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Los dos tratamos de concentrar nuestra atención en Silvio Manuel, pero no pudimos recordar cómo era. Sentíamos su presencia en nuestros recuerdos, pero él no era una persona, era sólo un sentimiento.

Hablamos de nuestra escena de ensoñar y llegamos al acuerdo de que ésta había sido una réplica fiel de lo que en realidad tuvo lugar en nuestras vidas en cierto tiempo, pero nos resultaba imposible recordar cuándo. Sin embargo, yo tenía la extraña seguridad de que efectivamente estuve a cargo de la Gorda como entrenamiento para enfrentar la interacción con la gente. Era imperativo que yo interiorizara un estado de ecuanimidad ante situaciones sociales difíciles, y para esto nadie podía haber sido un mejor entrenador que la Gorda. Los relampagazos de vagos recuerdos que yo tenía de una obesa Gorda surgían de esas circunstancias, porque yo había cumplido las órdenes de don Juan al pie de la letra.

La Gorda dijo que no le había gustado en lo más mínimo la escena de ensoñar. Ella hubiera preferido mirar solamente, pero yo la empujé a que reviviera sus viejos sentimientos, que le eran detestables. Su descontento fue tan intenso que deliberadamente apretó mi brazo para forzarme a concluir nuestra participación en algo que le resultaba tan odioso.

Al día siguiente empezamos otra sesión de ensoñar juntos. Ella la inició en su recámara y yo en mi estudio, pero no ocurrió nada. Quedamos agotados meramente tratando de entrar en el ensueño. Luego, pasaron semanas enteras sin que pudiéramos avanzar lo mínimo. Cada fracaso nos volvía más desesperados y codiciosos.

En vista de nuestra derrota decidí que, por el momento, deberíamos posponer ensoñar juntos y examinar con mayor cuidado los procesos del ensoñar y analizar sus conceptos y procedimientos. En un principio la Gorda no estuvo de acuerdo conmigo. Para ella, la idea de revisar lo que sabíamos de ensoñar reconstituía otra manera de sucumbir a la codicia. Ella prefería nuestros fracasos. Yo persistí hasta que finalmente accedió, más que nada debido a la sensación de que estábamos absolutamente perdidos.

Una noche, lo más casualmente que pudimos, empezamos a discutir lo que debíamos de ensoñar. De inmediato nos fue obvio que había unos temas centrales que en especial don Juan había enfatizado.

Lo primero era el acto mismo, el cual comienza como un estado único de conciencia al que se llega concentrando el residuo consciente que se conserva, aun cuando uno está dormido, en los elementos o los rasgos de los sueños comunes y corrientes.

El residuo consciente, al que don Juan llamaba la segunda atención, es adiestrado a través de ejercicios de no-hacer. La Gorda y yo estuvimos de acuerdo que un auxiliar esencial del ensoñar era un estado de quietud mental, que don Juan había llamado "detener el diálogo interno", o el "no-hacer de hablarse a uno mismo". Para enseñarme cómo lograrlo, don Juan solía hacerme caminar durante kilómetros con los ojos fuera de foco, fijos en un plano unos cuantos grados por encima del horizonte, a fin de realzar la visión periférica. El método fue efectivo por dos razones. Me permitió detener mi diálogo interno después de años de práctica, y entrenó mi atención. Al forzarme a una concentración en la vista periférica, don Juan reforzó mi capacidad de concentrarme, por largos periodos de tiempo, en una sola actividad.

Después, cuando logré controlar mi atención y ya fui capaz de trabajar por horas en cualquier tarea -algo que antes nunca pude hacer-, don Juan me dijo que la mejor manera de entrar en ensueños era concentrándome en el área exacta en la punta del esternón. Dijo que de ese sitio emerge la atención que se requiere para comenzar el ensueño. La energía que necesita uno para moverse en el ensueño surge del área tres o cuatro centímetros bajo el ombligo. A esa energía le llamaba la voluntad, o el poder de seleccionar, de armar. En una mujer, tanto la atención como la energía para ensoñar, se origina en el vientre.

– El ensoñar de una mujer tiene que venir de su vientre porque ése es su centro -dijo la Gorda-. Para que yo pueda empezar a ensoñar o dejar de hacerlo, todo lo que tengo que hacer es fijar la atención en mi vientre. He aprendido a sentirlo por dentro. Veo un destello rojizo por un instante y luego ya estoy fuera.

– ¿Cuánto tiempo te toma llegar a ver esa luz rojiza? -le pregunté.

– Unos cuantos segundos. En el momento en que mi atención está en mi vientre, ya estoy en el ensoñar -continuó-. Nunca batallo, nunca jamás. Así son las mujeres. Para una mujer la parte más difícil es aprender cómo empezar; a mí me llevó un par de años detener mi diálogo interno concentrando mi atención en el vientre. Quizás ésa es la razón por la que una mujer siempre necesita que otro la acicatee.

"El nagual Juan Matus me ponía en la barriga piedras del río, frías y mojadas; para hacerme sentir esa área. O me ponía un peso encima; yo tenía un trozo de plomo que él me consiguió. El nagual me hacía cerrar los ojos y concentrar la atención en el sitio donde yo sentía el peso. Por lo regular me quedaba dormida. Pero eso no lo molestaba. Realmente no importa lo que uno hace en tanto la atención esté en el vientre. Por último aprendí a concentrarme en ese sitio sin tener nada puesto encima. Un día empecé solita a ensoñar. Como siempre, comencé por sentir mi barriga, en el lugar donde el nagual había puesto el peso tantas veces, luego me quedé dormida como siempre, salvo que algo me jaló directo adentro de mi vientre. Vi un destello rojizo y después tuve un sueño de lo más hermoso. Pero tan pronto como quise contárselo al nagual, me di cuenta de que había sido un sueño común y corriente. No había modo de contarle cómo había sido. Del sueño yo sólo sabía que en él me sentí muy feliz y fuerte. El nagual me dijo que yo había ensoñado.

"A partir de ese momento ya nunca más me volvió a poner un peso encima. Me dejó hacer mi ensoñar sin interferir. De vez en cuando me pedía que le contara cómo iban las cosas, y me daba consejos. Así es como se debe de llevar a cabo la instrucción del ensoñar."

La Gorda aseguró que don Juan le había explicado que cualquier cosa puede servir como no-hacer para propiciar el ensoñar, siempre que esto fuerce a la atención a permanecer fija. Por ejemplo, hizo que ella y los demás aprendices contemplaran fijamente hojas y piedras, y alentó a Pablito a que construyera su propio aparato de no-hacer. Pablito empezó con el no-hacer de caminar hacia atrás. El avanzaba echando veloces miradas a los lados para no perder la dirección y para eludir los obstáculos del camino. Yo le di la idea de utilizar un espejo y él expandió la idea construyendo un casco de madera con una armazón exterior de alambre que sostenía dos pequeños espejos, a unos quince centímetros de su cara y a cinco centímetros por debajo del nivel de sus ojos. Los dos espejos no interferían con su visión frontal, y debido al ángulo lateral en el que se hallaban colocados éstos le permitían cubrir todo el campo visual a sus espaldas. Pablito alardeaba de que tenía una visión periférica de 360 grados. Auxiliado por este artefacto, Pablito podía caminar hacia atrás largas distancias, o por largos periodos de tiempo.

La posición que uno elige para hacer el ensoñar también era un tema muy importante.

– No sé por qué el nagual no me explicó desde el mero principio -dijo la Gorda- que para una mujer la mejor posición para empezar es sentarse con las piernas cruzadas y después dejar que el cuerpo caiga como pueda. El nagual me dijo esto un año después de que yo había empezado. Hoy en día, yo tomo asiento en esa posición durante un momento, siento mi vientre, y al instante ya estoy ensoñando.

Al principio, y al igual que la Gorda, yo lo había hecho acostado de espaldas, hasta que un día don Juan me dijo que para obtener mejores resultados debía de sentarme en una esterilla suave y delgada, con las plantas de mis pies puestas juntas y con los muslos tocando la esterilla. Me señaló que, como yo tenía las coyunturas de las caderas algo elásticas, debía de ejercitarlas al máximo, con el fin de llegar a tener los muslos completamente aplanados contra el suelo. Don Juan añadió que si yo llegaba a entrar en el ensoñar sentado en esa posición, mi cuerpo no se deslizaría ni caería a ninguno de los lados, sino que mi tronco se inclinaría hacia adelante y mi frente se apoyaría en mis pies.

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