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Traté frenéticamente de hablarle. La niñita se puso a llorar, como una niña de su edad lloraría de desesperación y miedo. No pude soportar más. Traté de levantarla en vilo, pero no dio resultado. Mi masa energética pasó a través de ella. Mi idea era levantarla y llevarla conmigo.

Intenté realizar la misma maniobra una y otra vez hasta que quedé exhausto. Me detuve a considerar mi próximo paso. Tenía miedo de perderla de vista, una vez que mi atención de ensueño se debilitara. Dudaba que los seres inorgánicos me volvieran a llevar a esa parte de su reino. Me pareció que iba a ser mi última visita con ellos: la visita clave.

Hice entonces algo impensable. Antes de que mi atención de ensueño se esfumara, grité en voz alta y clara mi intento de fusionar mi energía con la energía de ese explorador prisionero y liberarlo.

7 EL EXPLORADOR AZUL

Carol Tiggs estaba a mi lado, en un sueño absolutamente absurdo. Me hablaba, aunque no podía entender lo que decía. Don Juan también estaba en mi sueño, al igual que todos los miembros de su partida. Parecía como si estuvieran tratando de sacarme de un sitio neblinoso y amarillento.

Después de un serio esfuerzo de su parte, durante el cual los perdía de vista y luego los volvía a ver, consiguieron sacarme de ese lugar. Ya que no podía concebir el sentido de lo que pasaba, finalmente deduje que era un sueño incoherente y normal.

Mi sorpresa fue total cuando me desperté y me di cuenta de que estaba en cama en la casa de don Juan en México. No me podía mover. No tenía pero ni un ápice de energía. No supe qué pensar al respecto, aunque inmediatamente me percaté de la gravedad de mi situación. Tenía la vaga sensación de que había perdido mi energía debido a la fatiga causada por el ensueño.

No obstante, los compañeros de don Juan parecían estar extremadamente afectados por lo que me estaba sucediendo. Venían uno por uno a mi cuarto. Cada uno se quedaba por unos momentos en completo silencio, hasta que otro de ellos llegaba a reemplazarlo. Me pareció que tomaban turnos para cuidarme. Demasiado débil para pedirles una explicación de su comportamiento, los dejé hacer como quisieran.

Durante los días subsiguientes, me empecé a sentir mejor, y ellos comenzaron a hablarme de mi ensueño. Al principio, no supe qué querían de mí. Después, por el tenor de sus preguntas deduje que estaban obsesionados con los seres sombra. Todos ellos me dieron la impresión de estar asustados. Me decían más o menos las mismas cosas; insistían en que jamás habían estado en el mundo de las sombras. Algunos de ellos afirmaron que no sabían que existía. Sus afirmaciones y reacciones aumentaron mi confusión y mi temor.

No podían creer que los exploradores me hubieran transportado a ese mundo; no les cabía duda que yo había estado ahí, pero como no podían usar su experiencia personal para guiarse, no comprendían lo que yo estaba diciendo. Aun así, querían saber todo lo que yo les pudiera decir acerca de los seres sombra y de su reino. Los complací. Con la excepción de don Juan, todos se sentaban en mi cama a escuchar lo que yo dijera. No obstante, cada vez que los interrogaba acerca de mi situación, se escabullían, exactamente como los seres sombra.

Que evitaran a toda costa cualquier contacto físico conmigo, era una alarmante reacción suya que nunca antes había presenciado. Mantenían su distancia, como si estuviera yo infectado con una enfermedad. Su reacción me preocupó tanto que me sentí obligado a indagar la razón. La negaron. Parecían ofendidos, y llegaron hasta insistir en probarme que estaba equivocado. Me reí de buena gana de la tensión que les provocaba tocarme. Sus cuerpos adquirían una rigidez muy cómica cada vez que trataban de abrazarme.

Florinda Grau, la persona más cercana a don Juan, fue la única que no tuvo inconveniente en tratar físicamente conmigo dando masajes a mis músculos acalambrados, o cambiando mi cama, o ayudándome a ir al baño. Trató también de explicarme qué era lo que me pasaba. Me dijo que toda mi energía se había descargado y perdido en el mundo de los seres inorgánicos, y que don Juan y sus compañeros la habían recargado otra vez, pero que mi nueva carga energética era ligeramente perturbadora para la mayoría de ellos.

Florinda me trataba cariñosamente como si fuera un inválido. Hasta me hablaba como si fuera yo un bebé; algo que todos ellos celebraban con explosiones de risas. Pero a pesar de toda su burla su preocupación se me antojaba ser real y genuina.

Ya he escrito antes acerca de Florinda, con relación a mi encuentro con ella. En mi opinión, era una de las mujeres más hermosas que había conocido. Una vez le dije, y no era broma, que la veía muy fácilmente como modelo de revistas de modas.

– De revistas de mil novecientos diez -replicó.

Aunque Florinda era mayor, no era en absoluto vieja. Era joven y vibrante. Cuando le comenté a don Juan acerca de su insólita juventud, me contestó que la brujería la mantenía en un inigualable estado de fuerza y vitalidad. La energía de los brujos, remarcó, es visible al ojo como juventud y vigor.

Después de satisfacer, a través de mis historias, la curiosidad de los compañeros de don Juan, no volvieron más a mi cuarto, y su conversación se mantuvo al nivel de preguntas rutinarias sobre mi estado de salud. Sin embargo, cada vez que trataba de levantarme, había siempre alguien que delicadamente me lo impedía. Su vigilancia no me era del todo grata, pero parecía que la necesitaba ya que me sentía tremendamente débil. Aceptar estar mal, no me fue difícil, lo que si me afligía era no tener a nadie que me explicara cómo había llegado a México cuando lo último que recordaba era haberme acostado a ensoñar en mi cama, en Los Angeles. Les pregunté esto repetidamente, y todos ellos me respondieron que se lo preguntase al nagual, porque él era quien tenía la obligación de explicármelo.

Finalmente Florinda me explicó un tanto.

– Caíste en una trampa; eso es lo que te pasó -dijo.

– ¿Dónde caí en una trampa?

– En el mundo de los seres inorgánicos, por supuesto. Ese es el mundo con el cual has estado tratando por años. ¿No es así?

– Pues, tú sabes que sí, Florinda. Pero, ¿me podrías decir qué clase de trampa fue?

– No todavía. Todo lo que te puedo decir es que ahí perdiste toda tu energía. Pero peleaste muy bien.

– ¿Por qué estoy enfermo, Florinda?

– No estás enfermo de una enfermedad; digamos que fuiste energéticamente herido. Estabas en estado crítico, pero ahora sólo estás gravemente herido.

– ¿Cómo sucedió todo esto?

– Entraste en un combate mortal con los seres inorgánicos y fuiste derrotado.

– No me acuerdo de haber peleado con nadie, Florinda.

– Que te acuerdes o no, no tiene ninguna importancia. Peleaste con alguien que tenía infinitamente más capacidad que tú; unos maestros de la manipulación que te dejaron chiquitito.

– ¿Peleé con los seres inorgánicos?.

– Sí. Tuviste un encuentro mortal con ellos. Realmente no sé cómo sobreviviste su golpe de muerte.

Se rehusó a decirme nada más, pero insinuó que el nagual iba a venir a verme muy pronto.

Don Juan se presentó al día siguiente; muy risueño y encantador. Anunció jocosamente que me estaba haciendo un visita en calidad de doctor de energía; me examinó, mirándome fijamente de pies a cabeza.

– Estás casi curado -concluyó.

– ¿Qué fue lo que me pasó, don Juan? -pregunté.

– Caíste en la trampa que los seres inorgánicos te tendieron -contestó.

– ¿Cómo llegué aquí?

– Ahí está el gran misterio -dijo sonriendo jovialmente, obviamente tratando de hacer un chiste de un asunto muy serio-. Los seres inorgánicos te robaron; con cuerpo y todo. Primero, se llevaron tu cuerpo energético a su reino, cuando seguiste a uno de sus exploradores, y después se llevaron tu cuerpo físico.

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