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– ¿No había señales que indicasen que se había forzado la entrada?

– No, señor. De todos modos, no hay ningún ladrón que fuerce la entrada de una casa si ve luz en ella.

– No, claro.

Monk se maldijo por haber hecho una pregunta tan idiota. ¿Siempre había sido tan necio? En el rostro de Evan no asomó ningún indicio de sorpresa. ¿Quizás era una muestra de buena educación? ¿O tal vez su actitud obedecía al temor de provocar las iras de un superior que no se distinguía por la tolerancia?

– No, por supuesto -dijo levantando la voz-. Podría haber sido sorprendido por Grey y dejar después encendidas las luces para despistar.

– No me parece probable, señor. De haber sido tan calculador, ¿no se habría llevado algún objeto valioso? Por lo menos el dinero del billetero de Grey, lo que habría sido imposible de descubrir.

Monk no tenía respuesta para esta suposición. Lanzó un suspiro y se sentó ante el escritorio. No se molestó en invitar a Evan a que lo hiciera. Luego pasó a leer la declaración del portero.

La tarde anterior Lamb lo había sometido a un interrogatorio exhaustivo, en el que le había preguntado si había recibido alguna visita, por la presencia de algún recadero, mensajero o incluso la de algún animal extraviado. Grimwade había negado rotundamente tales posibilidades. Ni por asomo: él acompañaba siempre a los recaderos al lugar apropiado o recogía personalmente el encargo. Los edificios no se habían contaminado nunca con la presencia de ningún animal extraviado: ni cosas sucias, ni animales extraviados, ni nada que pudiera ensuciar aquel lugar confiado a su custodia. Pero ¿quién suponía que era él, la policía? ¿Acaso querían insultarlo?

Monk se preguntó qué habría respondido Lamb. Por supuesto que, de haber hecho él la pregunta, sabía qué le habría dicho a aquel hombre sobre los méritos que les correspondían tanto a los animales como a los seres humanos extraviados. Incluso ahora se le ocurría un par de respuestas ácidas que hubiera podido darle.

Grimwade juró que sólo se habían presentado dos visitantes. Estaba perfectamente seguro de que no había pasado nadie más por delante de su ventana. La primera visitante había sido una señora, que había entrado a eso de las ocho y con respecto a la cual no estaba dispuesto a decir, así, de buenas a primeras, a quién había ido a visitar. Las cuestiones de carácter privado debían tratarse con discreción. En cualquier caso, no había ido a ver al señor Grey, de eso estaba absolutamente seguro. Por otra parte, aquella señora era una criatura sumamente delicada, incapaz de haber infligido al muerto las heridas que había sufrido. El segundo visitante había sido un hombre y había ido a ver al señor Yeats, residente en la casa desde hacía mucho tiempo, y Grimwade lo había acompañado hasta el mismo rellano y había comprobado personalmente que era recibido.

Quienquiera que fuera la persona que había asesinado a Grey era evidente que o se había servido con añagazas de uno de los otros visitantes o había permanecido en el edificio bajo una apariencia que lo había hecho pasar inadvertido. Era algo que caía dentro de lo lógico.

Monk dejó el papel. Habría que volver a interrogar a Grimwade con más detenimiento y explorar las mínimas posibilidades. De allí podía salir alguna cosa. Evan se sentó en el saliente de la ventana.

La declaración de la señora Huggins era como Evan la había descrito, aunque la señora era mucho más locuaz que él. Si Monk la leyó fue sólo porque quería darse tiempo para pensar.

Después se ocupó del último informe, el del médico. Fue el que le pareció más desagradable, aunque quizás era esencial. Estaba escrito con una caligrafía pequeña, precisa y muy pulcra.

Monk pensó en la persona que había escrito aquel informe y se imaginó a un médico bajito con gafas redondas y manos muy limpias. Hasta después no se le ocurrió preguntarse si a lo mejor conocía a dicha persona y si aquél no podía ser el primer signo de recuperación de la memoria.

El informe era clínico en grado extremo y se ocupaba del cadáver como si Joscelin Grey fuera una especie y no un individuo, es decir, un ser humano sujeto a pasiones e inquietudes, esperanzas y fantasías, un hombre que había sido despojado de forma tan súbita y violenta de la vida y que, forzosamente, debió experimentar terror y sufrimiento extremos en esos escasos minutos que estaban examinando tan fríamente.

El cadáver había sido objeto de inspección poco después de las nueve y media de la mañana. El informe decía que correspondía al de un hombre de poco más de treinta años, de constitución delgada aunque bien alimentado, y que aparentemente no padecía ninguna enfermedad ni incapacidad física, sólo una herida muy reciente en la parte superior de la pierna derecha que tal vez habría podido provocarle una cojera. El médico estimaba que se trataba de una herida poco profunda, semejante a las que se observan en muchos militares, y que podía datar de unos cinco o seis meses atrás. Hacía de ocho a doce horas que estaba muerto; en cuanto a este detalle no podía entrar en mayores precisiones.

La causa de la muerte era evidente para cualquiera que lo examinase: una sucesión de fuertes y violentos golpes en la cabeza y espalda con un instrumento largo y delgado, probablemente un bastón o una vara.

Monk dejó el informe, calmado de pronto ante los detalles de la muerte. El lenguaje escueto, desprovisto de toda emoción, revivió de forma perversa las sensaciones. Su imaginación vio el cadáver de forma vivida, lo olió incluso, notó el olor ácido a muerto y el zumbido de las moscas. ¿Había visto muchas personas asesinadas? No podía preguntarlo.

– Muy desagradable -dijo sin levantar la vista para mirar a Evan.

– Sí, mucho -asintió Evan con la cabeza-. Los periódicos hicieron mucho ruido en su momento y arremetieron contra nosotros por no haber encontrado al asesino. Aparte de que el suceso puso nerviosa a mucha gente, es bien sabido que Mecklenburg Square es una zona muy bonita y si uno no puede estar seguro en un sitio como éste, ¿dónde va a estarlo? Hay que añadir a esto que Joscelin Grey era joven y había sido oficial del ejército, una persona que gozaba de muchas simpatías y tenía costumbres absolutamente inofensivas, además de ser de muy buena familia. Estuvo en la guerra de Crimea, después de la cual fue dado de baja por invalidez. Tenía un buen historial, había sido testigo de la carga de la Brigada Ligera y lo habían malherido en Sebastopol. -El rostro de Evan se contrajo ligeramente debido q la turbación y quizás a la piedad-. Muchas personas opinan que su propio país lo ha abandonado, por así decir, en primer lugar al ver que se ha permitido que le ocurriera esto, y después, porque no se ha descubierto al culpable. -Miró a Monk, como disculpándose por la injusticia simplemente porque la comprendía-. Sé que esto no es justo, pero hay un grupo de cruzados que vende periódicos y a quienes les ayuda tener una causa, ¿comprende? ¡Y, por supuesto, los charlatanes de siempre han compuesto varias canciones sobre el tema… sobre el héroe redivivo y ese tipo de cosas!

Las comisuras de la boca de Monk se vencieron a ambos lados.

– ¿Se han despachado a gusto?

– Sí, bastante -admitió Evan encogiéndose de hombros-. Y no tenemos ninguna pista. Hemos estudiado una y otra vez todas las pruebas que tenemos y lisa y llanamente, no disponemos de nada que permita relacionar al muerto con nadie. Cualquier maleante pudo burlar al portero y colarse por la puerta. Nadie vio ni oyó nada que pueda sernos de utilidad y nos encontramos exactamente en el mismo punto donde empezamos.

Se levantó con aire abatido y se acercó a la mesa.

– Supongo que querrá ver las pruebas físicas, aunque sean escasas, y me atrevería a decir que también querrá ver el piso, aunque sólo sea para hacerse una idea del escenario del crimen.

Monk también se levantó.

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