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Mientras el falso abel va caminando hacia la plaza donde, según las palabras del viejo, se encontrará con su destino, atendamos la pertinentísima observación de algunos lectores vigilantes, de los que siempre están atentos, que consideran que el diálogo que acabamos de registrar como sucedido no es histórica ni culturalmente posible, que un labrador, de pocas y ya ningunas tierras, y un viejo del que no se conoce oficio ni beneficio nunca podrían pensar y hablar así. Tienen razón esos lectores, aunque la cuestión no estriba tanto en disponer o no disponer de ideas y vocabulario suficiente para expresarlas, sino en nuestra propia capacidad para admitir, aunque no sea nada más que por simple empatía humana y generosidad intelectual, que un campesino de las primeras eras del mundo y un viejo con dos ovejas atadas con una cuerda, simplemente con su limitado saber y un lenguaje que todavía estaba dando los primeros pasos, se vean impelidos por la necesidad a probar maneras de expresar premoniciones e intuiciones aparentemente fuera de su alcance. Que ellos no dijeron esas palabras es más que obvio, pero las dudas, las sospechas, las perplejidades, los avances y retrocesos en la argumentación estaban ahí. Lo que hemos hecho es, simplemente, pasar al portugués corriente el doble y para nosotros irresoluble misterio del lenguaje y del pensamiento de aquel tiempo. Si el resultado es coherente ahora, también lo sería entonces, porque, al fin y al cabo, caminantes somos y por el camino andamos. Todos, tanto los sabios como los ignorantes.

Ahí está la plaza. Verdaderamente, haber llamado a esto ciudad fue una exageración. Unas cuantas casas bajas, mal alineadas, unos cuantos niños jugando a no se sabe qué, unos adultos que se mueven como sonámbulos, unos burros que parecen ir a donde quieren y no a donde los conducen, ninguna ciudad que se precie de ese nombre se reconocería en la escena primitiva que tenemos ante los ojos, faltan aquí los automóviles y los autobuses, las señales de tráfico, los semáforos, los pasos subterráneos, los anuncios en las fachadas o en los tejados de las casas, en una palabra, la modernidad, la vida moderna. Pero todo se andará, el progreso, como se reconocerá más tarde, es inevitable, fatal como la muerte. Y la vida. Al fondo se ve un edificio en construcción, una especie de palacio rústico de dos plantas, nada que ver con mafra, o versalles, o buckingham, en el que se afanan decenas de albañiles y peones, éstos cargando ladrillos sobre las espaldas, aquéllos asentándolos en líneas regulares. Caín no entiende nada de tareas de alta o baja albañilería, pero, si su destino le está esperando aquí, por muy amargo que pueda llegar a ser, y eso siempre se sabe cuando es demasiado tarde para cambiar, no le queda otro remedio que afrontarlo. Como un hombre. Disimulando lo mejor que pudo la ansiedad y el hambre que le hacía temblar las piernas, avanzó hacia el centro de la plaza. Si por natural desconocimiento los operarios lo hubieran confundido con uno de esos ociosos que en todas las épocas de la humanidad se detienen para ver trabajar a los otros, enseguida habrían comprendido que quien estaba allí era una víctima más de la crisis, un triste desempleado en busca de una tabla de salvación. Casi sin que caín tuviera necesidad de decir a qué venía, le señalaron al encargado que vigilaba el grupo, Habla con él, le dijeron. Caín fue, subió al estrado del observador y, tras los saludos de rigor, dijo que andaba buscando trabajo. El vigilante le preguntó, Qué sabes hacer tú, y caín respondió, De este arte, nada, soy labrador, pero imagino que dos brazos más pueden dar algún servicio, Dos brazos no, puesto que no sabes nada del oficio de albañil, pero dos pies, tal vez, Dos pies, dijo extrañado caín, sin comprender, Sí, dos pies, para pisar el barro, Ah, Espera aquí, voy a hablar con el capataz. Ya se retiraba, pero aún volvió la cabeza para preguntar, Cómo te llamas, Abel, respondió caín. El vigilante no tardó mucho, Puedes comenzar a trabajar ya, te llevo ahora mismo a la pisa del barro, Cuánto voy a ganar, preguntó caín, Los pisadores ganan todos lo mismo, Sí, pero cuánto voy a ganar, Eso no es de mi incumbencia, en todo caso, si quieres un buen consejo, no lo preguntes de entrada, no está bien visto, primero tendrás que demostrar lo que vales, y todavía te digo algo más, no deberías preguntar nada, espera a que te paguen, Si piensas que es lo mejor, así lo haré, pero no me parece justo, Aquí no conviene ser impaciente, De quién es la ciudad, cómo se llama, preguntó caín, Cómo se llama quién, la ciudad o el señor que manda en ella, Ambos, La ciudad, por así decir, todavía no tiene nombre, unos la llaman de una forma, otros de otra, de todas maneras estos sitios son conocidos como tierra de nod, Ya lo sé, me lo ha dicho un viejo que he encontrado al llegar, Un viejo con dos ovejas atadas con una cuerda, preguntó el vigilante, Sí, Aparece por aquí a veces, pero aquí no vive, Y el señor de aquí, quién es, El señor es señora y su nombre es lilith, No tiene marido, preguntó caín, Creo haber oído decir que se llama noah, pero ella es quien gobierna el rebaño, dijo el vigilante, e inmediatamente anunció, Ésta es la pisa del barro. Un grupo de hombres con la túnica arremangada con un nudo por encima de las rodillas daba vueltas sobre la gruesa capa de una mezcla de barro, paja y arena, apisonándola con determinación, de manera que se convirtiera en una masa tan homogénea como fuera posible sin los adecuados medios mecánicos. No era un trabajo que exigiese mucha ciencia, sólo buenas y sólidas piernas y, a ser posible, un estómago confortado, cosa que, como sabemos, no es el caso de caín. Dijo el vigilante, Puedes entrar, sólo tienes que hacer lo que hacen los otros, Hace tres días que no como, tengo miedo de que se me quiebren las fuerzas y me caiga ahí, en medio del barro, dijo caín, Ven conmigo, No tengo con qué pagar, Ya pagarás después, ven. Fueron los dos a una especie de quiosco que se situaba a un lado de la plaza y donde se vendía comida. Para no sobrecargar el relato con pormenores históricos dispensables pasaremos sin examinar el modesto menú, cuyos ingredientes, por otra parte, por lo menos en algunos casos, no sabríamos identificar. Los alimentos tenían aspecto de bien condimentados y caín comía que daba gusto verlo. Entonces el vigilante preguntó, Qué señal es esa que tienes en la frente, no parece natural, Puede ser que no lo parezca, pero ya nací con ella, Da la impresión de que alguien te ha marcado, El viejo de las dos ovejas también me dijo lo mismo, pero estaba equivocado, como tú también lo estás, Si tú lo dices, Lo digo y lo repetiré cuantas veces sean necesarias, pero preferiría que me dejasen en paz, si fuera cojo en vez de tener esta señal, supongo que no me lo estarían recordando constantemente, Tienes razón, no volveré a molestarte, No me molestas nada, y más teniendo en cuenta que tengo que agradecerte la gran ayuda que me estás dando, el empleo, esta comida que me ha puesto el alma en su lugar, y tal vez alguna otra cosa, Qué cosa, No tengo dónde dormir, Eso se resuelve fácilmente, te consigo una estera, ahí hay una hospedería, hablaré con el dueño, No hay duda de que eres un buen samaritano, dijo caín, Samaritano, preguntó el vigilante intrigado, qué es eso, No lo sé, me salió de repente, sin pensar, no sé lo que significa, Tienes más cosas en la cabeza de lo que tu apariencia promete, Esta túnica inmunda, Te cedo una de las mías, y ésa la usarás para el trabajo, Por lo poco que conozco de este mundo no debe de haber muchos hombres buenos, ha sido una suerte para mí encontrar aquí a uno de ellos, Acabaste, preguntó el vigilante en un tono algo seco, como si lo incomodaran los halagos, No puedo más, no recuerdo haber comido tanto alguna vez en la vida, Ahora, a trabajar. Regresaron al palacio, esta vez por la parte edificada antes de la ampliación en curso, y allí vieron en un balcón a una mujer vestida con todo lo que debía de ser lujo en la época, y esa mujer, que a la distancia ya parecía bellísima, los miraba como absorta, como si no los viera, Quién es, preguntó caín, Es lilith, la dueña del palacio y de la ciudad, ojalá no ponga los ojos en ti, ojalá, Por qué, Se cuentan cosas, Qué cosas, Se dice que es bruja, capaz de enloquecer a un hombre con sus hechizos, Qué hechizos, preguntó caín, No lo sé ni quiero saberlo, no soy curioso, a mí me basta con haber visto por ahí a dos o tres hombres que tuvieron comercio carnal con ella, Y qué, Unos infelices que daban lástima, espectros, sombras de lo que habían sido, Debes de estar loco si piensas que un pisador de barro pueda dormir con la reina de la ciudad, Quieres decir la dueña, Reina o dueña, da lo mismo, Se ve que no conoces a las mujeres, son capaces de todo, de lo mejor y de lo peor si les da por ahí, son muy señoras de despreciar una corona a cambio de ir al río a lavarle la túnica al amante o de arrasarlo todo y a todos para sentarse en un trono, Hablas por experiencia, preguntó caín, Observo, nada más, por eso soy vigilante, Sin embargo, alguna experiencia tendrás, Sí, alguna, pero soy un pájaro de alas cortas, de esos que vuelan bajo, Pues yo ni siquiera he alzado el vuelo una sola vez, No conoces mujer, preguntó el vigilante, No, Estás muy a tiempo, todavía eres joven. Estaban delante de la pisa del barro. Esperaron a que los hombres, más o menos alineados desde el centro a la periferia y que de vez en cuando intercambiaban los lugares, los de dentro afuera, los de fuera adentro, acabasen de dar la vuelta y llegaran a su altura. Entonces el vigilante le dijo, tocándole en el hombro, Entra.

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