9 LA NUEVA ÁREA DE EXPLORACIÓN
Don Juan me dijo que para poder ver en ensueños, no sólo tenía yo que intentar ver, sino también expresar mi intento en voz alta. Insistió en lo de la voz alta por razones que se rehusó a explicar. Sin embargo admitió que había otras maneras de obtener el mismo resultado, pero aseveró que expresar en voz alta el intento de uno es la forma más simple y directa.
La primera vez que en ensueños puse en palabras mi intento de ver, estaba soñando con una venta pública de toda clase de objetos; la venta se realizaba en un campo abierto. Había tantos artículos, que no podía decidir cuál ver. Un jarrón gigantesco y llamativo me hizo decidir. Me le quedé mirando fijamente, y luego expresé en voz alta mi intento de ver. El jarrón permaneció en mi vista por un instante, y luego se transformó en otro objeto, como sucedía en mi práctica diaria de ensueño.
Vi tantas cosas como pude en ese ensueño. Después de expresar mi intento de ver, cada objeto que escogía se esfumaba o se transformaba en cualquier otra cosa. Finalmente mi atención de ensueño se agotó y desperté tremendamente frustrado, casi enojado.
Por meses enteros miré fijamente cientos de objetos en mis sueños, y pronuncié deliberadamente mi intento de ver cientos de veces, pero nunca pasó nada. Cansado de esperar, tuve que preguntarle finalmente a don Juan acerca de esto.
– Necesitas paciencia. Estás aprendiendo a hacer algo nuevo y extraordinario -remarcó cuando le conté mis fracasos-. Estás aprendiendo a ver en tus sueños. Algún día no vas a necesitar más declarar tu intento en voz alta sino simplemente desearlo, en silencio.
– Creo que no he entendido la función de lo que estoy haciendo -dije-. No pasa nada cuando grito mi intento de ver. ¿Qué quiere decir esto?
– Quiere decir que hasta ahora tus ensueños han sido ensueños ordinarios; proyecciones fantasmagóricas; imágenes que tienen vida únicamente en tu atención de ensueño.
Don Juan me pidió una descripción exacta de lo que había pasado con los objetos en los que enfoqué mi atención de ensueño. Le dije que o se desvanecían, o cambiaban de forma o hasta producían vórtices que eventualmente cambiaban mis ensueños.
– Lo único fuera de lo común -dije- es que estoy aprendiendo a gritar a todo pulmón en mis ensueños.
Don Juan comenzó a reír a carcajadas, lo cual me desconcertó. No podía encontrarle la gracia a lo que yo había dicho, ni comprender la razón de su reacción.
– Algún día vas a apreciar lo chistoso que es todo esto -dijo como respuesta a mi silenciosa protesta-. Mientras tanto, no te desanimes ni te des por vencido. Continúa lidiando. Tarde o temprano, darás con la solución adecuada.
Como siempre, tuvo razón. Como unos dos meses más tarde, me saqué el premio gordo; tuve un ensueño de lo más raro. Empezó con la aparición de un explorador del mundo de los seres inorgánicos. Tanto el explorador como el emisario de ensueño habían estado extrañamente ausentes en mis sueños. No los había extrañado, y ni siquiera pensaba en ellos. De hecho, me sentía tan bien sin ellos que hasta se me olvidó preguntarle a don Juan acerca de su ausencia.
En ese ensueño, el explorador era un gigantesco topacio amarillo que encontré pegado en la parte trasera de una gaveta. En el momento en que expresé mi intento de ver, el topacio se convirtió en una masa de energía chisporroteante. Tuve miedo de ser impulsado a seguirlo y desvié mi mirada; la enfoqué en un acuario de peces tropicales. Dije en voz alta mi intento de ver, y me llevé una tremenda sorpresa. El acuario emitió un tenue resplandor verdoso y se transformó en un retrato surrealista de una mujer adornada de joyas. Cuando expresé mi intento de ver, el retrato también emitió el mismo resplandor verdoso.
Al mirar fijamente a ese resplandor, todo el ensueño cambió. Me encontré entonces caminando por la calle de una ciudad que me parecía familiar, quizá era Tucson. Miré una exhibición de ropa de mujer en el escaparate de una tienda y declaré en voz alta mi intento de ver. Instantáneamente, un maniquí negro que resaltaba prominentemente, empezó a resplandecer. En ese momento entró una vendedora a reacomodar el escaparate. Me miró. Yo también la miré fijamente y después de haber dicho en voz alta mi intento de ver, vi su resplandor. Era tan estupendo, que temí que algún detalle en su esplendoroso fulgor me atrapara, pero la mujer dio media vuelta y salió antes de que yo tuviera tiempo de enfocar toda mi atención en ella. Ciertamente intentaba seguirla dentro de la tienda, pero mi atención de ensueño fue atrapada entonces por un brillo que se movía. Me embistió lleno de ira. Había algo repulsivo y perverso en él. Salté para atrás. El brillo detuvo su embestida; una sustancia negra me tragó y desperté.
Las imágenes de ese ensueño habían sido tan vividas que creí firmemente haber visto energía, y que mi ensueño había sido una de esas condiciones que don Juan llamaba generadoras de energía. La idea de que los ensueños pueden ocurrir en la realidad consensual de nuestro mundo cotidiano me intrigaba de la misma forma que las imágenes del reino de los seres inorgánicos me habían intrigado.
– Esta vez no sólo viste energía, sino que cruzaste unos linderos muy peligrosos -don Juan dijo después de escuchar mi relato.
Reiteró que el ejercicio para la tercera compuerta de ensueño es hacer que el cuerpo energético se mueva por sí solo, y que yo había sobrepasado inadvertidamente ese ejercicio y había entrado en otro mundo.
– Tu cuerpo energético se movió -dijo-. Viajó. Esa clase de viaje está más allá de tus posibilidades actuales, y por ello algo te atacó.
– ¿Qué cree usted que fue, don Juan?
– Este es un universo enemigo. Pudo haber sido uno de los millones de seres que existen en el universo.
– ¿Por qué cree usted que me atacó?
– Por la misma razón por la que los seres inorgánicos te atacaron: porque te pusiste a su alcance.
– ¿Es así de simple?
– Por supuesto. Es tan simple como lo que tú harías si una araña estrafalaria se trepara a tu escritorio, mientras escribes. La aplastarías del puro susto, en vez de admirarla o examinarla.
Me sentí perdido, busqué las palabras adecuadas para hacer una pregunta correcta. Le quería preguntar dónde había ocurrido mi ensueño, o en qué mundo estaba yo mientras ensoñaba. Pero mis preguntas no tenían ningún sentido; yo mismo podía deducir eso. Don Juan fue muy comprensivo.
– Quieres saber dónde estaba enfocada tu atención de ensueño, ¿no es cierto? -me preguntó con una sonrisa maliciosa.
Así era exactamente como quería expresar mi pregunta. Razoné que en mi ensueño había estado viendo algún objeto real. Exactamente como cuando veía los diminutos detalles de los pisos, o las paredes, o las puertas de mi cuarto, detalles que más tarde había corroborado que existían.
Don Juan dijo que en ensueños especiales, como el que tuve, nuestra atención de ensueño se enfoca en el mundo cotidiano, y que se mueve instantáneamente de un objeto real a otro objeto real en el mundo. Lo que posibilita este tipo de movimiento es que el punto de encaje se encuentra en la posición adecuada, y esto le da a la atención de ensueño tal fluidez que puede recorrer distancias increíbles en fracciones de segundo; al hacerlo, produce una percepción tan rápida y tan efímera que da la impresión de ser un ensueño ordinario.
Don Juan explicó que en mi ensueño había visto un jarrón real, y que mi atención de ensueño se movió grandes distancias para ver un verdadero cuadro surrealista de una mujer adornada con joyas. El resultado, con la excepción de ver energía, había sido algo muy cercano a un ensueño ordinario, en el cual los objetos se transforman rápidamente en algo diferente cuando se les mira fijamente.