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Tengo hambre, respondió la mujer, Aquí no hay nada que puedas comer, Tengo hambre, Tú y tu marido fuisteis expulsados del jardín del edén por el señor y la sentencia no tiene apelación, retírate, Me matarías si entrara, preguntó eva, Para eso me ha puesto el señor de guarda, No has respondido a mi pregunta, La orden que tengo es ésa, Matarme, Sí, Por tanto, obedecerás la orden. El querubín no respondió. Movió el brazo en cuya mano la espada de fuego silbaba como una serpiente y ésa fue su respuesta. Eva dio un paso al frente. Detente, dijo el querubín, Tendrás que matarme, no me detendré, y dio otro paso, te quedarás aquí guardando un pomar de fruta podrida que a nadie le apetecerá, el pomar de dios, el pomar del señor, añadió. Qué quieres, preguntó otra vez el querubín, sin darse cuenta de que la reiteración iba a ser interpretada como una señal de debilidad, Repito, tengo hambre, Pensaba que ya estaríais lejos, Y adonde íbamos a ir nosotros, preguntó eva, estamos en medio de un desierto que no conocemos y en el que no se ve ningún camino, un desierto por el que durante estos días no ha pasado un alma viva, dormimos en un agujero, comemos hierba, como el señor prometió, y tenemos diarreas, Diarreas, qué es eso, preguntó el querubín, También se puede decir cagaleras, el vocabulario que el señor nos enseñó da para todo, tener diarrea o cagalera, si te gusta más esta palabra, significa que no se consigue retener la mierda que llevamos dentro, No sé qué es eso, Ventajas de ser ángel, dijo eva, y sonrió. Al querubín le gustó ver esa sonrisa. En el cielo también se sonreía mucho, pero siempre seráficamente y con una ligera expresión de contrariedad, como quien pide disculpas por estar contento, si es que a eso se le puede llamar contentamiento. Eva había vencido la batalla dialéctica, ahora sólo faltaba la de la comida. Dijo el querubín, Voy a traerte algunos frutos, pero tú no se lo digas a nadie, Mi boca no se abrirá, aunque en cualquier caso mi marido tendrá que saberlo, Vuelve con él mañana, tenemos que conversar. Eva se quitó la piel de encima de los hombros y dijo, Usa esto para traer la fruta. Estaba desnuda de cintura para arriba. La espada silbó con más fuerza, como si hubiese recibido un súbito flujo de energía, la misma energía que impelió al querubín a dar un paso hacia delante, la misma que le hizo levantar la mano izquierda y tocar el seno de la mujer. No sucedió nada más, nada más podía suceder, los ángeles, mientras lo sean, tienen prohibido cualquier comercio carnal, sólo los ángeles caídos son libres de juntarse con quienes quieran y con quienes los quieran. Eva sonrió, puso su mano sobre la mano del querubín y la presionó suavemente sobre el seno. Su cuerpo estaba cubierto de suciedad, las uñas negras como si las hubiese usado para cavar la tierra, el pelo como un nido de anguilas entrelazadas, pero era una mujer, la única. El ángel ya estaba en el jardín, se entretuvo allí el tiempo necesario para elegir los frutos más nutrientes, otros ricos en agua, y volvió encorvado bajo una buena carga. Aquí tienes, dijo, y eva preguntó, Cómo te llaman, y él respondió, Mi nombre es azael, Gracias por la fruta, azael, No podía dejar que murieran de hambre aquellos que el señor creó, El señor te lo agradecerá, aunque será mejor que no le hables de esto. El querubín aparentó no haber oído o no oyó de verdad, ocupado como estaba ayudando a eva a colocarse el hatillo sobre la espalda, mientras decía, Mañana vuelves con adán, hablaremos de algo que os conviene conocer, Aquí estaremos, respondió ella.

Al día siguiente, adán acompañó a la mujer hasta el jardín del edén. Por iniciativa de eva se lavaron lo mejor que pudieron en el riachuelo y lo mejor que pudieron fue poquísimo, por no decir nada, porque agua sin jabón que le dé una ayuda no pasa de una pobre ilusión de limpieza. Se sentaron en el suelo y enseguida se vio que el querubín azael no era persona de perder el tiempo, No sois los únicos seres humanos que existen en la tierra, comenzó, Que no somos los únicos, exclamó adán, estupefacto, No me hagas repetir lo que ya está dicho, Quién creó a esos seres, dónde están, En todas partes, El señor los creó como nos creó a nosotros, preguntó eva, No puedo responder, y si insistís con las preguntas nuestra conversación acaba ahora mismo, cada uno va a lo suyo, yo a guardar el jardín del edén, vosotros a vuestra gruta y a vuestra hambre, En ese caso, en poco tiempo moriremos, dijo adán, a mí nadie me ha enseñado a trabajar, no puedo cavar ni labrar la tierra porque me faltan la azada y el arado, y si los tuviese sería necesario aprender a manejarlos y no hay quien me enseñe en este desierto, mejor sería que fuésemos el polvo que éramos antes, sin voluntad ni deseo, Has hablado como un libro abierto, dijo el querubín, y adán se puso contento por haber hablado como un libro abierto, él, que nunca había tenido estudios. Después eva preguntó, Si ya existían otros seres humanos, entonces para qué nos creó el señor, Ya deberías saber que los designios del señor son inescrutables, pero, si he entendido alguna que otra media palabra, me parece que se trata de un experimento, Un experimento, nosotros, exclamó adán, un experimento, para qué, De lo que no conozco a ciencia cierta no oso hablar, el señor tendrá sus razones para guardar silencio sobre el asunto, Nosotros no somos un asunto, somos dos personas que no saben cómo podrán vivir, dijo eva, Todavía no he terminado, dijo el querubín, Pues habla, y que de tu boca salga una buena noticia, por lo menos una, Oíd, no demasiado lejos de aquí pasa un camino frecuentado de vez en cuando por caravanas que van a los mercados o que regresan de ellos, mi idea es que deberíais encender una hoguera que produzca humo, mucho humo, de modo que pueda ser visto desde lejos, No tenemos con qué encenderla, interrumpió eva, Tú no tienes, pero yo sí, Qué tienes, Esta espada de fuego, para algo ha de servir alguna vez, basta acercarles la punta en brasa a los cardos secos y a la paja y tendréis ahí una hoguera capaz de ser vista desde la luna, y mucho más por una caravana que pase cerca, pero deberéis tener cuidado de no dejar que el fuego se extienda, una cosa es una hoguera, otra un desierto entero ardiendo, el fuego acabaría por llegar al jardín del edén y yo me quedaría sin empleo, Y si no aparece nadie, preguntó eva, Aparecerán, aparecerán, puedes estar tranquila, respondió azael, los seres humanos son curiosos por naturaleza, enseguida querrán saber quién atizó esa hoguera y con qué intención se hizo, Y después, preguntó adán, Después es cosa vuestra, ahí ya no puedo hacer nada, encontrad la manera de uniros a la caravana, pedid que os contraten a cambio de la comida, estoy convencido de que cuatro brazos por un plato de lentejas será buen negocio para todos, tanto para la parte contratante como para la parte contratada, cuando eso suceda que no se os olvide apagar la hoguera, así sabré que ya os habéis ido, será tu oportunidad de aprender lo que no sabes, adán. El plan era excelente, hay querubines en el mundo que son una auténtica providencia, mientras el señor, por lo menos en este experimento, no se preocupó nada por el futuro de sus criaturas, azael, el guarda angélico encargado de mantenerlas apartadas del jardín del edén, las acogió cristianamente, les garantizó la comida y, sobre todo, las habilitó para la vida con algunas preciosas ideas prácticas, un verdadero camino de salvación para el cuerpo, y por tanto para el alma. La pareja se deshizo en muestras de gratitud, eva llegó incluso a derramar algunas lágrimas cuando se abrazó a azael, demostración afectiva nada del agrado del marido, que más adelante no consiguió reprimir la pregunta que andaba saltándole en la boca, Le diste algo a cambio, Qué y a quién, dijo eva, sabiendo muy bien a qué se refería el esposo, A quién va a ser, a él, a azael, dijo adán omitiendo por cautela la primera parte de la cuestión, Es un querubín, un ángel, respondió eva, y no consideró necesario decir nada más. Se cree que fue en este día cuando comenzó la guerra de los sexos. La caravana tardó tres semanas en aparecer. Claro, que no vino toda ella a la caverna en que adán y eva vivían, sólo una avanzadilla de tres hombres que no tenían autoridad para negociar contratos de trabajo, pero que se apiadaron de aquellos desvalidos y les hicieron un lugar sobre los lomos de los burros en que venían montados. El jefe de la caravana decidiría qué hacer con ellos. A pesar de esta duda, como quien cierra una puerta de despedida, adán apagó la hoguera. Cuando el último humo se disipó en la atmósfera, el querubín dijo, Ya han salido, buen viaje.

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