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La vida no los trató mal. Fueron aceptados en la caravana a pesar de la evidente inhabilidad laboral y no tuvieron que dar demasiadas explicaciones acerca de quiénes eran y de dónde procedían. Que se habían perdido, dijeron, y, en última instancia, así era. Si se omite el hecho de que eran hijos del señor, obra directamente salida de sus divinas manos, circunstancia ésta que ninguno allí estaba en condiciones de conocer, no se notaban especiales diferencias fisonómicas entre ellos y sus providenciales hospederos, se diría que hasta pertenecían todos a la misma raza, pelo negro, piel morena, ojos oscuros, cejas acentuadas. Cuando abel nazca todos los vecinos se extrañarán de la rosada blancura con que vendrá al mundo, como si fuese hijo de un ángel, o de un arcángel, o de un querubín, con perdón. El plato de lentejas nunca les faltó y no fue necesario mucho tiempo para que adán y eva comenzasen a cobrar un estipendio, cosa pequeña, casi simbólica, pero que ya representaba un comienzo de vida. No sólo adán, sino también eva, que no nació para duquesa, fue siendo iniciada poco a poco en los misterios del trabajo con las manos, en operaciones tan simples como la de hacer un nudo corredizo en una cuerda o tan complejas como manejar una aguja sin pincharse demasiado los dedos. Cuando la caravana llegó al pueblo del que había salido semanas antes para hacer comercio, les prestaron una tienda y unas esteras donde dormir, y, gracias a esa y a otras temporadas de estabilidad, adán pudo, por fin, aprender a cavar y a labrar la tierra, a lanzar simientes en los surcos, hasta llegar al sublime arte de la poda, ese que ningún señor, ningún dios fue capaz de inventar. Comenzó trabajando con herramientas que le prestaban, después fue juntando sus propios aperos y al cabo de unos cuantos años ya estaba considerado por los vecinos como un buen agricultor. Los tiempos del jardín del edén y de la cueva en el desierto, de los espinos y los cardos, del riachuelo de aguas turbias se les fueron esfumando en la memoria hasta parecerles algunas veces gratuitos inventos no vividos, ni siquiera soñados, quizá una intuición de algo que podría haber sido otra vida, otro ser, otro destino diferente. Es cierto que en los recuerdos de eva había un lugar reservado para azael, el querubín que infringió las órdenes del señor para salvar de una muerte cierta a sus criaturas, pero ése era un secreto suyo, a nadie confiado. Y hubo un día en que adán pudo comprar un trozo de tierra, llamarla suya y levantar, en la ladera de una colina, una casa de toscos adobes, donde ya podrían nacer sus tres hijos, caín, abel y set, todos ellos, en el momento adecuado de sus vidas, gateando entre la cocina y el salón. Y también entre la cocina y el campo, porque los dos mayores, cuando ya tenían unos añitos, con la ingenua astucia de la poca edad, usaban todos los pretextos válidos y menos válidos para que el padre se los llevara con él, montados en el burro de la familia, hasta su lugar de trabajo. Pronto se vio que las vocaciones de los dos niños no coincidían. Mientras abel prefería la compañía de las ovejas y de los corderos, las alegrías de caín iban todas con las azadas, los bieldos y las hoces, uno destinado a abrirse camino en la pecuaria, otro para singlar en la agricultura. Hay que reconocer que la distribución de la mano de obra doméstica era absolutamente satisfactoria, ya que cubría íntegramente los dos sectores más importantes de la economía de la época. Era voz unánime, entre los vecinos, que aquella familia tenía futuro. E iba a tenerlo, como en poco tiempo se habría de ver, contando siempre con la indispensable ayuda del señor, que para eso está. Desde la más tierna infancia caín y abel habían sido los mejores amigos, a tal punto llegaban que ni hermanos parecían, donde iba uno, el otro iba también, y todo lo hacían de común acuerdo. El señor los quiso, el señor los juntó, así decían en la aldea las madres celosas, y parecía cierto. Hasta que un día el futuro entendió que ya era hora de manifestarse. Abel tenía su ganado, caín su campo, y, como mandaban la tradición y la obligación religiosa, ofrecieron al señor la primicia de su trabajo, quemando abel la delicada carne de un cordero y caín los productos de la tierra, unas cuantas espigas y simientes. Sucedió entonces algo hasta hoy inexplicado. El humo de la carne ofrecida por abel subió recto hasta desaparecer en el espacio infinito, señal de que el señor aceptaba el sacrificio y de que en él se complacía, pero el humo de los vegetales de caín, cultivados con un amor por lo menos igual, no fue lejos, se dispersó allí mismo, a poca altura del suelo, lo que significaba que el señor lo rechazaba sin ninguna contemplación. Inquieto, perplejo, caín le propuso a abel que cambiasen de lugar, pudiera ser que circulara por allí una corriente de aire que causara el contratiempo, y así lo hicieron, pero el resultado fue el mismo. Estaba claro, el señor desdeñaba a caín. Fue entonces cuando se puso de manifiesto el verdadero carácter de abel. En lugar de compadecerse de la tristeza del hermano y consolarlo, se burló de él, y, como si eso fuese poco, se puso a enaltecer su propia persona, proclamándose, ante el atónito y desconcertado caín, un favorito del señor, un elegido de dios. El infeliz caín no tuvo otro remedio que engullir la afrenta y volver al trabajo. La escena se repitió, invariable, durante una semana, siempre un humo que subía, siempre un humo que podía tocarse con la mano y luego se deshacía en el aire. Y siempre la falta de piedad de abel, la jactancia de abel, el desprecio de abel. Un día caín le pidió al hermano que lo acompañara a un valle cercano donde corría la voz de que se escondía una zorra y allí, con sus propias manos, lo mató a golpes con una quijada de burro que había escondido antes en un matorral, o sea, con alevosa premeditación. Fue en ese momento exacto, es decir, retrasada en relación a los acontecimientos, cuando la voz del señor sonó, y no sólo sonó la voz, sino que apareció en persona. Tanto tiempo sin dar noticias, y ahora aquí está, vestido como cuando expulsó del jardín del edén a los infelices padres de estos dos. Tiene en la cabeza la corona triple, en la mano derecha empuña el cetro, un balandrán de rico tejido lo cubre desde la cabeza a los pies. Qué has hecho con tu hermano, preguntó, y caín respondió con otra pregunta, Soy yo acaso el guardaespaldas de mi hermano, Lo has matado, Así es, pero el primer culpable eres tú, yo habría dado mi vida por su vida si tú no hubieses destruido la mía, Quise ponerte a prueba, Y quién eres para poner a prueba lo que tú mismo has creado, Soy el dueño soberano de todas las cosas, Y de todos los seres, dirás, pero no de mi persona ni de mi libertad, Libertad para matar, Como tú fuiste libre para dejar que matara a abel cuando estaba en tus manos evitarlo, hubiera bastado que durante un momento abandonaras la soberbia de la infalibilidad que compartes con todos los demás dioses, hubiera bastado que por un momento fueses de verdad misericordioso, que aceptases mi ofrenda con humildad, simplemente porque no deberías rechazarla, porque los dioses, y tú como todos los otros, tenéis deberes para con aquellos a quienes decís que habéis creado, Ese discurso es sedicioso, Es posible que lo sea, pero te garantizo que, si yo fuese dios, diría todos los días, Benditos sean los que eligieron la sedición porque de ellos será el reino de la tierra, Sacrilegio, Lo será, pero en cualquier caso nunca mayor que el tuyo, que permitiste que abel muriera, Tú has sido quien lo ha matado, Sí, es verdad, yo fui el brazo ejecutor, pero la sentencia fue dictada por ti, La sangre que está ahí no la derramé yo, caín podía haber elegido entre el bien y el mal, si eligió el mal pagará por eso, Tan ladrón es el que va a la viña como el que se queda vigilando al guarda, dijo caín, Y esa sangre reclama venganza, insistió dios, Si es así, te vengarás al mismo tiempo de una muerte real y de otra que no ha llegado a producirse, Explícate, No te va a gustar lo que vas a oír, Que eso no te importe, habla, Es muy sencillo, maté a abel porque no podía matarte a ti, pero en mi intención estás muerto, Comprendo lo que quieres decir, pero la muerte está vedada a los dioses, Sí, aunque deberían cargar con todos los crímenes cometidos en su nombre o por su causa, Dios es inocente, todo sería igual si no existiese, Pero yo, porque maté, podré ser matado por cualquier persona que me encuentre, No será así, haré un acuerdo contigo, Un acuerdo con el réprobo, preguntó caín, sin terminar de creerse lo que acababa de oír, Diremos que es un acuerdo de responsabilidad compartida por la muerte de abel, Reconoces entonces tu parte de culpa, La reconozco, pero no se lo digas a nadie, será un secreto entre dios y caín, No es cierto, debo de estar soñando, Con los dioses eso sucede muchas veces, Porque son, como suele decirse, inescrutables vuestros designios, preguntó caín, Esas palabras no las ha pronunciado ningún dios que yo conozca, nunca se nos pasaría por la cabeza decir que nuestros designios son inescrutables, eso es algo inventado por hombres que presumen de tener un trato de tú a tú con la divinidad, Entonces no seré castigado por mi crimen, preguntó caín, Mi parte de culpa no absuelve la tuya, tendrás tu castigo, Cuál, Andarás errante y perdido por el mundo, Siendo así, cualquier persona me podrá matar, No, porque pondré una señal en tu frente, nadie te hará daño, pero, como pago por mi benevolencia, procura tú no hacer daño a nadie, dijo el señor tocando con el dedo índice la frente de caín, donde apareció una pequeña mancha negra, ésta es la señal de tu condenación, añadió el señor, pero es también la señal de que estarás toda la vida bajo mi protección y bajo mi censura, te vigilaré dondequiera que vayas, Lo acepto, dijo caín, No te queda otro remedio, Cuándo comienza mi castigo, Ahora mismo, Puedo despedirme de mis padres, preguntó caín, Eso es cosa tuya, en asuntos de familia no me meto, pero seguramente querrán saber dónde está abel, y supongo que no les vas a decir que lo has matado, No, No, qué, No me despediré de mis padres, Entonces, vete. No había nada más que decir. El señor desapareció antes de que caín hubiera dado el primer paso. La cara de abel estaba ya cubierta de moscas, había moscas en sus ojos abiertos, moscas en la comisura de los labios, moscas en las heridas que había sufrido en las manos cuando las levantaba para protegerse de los golpes. Pobre abel, al que dios había engañado. El señor hizo una pésima elección para inaugurar el jardín del edén, en el juego de la ruleta que puso en marcha todos perdieron, en el tiro al blanco de ciegos nadie acertó. A eva y adán todavía les quedaba la posibilidad de engendrar un hijo para compensar la pérdida del asesinado, pero qué triste la gente sin otra finalidad en la vida que la de hacer hijos sin saber por qué ni para qué. Para continuar la especie, dicen aquellos que creen en un objetivo final, en una razón última, aunque no tengan ni idea de cuáles son y nunca se hayan preguntado en nombre de qué tiene que perpetuarse la especie, como si fuese ella la única y última esperanza del universo. Al matar a abel por no poder matar al señor, caín ya dio su respuesta. No se augure nada bueno de la vida futura de este hombre.

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