Por fin la conducta pasada de la Gorda se volvió comprensible para mí. No había tenido forma durante años, pero carecía de la autodisciplina requerida. Por ello había estado a merced de drásticos cambios y de discrepancias increíbles entre sus acciones y sus propósitos.
En los días subsiguientes, la Gorda y yo reunimos toda nuestra fuerza emocional y tratamos de conjurar otros recuerdos, pero ya no parecía haber ninguno más. Me hallaba de nuevo donde estuve antes de empezar a recordar. Intuía que, enterrado en mí, de alguna manera debería de haber mucho más, pero no encontraba manera de llegar a ello. En mi mente no existían ni los más vagos atisbos de cualquier otro recuerdo.
La Gorda y yo pasamos por un periodo de tremenda confusión y de dudas. En nuestro caso, no tener forma significaba ser asolados por la peor desconfianza imaginable. Sentimos que éramos como ratas de laboratorio en manos de don Juan, una persona que al parecer nos era muy familiar, pero de la cual en realidad ignorábamos todo. Nos retroalimentamos el uno al otro con dudas y temores. La cuestión más seria por supuesto era la mujer nagual. Cuando concentrábamos nuestra atención en ella, el recuerdo se volvía tan agudo que rebasaba nuestra comprensión el que la hubiéramos olvidado. Esto nos permitía una y otra vez especular qué era lo que nos había hecho don Juan en realidad. Muy fácilmente estas conjeturas nos conducían a la sensación de que habíamos sido usados. Nos enfurecía la inevitable conclusión de que don Juan nos había engañado, nos había dejado desamparados y desconocidos para nosotros mismos.
Cuando la rabia se agotó, el temor empezó a cernirse sobre nosotros; ahora nos enfrentaba la terrible posibilidad de que no habíamos aún descubierto todo el daño que don Juan nos había hecho.
VII. ENSOÑANDO JUNTOS
Un día, para aliviar momentáneamente nuestra zozobra, sugerí que deberíamos dedicar todo nuestro tiempo y energía a ensoñar. Tan pronto como hice esta sugerencia me di cuenta de que la lobreguez que me había acosado durante días se alteró radicalmente con sólo desear el cambio. Claramente comprendí entonces que el problema de la Gorda y el mío era que inconscientemente nos habíamos centrado en el temor y la desconfianza, como si fueran las únicas opciones a nuestro alcance. En todo momento, sin embargo, habíamos tenido, sin saberlo conscientemente, la alternativa de centrar nuestra atención deliberadamente en lo opuesto: el misterio, la maravilla de lo que nos sucedía.
Comuniqué a la Gorda mi hallazgo. Ella estuvo de acuerdo en el acto. Al instante se animó, y el paño de su lobreguez se desvaneció en cuestión de segundos.
– ¿Qué tipo de ensoñar propones que debemos hacer? -preguntó.
– ¿Cuántos tipos hay? -dije.
– Podemos ensoñar juntos -replicó-. Mi cuerpo me dice que lo hemos hecho antes. Ya hemos entrado en el ensueño como par. Vas a ver que será facilísimo como lo fue ver juntos.
– Pero no sabemos cuál es el procedimiento para ensoñar juntos -dije.
– Pues tampoco sabíamos cómo ver juntos y sin embargo vimos -dijo-. Estoy segura de que si lo intentamos, podremos hacerlo, porque no hay pasos específicos para todo lo que hace un guerrero. Sólo hay poder personal. Y en este momento lo tenemos.
"Debemos, eso sí, ensoñar desde dos lugares distintos, lo más alejado posible el uno del otro. El que entra en el ensueño primero, espera al otro. Apenas nos encontramos entrecruzamos los brazos y nos adentramos juntos a las profundidades del ensoñar.
Le dije que no tenía idea de cómo esperarla si yo empezaba a ensoñar antes que ella. Ella misma no podía explicar lo que eso implicaba, pero aclaró que esperar al otro ensoñador era lo que Josefina había descrito como "jalarlo". La Gorda había sido jalada dos veces por Josefina.
– La razón por la cual Josefina le llama así es porque uno de los dos tiene que prender al otro del brazo -explicó.
Me enseñó entonces cómo hacerlo. Con su mano izquierda sujetó fuertemente mi antebrazo derecho a la altura del codo. Nuestros antebrazos quedaron entrelazados cuando yo cerré mi mano derecha sobre su codo.
– ¿Cómo se puede hacer eso en ensueño? -pregunté.
Yo, en lo personal, consideraba que ensoñar era uno de los estados más privados que se puedan imaginar.
– No sé cómo, pero te voy a agarrar -dijo la Gorda-. Yo creo que mi cuerpo sabe cómo. Pero mientras más sigamos hablando de esto, más difícil parece ser.
Comenzamos a ensoñar desde dos lugares. Sólo pudimos ponernos de acuerdo a qué hora empezar, puesto que la entrada en el ensueño era imposible de predeterminar. La posibilidad de que yo tuviera que esperar a la Gorda fue algo que me causó una gran ansiedad, y no pude empezar a ensoñar con la facilidad usual. Después de diez o quince minutos de agitación finalmente logré entrar en un estado que yo llamo vigilia en reposo.
Años antes, cuando ya había adquirido cierto grado de experiencia en ensoñar, le pregunté a don Juan si había procedimientos específicos que fuesen comunes para todos. Me dijo que verdaderamente cada ensoñador es singular e independiente. Pero al hablar con la Gorda descubrí tantas similitudes en nuestras experiencias de ensoñar, que aventuré un posible patrón clasificatorio de las diversas etapas.
Vigilia en reposo es el estado preliminar, en el cual los sentidos se aletargan y, sin embargo, uno se halla consciente. En mi caso, yo siempre había percibido en este estado un flujo de luz rojiza, una luz exactamente igual a la que aparece cuándo encara uno el sol con los párpados fuertemente cerrados.
Al segundo estado de ensoñar le llamé vigilia dinámica.
En éste, la luz rojiza se disipa así como se desvanece la niebla, y uno se queda viendo una escena, una especie de cuadro, que es estático. Se ve una imagen tridimensional, un tanto congelada: un pasaje, una calle, una casa, una persona, un rostro, o cualquier otra cosa.
Al tercer estado lo denominé atestiguación pasiva.
En él, el ensoñador ya no presencia más un aspecto congelado del mundo, sino que es un testigo ocular de un evento tal como ocurre. Es como si la preponderancia de los sentidos visual y auditivo hiciera a este estado del ensoñar una cuestión principalmente de los ojos y los oídos.
En el cuarto estado uno es llevado a actuar, forzado a llevar a cabo acciones, a dar pasos, a aprovechar el máximo del tiempo. Yo llamé a este estado iniciativa dinámica.
Esperarme, como proponía la Gorda, tenía que ver con el segundo y el tercer estado de nuestro ensoñar juntos.
Cuando entré en la segunda fase, vigilia dinámica, en una escena de ensoñar vi a don Juan y a varias otras personas, incluyendo a la Gorda cuando era obesa. Antes de que pudiese considerar qué era lo que veía, sentí un tremendo jalón en mi brazo y me di cuenta dé que la Gorda "verdadera" se hallaba a mi lado. Estaba a mi izquierda y había tomado mi antebrazo derecho con su mano izquierda. Claramente sentí cómo alzaba mi mano para que pudiéramos entrecruzar los antebrazos. Después me descubrí en la atestiguación pasiva, el tercer estado del ensoñar.
Don Juan me decía que yo tenía que atender a la Gorda y cuidarla de la manera más egoísta: esto es, como si ella fuera parte de mí mismo.
Su juego de palabras me pareció delicioso. Sentí una felicidad sobrenatural por hallarme allí con él y con los otros. Don Juan prosiguió explicando que mi egoísmo podía ser utilizado de muy buen modo, y que ponerle riendas no era imposible.
Había una atmósfera general de camaradería entre toda la gente congregada allí. Todos reían de lo que don Juan me decía, pero sin burlarse. Don Juan añadió que la manera más segura de subyugar el egoísmo era por medio de las actividades cotidianas de nuestras vidas. Mantenía que yo era eficiente en todo lo que hacía porque no tenía a nadie que me hiciera la vida imposible y que no era nada del otro mundo andar derecho si uno anda solo. Si se me diera la tarea de cuidar a la Gorda, sin embargo, mi eficiencia estallaría en cachitos, y para sobrevivir tendría que extender la preocupación egoísta por mí mismo hasta incluir a la Gorda. Sólo ayudándola, don Juan decía con el tono más enfático, yo encontraría las claves para el desempeño de mi verdadera tarea.