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Una vez le preguntamos a don Juan al unísono que nos sacara de dudas. Dijo que tenía dos posibilidades explicativas. Una era aplacar a nuestra malherida racionalidad diciendo que la segunda atención es un estado de conciencia tan ilusorio como elefantes volando en el cielo, y que todo lo que creíamos haber experimentado en ese estado era simplemente un producto de sugestiones hipnóticas. La otra posibilidad era no explicar pero sí describir la segunda atención de la manera como se les presenta a los brujos ensoñadores: como una incomprensible configuración energética de la conciencia.

Mientras llevaba a cabo mis tareas de ensueño, la barrera de la segunda atención no sufrió cambio alguno en ningún momento. Cada vez que entraba en el ensueño, entraba también en la segunda atención, y despertarme del ensueño no significaba, de ninguna manera, que había salido de la segunda atención. Por años enteros, podía recordar únicamente fragmentos de mis experiencias de ensueño. La masa total de aquellas experiencias permaneció fuera de mi alcance. Reunir suficiente energía para poner todo eso en un orden lineal, en mi mente, me costó quince años de trabajo ininterrumpido, de 1973 a 1988. Recordé entonces una sucesión de eventos de ensueño, y fui capaz, al fin, de llenar los que parecían ser lapsos de mi memoria. De esta manera, pude capturar la intrínseca continuidad de las lecciones de don Juan sobre el arte de ensoñar; una continuidad al parecer inexistente debido a que al enseñarme don Juan me hacia fluctuar entre mi conciencia de ser en mi vida cotidiana y mi conciencia de ser en la segunda atención. Este trabajo es el resultado de haber puesto todo eso en un orden lineal.

Puesto que no hay más fragmentos disociados en las lecciones de don Juan sobre el arte de ensoñar, me gustaría explicar, en trabajos futuros, la posición actual y el interés de sus cuatro últimos estudiantes: Florinda Donner, Taisha Abelar, Carol Tiggs y yo. Pero antes de que pueda describir y explicar el resultado de la tutela y la influencia que don Juan ejerció sobre nosotros, debo revisar, de acuerdo a lo que sé ahora, los fragmentos de las lecciones de don Juan en el arte de ensoñar, a los cuales no tenía yo acceso antes.

Todo esto es lo que tengo en mente como justificación para escribir este libro; la razón definitiva de este trabajo, sin embargo, la dio Carol Tiggs. Ella cree que explicar el mundo que don Juan nos hizo heredar es la expresión final de nuestra gratitud a él, y de nuestro propósito de continuar buscando lo que él buscaba: la libertad.

1 OS BRUJOS DE LA ANTIGÜEDAD

Don Juan solía decirme, muy a menudo, que todo lo que hacia y todo lo que me estaba enseñando fue previsto y resuelto por los brujos de la antigüedad. Siempre puso muy en claro que existía una profunda distinción entre esos brujos y los brujos modernos. Categorizó a los brujos de la antigüedad como hombres que existieron en México quizá miles de años antes de la conquista española; hombres cuya obra fue construir la estructura de la brujería, enfatizando lo práctico y lo concreto. Los presentó como hombres brillantes pero carentes de cordura. Por otro lado, don Juan describió a los brujos de ahora como hombres renombrados por su sobriedad y su capacidad de rectificar o readaptar el curso de la brujería, si así lo juzgaban necesario.

Don Juan me explicó que las premisas pertinentes al ensueño fueron, naturalmente, contempladas y desarrolladas por los brujos de la antigüedad. Ya que esas premisas son de importancia clave para explicar y entender el ensueño, me veo en la necesidad de discutirlas una vez más. La mayor parte de este libro es, por lo tanto, una reintroducción y una ampliación de lo que en mis trabajos previos ya he presentado.

Durante una de nuestras conversaciones, don Juan expuso que a fin de poder apreciar la posición de los ensoñadores y el ensueño, uno tiene que comprender el empeño de los brujos de ahora por cambiar el curso establecido de la brujería y llevarla de lo concreto a lo abstracto.

– ¿A qué llama usted lo concreto, don Juan? -le pregunté.

– A la parte práctica de la brujería -me dijo-. A la insistencia obsesiva en prácticas y técnicas; a la injustificada influencia sobre la gente. Todo lo cual era el quehacer de los brujos del pasado.

– ¿Y a qué llama usted lo abstracto?

– A la búsqueda de la libertad; libertad para percibir, sin obsesiones, todo aquello que es humanamente posible. Yo digo que los brujos de ahora están en busca de lo abstracto, porque buscan la libertad y no tienen ningún interés en ganancias concretas; ni tampoco en funciones sociales, como los brujos del pasado. De modo que nunca los encontrarás actuando como videntes oficiales, o como brujos con titulo.

– ¿Quiere usted decir, don Juan, que el pasado no tiene valor alguno para los brujos de ahora?

– Por cierto que tiene valor. El sabor de ese pasado es lo que no nos gusta. Yo personalmente detesto la oscuridad y la morbidez de la mente. Me gusta la inmensidad del pensamiento. Sin embargo, a pesar de mis gustos y disgustos, les tengo que dar crédito a los brujos de la antigüedad; ellos fueron los primeros en descubrir y hacer todo lo que nosotros sabemos y hacemos ahora.

Don Juan me explicó que el mayor logro de los brujos de antaño fue percibir la esencia energética de las cosas. Fue un logro de tal magnitud que lo convirtieron en la premisa básica de la brujería. Hoy en día, con mucha disciplina y entrenamiento, los brujos adquieren la capacidad de percibir la naturaleza intrínseca de las cosas; una capacidad a la que llaman ver.

– ¿Qué es lo que significaría para mí el percibir la esencia energética de las cosas? -le pregunté una vez a don Juan.

– Significaría percibir energía directamente -me contestó-. Separando la parte social de la percepción, percibirías la naturaleza intrínseca de todo. Lo que percibimos es energía, pero como no podemos percibir energía directamente, procesamos nuestra percepción para ajustarla a un molde. Este molde es la parte social de la percepción, y lo que se tiene que separar.

– ¿Por qué hay que separarlo?

– Porque reduce el alcance de lo que se puede percibir y porque nos hace creer que el molde al cual ajustamos nuestra percepción es todo lo que existe. Estoy convencido de que el hombre, para sobrevivir en esta época, tiene que cambiar la base social de su percepción.

– ¿Cuál es la base social de la percepción, don Juan?

– La certeza física de que el mundo está compuesto de objetos concretos. Llamo a esto la base social de la percepción, porque todos nosotros estamos involucrados en un serio y feroz esfuerzo a percibir el mundo en términos de objetos.

– ¿Cómo deberíamos entonces de percibir el mundo?

– Como energía. El universo entero es energía. La base social de la percepción debería ser entonces la certeza física de que todo lo que hay es energía. Deberíamos empeñarnos en un poderoso esfuerzo social a fin de guiarnos para percibir energía como energía. Tendríamos de este modo ambas alternativas al alcance de nuestras manos.

– ¿Es posible entrenar gente de tal manera? -pregunté.

Don Juan respondió que sí era posible. Y que esto era precisamente lo que estaba haciendo conmigo y con sus otros aprendices. Estaba enseñándonos una nueva forma de percibir; primeramente, forzándonos a darnos cuenta de que procesamos nuestra percepción hasta hacerla encajar en un molde y, luego, guiándonos con mano dura a percibir energía directamente. Me aseguró que su método era muy parecido al que se usa normalmente para enseñarnos a percibir el mundo cotidiano; y también me aseguró que él confiaba plenamente que al procesar nuestra percepción, para hacerla encajar en un molde social, ésta pierde su poder cuando nos damos cuenta de que hemos aceptado ese molde como herencia de nuestros antecesores, sin tomarnos la molestia de examinarlo.

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