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Me alejé del altar lateral y volví a mirar a la nave de la iglesia. Había gente arrodillada rezando; mucha gente, extrañamente pequeña, de piel oscura casi negra. Podía ver las cabezas de la muchedumbre, un mar de cabezas inclinadas. Los que estaban más cerca de mí me miraban con obvio desapruebo. Estaba boquiabierto ante ellos, y ante todo lo demás. La gente se movía, pero no había sonido.

– No puedo oír nada -le dije a la mujer, y mi voz retumbó, haciendo eco, como si estuviera dentro de una concha hueca.

Casi todas las cabezas se dieron vuelta a mirarme. La mujer me jaló de regreso a la oscuridad del altar lateral.

– Los escucharás si no los oyes con tus oídos -dijo-. Escucha con tu atención de ensueño.

Pareció como si todo lo que necesitara fuera su insinuación. De repente me inundó el monótono sonido de una multitud rezando. Fui inmediatamente arrastrado por el sonido. Me parecía que era el sonido más exquisito que jamás hubiera escuchado. Quería hablar entusiastamente de esto con la mujer, pero no estaba a mi lado. La busqué. Ya casi estaba en la puerta. Se dio la vuelta para señalarme que la siguiera. La alcancé en el atrio. No había luces en las calles. La única iluminación era la luz de la luna. La fachada de la iglesia era también diferente; no estaba terminada. Había pedazos de cantería por todos lados. No había casas ni edificios alrededor de la iglesia. A la luz de la luna, la escena era espectral.

– ¿A dónde vamos? -le pregunté.

– A ningún lado -contestó-. Venimos aquí afuera simplemente para tener más espacio, para estar solos. Aquí podemos hablar hasta por los codos.

Me instó a que me sentara en una pieza de piedra caliza medio cincelada.

– La segunda atención tiene infinitos tesoros que pueden ser descubiertos -comenzó-. La posición inicial en la que el ensoñador pone su cuerpo es de importancia clave. Y es ahí donde está el secreto de los brujos antiguos, que aun en mis tiempos ya eran antiguos. Cavila sobre esto, tú que estás siempre empeñado en saber la edad de esos brujos.

Se sentó tan cerca de mí, que sentí el calor de su cuerpo. Me puso un brazo alrededor de mi hombro, y me presionó contra su pecho. Su cuerpo tenía una fragancia de lo más peculiar; me recordaba al olor de árboles o de artemisa. No era que ella trajera puesto un perfume; parecía como si todo su ser exudara ese olor característico de los bosques de pino. El calor de su cuerpo tampoco era como el mío o como el de cualquiera que yo conociera. Su calor era fresco y mentolado, parejo y balanceado. El pensamiento que se me vino a la mente fue que su calor presionaría implacablemente, pero sin prisa.

Empezó a susurrar en mi oído izquierdo. Dijo que los regalos que había dado a los naguales de mi línea tenían que ver con lo que los brujos antiguos llamaban las posiciones gemelas. Lo que significaba que la posición inicial en la que el ensoñador mantiene su cuerpo para empezar a ensoñar es imitada en la posición en que mantiene su cuerpo energético durante los ensueños, a fin de fijar el punto de encaje en cualquier sitio que escoja. Las dos posiciones forman una unidad, dijo, y a los brujos antiguos les llevó miles de años descubrir la relación perfecta entre posiciones gemelas. Comentó, con una risita, que los brujos de ahora nunca tendrán ni el tiempo ni la disposición para hacer todo ese trabajo, y que los hombres y las mujeres de mi línea tenían verdaderamente suerte de tenerla a ella para que les diera regalos. Su risa tenía un notable sonido cristalino.

No comprendí su explicación sobre las posiciones gemelas. Le dije descaradamente que no quería practicar esas cosas sino solamente saber de ellas como posibilidades intelectuales.

– ¿Qué es exactamente lo que quieres saber? -me preguntó suavemente.

– Explíqueme qué quiere decir con las posiciones gemelas, o la posición inicial en la que el ensoñador pone su cuerpo para empezar a ensoñar -le dije.

– ¿Cómo te acuestas para empezar a ensoñar? -preguntó.

– De cualquier manera, no tengo ningún patrón. Don Juan nunca hizo hincapié en este punto.

– Bueno, yo sí hago hincapié en él -dijo, y se levantó.

Cambió de posición. Se sentó a mi derecha y susurró en mi otro oído que de acuerdo a lo que ella sabía, la posición en la que uno pone el cuerpo es de mayor importancia. Propuso una manera muy fácil de comprobar eso, llevando a cabo un ejercicio extremadamente delicado pero sencillo.

– Empieza tu ensueño acostándote en tu lado derecho, con las rodillas ligeramente dobladas -dijo-. La disciplina es mantener esa posición y quedarse dormido en ella. Luego, en el ensueño, el ejercicio es ensoñar que te acuestas exactamente en la misma posición y te quedas dormido otra vez.

– ¿Qué sucede con eso? -pregunté.

– Eso hace que el punto de encaje se fije, y quiero decir que realmente se fije, en cualquier posición en la que se encuentre en el instante en que uno se quede dormido por segunda vez.

– ¿Cuáles son los resultados de este ejercicio?

– La percepción total. Estoy segura que tus maestros ya te han dicho que mis regalos son regalos de percepción total, ¿no es así?

– Sí. Pero creo que nunca me fue claro lo que es la percepción total -mentí.

Me ignoró y continuó diciéndome que las cuatro variantes del ejercicio eran: quedarse dormido acostado del lado derecho, del izquierdo, boca arriba y boca abajo. Y luego, en el ensueño, el ejercicio era ensoñar que uno se quedaba dormido por segunda vez en la misma posición en la que había comenzado a ensoñar. Me prometió resultados extraordinarios, e imposibles de predecir.

Cambió bruscamente de tema y preguntó:

– ¿Cuál regalo quieres para ti?

– No quiero ningún regalo. Ya se lo dije antes.

– Insisto. Te tengo que ofrecer un regalo y tú lo tienes que aceptar. Es nuestro convenio.

– Nuestro convenio es que nosotros le damos energía. Así que tómela de mí. Esto corre por mi cuenta. Es mi regalo para usted.

La mujer pareció quedarse atónita. Y persistí en decirle que estaba bien que ella tomara mi energía. Hasta le confesé que ella me gustaba inmensamente. Naturalmente lo dije con toda sinceridad. Había algo en ella sumamente triste y al mismo tiempo sumamente atractivo.

– Vamos de regreso a la iglesia -murmuró.

– Si realmente quiere darme un regalo -dije-, lléveme a dar un paseo por este pueblo, a la luz de la luna.

Movió la cabeza afirmativamente.

– Siempre y cuando no digas una sola palabra -dijo.

– ¿Por qué no? -pregunté, aunque ya sabía la respuesta.

– Porque estamos ensoñando -dijo-. Te voy a llevar a un sitio aún más profundo en mi ensueño.

Explicó que mientras nos quedáramos en la iglesia, yo tendría suficiente energía para pensar y conversar, pero más allá de los límites de esa iglesia era una situación diferente.

– ¿Por qué es eso? -pregunté atrevidamente.

En un tono muy serio que no sólo aumentó su misterio sino que me aterró, la mujer dijo:

– Porque no hay allá afuera. Esto es un ensueño. Estás en la cuarta compuerta del ensueño, ensoñando mi ensueño.

Me dijo que su arte era ser capaz de proyectar su intento, y que todo lo que veía a mi alrededor era su intento. En un susurro dijo que la iglesia y el pueblo eran el resultado de su intento; no existían y sin embargo sí existían. Mirándome a los ojos, añadió que este era uno de los misterios de intentar las posiciones gemelas del ensueño en la segunda atención, y que se podía hacer, pero no explicar ni comprender.

Me dijo entonces que venía de una línea de brujos que sabía cómo proyectar su intento en la segunda atención y moverse con él. Su versión era que los brujos de su línea practicaban el arte de proyectar sus pensamientos durante el ensueño, para así poder lograr una verdadera reproducción de cualquier objeto, o estructura, o punto sobresaliente, o escena que escogieran.

Dijo que los brujos de su línea empezaban por mirar fijamente un simple objeto, memorizando cada uno de sus detalles. Luego cerraban los ojos y visualizaban el objeto, y después corregían su visualización con el objeto real hasta que pudieran verlo en su totalidad con los ojos cerrados.

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