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– Dirigiendo su comportamiento, o sea, acechándolo.

Explicó que ya que todo lo relacionado con el cuerpo energético depende de la adecuada posición del punto de encaje, y ya que ensoñar es el medio de desplazarlo, acechar es hacer que el punto de encaje se quede fijo en la posición perfecta; en este caso, la posición en la que el cuerpo energético se puede consolidar y desde la cual finalmente emerge.

Don Juan dijo que cuando el cuerpo energético se mueve por propios medios, los brujos asumen que la posición óptima del punto de encaje ha sido alcanzada. El siguiente paso es acecharlo, esto es, mantener fijo el punto de encaje en esa posición, para de ese modo completar el cuerpo energético. Señaló que el procedimiento es de una extraña simpleza: uno intenta acecharlo y lo acecha.

Hubo un largo silencio y miradas intensas llenas de expectativa. Yo esperaba que dijera algo más, y él esperaba que yo hubiera entendido lo que había dicho.

– Permite que tu cuerpo energético intente alcanzar la óptima posición de ensueño -explicó-. Luego permite que tu cuerpo, energético intente quedarse en esa posición. Eso quiere decir acecharlo.

Hizo una pausa, y con sus ojos me instó a que considerara su aseveración.

– Intentar es el secreto, pero tú ya sabes eso -dijo-. Los brujos desplazan su punto de encaje a través del intento, y lo fijan igualmente a través del intento. Y no hay ninguna técnica para intentar. Uno aprende a intentar usando el intento.

Una extravagante idea acerca de mi valor como brujo fue inevitable. Y tuvo que ver con una ilimitada confianza de que algo me iba a ayudar a intentar la fijación de mi punto de encaje en el lugar ideal. En el pasado había llevado a cabo, sin saber cómo, toda clase de maniobras. Don Juan se había maravillado de mi habilidad, o de mi suerte. Yo estaba seguro de que esta vez iba a pasar lo mismo. Pero me equivoqué. No tuve ningún éxito en fijar mi punto de encaje en cualquier lugar, muchísimo menos en el lugar ideal.

Después de meses de serios pero inútiles esfuerzos, me di por vencido.

– Realmente creí que lo podía hacer -le dije a don Juan en el momento en que llegué a su casa-. Mucho me temo que últimamente mi importancia personal ha crecido más que nunca.

– No realmente -dijo con una sonrisa-. Lo que pasa es que estás atrapado en otra de tus rutinarias mal interpretaciones de términos. Quieres encontrar el lugar ideal como si estuvieras tratando de encontrar las llaves de tu coche. Luego quieres atar tu punto de encaje como si te estuvieras amarrando los zapatos. El lugar ideal y la fijación del punto de encaje son metáforas. No tienen nada que ver con las palabras que se usan para describirlas.

Me pidió entonces que le contara los más recientes eventos de mis prácticas de ensueño. Lo primero que le mencioné fue que el impulso de mi atención de ensueño de quedar absorta en detalles había disminuido considerablemente. Le dije que quizá porque en mis ensueños me movía compulsiva e incesantemente, el movimiento en sí me detenía antes de que me sumergiera en el detalle que estaba observando. Detenerme así me dio la oportunidad de examinar el acto de quedar absorto en detalles; y llegué a la conclusión de que la materia inanimada poseía una fuerza inmovilizante. Yo la veía como un rayo inmóvil de luz opaca que me mantenía fijo. Por ejemplo, muchas veces alguna diminuta marca en las paredes, o en las líneas de la madera del piso de mi cuarto emitía una línea de luz que me inmovilizaba; a partir del momento en que mi atención de ensueño enfocaba esa luz, todo el ensueño giraba alrededor de esa diminuta marca. La veía agrandarse al tamaño del universo entero. Esa visión duraba hasta que me despertaba, con la nariz presionada contra la pared o contra el piso de madera. Mis conclusiones fueron que, en primer lugar, el detalle era real, y en segundo lugar, parecía que lo había estado observando mientras dormía.

Don Juan sonrió y dijo:

– Todo esto te está pasando porque tu cuerpo energético se forjó completamente en el momento en que se movió por sí mismo. No te lo dije, pero te lo insinué. Quería saber si eras capaz de descubrirlo por ti mismo, y por supuesto lo hiciste.

No tenía idea a qué se refería. Don Juan me escudriñó de la manera en que solía hacerlo. Su mirada fija y penetrante recorrió mi cuerpo.

– ¿Qué fue exactamente lo que descubrí por mí mismo, don Juan? -me vi forzado a preguntar.

– Descubriste que tu cuerpo energético está completo -contestó.

– Yo no descubrí nada de eso; se lo aseguro.

– Sí, lo descubriste. Comenzó cuando no podías encontrar un método para certificar la realidad de tus ensueños. Sin saber cómo, algo empezó a funcionar, algo que te revelaba lo que querías saber acerca de tus ensueños. Ese algo era tu cuerpo energético. Ahora te desespera no poder encontrar el lugar ideal donde fijar tu punto de encaje. Y yo te digo que ya lo encontraste. La prueba es que has descubierto que si te mueves tu cuerpo energético reduces su obsesión con los detalles.

Me quedé estupefacto. Ni siquiera pude hacerle una de mis débiles preguntas.

– Lo que vas a hacer ahora es una de las maravillas de brujos -prosiguió don Juan-. Vas a practicar ver energía en tu ensueño. Has cumplido la tarea parcial de la tercera compuerta del ensueño: mover tu cuerpo energético. Ahora vas a llevar a cabo la verdadera tarea: ver energía con tu cuerpo energético.

"Ya has visto varias veces energía -prosiguió-. Pero cada una de esas veces, viste de pura casualidad. Ahora lo vas a hacer deliberadamente.

"Los ensoñadores tienen una regla empírica -continuó-. Si sus cuerpos energéticos está completos, ven energía cada vez que miran fijamente algún objeto del mundo cotidiano. En sus ensueños, si ven energía en un objeto, están tratando con un mundo real, sin importar qué tan extraño o indefinido les pueda parecer ese mundo. Si no pueden ver energía en los objetos de su ensueño, se encuentran en un sueño común y corriente y no en un mundo real.

– ¿Qué es un mundo real, don Juan?

– Es un mundo que genera energía; lo opuesto a un mundo fantasma de proyecciones donde nada genera energía; como la mayoría de nuestros sueños, donde nada tiene un efecto energético.

Don Juan me dio entonces otra definición del ensueño: un proceso por medio del cual los ensoñadores aíslan condiciones del ensueño en las que pueden encontrar elementos que generan energía. Su definición me dejó perplejo. Se rió, y me dio otra aún más compleja: ensoñar es el proceso por medio del cual intentamos encontrar posiciones adecuadas del punto de encaje, posiciones que nos permiten percibir elementos que generan energía en estados que parecen sueños.

Explicó que el cuerpo energético es también capaz de percibir energía diferente a la energía de nuestro mundo. Como en el caso de los seres inorgánicos, a quienes el cuerpo energético percibe como energía chisporroteante. Añadió que en nuestro mundo nada chisporrotea; todo aquí oscila.

– De ahora en adelante -dijo-, la tarea de tu ensueño va a ser determinar si los objetos en los que enfocas tu atención de ensueño generan energía terrestre, o generan energía foránea, o son meras proyecciones fantasmagóricas.

Don Juan admitió haber tenido la esperanza de que yo llegara a la idea de ver energía, como medida para determinar si estaba realmente viendo mi cuerpo dormido. Se rió de mi falsa estratagema de ponerme elaboradas vestimentas de dormir. Dijo que yo había tenido en mis manos toda la información necesaria para deducir cuál era la verdadera tarea de la tercera compuerta del ensueño y llegar a la solución correcta, pero que mi sistema de interpretación me forzó a buscar soluciones artificiales que carecían de la simplicidad y la franqueza de la brujería.

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