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Las tres muchachas formaron una unidad inquebrantable. Lo mismo hicieron los tres hombres. Grupos de tres, cuando la regla prescribe de cuatro, era algo nefasto. El número tres es símbolo de dinamismo, cambio, movimiento, y sobre todo, símbolo de revitalización.

La regla ya no servía como mapa. Y sin embargo, era inconcebible la posibilidad de un error. Don Juan y sus guerreros arguyeron que el poder no comete errores. Examinaron el asunto como ensoñadores y videntes. Se preguntaron si quizá no se habrían apresurado en exceso, y simplemente no habían visto que las tres mujeres y los tres hombres eran ineptos.

Don Juan me confió que para él había dos cuestiones pertinentes. Una era el problema pragmático de nuestra presencia entre ellos. La otra era la cuestión de la validez de la regla. Su benefactor los había guiado a la certeza de que la regla abarcaba todo lo que concernía a un guerrero. No los había preparado para la eventualidad de que la regla pudiera resultar inaplicable.

La Gorda decía que las mujeres del grupo de don Juan nunca tuvieron problemas con nosotros; eran sólo los hombres los que no sabían qué hacer. Los hombres hallaban incomprensible e inaceptable que la regla fuera incongruente en nuestro caso. Las mujeres, sin embargo, tenían confianza en que tarde o temprano se aclararía la razón de nuestra presencia entre ellos. Yo mismo había observado cómo las mujeres se mantenían alejadas de la turbulencia emocional al parecer completamente ajenas al resultado. Parecían saber, sin ninguna duda, que nuestro caso se hallaba incluido de alguna manera en la regla. Después de todo, definitivamente yo les había ayudado al aceptar mi papel. Gracias a la mujer nagual y a mí, don Juan y su grupo habían completado su ciclo y casi se hallaban libres.

Finalmente la respuesta les llegó a través de Silvio Manuel. Él vio que las tres hermanitas y los tres Genaros no eran ineptos; más bien se trataba de, que yo no era el nagual adecuado para ellos. Yo no podía guiarlos porque tenía una configuración insospechada que no encajaba con el patrón establecido por la regla, una configuración que a don Juan, como vidente, le había pasado desapercibida. Mi cuerpo luminoso daba la apariencia de tener cuatro compartimientos cuando en realidad sólo había tres. Había otra regla. para lo que llamaban "el nagual de tres puntas". Yo pertenecía a esa regla. Silvio Manuel dijo que yo era como un pájaro incubado por el calor y el cuidado de pájaros de otras especies. Todos ellos aún se hallaban obligados a ayudarme, así como yo mismo estaba obligado a hacer todo por ellos, pero aun así, yo no pertenecía a su grupo.

Don Juan asumió toda responsabilidad, puesto que él me había encontrado, sin embargo mi presencia en el grupo obligó a que todos dieran de sí hasta el máximo, buscando dos cosas: una explicación de qué era lo que yo hacía entre ellos, y la solución del problema de qué hacer conmigo.

Con gran rapidez, Silvio Manuel encontró los medios por los cuales se podían deshacer de mi. Tomó la dirección del proyecto, pero como no tenía ni la energía ni la paciencia para tratar conmigo, comisionó a don Juan para que hiciera lo necesario en calidad de suplente suyo. La meta de Silvio Manuel consistía en prepararme para el momento en que un mensajero me trajese la regla pertinente al nagual de tres puntas.

Dijo que no le correspondía a él personalmente revelar esa porción de la regla. Yo debía, como todos los demás, esperar a que llegara el momento adecuado.

Aún había otro serio problema que añadía más confusión. Tenía que ver con la Gorda, y, a la larga, conmigo. La Gorda había sido aceptada en mi grupo como mujer del Sur. Don Juan y el resto de sus videntes lo habían confirmado. Parecía hallarse en la misma categoría de Cecilia, Deba, Marta y Teresa. Las similitudes eran innegables. Pero luego la Gorda perdió el peso superfluo y adelgazó hasta la mitad de su tamaño anterior. El cambio fue tan radical y profundo que se convirtió en otra persona.

Pasó desapercibida durante mucho tiempo, simplemente porque los demás guerreros se hallaban tan preocupados con mis dificultades que no le prestaron atención. Después, cuando ocurrió su drástico cambio, todos tuvieron que concentrarse en ella, y vieron que no era una mujer del Sur. Lo abultado de su cuerpo los había hecho verla inadecuadamente. Entonces recordaron que desde el momento en que llegó; la Gorda en realidad no podía llevarse bien con Cecilia, Delia y las otras mujeres del Sur. Por otra parte, se hallaba fascinada con Nélida y Florinda, porque en realidad siempre había sido como ellas. Lo cual significaba que había dos ensoñadoras del Norte en mi grupo: la Gorda y Rosa, una estridente discrepancia con la regla.

Don Juan y sus guerreros experimentaron una tremenda confusión. Interpretaron todo lo que les ocurría como un augurio, una indicación de que las cosas habían tomado un curso imprevisible. Puesto que no podían aceptar la idea de que un error humano supeditara a la regla, asumieron que un designio superior los había hecho errar por razones difíciles de discernir, pero que no por eso dejaban de ser reales.

Estudiaron el asunto de cómo remediar todo esto, pero antes de que alguno de ellos llegara a una respuesta, una verdadera mujer del Sur, doña Soledad, entró en escena con tal fuerza, que les fue imposible rechazarla. De acuerdo con la regla, ella era acechadora.

Su presencia nos distrajo. Durante un tiempo pareció como si ella fuera a empujarnos hacia otro nivel. Creó un movimiento vigoroso. Florinda, la tomó bajo su mando para instruirla en el arte de acechar. Pero todo el beneficio que ella trajo consigo no fue suficiente para remediar una extraña pérdida de energía que yo experimentaba, una languidez que parecía aumentar día a día.

Finalmente, Silvio Manuel dijo que en su ensoñar había recibido un plan maestro. Estaba rebosante de alegría y se apresuró a discutir los detalles con don Juan y con los demás guerreros: La mujer nagual fue invitada a las discusiones, pero yo no. Esto me hizo sospechar que no querían que yo me enterara de lo que Silvio Manuel había descubierto acerca de mí.

Les hablé a cada uno de ellos de mis sospechas. Todos lo negaron y se rieron de mí, salvo la mujer nagual, quien me dijo que yo estaba en lo cierto. El ensueño de Silvio Manuel le había revelado la nefasta razón de mi presencia entre ellos. Yo tenía, sin embargo, la obligación de aceptar mi destino, que consistía en no saber la naturaleza de mi tarea hasta el momento en que me hallara listo para saberlo.

Habló con tanta seriedad que no tuve más recurso que aceptar sin preguntas todo lo que me decía. Creo que si don Juan o Silvio Manuel me hubieran dicho lo mismo, yo no me habría rendido tan fácilmente. La mujer nagual también me dijo que ella había persistido en que don Juan y los demás me informaran el propósito general de sus acciones, aunque sólo fuera para evitar fricciones y rebeldías innecesarias.

Me dijeron que lo que Silvio Manuel se proponía hacer era prepararme para mi tarea llevándome directamente a la segunda atención. Para ello planeaba llevar a cabo maniobras que galvanizarían mi conciencia.

En presencia de todos los demás me dijo que estaba tomándome a su cargo, y por tanto me llevaría a la zona de su poder.

Nos explicó que en sus ensueños se le habían presentado una serie de no-haceres diseñados para un equipo compuesto por la Gorda y por mí como actores, y por la mujer nagual como vigilante.

Silvio Manuel sólo tenía palabras de admiración cuando se refería a la mujer nagual. Decía que ella era de una clase exclusiva, y que podía desempeñarse de igual a igual con él o con cualquier otro de los guerreros del grupo. No tenía experiencia pero podía manear su atención como quiera que lo necesitara. Silvio Manuel me confesó que, para él, la destreza de la mujer nagual era un misterio tan grande como lo era mi presencia entre ellos, y que la fuerza de la mujer nagual era tan intensa que yo era un principiante junto a ella. A tal extremo que le pidió a la Gorda que me auxiliara en especial, para que yo pudiese resistir el contacto de la mujer nagual.

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