Rápidamente se hizo oscuro y empecé a enfadarme, sentado allí. No tuve tiempo suficiente para concentrarme en los detalles del patio. De repente escuché un crujido justo a mis espaldas y después la voz de Zuleica me sobresaltó. Con un vigoroso susurro me dijo que me pusiera en pie y la siguiera. Automáticamente la obedecí. No podía ver su rostro, ella sólo era una forma oscura que caminaba dos pasos delante de mí. Me llevó a un rincón del pasillo más oscuro de su casa. Aunque mis ojos estaban habituados a la oscuridad aún no podía ver nada. Tropecé con algo y ella me ordenó que me sentara dentro de una estrecha cuna y que reclinara la parte inferior de mi espalda en un cojín duro.
Después sentí que ella había retrocedido unos cuantos pasos detrás de mí, lo cual me desconcertó por completo, pues pensé que mi espalda se hallaba a unos cuantos centímetros de la pared. Hablando desde allí, me ordenó con voz suave que enfocara mi atención en sus palabras para que éstas me pudieran guiar. Me dijo que mantuviera los ojos abiertos y fijos en un punto que se hallaba frente a mí, a la altura de mis ojos, y que ese punto se transformaría de negrura a un agradable y brillante color rojo-naranja.
Zuleica hablaba muy suavemente, con entonación uniforme. Escuché cada una de sus palabras. La oscuridad que me envolvía parecía haber cortado eficazmente cualquier estímulo externo que me distrajera. Oí las palabras de Zuleica en un vacío, y después advertí que el silencio de ese pasillo era comparable al silencio dentro de mí.
Zuleica me explicó que un ensoñador debe partir desde un punto de color; la luz intensa o las completas tinieblas son inútiles para un ensoñador en su asalto inicial. Colores como el púrpura o verde claro o amarillo profundo son, por otra parte, excelentes puntos de arranque. Zuleica me aseguró que una vez que hubiese logrado yo entrar en el color rojo-naranja, habría congregado mi segunda atención permanentemente, si es que era capaz de estar consciente de las sensaciones físicas que uno experimenta al entrar en ese color.
Necesité varias sesiones con la voz de Zuleica para darme cuenta con mi cuerpo de lo que ella trataba de hacer. La ventaja de estar en un estado de conciencia acrecentada era que yo podía seguir mi transición de un estado de vigilia a un estado de ensueño. Bajo condiciones normales esa transición es borrosa, pero en esas circunstancias especiales de hecho sentí, en el transcurso de una de mis sesiones, cómo mi segunda atención tomaba los controles. El primer paso fue una inusitada dificultad en respirar. No era una dificultad para inhalar o exhalar, ni tampoco me faltaba el aire; más bien, mi respiración cambió de ritmo súbitamente. Mi diafragma empezó a contraerse y forzó a la parte media de mi cuerpo a moverse como un fuelle, con gran celeridad. Respiraba con la parte inferior de mis pulmones y sentí una gran presión en los intestinos. Sin éxito traté de romper los espasmos de mi diafragma. Mientras más trataba, más doloroso se volvía.
Zuleica me ordenó que dejara que mi cuerpo hiciera todo lo que fuese necesario y que no pensara en dirigirlo o controlarlo. Yo quería obedecerla, pero ignoraba cómo. Los espasmos, que deben haber durado de diez a quince minutos, se desvanecieron tan súbitamente como habían aparecido y fueron seguidos por otra sensación extraña y conmocionarte. En un principio la sentí como una picazón de lo más peculiar, un sentimiento físico que no era ni agradable ni desagradable; era algo parecido a un temblor nervioso. Se volvió muy intenso, hasta el punto de forzarme a concentrar mi atención en él a fin de determinar en qué parte de mi cuerpo estaba ocurriendo.
Quedé pasmado al darme cuenta de que no tenía lugar en ninguna parte de mi cuerpo físico, sino fuera de él, y sin embargo aún lo sentía.
No hice caso a la orden de Zuleica de entrar en una mancha de coloración que empezaba a formarse a la altura de mis ojos, y me entregué enteramente a la exploración de esa extraña sensación que ocurría fuera de mí. Zuleica debió haber visto lo que me estaba sucediendo; repentinamente empezó a explicarme que la segunda atención pertenece al cuerpo luminoso, así como la primera atención pertenece al cuerpo físico. Dijo que el punto donde la segunda atención se arma está situado en el lugar que Juan Tuma me había descrito la primera vez que nos conocimos: aproximadamente a un metro de distancia enfrente de la parte media del cuerpo, justo entre el estómago y el ombligo, y a quince centímetros a la derecha.
Zuleica me ordenó que pusiera las manos en ese punto y lo masajeara moviendo los dedos de mis dos manos, exactamente como si estuviera tocando un arpa. Me aseguró que si persistía en el ejercicio, tarde o temprano terminaría sintiendo que mis dedos pasaban por algo que era tan denso como el agua, y que finalmente sentiría mi cascarón luminoso.
A medida que seguía moviendo mis dedos, el aire se puso progresivamente denso hasta que sentí una especie de masa. Un indefinido placer físico se esparció por todo mi cuerpo. Pensé que me hallaba tocando un nervio y me sentí ridículo por lo absurdo de todo eso. Me detuve.
Zuleica me advirtió que si no movía mis dedos iba a darme un coscorrón en la cabeza. Mientras más continuaba yo ese movimiento oscilante, más cercana sentía la picazón. Finalmente, ésta llegó a estar a unos diez centímetros de mi cuerpo. Era como si algo dentro de mí se hubiera encogido. En verdad creí que podía sentir una concavidad, una abolladura donde sentía la comezón. Después tuve otra sensación sobrecogedora. Me estaba quedando dormido y, a la vez, estaba consciente. Había una vibración en mis orejas, que me recordaba el sonido de un zumbador; después sentí una fuerza queme enrollaba sobre mi lado izquierdo sin despertarme. Fui enrollado muy apretadamente, como un puro, y se me colocó en la concavidad donde sentía la picazón. Mi conciencia quedó suspendida allí, incapaz de despertar, pero tan apretadamente enrollada en sí misma, que tampoco podía quedarse dormida.
Oí la voz de Zuleica que me decía que viese a mi alrededor. No pude abrir los ojos, pero mi sentido del tacto me reveló que me hallaba en una zanja; acostado boca arriba. Me sentí cómodo, seguro. Mi cuerpo estaba tan compacto y apretado que yo no tenía el más leve deseo de incorporarme. La voz de Zuleica me ordenó que me pusiera en pie y abriera los ojos. No pude hacerlo. Me dijo que tenía que desear mis movimientos, porque no se trataba de un asunto de contraer mis músculos para levantarme.
Pensé que mi lentitud la había molestado. Comprendí entonces que me hallaba plenamente consciente, quizá más consciente de lo que había estado en toda mi vida. Podía pensar racionalmente y a la vez parecía estar completamente dormido. Se me ocurrió la idea de que Zuleica me había puesto en un estado de hipnosis profunda. Esto me molestó un instante, pero después ya no tuvo importancia. Cedí a la sensación de hallarme suspendido, y floté libremente.
Ya no pude oír lo que ella me decía. O ella había dejado de hablar o yo había cortado el sonido de su voz. No quería abandonar ese refugio. Nunca me había sentido tan en paz y tan completo. Me quedé allí inmóvil sin querer levantarme ni cambiar nada. Podía sentir el ritmo de mi respiración. Repentinamente, desperté.
En la siguiente sesión, Zuleica me dijo que yo había logrado hacer una concavidad en mi luminosidad sin ayuda de nadie, y que hacer esa concavidad significaba que yo había movido un punto distante de mi cascarón luminoso mas cerca de mi cuerpo físico, y por tanto, más cercano al control. Sostuvo repetidas veces que a partir del momento en que el cuerpo aprende a hacer esa concavidad, es más fácil entrar en el ensueño.
Estuve de acuerdo con ella. Yo había adquirido un extraño impulso, una sensación que mi cuerpo había aprendido a reproducir instantáneamente. Era una muestra de sentirme en reposo, seguro, adormilado, suspendido sin el sentido del tacto, y al mismo tiempo completamente despierto, consciente de todo.