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Cincuenta años y un día después de esta afortunada intervención quirúrgica con la que se iniciaba una nueva era en la estética del cuerpo humano bajo el consensuado lema de que todo en él es mejorable, se produjo la catástrofe. Anunciado por el estruendo de un trueno, el señor se hizo presente. Venía trajeado de manera diferente a la habitual, según lo que sería, tal vez, la nueva moda imperial del cielo, con una corona triple en la cabeza y empuñando el cetro como una cachiporra. Yo soy el señor, gritó, yo soy el que soy. El jardín del edén cayó en silencio mortal, no se oía ni el zumbido de una avispa, ni el ladrido de un perro, ni un piar de ave, ni un barrito de elefante. Sólo una bandada de estorninos que se había acomodado en un olivo frondoso cuyo origen se remontaba a los tiempos de la fundación del jardín levantó el vuelo en un solo impulso, y eran centenares, por no decir millares, tantos que casi oscurecieron el cielo. Quién ha desobedecido mis órdenes, quién se ha acercado al fruto de mi árbol, preguntó dios, dirigiéndole directamente a adán una mirada coruscante, palabra desusada pero expresiva como la que más.

Desesperado, el pobre hombre intentó, sin resultado, tragarse el pedazo de manzana que lo delataba, pero la voz no le salía, ni para atrás ni para adelante. Responde, insistió la voz colérica del señor, al tiempo que blandía amenazadoramente el cetro. Haciendo de tripas corazón, consciente de lo feo que era echarle las culpas a otro, adán dijo, La mujer que tú me diste para vivir conmigo es la que me ha dado del fruto de ese árbol y yo lo he comido. Se volvió el señor hacia la mujer y preguntó, Qué has hecho tú, desgraciada, y ella respondió, La serpiente me engañó y yo comí, Falsa, mentirosa, no hay serpientes en el paraíso, Señor, yo no he dicho que haya serpientes en el paraíso, lo que sí digo es que he tenido un sueño en que se me apareció una serpiente y me dijo, Conque el señor os ha prohibido comer el fruto de todos los árboles del jardín, y yo le respondí que no era verdad, que del único que no podíamos comer el fruto era del árbol que está en el centro del paraíso y que moriríamos si lo tocábamos, Las serpientes no hablan, como mucho silban, dijo el señor, La de mi sueño habló, Y qué más te dijo, si puede saberse, preguntó el señor esforzándose por imprimir a las palabras un tono de sarcasmo nada de acuerdo con la dignidad celestial de la indumentaria, La serpiente dijo que no tendríamos que morir, Ah, sí, la ironía del señor era cada vez más evidente, por lo visto esa serpiente cree saber más que yo, Es lo que he soñado, señor, que no querías que comiésemos de ese fruto porque abriríamos los ojos y acabaríamos conociendo el mal y el bien como tú los conoces, señor, Y qué hiciste, mujer perdida, mujer liviana, cuando despertaste de tan bonito sueño, Me acerqué al árbol, comí del fruto y le llevé a adán, que también comió, Se me quedó aquí, dijo adán, tocándose la garganta, Muy bien, dijo el señor, ya que así lo habéis querido, así lo vais a tener, a partir de ahora se os ha acabado la buena vida, tú, eva, además de sufrir todas las incomodidades del embarazo, incluyendo las náuseas, también parirás con dolor, y, pese a todo, sentirás atracción por tu hombre, y él mandará en ti, Pobre eva, comienzas mal, triste destino va a ser el tuyo, dijo eva, Deberías haberlo pensado antes, y en cuanto a tu persona, adán, la tierra ha sido maldecida por tu causa, con gran sacrificio conseguirás sacar de ella alimento durante toda tu vida, sólo producirá espinos y cardos, y tú tendrás que comer la hierba que crece en el campo, sólo a costa de muchos sudores conseguirás cosechar lo necesario para comer, hasta que un día te acabes transformando de nuevo en tierra, pues de ella fuiste hecho, en verdad, mísero adán, tú eres polvo y en polvo un día te convertirás. Dicho esto, el señor hizo aparecer unas cuantas pieles de animales para tapar la desnudez de adán y eva, los cuales se guiñaron los ojos el uno al otro en señal de complicidad, pues desde el primer día sabían que estaban desnudos y de eso bien se habían aprovechado. Dijo entonces el señor, Habiendo conocido el bien y el mal, el hombre se ha hecho semejante a un dios, ahora sólo me faltaría que también fueses a buscar el fruto del árbol de la vida para comer de él y vivir para siempre, no faltaría más, dos dioses en un universo, por eso te expulso a ti y a tu mujer de este jardín del edén, en cuya puerta colocaré de guarda a un querubín armado con una espada de fuego que nunca dejará entrar a nadie, así que fuera, salid de aquí, no os quiero tener nunca más ante mi presencia. Cargando sobre los hombros las malolientes pieles, bamboleándose sobre las piernas torpes, adán y eva parecían dos orangutanes que por primera vez se pusieran en pie. Fuera del jardín del edén la tierra era árida, inhóspita, el señor no había exagerado cuando amenazó a adán con espinas y cardos. Tal como también dijo, se les había acabado la buena vida.

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La primera morada fue una estrecha caverna, verdaderamente más cavidad que caverna, de techo bajo, descubierta en un afloramiento rocoso al norte del jardín del edén cuando, desesperados, vagaban en busca de un abrigo. Allí pudieron, por fin, defenderse de la quemazón brutal de un sol que en nada se parecía a la invariable benignidad de temperatura a que estaban habituados, constante de noche y de día, y en cualquier época del año. Se quitaron las gruesas pieles que los sofocaban de calor y peste, y regresaron a la primera desnudez, pero, para proteger de agresiones exteriores las partes delicadas del cuerpo, las que están más o menos resguardadas entre las piernas, inventaron, utilizando las pieles más finas y de pelo más corto, algo a lo que más tarde se le daría el nombre de falda, idéntica en la forma tanto para las mujeres como para los hombres. En los primeros días, sin tener siquiera un mendrugo que masticar, pasaron hambre. El jardín del edén era ubérrimo en frutos, es más, no se encontraba otra cosa de provecho, hasta esos animales que por naturaleza deberían alimentarse de carne sangrienta, pues para carnívoros vinieron al mundo, fueron, por imposición divina, sometidos a la misma melancólica e insatisfactoria dieta. La procedencia de las pieles que el señor hizo aparecer con un simple chascar de dedos, como un prestidigitador, nunca llegó a aclararse. De animales eran, y grandes, pero vaya usted a saber quién los habría matado y desollado, y dónde. Casualmente, había agua por allí cerca, aunque no era nada más que un regato turbio, en nada parecido al río caudaloso que nacía en el jardín del edén y después se dividía en cuatro brazos, uno que iba a regar una región donde se decía que el oro abundaba y otro que corría alrededor de la tierra de cus. Los dos restantes, por más extraordinario que pueda parecerles a los lectores de hoy, fueron bautizados enseguida con los nombres de tigris y éufrates. Ante el humilde arroyo que laboriosamente iba abriéndose camino entre los espinos y los cardos del desierto, es más que probable que el tal río caudaloso fuera una ilusión óptica fabricada por el propio señor para hacer más apacible la vida en el paraíso terrenal. Todo puede suceder. Todo puede suceder, sí, hasta la insólita idea que tuvo eva de ir a pedirle al querubín que le permitiese entrar en el jardín del edén para recoger alguna fruta con la que engañar el hambre durante unos días más. Escéptico, como cualquier hombre, en cuanto a los resultados de una diligencia nacida en cabeza femenina, adán le dijo que fuese ella sola y que se preparase para sufrir una decepción, Está de centinela en la puerta ese querubín con su espada de fuego, no es un ángel cualquiera, de segunda o tercera categoría, sin peso ni autoridad, sino un querubín de los auténticos, cómo se te puede ocurrir que vaya a desobedecer las órdenes que el señor le ha dado, fue la sensata pregunta, No sé, y no lo voy a saber mientras no lo intente, Y si no lo consigues, Si no lo consigo, no habré perdido nada más que los pasos de ir y de volver, y las palabras que diga, respondió ella, Pues sí, pero tendremos problemas si el querubín nos denuncia al señor, Más problemas que los que tenemos ahora, sin modo de ganarnos la vida, sin comida que llevarnos a la boca, sin un techo seguro ni ropas dignas de ese nombre, no veo qué más problemas nos puede mandar, el señor ya nos ha castigado expulsándonos del jardín del edén, peor que eso no se me ocurre qué puede hacer, Sobre lo que el señor pueda o no pueda, no sabemos nada, Si es así, tendremos que forzarlo a que se explique y la primera cosa que debería aclararnos es por qué razón nos ha hecho y con qué fin, Estás loca, Mejor loca que asustada, No me faltes al respeto, gritó adán, enfurecido, yo no tengo miedo, no soy miedoso, Yo tampoco, luego estamos empatados, no hay nada más que discutir, Sí, pero no te olvides de que quien manda aquí soy yo, Sí, fue lo que el señor dijo, asintió eva, y puso cara de quien no ha dicho nada. Cuando el sol perdió alguna fuerza, se puso en camino con su falda bien compuesta y una piel de las más leves sobre los hombros. Iba, como alguien podría decir, discretita, aunque no pudiese evitar que los senos, sueltos, sin amparo, se moviesen al ritmo de sus pasos. No podía impedirlo, ni tal cosa se le ocurrió, no había por allí nadie a quien poder atraer, en ese tiempo las tetas servían para mamar y poco más. Estaba sorprendida consigo misma por la libertad con la que le había respondido al marido, sin temor, sin tener que elegir las palabras, diciendo simplemente lo que, en su opinión, el caso requería. Era como si dentro de sí habitase otra mujer, con nula dependencia del señor o de un esposo por él designado, una hembra que decidía, finalmente, hacer uso total de la lengua y del lenguaje que el dicho señor, por decirlo así, le había metido boca adentro. Atravesó el arroyo gozando de la frescura del agua, que parecía difundírsele dentro de las venas al mismo tiempo que experimentaba algo en el espíritu que tal vez fuese la felicidad, por lo menos se parecía mucho a la palabra. El estómago le dio un aviso, no era hora de disfrutar de sentimientos positivos. Salió del agua, recogió unos pequeños frutos ácidos que, aunque no alimentasen, entretenían durante algún tiempo, poco, la necesidad de comer. El jardín del edén ya está cerca, se ven nítidamente las copas de los árboles más altos. Eva camina ahora con más lentitud que antes, y no porque se sienta cansada. Adán, si aquí estuviera, se estaría mofando de ella, Tan valiente, tan valiente, y al final vas llena de miedo. Sí, tenía miedo, miedo de fallar, miedo de no tener palabras suficientes para convencer al guarda, incluso llegó a decir en voz baja, tal era su desánimo, Si yo fuese hombre sería más fácil. Ahí está el querubín, la espada de fuego brilla con una luz maligna en su mano derecha. Eva se cubrió mejor el pecho y avanzó. Qué quieres, preguntó el ángel,

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