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Una manera de describir aquella sensación unificada sería decir que las pepitas de conciencia se hallaban dispersas; cada una poseía conciencia de sí y ninguna predominaba más que otra. Entonces algo las agitaba, y se reunían para emerger en una zona donde todas tenían que juntarse en un bloque, el "yo" que conozco. Luego, "yo", como "yo mismo”, presenciaba una escena coherente de actividad mundana, o una escena referente a otros mundos y que me parecía pura imaginación, o una escena que pertenecía al "pensamiento puro"; es decir, visiones de sistemas intelectuales, o de ideas concatenadas como verbalizaciones. En algunas escenas, hablé conmigo mismo hasta saciarme. Después de cada una de esas visiones coherentes, el "yo" se desintegraba y volvía a no ser nada.

Durante una de las excursiones a la visión coherente, me hallé en el risco con don Juan. Inmediatamente me percaté de ser entonces el "yo" total que me es familiar. Sentí la realidad de mi parte física. Estaba en el mundo, no sólo presenciándolo.

Don Juan me abrazó como a un niño. Me miró. Su rostro estaba muy cerca. Yo veía sus ojos en la oscuridad. Eran bondadosos. Parecían contener una pregunta. Supe cuál era. L o impronunciable era en verdad impronunciable.

– ¿Y bien? -preguntó suavemente, como si necesitara mi reafirmación.

Yo estaba mudo. Las palabras "insensible", "desconcertado", "confuso" y otras por el estilo, no eran en modo alguno descripciones apropiadas de mi sentir en aquel momento. No era sólido. Supe que don Juan tenía que asirme y mantenerme a la fuerza sobre el suelo; de otro modo habría flotado en el aire para desaparecer. No tenía miedo de desvanecerme. Añoraba lo "desconocido" donde mi conciencia no estaba unificada.

Don Juan me llevó despacio, haciendo presión sobre mis hombros, hasta un área cercana a la casa de don Genaro; me hizo acostar y me cubrió con tierra que al parecer había apilado previamente. Me cubrió hasta el cuello. Hizo con hojas una especie de almohada para mi cabeza y me dijo que no me moviera ni me quedara dormido. Dijo que iba a sentarse allí para hacerme compañía hasta que la tierra hubiera vuelto a consolidar mi forma.

Me sentía muy cómodo y tenía un deseo casi invencible de dormir, pero don Juan no lo permitió. Exigió que hablara dé cualquier cosa bajo el sol, excepto de lo que acababa de experimentar. Yo al principio no sabía de qué hablar; luego pregunté por don Genaro. Don Juan dijo que don Genaro había ido a enterrar a Pablito cerca de allí, y que estaba haciendo con él lo que él mismo hacía conmigo.

Pese a mi deseo de sostener la conversación, algo en mí se hallaba incompleto; sentía una indiferencia inusitada, un cansancio que más parecía fastidio. Don Juan parecía al tanto de mis sentimientos. Empezó a hablar de Pablito y de cómo nuestros destinos se trenzaban. Dijo haberse convertido en el benefactor de Pablito al mismo tiempo que don Genaro se hizo su maestro, y que el poder nos había emparejado paso a paso a Pablito y a mí. Señaló con énfasis que la única diferencia entre Pablito y yo era que, mientras el mundo de Pablito como guerrero estaba gobernado por la coerción y el miedo, el mío lo estaba por el afecto y la libertad. Don Juan explicó que tal diferencia se debía a las personalidades intrínsecamente distintas de los benefactores. Don Genaro era dulce y afectuoso y gracioso, mientras él mismo era seco, autoritario y directo. Dijo que mi personalidad exigía un maestro fuerte pero un benefactor tierno, y que Pablito era al contrario: necesitaba un maestro bueno y un benefactor severo.

Hablamos un rato más y luego amaneció. Al aparecer el sol sobre las montañas en el horizonte oriental, don Juan me ayudó a salir de la tierra.

Cuando desperté, al atardecer, don Juan y yo nos sentamos junto a la puerta de la casa. Don Juan dijo que don Genaro seguía con Pablito, preparándolo para el último encuentro.

– Mañana, Pablito y tú entrarán a lo desconocido -dijo-. Debo prepararte para eso ahora. Entrarán ustedes dos solos. Anoche ustedes eran como dos yoyos que nosotros hacíamos ir y venir; mañana andarán solos y por su cuenta.

Tuve un ataque de curiosidad, y las preguntas sobre mis experiencias nocturnas brotaron en torrente. Don Juan no se inmutó.

– Hoy tengo que lograr una maniobra crucial -dijo-. Tengo que tenderte el último lazo. Y tú debes caer en él.

Rió y se palmeó los muslos.

– Lo que Genaro quiso mostrarte la otra noche con el primer ejercicio fue cómo usan los brujos al nagual -prosiguió-. No hay modo de llegar a la explicación de los brujos a menos que uno haya usado voluntariamente el nagual, o mejor dicho, a menos que uno haya usado voluntariamente el tonal para dar sentido a las propias acciones que uno ejecuta en el nagual. Otra manera de aclarar todo esto es decir que la visión del tonal debe prevalecer si uno quiere usar el nagual como lo usan los brujos.

Le dije que encontraba una notoria incongruencia en lo que él acababa de expresar. Por una parte me había dado, dos días antes, una increíble recapitulación de sus actos deliberados durante un periodo de años, actos planeados para afectar mi visión del mundo; y por otra parte, quería que esa misma visión prevaleciese.

– Uno no tiene nada que ver con lo otro -dijo-. El orden en nuestra percepción es el dominio exclusivo del tonal; sólo allí pueden nuestras acciones tener continuidad; sólo allí son como escaleras en las que uno puede contar los peldaños. No hay nada por el estilo en el nagual. Por ello, la visión del tonal es una herramienta, y como tal no es sólo la mejor herramienta, sino la única que tenemos.

"Anoche, tu burbuja de percepción se abrió y sus alas se desplegaron. No hay otra cosa que decir al respecto. Es imposible explicar lo que te sucedió, de modo que no voy a intentarlo y tú tampoco deberías. Baste decir que las alas de tu percepción tocaron tu totalidad. Anoche fuiste y viniste del nagual al tonal, una y otra vez. Fuiste lanzado en el abismo dos veces para no dejar posibilidad de error. La segunda vez experimentaste el impacto pleno del viaje a lo desconocido. Y tu percepción desplegó las alas cuando algo en ti se dio cuenta de tu verdadera naturaleza. Eres un racimo.

"Ésta es la explicación de los brujos. El nagual es lo impronunciable. Todos los sentimientos y todos los seres, y todos los uno mismos que son posibles flotan en él para siempre, como barcas, apacibles y constantes. Entonces la goma de la vida pega a algunos de ellos. Tú lo descubriste eso anoche, y lo mismo hizo Pablito, y lo mismo hizo Genaro la vez que se adentró en lo desconocido, y lo mismo hice yo. Cuando la goma de la vida pega a esos sentimientos se crea un ser, un ser que pierde el sentido de su verdadera naturaleza y se ciega con el brillo y el clamor del área dónde están los seres: el tonal. El tonal es donde existe toda la organización unificada. Un ser entra al tonal una vez que la fuerza de la vida ha unido los sentimientos que se necesiten. Una vez te dije que el tonal empieza al nacer y termina al morir; lo dije porque sé que, apenas la fuerza de la vida deja el cuerpo, todos esos pedazos aislados o que forman el racimo se desintegran y regresan al sitio de donde vinieron: el nagual. Lo que un guerrero hace al viajar a lo desconocido se parece mucho a la muerte, excepto que su racimo de sentimientos aislados no se desintegra, sino que se expande un poco sin perder la unión. En la muerte, sin embargo, todos se hunden en lo profundo y se mueven por su propia cuenta, como sí nunca hubieran sido una unidad."

Quise señalar la completa homogeneidad de sus descripciones con mi experiencia. Pero no me permitió hablar.

– No hay manera de referirse a lo desconocido -dijo-. Uno sólo puede presenciarlo. La explicación de los brujos dice que cada uno de nosotros tiene un centro desde el cual podemos presenciar el nagual: la voluntad. Así, un guerrero puede aventurarse en el nagual y dejar que su racimo se organice y se reorganice en todas las formas posibles. Te he dicho que la expresión del nagual es un asunto personal. Con eso quise decir que depende del guerrero mismo dirigir la organización y reorganización de ese racimo. La forma humana o el sentimiento humano es el arreglo original; capaz, para nosotros, esa es la más dulce de todas las formas; sin embargo, hay un número infinito de formas alternas que el racimo puede adoptar. Te he dicho que un brujo puede adoptar la forma que quiera. Eso es cierto. Un brujo que está en posesión de la totalidad de sí mismo puede dirigir las partes de su racimo para que se unan en cualquier forma concebible. La fuerza de la vida es lo que hace posible ese barajeo, pero una vez que la fuerza de la vida se agota, no hay modo de reintegrar el racimo.

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