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Runcorn recuperó su aplomo.

– Mire, creo que me toma por tonto. He enviado a buscar a Evan y volverá mañana. -Y agitando un dedo gordo ante la cara de Monk, añadió-: Detenga a Shelburne esta semana o retiro el caso de su jurisdicción. -Dio media vuelta y salió dando grandes zancadas y dejando tras de sí la puerta chirriando sobre sus goznes.

Monk lo siguió con la mirada. Había enviado a buscar a Evan. El tiempo se estaba acortando más aprisa todavía de lo que temía. Dentro de muy poco Evan llegaría a la misma conclusión y sobrevendría el final.

Evan llegó, tal como era de esperar, al día siguiente y Monk se reunió con él para comer. Fueron a una taberna donde el aire estaba cargado de vapores: un ambiente pesado y húmedo en el que se percibía un olor que era una mezcla de sudor, serrín, cerveza derramada y las inidentificables verduras que habían cocido en la sopa.

– ¿Algo nuevo? -preguntó Monk mecánicamente, ya que pensó que le extrañaría que no se lo preguntase.

– Muchísimos indicios -replicó Evan frunciendo el ceño-, aunque a veces me pregunto si no me lo parecerá así porque yo los busco.

– ¿Quiere decir que se los inventa?

Evan levantó prestamente los ojos para mirar a Monk. Eran unos ojos de una nitidez prístina.

– No creerá sinceramente que lo hizo él, ¿verdad, señor Monk?

¿Cómo podía saberlo con tanta rapidez? Monk repasó mentalmente todas las respuestas que podía dar. ¿Sería Evan capaz de detectar una mentira? ¿Se había percatado ya de todas las mentiras? ¿Era lo bastante inteligente, lo bastante sutil como para acabar llevando a Monk, con habilidad, hasta la trampa? ¿Era descabellado creer que toda la comisaría estaba ya al tanto del asunto esperando a que desvelase las pruebas y firmase su propia condena? Durante un breve espacio de tiempo se sintió presa del miedo y hasta el alegre alboroto que reinaba en la cervecería se convirtió en una especie de una algarabía insensata, amorfa y agobiante. Todo el mundo lo sabía, sólo esperaban a que él se diera cuenta, a que se traicionase, para poner punto y final al misterio. Después todos se quitarían la máscara y ya todo serían risas, después le pondrían las esposas, lo someterían a interrogatorio y habría felicitaciones por otro asesinato más que quedaba resuelto. Seguiría un juicio, una breve reclusión en la cárcel y finalmente… la cuerda tensa y áspera, un momento de dolor… y nada más.

Pero ¿por qué? ¿Por qué había matado a Joscelin Grey? Seguramente no era porque Grey hubiera podido escapar a la quiebra de la compañía tabaquera… aunque se hubiera aprovechado de ella.

– ¿Señor Monk? ¿Se encuentra bien? -La voz de Evan había rasgado el velo de pánico y sus ojos lo escrutaban llenos de ansiedad-. Está muy pálido, señor. ¿Seguro que se encuentra bien?

Monk se obligó a sentarse muy erguido y miró fijamente a Evan a su vez. De haber podido formular un deseo en aquel momento, habría sido que Evan no se llegara a enterar nunca. Imogen Latterly no había sido más que un sueño, una reminiscencia de la faceta dulce de su persona, la parte de su personalidad que había en él de vulnerable, lo que aspiraba a cosas que nada tenían que ver con la ambición. Pero Evan había sido un amigo. Tal vez había otros pero, si existían, no los recordaba.

– Sí-dijo lentamente-, sí, gracias. Estaba pensando. No, tiene usted razón; no estoy seguro, ni muchísimo menos, dé que fuera Shelburne.

Evan se inclinó ligeramente hacia delante con rostro ávido.

– Me gusta que lo diga, señor Monk. No se deje empujar por el señor Runcorn. -Sus dedos largos jugaban con el pan, como si la excitación le impidiera comer-. Yo creo que la solución está aquí, en Londres. He estudiado una vez más las notas del señor Lamb y también las nuestras y cuanto más las leo más me convenzo de que debe de tratarse de algo relacionado con dinero o con negocios.

»A lo que parece, Joscelin Grey vivía con mucha más holgura que lo que permitía la pensión familiar. -Dejó la cuchara y renunció abiertamente a comer-. O extorsionaba a alguien, o jugaba y le sonreía la suerte, o bien (y me parece lo más probable) tenía algún negocio que desconocemos. A mi modo de ver, lo más probable es lo último. De tratarse de un negocio lícito, habríamos encontrado algún rastro, algún comprobante, aparte de que habrían aparecido otras personas involucradas. Por otra parte, de haber vivido con dinero prestado, los prestamistas habrían reclamado a la familia.

– Siempre que no se tratase de usureros -dijo Monk automáticamente notando un pavor frío y observando que Evan se iba acercando cada vez más al hilo que había de conducirlo a la verdad. Faltaba muy poco para que sus manos finas y sensibles la cazaran.

– Pero si se trata de usureros, no habrían prestado dinero a una persona como Grey -replicó prestamente Evan con ojos muy despiertos-. Los usureros se andan con mucho cuidado en lo que a prestar dinero se refiere. Por lo menos eso es lo que he aprendido. Nunca prestan dinero una segunda vez si no han recuperado el del primer préstamo y siempre lo hacen a cambio de unos intereses o de una hipoteca sobre la propiedad. -Le cayó un rizo sobre la frente pero no lo apartó-. Todas estas consideraciones vuelven a llevarnos a la primera pregunta: ¿de dónde habría sacado Grey el dinero para devolverlo, amén de los intereses? Recordemos que era el tercer hermano y que no tenía ninguna propiedad a su nombre. No, señor Monk, estoy plenamente seguro de que debía de tener algún negocio, y ya he empezado a hacer algunas suposiciones sobre el primer sitio donde tengo que empezar a buscar.

Cada idea nueva lo llevaba más cerca del objetivo.

Monk no dijo nada; buscaba desesperadamente un pensamiento que disuadiera a Evan. Sabía que podría desviarlo de su camino indefinidamente, que llegaría un momento en que tendría que ceder, pero primero quería conocer el porqué. Sentía que había algo que tenía muy cerca, algo situado a un dedo de distancia.

– ¿No le parece bien, señor Monk? -Evan estaba contrariado, se le notaba en la mirada, que tenía como ensombrecida. ¿O sería la decepción provocada por las mentiras de Monk?

Monk se echó atrás, tratando de olvidar el dolor que sentía. Tenía que reflexionar un poco más.

– Estaba pensando en ello -le respondió, procurando que su voz no reflejase la desesperación que sentía-. Sí, es posible que tenga usted razón. Dawlish habló de aventura financiera. No sé hasta qué punto lo informé sobre el asunto, pero tengo la impresión de que todavía no había arrancado, aunque es fácil que hubiera otras personas involucradas. – ¡Cómo odiaba mentir!… y sobre todo a Evan. Aquélla era la peor traición de todas, le era insoportable pensar en la opinión que Evan se formaría de él cuando se enterara-. Convendría investigar un poco más a fondo primero.

A Evan volvió a iluminársele el rostro.

– ¡Excelente! Creo sinceramente que podemos cazar al asesino de Joscelin Grey y estoy convencido de que no tardaremos en conseguirlo. Nos faltan todavía uno o dos detalles, pero después todas las piezas encajarán automáticamente.

¿Sabía lo terriblemente cerca que estaba de la verdad?

– Es posible -admitió Monk, esforzándose en mantener un tono neutro de voz, mientras miraba el plato que tenía delante, cualquier cosa con tal de evitar los ojos de Evan-. De todos modos, conviene que sea discreto. Dawlish es un hombre de posición.

– Lo seré, esto por supuesto, señor Monk. En todo caso, no sospecho específicamente de él. ¿Qué me dice de la carta de Charles Latterly? Era muy fría, digo yo. Y he descubierto infinidad de cosas acerca de él. -Por fin se tragó una cucharada del cocido-. ¿Sabía que su padre se suicidó pocas semanas antes de que mataran a Grey? Si Dawlish era un futuro socio, tal vez Latterly era un socio del pasado. ¿No cree, señor Monk? -Parecía totalmente indiferente al sabor y a la consistencia de la comida, que tragaba casi entera sin prestarle mayor atención-. Quién sabe, podría ser un asunto algo turbio y, al verse involucrado en él, el anciano señor Latterly se quitó la vida. En cuanto al señor Charles Latterly, que fue quien envió la carta, tal vez fue él quien mató a Grey, por venganza.

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