Espoleado por un debate en el que, según la opinión de cualquier observador imparcial, no había interpretado un papel que se pudiera calificar de brillante, el señor decidió mudar de planes. Acabar con la humanidad no era lo que se podría llamar una tarea urgente, la obligada extinción del bicho hombre podría esperar dos o tres o incluso diez siglos, pero, una vez que había tomado la decisión, dios andaba ya sintiendo una especie de hormigueo en la punta de los dedos que era señal de impaciencia grave. Decidió por tanto movilizar a su legión de ángeles obreros con efecto inmediato, o sea, en vez de utilizarlos solamente para llevar el arca al mar como había previsto, los mandó a ayudar a la exhausta familia de noé, que, como puede observarse, andaba más muerta que viva en aquel tráfico. Pocos días después aparecieron los ángeles, en formación de columnas de a tres, y se pusieron inmediatamente manos a la obra. El señor no había exagerado cuando dijo que los ángeles tenían mucha fuerza, basta ver la naturalidad con que se colocan los gruesos tablones debajo del brazo, como si fuese el periódico de la tarde, y los llevan, si es necesario, de una punta a otra del arca, seiscientos pies o, en medida moderna, ciento cincuenta metros, prácticamente un portaaviones. Lo más sorprendente, sin embargo, era la forma que tenían de introducir los clavos en la madera. No usaban martillos, ponían el clavo en posición vertical con la punta hacia abajo y, con el puño cerrado, le daban un golpe seco en la cabeza, con lo que la pieza metálica penetraba sin ninguna resistencia, como si, en vez de entrar en aquel durísimo roble, se tratase de manteca en el verano. Más asombroso todavía era ver cómo cepillaban una tabla, ponían la palma de la mano encima y la movían hacia delante y hacia atrás y, sin producir una sola viruta ni el menor vestigio de aserradura, la tabla iba disminuyendo de espesura hasta llegar a la medida justa. En caso de tener que abrir un agujero para introducir una clavija, el simple dedo índice les bastaba. Era un espectáculo verlos trabajar así. No es sorprendente, por tanto, que la obra fuera avanzando con una celeridad antes inimaginable, no había tiempo ni para apreciar los cambios. Durante este período el señor sólo se apareció una vez. Le preguntó a noé si todo estaba marchando bien, quiso saber si caín iba ayudando a la familia, y era cierto que sí, señor, ayudaba, la prueba es que ya había dormido con dos de las nueras y se preparaba para dormir con la tercera. El señor le preguntó también a noé cómo llevaba lo de seleccionar a los animales que irían en el arca, y el patriarca dijo que una buena parte ya estaba reunida y que, en cuanto la obra del arca estuviera acabada, conseguirían los que todavía faltaban. No era verdad, era, tan sólo, una pequeña parte de la verdad. Realmente tenían unos cuantos animales, de los más comunes, en un cercado instalado al otro lado del valle, poquísimos si los comparamos con el plan de recogida establecido por el señor, es decir, todos los bichos vivientes, desde el panzudo hipopótamo hasta la más insignificante pulga, sin olvidar lo que hubiese desde ahí para abajo, incluyendo los microorganismos, que también son gente. Gente, en este amplio y generoso sentido, son también ciertos animales de los que mucho se habla en ciertos círculos restringidos que cultivan el esoterismo, pero que nunca nadie podrá presumir de haber visto. Nos referimos, por ejemplo, al unicornio, al ave fénix, al hipogrifo, al centauro, al minotauro, al basilisco, a la quimera, a todo ese animalario desemejante y heterogéneo que no tiene más que una justificación para existir, haber sido producido por dios en una hora de extravagancia, aunque creados del mismo modo que hizo al asno ordinario, de los muchos que pueblan estas tierras. Imagínese el orgullo, el prestigio, el crédito que noé ganaría ante los ojos del señor si consiguiese convencer a uno de estos animales para que entrara en el arca, el unicornio preferentemente, suponiendo que lo consiguiera encontrar alguna vez. El problema del unicornio es que no se le conoce hembra, luego no hay manera de que pueda reproducirse por las vías normales de la fecundación y la gestación, aunque, bien pensado, tal vez no se necesite, pues la continuidad biológica no lo es todo, basta con que la mente humana cree y recree aquello que oscuramente profesa. Para todas las tareas que todavía le faltan por ejecutar, como son la recogida completa de los animales y el abastecimiento de comestibles, noé espera contar con la competente colaboración de los ángeles obreros, los cuales, honra les sea hecha, siguen trabajando con un entusiasmo digno de todos los encomios. Entre ellos no muestran ninguna reluctancia en reconocer que la vida en el cielo es la cosa más aburrida que alguna vez se haya inventado, siempre el coro de los ángeles proclamando a los cuatro vientos la grandeza del señor, la generosidad del señor, incluso la belleza del señor. Ya era hora de que estos y otros ángeles comenzaran a experimentar las sencillas alegrías de la gente común, no siempre ha de ser necesario, para mayor exaltación del espíritu, prender fuego a sodoma o hacer sonar las trompetas para derribar las murallas de jericó. Por lo menos en este caso, desde el punto de vista particular de los ángeles obreros, la felicidad en la tierra es en todo superior a la que se puede tener en el cielo, pero el señor, claro está, siendo tan envidioso como es, no lo debería saber, bajo pena de ejercer sobre los pensamientos sediciosos las más duras represalias sin mirar a patentes angélicas. Gracias a la buena armonía reinante entre el personal que trabajaba en el arca, caín pudo conseguir que su burro, cuando llegase el momento adecuado, fuera introducido por la puerta del caballo, o dicho más claramente, como pasajero clandestino, escapando así del ahogamiento general. También gracias a esa relación cordial logró compartir ciertas dudas y perplejidades de los ángeles. A dos de ellos, con los que había establecido lazos que en el plano humano serían fácilmente clasificables de camaradería y amistad, caín les preguntó si realmente pensaban que, exterminada esta humanidad, la que la sucediera no acabaría cayendo en los mismos errores, en las mismas tentaciones, en los mismos desvaríos y crímenes, y ellos respondieron, Nosotros simplemente somos ángeles, poco sabemos de esa charada indescifrable a la que llamáis naturaleza humana, pero, hablando con franqueza, no vemos cómo puede resultar satisfactoria la segunda experiencia cuando la primera ha terminado en este tendal de miserias que tenemos delante de los ojos, nuestra sincera opinión de ángeles, resumiendo, es que, considerando las pruebas dadas, los seres humanos no merecen la vida, De verdad creéis que los hombres no merecen vivir, preguntó caín, perplejo, No es eso lo que hemos dicho, lo que hemos dicho, y lo repetimos, es que los seres humanos, viendo cómo se han comportado a lo largo de los tiempos conocidos, no merecen la vida con todo lo que, a pesar de sus lados negros, que son muchos, tiene de bello, de grande, de maravilloso, respondió uno de los ángeles, O sea, decir una cosa no es decir la otra, añadió el segundo ángel, Si no es lo mismo, es casi lo mismo, insistió caín, Lo será, pero la diferencia está en ese casi, y es una enorme diferencia, Que yo sepa, nosotros nunca nos hemos preguntado si merecíamos o no la vida, dijo caín, Si lo hubierais pensado, tal vez no os encontraríais en la inminencia de desaparecer de la faz de la tierra, No merece la pena llorar, no se va a perder mucho, respondió caín dando voz a un sombrío pesimismo nacido y formado en los sucesivos viajes a los horrores del pasado y del futuro, si los niños que murieron quemados en sodoma no hubieran nacido, no habrían tenido que dar aquellos gritos que yo oí mientras el fuego y el azufre iban cayendo sobre sus inocentes cabezas, La culpa la tuvieron los padres, dijo uno de los ángeles, No hay razón para que los hijos tengan que sufrir por ello, Él error es creer que la culpa ha de ser entendida de la misma manera por dios y por los hombres, dijo el otro ángel, En el caso de sodoma alguien la tuvo, y ése fue un dios absurdamente apresurado que no quiso perder tiempo apartando para el castigo solamente a los que, según su criterio, andaban practicando el mal, además, ángeles, dónde ha nacido esa peregrina idea de que dios, simplemente porque es dios, debe gobernar la vida íntima de sus creyentes, estableciendo reglas, prohibiciones, interdictos y otras patrañas del mismo calibre, preguntó caín, Eso no lo sabemos, dijo uno de los ángeles, De estas cosas, lo que nos dicen es prácticamente nada, hablando claro, sólo servimos para los trabajos pesados, añadió el otro en tono de queja, cuando llegue el momento de levantar la barca y llevarla al mar, puedes apostar lo que quieras a que no verás por aquí ni serafines, ni querubines, ni tronos, ni arcángeles, No me sorprende, comenzó a decir caín, pero la frase se quedó en el aire, suspensa, mientras una especie de viento le azotaba los oídos y de repente se halló en el interior de una tienda. Había un hombre acostado, desnudo, y ese hombre era noé, a quien la embriaguez había dejado sumido en el más profundo de los sueños. Se encontraba allí otro hombre que estaba manteniendo trato carnal con él y ese hombre era cam, su hijo más joven, padre, a su vez, de canaán. Cam vio desnudo a su propio padre, manera elíptica, más o menos discreta, de describir lo que de inconveniente y reprobable estaba pasando en la tienda. Para colmo, el hijo que había cometido la falta fue después contándoles todo a los hermanos, sem y jafet, que estaban fuera de la tienda, pero éstos, compasivos, tomaron un manto y, llevándolo en alto, se aproximaron de espaldas al padre, de tal modo que no lo vieran desnudo. Cuando noé despierte y se dé cuenta del insulto con que cam lo ha ofendido, dirá, haciendo caer sobre sus descendientes la maldición que herirá a todo el pueblo cananeo, Maldito sea canaán, que él sea el último de los esclavos de sus hermanos, ellos sí bendecidos por el señor mi dios, que canaán sea su esclavo, que dios haga crecer a jafet, que sus descendientes se multipliquen con los de sem y que los de canaán les sirvan de esclavos. Caín ya no estaba allí, el mismo rápido soplo de viento lo condujo a la puerta del arca en el preciso momento en el que se venían acercando noé y su hijo cam con las últimas noticias, Partimos mañana, dijeron, los animales ya están todos en el arca, los comestibles almacenados, podemos levar anclas.