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Los compañeros de don Juan parecían estar en estado de parálisis. Con voz trémula uno de ellos le preguntó a don Juan si los seres inorgánicos podían atrapar a cualquiera. Don Juan contestó que ciertamente podían. Les recordó que el nagual Elías había sido transportado a ese mundo, contra su voluntad.

Todos asintieron con una inclinación de cabeza. Don Juan continuó hablándoles, refiriéndose a mí en tercera persona. Dijo que la conciencia combinada de un grupo de seres inorgánicos había primero consumido mi energía, forzándome a tener una explosión emocional: liberar al explorador azul. Luego la conciencia combinada del mismo grupo de seres inorgánicos había transportado mi inerte masa física a su mundo. Don Juan añadió que sin el cuerpo energético, uno no es más que una porción de materia orgánica que puede ser fácilmente manipulada por una conciencia superior.

– Los seres inorgánicos están pegados, juntos, como las células del cuerpo -don Juan prosiguió-. Cuando unen su conciencia son invencibles. Para ellos no es nada sacarnos de un tirón de nuestros lares energéticos y sumergirnos en su mundo. Especialmente si nos hacemos conspicuos y accesibles, como lo hizo él.

El sonido de suspiros y respiraciones entrecortadas rebotaba en las paredes. Todos ellos daban muestras de estar verdaderamente asustados y preocupados.

Quería quejarme y recriminar a don Juan por no haberme detenido, pero me acordé de cómo había tratado él de advertirme; de desviarme una y otra vez, sin ningún resultado. Don Juan, consciente de lo que yo pensaba, me sonrió.

– La razón por la que te sientes enfermo -dijo- es porque los seres inorgánicos descargaron tu energía y te dieron la suya. Eso debería haber sido suficiente parar matar a cualquiera. Gracias a tu energía de nagual, sobreviviste, aunque a duras penas.

Le mencioné a don Juan que recordaba pedazos de un sueño bastante incoherente, en el cual estaba en un mundo de neblina amarillenta. Y que tanto él como Carol Tiggs y sus compañeros trataban de sacarme de ahí.

– El ojo físico ve al reino de los seres inorgánicos como un mundo de neblina amarillenta -dijo-. Lo que creías un sueño incoherente, era ver el mundo de los seres inorgánicos con tus ojos físicos. Tú y todos nosotros lo vimos por primera vez con nuestros ojos. Sabíamos acerca de la neblina amarillenta únicamente a través de las historias de los brujos, pero no a través de nuestra experiencia.

Entendí lo que me dijo, pero no le pude captar ningún sentido. Don Juan me aseguró que darme una explicación más elaborada era imposible debido a mi falta de energía; tenía que quedar satisfecho, dijo, con su explicación y de la manera como yo la entendí.

– No entendí su explicación -insistí.

– Entonces no has perdido nada -dijo-. Cuando estés más fuerte, tú mismo te contestarás tus propias preguntas.

Le confesé a don Juan que tenía bochornos esporádicos. Mi temperatura se elevaba repentinamente y, mientras me sentía afiebrado y sudoroso, tenía extraordinarias e inquietantes clarividencias acerca de mi situación.

Don Juan escudriñó todo mi cuerpo con su penetrante mirada. Dijo que perder mi energía me había afectado temporalmente; y lo que yo sentía como bochornos eran explosiones de energía, durante las cuales retomaba el control de mi cuerpo energético y estaba al tanto de lo que me había sucedido.

– Haz un esfuerzo y dime qué fue lo que te pasó en el mundo de los seres inorgánicos -me ordenó.

Le dije que de vez en cuando tenía la clara sensación de que él y sus compañeros habían ido a ese mundo con sus cuerpos físicos y me habían arrancado de las garras de los seres inorgánicos.

– ¡Bien! -exclamó-. Ahora convierte esa sensación en una visión de lo que te sucedió.

Por más que traté, no fui capaz de hacer lo que me pedía. No poder lograrlo me hizo sentir una fatiga fuera de lo común, que parecía secar mi cuerpo desde adentro. Le lloriqueé a don Juan que mi ansiedad estaba a punto de hacerme explotar.

– Tu ansiedad no significa nada -dijo sin preocuparse-. Recupera tu energía y no te preocupes de tonterías.

Pasaron más de dos semanas durante las cuales recuperé lentamente mi energía. Lo cual no me impidió seguir preocupándome por todo. Mi mayor preocupación era el sentirme desconocido a mí mismo; había un rasgo de frialdad en mi que no había notado antes; un tipo de fría indiferencia, un desapego que primero atribuí a mi falta de energía. Pero luego que la recuperé, me di cuenta de que era una nueva característica de mi ser que me tenía permanentemente fuera de sincronización. Para poder evocar los sentimientos, a los que estaba acostumbrado, los tenía que convocar y esperar unos momentos hasta que hicieran su aparición en mi mente.

Otra nueva característica de mi ser era un extraño anhelo que se apoderaba de mí de vez en cuando. Anhelaba a alguien a quien no conocía; era un sentimiento tan abrumador que cuando lo experimentaba, tenía que caminar alrededor del cuarto para poder aliviarlo. Permanecía aprisionado por esa emoción hasta que un rígido control sobre mí mismo, que tampoco había tenido antes, me liberaba; era un control tan nuevo y poderoso, que sólo añadió más combustible a mi preocupación general.

Al final de la cuarta semana, don Juan y sus compañeros llegaron finalmente al acuerdo de que yo me encontraba sano y salvo. Cortaron sus visitas drásticamente. Me pasaba la mayoría del tiempo solo, durmiendo. El descanso era tan completo que mi energía incrementó notablemente. Me sentía una vez más como el yo de antes. Hasta empecé a hacer ejercicio.

Un día, después de una ligera comida, alrededor del mediodía, regresé a mi cuarto para dormir una siesta. Antes de sumergirme en un profundo sueño, y el revolcarme en mi cama buscando una posición más confortable, cuando una extraña presión en mis sienes me hizo abrir los ojos. La niñita del mundo de los seres inorgánicos estaba parada al pie de mi cama, escudriñándome con sus fríos y metálicos ojos azules.

Brinqué de mi cama y grité tan fuerte, que tres de los compañeros de don Juan entraron en el cuarto aun antes de que acabara de gritar. Se quedaron estupefactos. Miraron con horror cómo la niñita se me acercaba deteniéndose justo frente a mí. Nos quedamos mirándonos por una eternidad. Me dijo algo que al principio no pude comprender, pero que un momento después era clarísimo. Me dijo que para que yo la entendiera, tendría que transferir mi conciencia de ser de mi cuerpo físico a mi cuerpo energético.

En ese momento, don Juan entró en el cuarto. La niñita y don Juan se quedaron mirándose. Sin decir una sola palabra, don Juan dio vuelta y salió del cuarto. La niñita lo siguió, cortando el aire como un silbido.

La conmoción que esta escena causó entre los compañeros de don Juan fue indescriptible. Perdieron toda su ecuanimidad. Evidentemente, todos ellos vieron a la niña cuando salió del cuarto con el nagual.

Yo me sentía a punto de explotar físicamente. Me iba a desmayar y me tuve que sentar. La presencia de esa niña fue como un golpe en mi plexo solar. Tenía un asombroso parecido con mi padre. Me golpearon oleadas de sentimiento. Compulsivamente me preguntaba a mí mismo una y otra vez, qué podía significar todo esto.

Cuando don Juan retornó al cuarto, yo había recuperado un mínimo control sobre mí mismo. Mis expectativas acerca de lo que él diría sobre la niñita hacían que mi respiración fuera muy difícil. Todos estaban tan excitados como yo. Le hablaron a don Juan al unísono y se rieron también al unísono al darse cuenta de lo que habían hecho. Su principal interés era saber si había alguna uniformidad en la forma en que habían percibido la apariencia del explorador. Todos estuvieron de acuerdo en que habían visto a una niña de seis o siete años; muy delgada, con hermosas facciones angulares. También estuvieron de acuerdo en que sus ojos eran de color azul acero y que ardían con una emoción silenciosa; sus ojos, dijeron, expresaban gratitud y lealtad.

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