo Fanego, el pelirrojo que era guardia civil en La Estrada, le preguntó a Hipólito Parga, que había sido seminarista y que ahora era practicante en La Esclavitud:

– ¿Una cara mentirosa debe ocultar lo que sabe un corazón falso, como dice el inglés?

– ¿Qué inglés?

– Eso es lo de menos, contésteme a lo que le pregunto, ¿una cara mentirosa debe ocultar lo que sabe un corazón falso?

– ¿Yo qué sé?

Hipólito Parga estuvo trabajando algún tiempo en La Coruña y le arreglaba los pies a mi tía Marianita, también le ponía inyecciones y lavativas, mi tía Marianita era muy estreñida, padeció toda su vida de estreñimiento, a veces estaba hasta diez o doce días sin ir al retrete y había que ponerle enemas medicinales, las mujeres solemos propender a estas servidumbres. Hipólito Parga estuvo durmiendo una temporada con Rómula, la criada de Clara Erbecedo, entraba por la noche por el portillo de la huerta y salía antes del amanecer por el mismo sitio, Rómula no era ya ninguna niña pero lo trataba con cariño, le lavaba la ropa y le daba bien de cenar y de desayunar, hay que corresponder y ser agradecido, Rómula le daba de cenar bistés a la plancha, casi crudos o sea vuelta y vuelta, o sardinas asadas cuando era el tiempo, o huevos con chorizo y patatas fritas, antes una ensalada de lechuga, tomate y cebolla y de postre mermelada de ciruelas o queso con dulce de membrillo, también le daba siempre café y una copa de aguardiente de orujo, Hipólito Parga se acostaba con Rómula siempre en posición natural, en cualquiera de las siete posiciones naturales, en esto no se deben hacer concesiones ni improvisar.

Al comandante don Alfonso no lo delataba e) ruido sino el pestilente olor, debía estar medio podrido, don Alfonso era más bien zullenco que pedorro. En el bar Cartagena la Orensana, doscientas y la cama, solía decirle:

– Don Alfonso, ¡a peerse a la puta calle y lo más lejos posible, que me está usted atufando la ginebra!

La Orensana no tuteaba a don Alfonso ni en los momentos más íntimos, el respeto a las autoridades no está reñido con darles gusto y hacerles disfrutar.

– ¿Usted cree que Javier Perillo terminará algún día el peritaje mercantil?

– Yo no quisiera gafar a nadie, pero me parece que no, él va bien así y se deja llevar por la vida.

– ¡Qué cómodo resulta!, ¿verdad?

– Pues no sé qué decirle.

La poetisa Adelita publicó un libro de versos en gallego, Anduriña tola, y dijo en el periódico que ella escribía poemas para gritarle al amor y a la vida.

– ¿Y eso qué quiere decir?

– Pues eso, que le grita al amor y a la vida con la voz que le sale del alma, esto me lo aclaró el poeta Garcés, que sabe mucho de poesía y de arte, el poeta Garcés sabe mucho de todo.

– Ya, ya…, ¡qué horror, qué cosas dicen algunas!

Ángel Cristo, el domador más joven del mundo, con sus feroces leones abisinios. Circo Checo de Praga. Cinco únicos días en ha Coruña. ¡Improrrogables!

– ¿Vamos al circo?

– Bueno.

Ha entrado en el puerto de Bilbao la escuadrilla de fragatas de la Armada española integrada por el Vicente Yáñez Pinzón, el Legazpi, el Júpiter y el Vulcano, que inmediatamente enfilaron la ría para quedar abarloadas junto a los muelles de Santurce, en el espigón donde atraca el ferry inglés Patricia. Betty Boop se casó antes que Matty, a su novio, Roberto Bahamonde Chas, algunos amigos le llaman Robert y otros Bob, a él le es lo mismo, la boda se celebró por todo lo alto pero con más pretensiones que resultados, esto pasa cuando no se miden bien las distancias y se queda uno con la cabeza caliente y los pies fríos o, como suele decirse, con el culo al aire. Según el periódico, la sagrada unión se bendijo en la iglesia de Santiago engalanada con profusión de luces y flores, y la novia, que estaba bellísima, lucía un precioso modelo de raso natural con encaje de guipour y flores de organza, y un velo largo de tul ilusión prendido con elegante tocado francés de gardenias; lo que no venía en el periódico fue la triste verdad, la verdad dolorosa y desnuda y tal como fue. Betty Boop, pese a los esfuerzos de Eva, su madre, estaba horrible, ella era una monada, pero ese día estaba horrible, el pelo lo llevaba recogido con dos ondas delante de la cara y no le favorecía ni poco ni mucho, a las pestañas les sobraba rímel y los ojos parecían dos tarántulas; el vestido era bonito, sí, pero Robert, antes de salir la novia para la iglesia, se metió en su habitación, le remangó las faldas y le echó un violento polvo de gallo…

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